Tampoco hay que pensar que el prestigio de la fe sólo se da entre quienes nos amparamos bajo el nombre de Cristo, sino que todo lo que se hace en el mundo, incluso por parte de quienes están lejos de la Iglesia, queda penetrado por la fe.
Por medio de una fe, dos personas extrañas se unen por las leyes nupciales; personas ajenas una a otra entran en la comunión de cuerpos y bienes mediante la fe que se hace presente en el contrato matrimonial. También en una cierta fe se apoya el trabajo agrícola, pues no comienza a trabajar quien no tenga esperanza de recibir frutos. Con fe recorren los hombres el mar cuando, confiando en un pequeño leño, cambian la solidez de la tierra por la agitación de las olas, entregándose a inciertas esperanzas y mostrando una confianza más segura que cualquier ancla. En la confianza, finalmente, se apoyan los negocios de los hombres, y esto no sólo sucede entre nosotros, sino también, como se ha dicho, entre quienes son ajenos a lo nuestro. Pues, aunque no aceptan las Escrituras, tienen doctrinas propias que aceptan con confianza.
A la verdadera fe os llama también la lectura de hoy indicándoos el camino por el que podéis agradar a Dios, pues señala que «sin fe es imposible agradarle» (Hebr 11,6). Pero, ¿cómo se resolverá el hombre a servir a Dios si no cree en él como remunerador? ¿Cómo mantendrá una muchacha su propósito de virginidad o será casto un joven si no creen en la corona inmarcesible de la castidad? La fe es el ojo que ilumina toda la conciencia y favorece la intelección, pues dice el profeta: «Si no creéis, no entenderéis». La fe, según Daniel, cierra la boca de los leones (cf. Hebr 11,33), pues de él dice la Escritura: «Sacaron a Daniel del foso y no se le encontró herida alguna, porque había confiado en su Dios» (Dn 6,24).
¿Hay acaso algo más terrible que el diablo? Pues contra él no tenemos otra clase de armas que la fe (cf. 1 Pe 5,9): un escudo incorpóreo frente a un enemigo invisible, que lanza múltiples venablos y acribilla con saetas a quienes, en la noche oscura, no están vigilantes. Pero, aunque reine la oscuridad y el enemigo no esté a la vista, tenemos como armadura la fe, como dice el Apóstol: «embrazando siempre el escudo de la fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno» (El 6,16). A menudo lanza el diablo el dardo encendido del deseo voluptuoso, pero la fe lo extingue iluminando nuestro juicio y aligerando nuestra mente. (S. Cirilo de Jerusalén. Catequesis V, 3-4)
La Fe es una palabra polisémica que a veces nos da ciertos quebraderos de cabeza. En este texto Cirilo nos enseña una de estos entendimientos de la Fe. Fe entendida como confianza. Esta confianza no es algo propio de los cristianos, sino que se da de muchas formas en la vida cotidiana. Sin esta confianza, la vida se vuelve un martirio por la intranquilidad y las continuas sospechas.
Incluso las personas ateas desarrollan este tipo de fe-confianza sobre todo aquello que no puede ser comprobable materialmente. Por lo tanto, la dimensión de la fe-confianza, siempre que no se tenga algún trastorno psicológico, es común a todo ser humano.
Demos un paso más. San Cirilo se pregunta “¿cómo se resolverá el hombre a servir a Dios si no cree en él como remunerador?” ¿Cuál es la remuneración que proviene de la confianza depositada en Dios? Simplemente la Gracia. La fe-confianza se convierte en fe-certeza por medio de la Gracia de Dios.
¿Qué nos sucede cuando perdemos la confianza? Sin fe-confianza, las demás virtudes se desaparecen. ¿Dónde queda la Esperanza sin confianza? ¿Cómo podremos tener caridad si no confiamos en Dios y nuestros hermanos?
Sin confianza nos desesperamos y es entonces cuando el diablo nos tiene a su merced. Sin esperanza no cabe encontrar sentido en la vida. Nada tiene razón de ser, nos quedamos solos con nosotros mismos y con el caos que nos rodea. ¿Qué podemos hacer entonces? Defendernos engañando y machacando a los demás.
Dice San Cirilo “La fe es el ojo que ilumina toda la conciencia y favorece la intelección”. Las virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad están íntimamente ligadas con los tres dimensiones de la persona humana: intelecto, emotividad y voluntad.
Sin esperanza (sentimiento) ¿Qué razón (intelecto) tenemos para negarnos a nosotros mismos y seguir a Cristo (voluntad)? Simplemente no habrá razón para nada que no nos beneficie egoístamente.
“A menudo lanza el diablo el dardo encendido del deseo voluptuoso, pero la fe lo extingue iluminando nuestro juicio y aligerando nuestra mente” Lo que dice San Cirilo está cargado de sentido. La fe mueve la inteligencia y la inteligencia, mueve la voluntad.
¿Cómo podemos se más libres que utilizando todas las dimensiones de lo que somos? Dios no deja cabos sueltos.
Néstor Mora Núñez
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