PADRE CALMEL
Se tiene a veces el consuelo inolvidable de ver a seres luminosos atravesar la vida sorteando las derrotas y los desastres generales.
No voy a decir que estos seres no estuvieran sujetos al sufrimiento y a las persecuciones, a las calumnias y a las injurias; pero viéndolos, se piensa en una serena victoria, pero en una victoria que no se puede reprimir y que emprende, segura, su camino.
El destino de una Juana de Arco entre los escépticos, la soldadesca y los traidores; el destino de una Teresita entre las mezquindades y las complicaciones del egoísmo a puertas cerradas nos recuerdan siempre el paso inesperado de la mansa victoria de la nobleza de Dios.
Sin embargo, la victoria de sus Santos no podrá darnos más que una imagen muy lejana de aquella de Nuestra Señora. Cuando tomamos conciencia de que ella está exenta de toda sombra de mal, reservada totalmente por Dios como Virgen y Madre, serena en Dios y unida a su Hijo en la trama de una vida sujeta a terribles pruebas y concluida por la más terrible Pasión; cuando entrevemos la pureza y la santidad de María a todo lo largo del Evangelio, entonces estamos seguros que Ella será siempre, en medio de la humanidad enferma y desgraciada, la Victoria de Dios, la manifestación todopoderosa de su Luz y de su Misericordia.
Padre Roger-Thomas Calmel
lunes, 26 de agosto de 2013
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