¿El hombre crea o imita?
Conviene reflexionar sobres esta pregunta, que tiene mucha importancia en razón de nuestras relaciones con Dios. Ya que si nos creemos que el hombre crea, estamos ofendiendo al Señor, usurpándole lo que solo es suyo. Vaya pues por delante, la contestación a la pregunta. El hombre ni crea ni puede crear, solo Dios crea, porque solo Él ha creado todo lo visible y lo invisible, como manifestamos en el rezo del Credo y solo Él puede crear.
El DRAE, da una acertada definición de lo que es crear, y dice que: crear, es producir algo de la nada. Y solo Dios, ser ilimitado en todo y eterno puede crear, porque ni en el orden material ni en el espiritual, nadie puede hacer brotar algo de la nada, porque de la nada, no se saca nada más que nada. Dios cuando creó al hombre le dijo: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra” (Gn 2,28), y le dotó de unas cualidades o facultades intelectivas, con las que puede imitar, descubrir o inventar, pero no tiene ninguna capacidad, ninguna clase para crear. Bien es verdad, que se emplea el término “crear”, cuando el hombre en una institución determinada, establece que unas funciones específicas para que sean desarrolladas por un nuevo cargo, y se dice que se ha creado tal cargo. No se ha creado nada, solamente se ha hecho un juego con las denominaciones y generalmente un uso de eufemismos, a los que tan acostumbrados son los políticos.
En el Génesis, bien claramente se nos dice que Dios creo el cielo y la tierra, sacándolo de la nada, cosa que solo Dios es capaz de hacer y dejémonos ya, de tratar de buscarle tres pies al gato queriendo demostrar que Dios no existe y que el mundo se creó él solito, para darle gusto a la soberbia de ateos pseudocientíficos.
Cuando rezamos el credo, decimos: Creador de todo lo visible e invisible, es decir de todo aquello que afecta a nuestro cuerpo y a nuestra alma. Dios como ya hemos dicho nos dotó a los seres humanos, de unas facultades intelectivas, con las que el hombre puede imitar, descubrir o inventar, pero solo en el orden material, no en el espiritual. Así en el orden material son muchos los avances que el hombre ha realizado, en cumplimiento del precepto divino de dominar la tierra. Son muchos inventos materiales que han dulcificado la dura vida del hombre en la tierra, muchas veces imitando y tomando nota de lo que fue creado por Dios y que él ve a su alrededor, así tenemos el invento del avión, o el del barco y el del submarino. Pero todo son inventos no creaciones sacadas de la nada.
En el orden de los descubrimientos, los realizados en el campo de la medicina y cirugía, son innegables. Cojamos el ejemplo de la penicilina, desde siempre el hongo que cura las bacterias siempre ha estado ahí, pero solo el doctor Fleming, descubrió las cualidades terapéuticas de este hongo. Más de uno pensará, cuanto bien ha hecho este descubrimiento a la humanidad y cuanto mérito tendrá el doctor Fleming ante Dios, pues bien, se equivoca. El doctor Fleming, no fue más que un instrumento de Dios, como lo somos todos, y su único mérito consiste en haber sido dócil a las mociones e inspiraciones del espíritu Santo, para llegar al descubrimiento de la penicilina, que por cierto lo hizo casualmente pues no era su objetivo científico ese descubrimiento. Mucho más mérito oculto, hay en muchas mujeres amas de casa en este mundo que viven solas sacrificadas con hijos, y un sinfín de problemas materiales, y los aceptan con su mente puesta en el amor al Señor.
En el orden artístico, se examinamos las grandes obras de los que nosotros llamamos genios sean de la pintura de la música o de la escultura, veremos que estas grandes obras no son otra cosa que una imitación de la creación divina que nos rodea. Los valores de los realizadores de esta obras, no ha estado en crear sino en imitar, porque Dios así lo ha querido.
En el orden espiritual ningún hombre, ni la Santa Iglesia católica, instituida por el Señor, pueden alterar el orden establecido por Dios, para el desarrollo de nuestra vida espiritual. La Iglesia con su magisterio tiene muchas funciones, interpretativas, administrativas de apostolado de la Verdad y otras varias, pero ni ella ni el Papa, pueden suprimir un sacramento, instituir otro nuevo o modificarlos, pues ellos son de institución divina. Lo único que aquí el hombre puede hacer es imitar. Y si resulta, que Dios es amor y solo amor, tal como reiteradamente nos manifiesta San Juan (1Jn 4,7), tendremos que tener muy presenta al amor como elemento indispensable en el camino que hemos de recorrer para imitar a Cristo.
Como quiera que nosotros nada podemos hacer en el orden espiritual, ni podemos crear, ni podemos inventar, ni podemos modificar el orden divino. Solo veo dos cosas que si podemos hacer: la primera es descubrir a Cristo, la segunda imitarle, porque Él solo y solo Él, tal como nos dejó dicho: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6). Y la única forma de recorrer el camino es imitarle.
Recorrer el camino de la imitación a Cristo, es recorrer el camino de nuestra santificación y en él, en este camino, son muchas las dificultades que toda alma humana encuentra. Ha de sostener una lucha, frente a su propia carne y apetitos y tendencias y hábitos, azuzados por el maligno, que como San Pedro nos dice: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe” (2Pdr. 5,8). En esta lucha, el alma sola, nada puede; pero todo lo puede con la ayuda divina, que nunca permitirá que nadie sea tentado con intensidad superior a su fuerza de resistencia. Con la gracia divina todo es posible.
Explícitamente el Señor nunca nos dijo que le imitásemos, pero si nos dejó dicho: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial” (Mt 5,48). Y el cumplimiento de este mandato divino nos obliga a preguntarnos: ¿dónde se encuentra en el mundo la perfección, para poder tomar ejemplo de ella e imitarla? La contestación a la pregunta es obvia: Sólo Cristo tiene la perfección, porque Él, al igual que el Padre y el Espíritu Santo es Dios.
Hay una segunda cuestión a plantarse, y ella es: ¿Y por qué desea Dios con tanto apremio, que alcancemos esa perfección? Sencillamente porque el Señor Creador de todo, quiere verse reflejado en la figura por Él creada, Él quiere verse reflejado en nosotros. El Papa San León Magno en un sermón sobre la Bienaventuranzas manifestó en su día: “La Misericordia quiere que seas misericordioso, la Justicia desea que seas justo, pues el Creador quiere verse reflejado en su criatura, y Dios quiere ver reproducida su imagen en el espejo del corazón humano, mediante la imitación que tú realizas de las obras divinas”.
Cuando el hombre, que ha llegado a un determinado grado de fortaleza espiritual se parece a Dios en su naturaleza divina y humana, Dios en efecto, se contempla a sí mismo en su naturaleza divina con toda su riqueza, en toda su desbordante felicidad, y ama más al hombre que más se le asemeja. Lo cual es lógico de todo punto, pues una de las características del amor es la asemejanza. El amor asemeja y si Dios nos ama, como evidentemente esto es así, claramente puesto de manifiesto; Él desea que todos nosotros nos asemejemos a Él, que seamos perfectos como lo es Él, porque el cristiano vive más como hijo de Dios, cuanto mayor sea su semejanza e identificación con Cristo. De esta profunda verdad nace el deseo de imitar a Cristo.
Cada uno de nosotros, tiene su peculiar camino para llegar a Dios. Pero estos caminos nuestros pasan siempre por la imitación a Cristo. Solo a Él se le debe de imitar, porque su camino es el de todos nosotros. Tratar de imitar a toda costa los caminos de otros, por muy santos que hayan sido, solo conduce a negarnos nuestra propia personalidad, cosa que Dios no desea, pues nos ama a cada uno de nosotros, tal como nos creó, tal cual somos, con nuestra peculiar y distinta personalidad.
Dios no nos ha hecho en serie, cada uno de nosotros es totalmente diferente uno del otro. Cada hombre es directamente creado por Dios, como si este fuese, el único hombre que Dios ha pensado crear. Se diría que cuando crea un hombre infundida el alma, rompe el molde. La persona humana nunca se ha repetido y nunca jamás se repetirá, es un individuo único creado para una finalidad también única dentro del Plan de Dios. Él nos quiere a todos en nuestra singularidad irrepetible. Esto significa, tal como escribía el cardenal Ratzinger hoy Benedicto XVI, que llama a cada hombre sirviéndose de un concepto, que solo Él conoce y pertenece exclusivamente a Él.
Cada miembro del pueblo de Dios recibe una vocación particular, un nombre propio que es una llamada a una amistad única con Dios. Para cada uno de nosotros, Dios tiene un nombre particular, un nombre que solo Él conoce, y que nos liga con Él y con la Iglesia.
Y esta realidad de ser diferentes unos de otros, no solo se limita al orden material, a nuestros cuerpos; todas sabemos que no existen dos huellas dactilares iguales, de la misma forma que no existen dos ADN iguales a su vez. La diferencia existe también en el orden psíquico, en el carácter, la personalidad y la forma de ser de cada persona.
Esta singularidad, que es tan querida por Dios, da origen a su vez, a que a lo largo de la historia del hombre, cada generación, cada grupo social o étnico, cada pueblo y hasta cada familia, sean diferentes, busquen a su creador de forma diferente, piensen de diferente forma y oren y se relacionen con Dios, de diferente forma también.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario