En York, ciudad primada del cristianismo inglés como Toledo lo es del español, la iglesia de Santa Hilda, con más de un milenio de antigüedad y de culto, visitada en su día por Guillermo el Conquistador (1028-1087), ha tenido que cerrar por primera vez desde la Guerra Civil inglesa (1642-1651). Y lo ha hecho… ¡¡¡por una invasión de murciélagos!!!
Todo empezó cuando una treintena de vampiros de los centenares que desde antiguo pueblan el tejado de la iglesia, consiguieron hacerse fuertes en el interior del templo a través de un agujero en la puerta. Se dirán Uds.: ¿pero tan difíciles son de combatir treinta ratitas de esas? De difícil nada. Si la alada invasión ha sido posible no lo fue por la fiereza de sus protagonistas, sino gracias a la llamada Wildlife and Countryside Act 1981, según la cual, no sólo atacar o herir a los murciélagos es una grave ofensa contra la ley, sino que lo es también destruir sus nidos y hasta obstruir el acceso a ellos, aún cuando no se hallen presentes en él. Ante lo cual, la única alternativa posible ha sido la de cerrar la iglesia hasta el momento en el que los alados mamíferos superen el absceso de devoción por el que parecen atravesar, o se impongan entre ellos los deseables criterios de laicismo que con tan buen acierto impulsan los gobiernos más progresistas y democráticos de Europa. Además después de todo, su presencia en el templo tampoco es tan dañina, habiendo destruido hasta el momento apenas un baptisterio normando y un púlpito jacobino, “pecata minuta” como se ve.
La reacción de los airados feligreses no se ha hecho esperar, actuando con la intolerancia e insolidaridad esperable en cuantos como ellos, piensan que las iglesias son para rezar o para encontrarse con Dios. Cuando no, como es el caso de ésta de York, para cuidarlas y legarlas a la posteridad. Liz Cowley, que además de ser la encargada de la iglesia se las da de haberse convertido en experta en murciélagos, vampiros y otras criaturillas, se queja demagógicamente de que “el olor es horrible, mezcla del amoniaco de la orina y del fétido hedor de los fluidos que les emanan de detrás de la garganta”. Y haciendo gala de un indisimulado e intolerable desprecio hacia los derechos de los pacíficos animales, aún se permite argumentar: “si fueran personas las que vinieran a dañar un monumento como éste, les llamaríamos delincuentes”. No menos radical e intransigente se muestra Ashley Burgess, del consejo parroquial de Santa Hilda, quien con una absoluta desconsideración hacia la situación de las indefensas criaturillas ratiformes, se despacha con la absurda denuncia de que “algunos de los ayudantes de la iglesia han caído enfermos al contacto con los murciélagos”, sin ni siquiera preguntarse si alguno de los murciélagos no ha caído enfermo, también él, víctima de sus contactos con seres humanos.
Se da la circunstancia de que los mezquinos parroquianos de Santa Hilda habían intentado ya varias veces “persuadir” a los amables y alados mamíferillos de "mudarse", algo para lo que habían reunido hasta hoy más de 10.000 libras (casi tres millones de pesetas), con los que construirles nuevos lugares “de culto”. Si bien los vampirillos, que de tontos no tienen un pelo, han preferido acogerse al Wildlife and Countryside Act 1981 y seguir practicando sus oficios en la monumental iglesia a la que, como recoge la ley en cuestión, tienen, por lo menos, idéntico derecho que sus feligreses, los cuales, además, ya han disfrutado de ella más de un milenio, y hora va siendo de que dejen paso a otros, que ya está bien, hombre.
Además, y por si todo lo dicho fuera poco, en el caso concreto de los vampiros de Santa Hilda, se trata de una especie en gravísimo peligro de extinción, de la que apenas sobreviven ¡en todo el Reino Unido, fíjense Uds. bien lo que les digo, en todo el Reino Unido!... ¡¡¡la escasísima cifra de cien mil ejemplares!!!
La verdad es que uno respira aliviado cuando ve el rigor con la que se resuelven los grandes problemas europeos, las leyes maravillosas que los legisladores europeos son capaces de implementar en todos los rincones del continente, y las buenas manos en las que por fortuna nos hallamos. ¿O no les pasa a Uds. como a mí?
Luis Antequera
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