Quizá la palabra vértigo quede corta.
Algo grave se está cociendo en la economía mundial hasta el punto de hacerle decir al FMI que la recesión mundial se perfila en el horizonte. Y si tales palabras no son de poca monta, ha tenido que ser un informe del banco suizo UBS el que ponga la puntilla al optimismo. El informe se titula "La Ruptura del Euro - Las Consecuencias", y en él se analizan escenarios futuros relacionados con la Europa que ahora conocemos. Son escenarios previsibles si bien el “fatal” les parece “de baja probabilidad”, pero si se diera ese escenario no sólo prevén una Europa del euro rota, sino una Europa inmersa en desordenes y guerras civiles en determinadas naciones.
Una cosa es clara, vienen tiempos duros, económicamente duros. ¿Estamos preparados? No, ninguna sociedad actual está preparada para enfrentar la desazón de la incertidumbre en escenarios sociales difícilmente manejables. Y aún así los pasos que se están dando desilusionan por sus cortas miras, su corto análisis. ¿Por qué? Porque en el fondo se quisiera que todo siguiera como hasta ahora, pero un “todo” reducido a la bonanza, a las posibilidades de gasto, sin comprender que “ese como hasta ahora” ya no es posible. Se ha querido ver todo en términos de acceso al dinero, de crecimiento económico perpetuo, de progreso material. Y ya no es posible: el acceso al crédito - motor del sistema económico actual - se ha hecho añicos; las materias primas, inagotables y baratas, empiezan a no ser nada baratas y a asumirse que hemos tocado techo en su producción. El sistema no hace aguas, se hunde.
Pero se quisiera que todo siguiera igual, como era hasta ahora, sin querer ver que el precio tampoco ha sido neutro. Y es que el estado del bienestar no ha ido acompañado de “bienestar social”, sino que en la misma medida que las sociedades entraban en la dinámica del progreso económico, del consumismo, se estaba avanzando hacia un cambio de paradigma social, un cambio de modelo de sociedad. De modo resumido podríamos hablar de una descristianización programada, de una apostasía silenciosa teledirigida, de un rechazo de Dios pretendido. Nada ha sido aleatorio, casual, espontáneo. Series de televisión, novelas, anuncios, medios de comunicación, sistemas educativos, leyes, organismos internacionales… Todo unido hacia un logro común que ahora es manifiesto: occidente ha perdido su alma, ha oscurecido su conciencia, se ha entregado al relativismo, al vacío. Y las sociedades lo han pagado. Abortos, divorcios, pirámides de población invertidas, drogas, alcohol, violencias, enfermedades mentales, paro…
Y con todo hay un hecho curioso que llama poderosamente la atención, y es el ver que junto con la amenaza del colapso económico han convergido en el tiempo no sólo graves movimientos sociales que algunos gustan en llamar “primavera” del despertar social sino un recrudecimiento del odio a la fe. Y digo que sorprende porque ya es hecho conocido que esos movimientos de protesta, que esas campañas de odio, no son espontáneas, sino que han traído causa en gobiernos, en partidos políticos y en poderosos lobys internacionales. Ya nadie duda que detrás de esa “primavera árabe” se encuentran determinadas agencias de inteligencia. Ya nadie duda que detrás de ciertos indignados se encuentran partidos de izquierdas. Ya nadie duda que detrás de las campañas de odio a la fe se encuentran ideologías del odio de corte izquierdista y masónico. Nada es espontáneo. Desde altas instancias se movilizan los cambios que los ingenuos o las guardias de corps llevan a efecto. Y justo cuando el “estado del bienestar” puede empezar a hacer aguas. ¿Es casual? ¿No se estará preparando un escenario a futuro? ¿Qué escenario es ese? ¿Qué se puede querer? Si las duras previsiones de algunos economistas se confirman, quizá no haya que esperar mucho para ver “qué quieren”, pues avisan de un otoño y un invierno “caliente” en el que el sistema económico puede saltar echando chispas.
Y de siempre, cuando el hombre no encontraba ni en si mismo ni en los otros la solución a los problemas, elevaba los ojos al Cielo en busca de ayuda o, cuanto menos, de consuelo. Pero las sociedades actuales han perdido el vínculo con lo Alto y no sabrán a quien acudir en tales circunstancias. Y quienes podrían elevar las plegarias de los otros, los hijos consagrados de la Iglesia, están muchos de ellos a otro juego. En Austria les ha dado por materializarlo públicamente pidiendo “que la Iglesia sea otra Iglesia”. Pero sin cartas públicas, muchos llevan viviendo tanto tiempo como si la Iglesia fuera otra cosa que ya no recuerdan ni qué son ni lo que fueron. Algunos se empeñaron en edificar la casa del hombre al grito optimista de la plegaria eucarística IV y olvidaron su labor callada de intermediación ante lo Alto, de fuente de gracias a través de los sacramentos. La necesidad de Dios se silenció en alabanzas a la propia asamblea, al propio hombre. Ya no había que reconciliarse con Dios, sino con uno mismo. Todo estaba bien, todo era fiesta. Y lo Sagrado allá quedó, arrinconado. Y con lo Sagrado se arrinconó el consuelo. El hombre, meta de si mismo, entregó su ansia de Dios en el ansia de las cosas. Y ahora las cosas empiezan a no poder dar más de sí. De entrada ese optimismo vacío de ciertas gentes de la Iglesia logra rechazo, por lo cruel y vacuo. Se abandonan iglesias, se buscan seguridades, al menos cierto realismo en el juicio sobre la propia existencia: puestos a no Dios, al menos sí al mundo, sin clichés éticos ni normas morales. Y desde Austria nos amenazan con más vacío, con más fiesta, justo cuando el hombre siente el vértigo del derrumbe. Y desconcierta, pero se entiende, porque olvidada la verdad sobre Dios cada cual construye el mundo a su medida, mientras éste aguante. Entonces, ¿dónde descansará el hombre? ¿Dónde acudirá en busca de ayuda, de consuelo? Benedicto XVI ha puesto las bases para que la Iglesia redescubra su norte. Y ese silencio atronador ante el Santísimo aquella mágica noche de Madrid es toda una enseñanza.
Entonces, como un oasis en medio de un desierto, narraba aquel viajante que sentía cierta alegría en la naturaleza el atardecer del 7 de septiembre. Y otros más habían recogido esas mismas impresiones sintiendo en tal día un despertar alegre de la naturaleza. Venía de tiempos antiguos, incluso de los tiempos de esos primeros santos eremitas de la Roma languideciente. A Ana Catalina Emerick se le desveló el misterio: la Santísima Virgen nació el 8 de septiembre y el día anterior a su nacimiento la naturaleza exultó ante el feliz advenimiento, para continuar exultando en preparación de tan feliz memoria a lo largo de los tiempos. Y prometió la Santísima Virgen que todo aquel que preparare su nacimiento con una novena de avemarías durante nueva días, Ella misma se encargaría de elevar al trono de la Gracia esa novena pidiendo a la Trinidad por las intenciones de quien de Ella hizo memoria.
No es pequeño consuelo el saber que, pase lo que pase, hay quien nos cuida desde el Cielo y hace suyas nuestras necesidades. Quizá sólo haga falta girarse hacia lo Alto en busca de ayuda, en busca de consuelo. Y si en estos tiempos parece que el suelo se abre ante nuestros pies, que no haya quien encuentra solución a tantos y tales problemas, al menos estas promesas de la Virgen vienen a nuestra alma como el agua en primavera.
Cesar Uribarri
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