Hay que luchar por defender la fe. En otras épocas históricas este afán por defender lo que creemos llevó a la sociedad cristiana a combatir con las armas. Afortunadamente esos métodos, no evangélicos, desaparecieron hace tiempo. Los Papas más recientes han pedido perdón por los excesos cometidos en otras épocas muy distintas a la nuestra.
Pero, como nos recuerda un internauta llamado Alejo Fernández, hoy a la fe, especialmente a la católica, se la ataca sin tapujos y hasta se presume de ello. Defender a la Iglesia no vende. Incluso periodistas católicos, acojonados (perdón por la palabra), prefieren seguir la corriente. Es un fenómeno cíclico que se da en todas las épocas. Nunca ha tenido la Iglesia una larga etapa duradera de paz. Tal vez sea esta la Voluntad de Dios para que no nos durmamos en el dulce sueño de los justos.
Las divisiones, los enfrentamientos entre personas, familias, grupos, etc., son causas de muchísimas desgracias. Y nunca, en nombre de Dios, o de mis creencias, puedo organizar una guerra contra nadie. Ni puedo volverle la espalda al que no piense como yo. Esto se llamaría intransigencia, totalitarismo, fanatismo. Esto no es cristiano. Esto no es de Dios, por mucho que le podamos invocar con gestos clamorosos y palabras bonitas.
Esto ha pasado, puede pasar y pasa en todas las religiones. Y los que no creen Dios lo suelen sustituir por el líder del momento, por la ideología, por el nacionalismo, o por la obsesión delirante de adueñarse del mundo. Y de ahí vienen las nuevas guerras seudo-religiosas, los terrorismos, los fascismos, el marxismo, el capitalismo, el consumismo, el relativismo, y tantos credos laicistas que, después de atacar a las religiones, terminan ellos por implantar los más feroces cultos a los nuevos dioses. Y en nombre de su dios cometen auténticas salvajadas.
Todos, jerarquía y fieles, sacerdotes y religiosos, militantes de todos los movimientos y miembros de todas las asociaciones e instituciones de la Iglesia. Absolutamente todos debemos luchar en el combate de la fe, pero sin olvidar que Cristo desterró la espada y dijo: “Mi Reino no es de este mundo”. Pero estamos en el mundo, y no podemos permitir que a Dios lo quieran echar fuera, mientras nosotros nos entretenemos con nuestras cosillas, nos agotamos en la tibieza, y nos dedicamos al lamentarnos de lo mal que van las cosas.
San Pablo dijo: He combatido bien el combate de la fe, he corrido, he luchado… Y con él todos los santos. ¿Y nosotros?
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