miércoles, 12 de diciembre de 2012

NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE - 12 DE DICIEMBRE



Fue el 9 de diciembre de 1531 el día en que Juan Diego, de 57 años de edad, mientras caminaba los 14 km que lo distanciaban de la Iglesia de Tlatilolco, escucha desde lo alto del cerro un mágico canto de aves y voces. El hacía este camino muy temprano en la madrugada para recibir su instrucción religiosa por lo cual dudaba de lo que estaba oyendo:

“¿Por ventura soy digno de lo que oigo?, ¿Quizás sueño?, ¿Me levanto de dormir?, ¿Dónde estoy?, ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores?, ¿Acaso ya en el cielo?”.

Y luego de estos primeros cuestionamientos que se hace, se produce un silencio y escucha claramente: “Juanito, Juan Dieguito”.

Juan Diego subió al cerro y allí vio a una mujer de impactante presencia, radiante como el sol hacía que todo a su alrededor, desde las piedras hasta las hierbas, brillaran como el oro y de su boca escuchó:

“Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive: del Creador cabe quien está todo: Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre, a tí, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mi confíen; oír allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores. Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del Obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que deseo, que aquí me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que te lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato hijo mío el más pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo.”

Juan Diego contestó:

“Señora mía, ya voy a cumplir tu mandato; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo.” Y de allí se dirigió directamente al palacio del Obispo y pidió ver al Fray Juan de Zumárraga que hacía pocos años había llegado y estaba a cargo.

Le costó que lo atendieran pero lo logró y le contó todo lo que había sucedido. El Fray no le dio mucho crédito a lo escuchado y le respondió

“Otra vez vendrás, hijo mío, y te oiré más despacio; lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido.”

Se retiró entonces Juan Diego, triste por la vaga respuesta se dirigió al mismo cerro y allí estaba la Virgen que lo aguardaba. Él le explicó lo sucedido, le transmitió la respuesta del Fray y con pena y mucha humildad confesó que lo habían recibido con benevolencia pero no le habían creído, por lo cual le pidió que le encargue el mensaje a alguno de los hombres principales y respetados ya que él era sólo un hombrecillo. A lo que María le respondió:

“Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad: que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía.”

Juan Diego le prometió volver la noche siguiente con una nueva respuesta.

A la mañana siguiente volvió a conseguir con dificultad que el obispo lo atendiese. Cuando lo consiguió, se arrodilló ante él y llorando expresó la voluntad de la Santa Madre rogando por que le creyeran. Pero el obispo no se vio muy conmovido y le dijo que además de sus palabras era necesaria una señal para confirmar que era verdaderamente la Virgen María quien solicitaba esto, y para terminar de sacarse las dudas mandó a que sigan a Juan Diego para vigilar a dónde iba y con quien hablaba. Pero sus seguidores lo perdieron por el camino y temerosos de la reacción del obispo decidieron convencerlo de que no le creyera y que la próxima vez lo apresaran y castigaran para que se le vayan las ganas de mentir.

A todo esto Juan Diego fue al cerro donde se encontraba con la Virgen y le transmitió la necesidad de una señal requerida por el Obispo. La Santa Madre le respondió:

“Bien está hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al Obispo la señal que te ha pedido; con esto te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de tí sospechará; y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora, que mañana aquí te aguardo.”

Pero al día siguiente Juan Diego no puedo ir, su tío estaba muy enfermo y esperaban su muerte. Por eso Juan Diego se dirigió a buscar a un sacerdote para la confesión de su tío y trató de esquivar el lugar donde se encontraba con María a fin de no cruzarla en medio de esta situación. Pero la Virgen salió a su encuentro y él, entre pena y vergüenza, expuso las razones de su desobediencia, a lo que la Madre le dijo:

“Oye y ten entendido hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí? ¿No soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está seguro de que sanó.”

Y así fue, según se cuenta la Virgen apareció a Bernardino, el tío de Juan Diego y lo curó.

Juan Diego quedó mucho más tranquilo con esa declaración y la Virgen continuó:

“Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrito; allí donde me viste y te dí órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia.”

Entonces subió Juan y se asombró de la cantidad y diversidad de flores que habían crecido en un lugar y época que no era acorde para flores ya que el cerro tenía muchos yuyos y piedras y el mes de diciembre quemaba todo con sus heladas. Cortó muchas de ellas y las llevó ante María, quien tomó las flores entre sus manos y le dijo:

“Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de flores es la prueba y señal que llevarás al Obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrito, que fueras a cortar flores, y todo lo que viste y admiraste, para que puedas inducir al prelado a que dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido.”

Al llegar al templo los criados del obispo salieron a su encuentro, el les rogó una nueva visita pero lo ignoraron y le hicieron esperar largo rato. Pero al ver que traía en su tilma anudada al cuello diversas flores frescas, fragantes y preciosas fuera de la época tradicional de las flores se asombraron y dieron aviso al Obispo quien lo recibió y escuchó de boca Juan Diego lo siguiente:

“Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad. Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió; me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes ya la viera, a que fuese a cortar varias flores. Después que fui a cortarlas las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar para que se den flores, porque solo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé. Cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo ví que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de castilla, brillantes de rocío, que luego fui a cortar. Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que me pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. Helas aquí: recíbelas.”

Y al abrir Juan Diego el manto donde guardaba las flores se produce el gran milagro, una imagen de La Virgen María aparece dibujada en su manto. Los allí presentes se avergonzaron y el Obispo lloró y pidió perdón por no haber creído y poner en marcha el sagrado mensaje. Desataron la manta del cuello de Juan Diego y la llevo a su oratorio. Al día siguiente se pusieron en marcha las tareas para erigir el templo solicitado por la Virgen María. Esa misma manta es la que reposa hoy en templo de Tepeyac bajo el nombre de la Virgen de Guadalupe.

NOTA: Basado en la descripción del hecho que se encuentra en el Nican Mopohua, relato en lengua náhuatl contenido dentro del Tlamahuizoltica omonexiti in ilhuícac tlatohcacihuapilli Santa María Totlazonantzin Guadalupe in nican huei altepenáhuac México itocayocan Tepeyácac (en náhuatl, “Por un gran milagro apareció la reina celestial, nuestra preciosa madre Santa María de Guadalupe, cerca del gran altépetl de México, ahí donde llaman Tepeyacac”) de 1649.

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