miércoles, 7 de septiembre de 2011

TEMPLOS VIVOS DE DIOS



Hay una frase de San Agustín, que nos lleva a escribir sobre la búsqueda de Dios dentro de uno mismo. Se trata de la frase escrita en su libro de Confesiones, que dice: Tarde te hallé, estabas dentro de mí y yo de te buscaba fuera. Pero antes de comentar esta frase y entrar en el fondo de esta búsqueda, conviene refrescar nuestra memoria, con unas previas consideraciones.

Tradicionalmente en el desarrollo de la vida espiritual del cristiano, existen tres fases de carácter ascendente: vía purgativa, vía iluminativa, y vía unitiva, cuyas diferencias fundamentales radican en el estado de amor a Dios, que un alma ha alcanzado. Estas tres vías que hay que recorrer, se pueden entender que son como las tres edades de la vida interior. Estas tres vías se relacionan e interfieren, porque están estrechamente vinculadas entre sí: iniciados en la vía purgativa, hemos ingresado también en la iluminativa y la unitiva. El sucesivo aumento del amor a Dios nos llevará adelante. Y para pasar de una vía a la otra, generalmente puede existe una crisis, que también puede ser una conversión, porque caminar hacia Dios, es ir pasando por sucesivas conversiones, pero hay casos en que no hay signos del paso de una a otra fase, porque el Señor no lo considera oportuno, ya que no a todos les da el mismo recorrido para su alma, pues todos tenemos almas distintas, al igual que cuerpos distintos.

Para mí, que las tres clásicas etapas, hacen referencia a la actividad espiritual que el alma realiza. En una primera fase el alma busca al Señor, y cuando con más o menos intensidad lo encuentra, entra en una fase de amar al Señor, porque resulta imposible conocerle y no amarle, en la tercera fase, el amor que se despliega en el alma, como consecuencia de su aumento, genera una tercera fase, que es la crear en el alma el deseo de entregarse al amor del Señor. Es en esta tercera fase que puede llamarse unitiva, pues al final de ella se adquiere la unión con el Señor, donde al alma adquiere unos signos inequívocos, de su unión con el Amado. Estos signos para estas almas, entre otros son:
- 1.- Se les hace habitual y fácil la oración contemplativa.
- 2.- No recurre preferentemente a métodos de oraciones inferiores, (meditación, oración afectiva, oración vocal) aunque no los desecha.
- 3.- Se le ilumina el alma con los dones de entendimiento y sabiduría.
- 4.- Sienten un amor intensísimo a Dios. Solo tienen una obsesión: unirse a Dios.
- 5.- Están a veces largas horas, delante del sagrario, sin perder el sentimiento íntimo de la presencia de Dios.
- 6.- Han llegado a un perfecto despojamiento o kénosis.
- 7.- Amor a la soledad y el silencio. El alma se encuentra dichosa cuando si se ve libre de otras compañías.
- 8.- Han encontrado a Dios dentro de sí mismas.
- 9.- Miran a la muerte, como una dichosa liberación.
- 10.- Para ellas, las diversiones del mundo carecen de atractivo.
- 11.- Están libres de las imaginaciones atractivas, solo tienen una idea: amar a Dios.
- 12.- Deseos inmensos de glorificar a Dios y de amor a la cruz.
- 13.- Sed de comunión.
- 14.- Serenidad ante los fracasos y las humillaciones que son buscadas. No se abate ante nada.
- 15.- Su amor por Dios es tan grande que no les cabe en su corazón.

Pues bien, entrando ya en la frase de San Agustín: Tarde te hallé, estabas dentro de mí y yo te buscaba fuera, es de ver que son dos formas distintas de buscar y encontrar a Dios y las dos son necesarias, la primera imprescindible, la segunda culmina el proceso de la perfecta unión con Dios. En la iniciación del recorrido del camino espiritual, lo primero que el alma hace es buscar a Dios; aceptar su existencia apoyándose, en esa impronta que Dios pone en toda alma que crea y que la lanza a esta, a su búsqueda y en el don de la fe, que el Señor siempre dona al alma que rectamente intencionada le busca, aunque al principio sea apoyándose solo en su razón.

Con el bautismo recibimos algo muy fundamental que no todo el bautizado tiene conciencia de ello y de lo que a ello le obliga. Me refiero a la Inhabitación Trinitaria en el alma del bautizado. Todo bautizado, mientras viva en gracia de Dios es: Templo vivo de la Santísima Trinidad, si peca deja de serlo, pero si utiliza el sacramento de la confesión, vuelve a serlo, en el mismo grado que tenía antes de su pecado. Escribe San Pablo: “¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario. (1Co 3,16-17).

Esta Inhabitación Trinitaria en nuestro ser, tiene un tremendo potencial de desarrollo, pero hay que desarrollarlo, porque él nos facilitará el recorrido en nuestro camino espiritual y al final de este, podremos llegar a culminar la segunda búsqueda del Señor en el interior de nuestro ser y poder exclamar como San Pablo: "Yo no vivo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gal 2,20).

Según San Juan de la Cruz, Dios está presente en el alma de una manera tan real pero a la vez tan sutil que la persona ya no lo encuentra como antes solía. La búsqueda se hace más difícil y confusa por las siguientes razones:
1º.- El alma se empeña en ir tras algo de Dios en lugar de buscarle en sí mismo. Tiene interés en sentir algo en la oración, en tener consuelos en la vida espiritual, en saber con certeza en que momento o grado de su desarrollo interior se encuentra.
2º.- Lo sigue buscando en las manifestaciones sensible, en recuerdos agradables, etc...
3º.- Todavía lo sigue buscando, utilizando su propio esfuerzo, siguiendo su propia iniciativa. Sigue intentando alcanzar a Dios, en vez de quedarse disponible para acoger a Dios.

Porque no olvidemos nunca que en materia de desarrollo de la vida espiritual hay dos principios básicos. El primero es que la iniciativa nunca parte de nosotros, siempre la toma el Señor, lo nuestro es estar incondicionalmente a su disposición. La segunda es que el alimento de la vida espiritual hay que tomarlo siempre desde el plato de la constancia y la perseverancia. Pero al leer estas dos condiciones no nos asustemos, pensando que no nos queda tiempo y que ya es tarde. Para amar al Dios siempre se está a tiempo, y aunque la vida espiritual se desarrolla lentamente, Dios tiene mucha paciencia y lleva muchos años esperando, y seguirá siempre esperando al alma que quiera ir a Él, por lo que sí se ama al Señor, a nadie le faltará tiempo. Por otro lado hay quienes pensamos que Dios no llama a su presencia a ninguna alma, que todavía a su juicio tenga posibilidades de aumentar su grado de santidad.

Escribe Jean Lafrance y nos dice: La gloria del Resucitado nos santifica del interior al exterior y no a la inversa Este trabajo espiritual permanece muy fuera de nosotros mismos. La dificultad viene de que no nos hacemos presentes a ese lugar de donde brota el Espíritu (de nuestro interior). Lo llevamos en nosotros, pero nuestra mirada no alcanza esas profundidades En el momento en que un hombre descubre este lugar, descubre también el centro de su vida y esta fuente puede empapar su entendimiento, su voluntad y su afectividad Este hombre ha encontrado la intimidad con Dios que vive en él: es feliz y vive en paz por eso es capaz de amar a los demás.

Digámosle a Él: Señor, deja que mis ojos espirituales se recreen en la Luz que se oculta en el fondo de mí ser. Que no viva yo adormecido de espaldas a Ti, que moras en mí, y fortaleces mi espíritu. Fuera de mi solo hay tinieblas. Dentro de mi esta la Luz, porque Tú moras en mí. Ayúdame a buscar la Luz que esta en lo profundo de mi ser.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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