lunes, 17 de diciembre de 2012

CASI UNA PEQUEÑA ENCÍCLICA



El mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz: Bienaventurados los que trabajan por la paz.

Por la amplitud de su mirada, es tentador definir el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz como una pequeña encíclica. El fondo del texto lo aportan dos acontecimientos de hace medio siglo: el inicio del Concilio Vaticano II, abierto el 11 de octubre de 1962, y la Pacem in terris del 11 de abril de 1963, la última encíclica de Juan XXIII que indicó los cuatro fundamentos -verdad, libertad, amor, justicia- para una convivencia pacífica.

El contexto mundial está marcado por conflictos y vientos de guerra, causados o reforzados por fenómenos varias veces denunciados no sólo por la Santa Sede, y de nuevo enumerados: desde el desordenado capitalismo financiero hasta el terrorismo, los fundamentalismos y los fanatismos que desfiguran el rostro auténtico de la religión. Pero no hay que resignarse a la dureza inspirados por criterios de poder o de beneficio, subraya otra vez el Papa, quien relanza y renueva un eslogan de los más eficaces de Pablo VI, perfecto para un tuit: "La paz no es un sueño, no es una utopía: la paz es posible".

Precondición de la paz es el reconocimiento de la ley moral natural, herida por tendencias que quieren codificar arbitrios como los pretendidos derechos al aborto y a la eutanasia, que en cambio son amenazas al derecho fundamental a la vida. De igual manera los intentos de hacer jurídicamente equivalentes a la estructura natural del matrimonio distintas formas de unión de hecho lo desestabilizan y perjudican su insustituible papel social.

Explícitamente el texto papal declara que estos principios no son verdades de fe ni se derivan del derecho primordial a la libertad religiosa, sino que están inscritos en la naturaleza humana, reconocibles con la razón y por lo tanto comunes a toda la humanidad. Así que la acción de la Iglesia al promoverlos no es confesional, "sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su afiliación religiosa".

El énfasis no es ciertamente nuevo, pero se presenta muy significativo hoy y se oye como una confirmación evidente de la línea de los católicos que en diversos países han sido capaces, y lo son, de favorecer, en esta batalla cultural de apoyo a los principios comunes a todos, la convergencia de creyentes y no creyentes de distintas pertenencias religiosas e ideales. Es lo que está sucediendo en Francia, donde alrededor de la postura de la Iglesia católica, contraria al matrimonio homosexual, se están encontrando ortodoxos y protestantes, judíos, musulmanes e intelectuales laicos.

En este sentido ayuda a la construcción de la paz también el reconocimiento del principio de la objeción de conciencia frente a leyes que introducen atentados a la dignidad humana, como el aborto y la eutanasia, mientras que la libertad religiosa -tema también especialmente querido para las Iglesias hermanas de la ortodoxia, como subrayó en la fiesta de san Andrés el Patriarca Bartolomé- se debe promover no sólo como libertad de constricciones de cualquier tipo, sino, desde un punto de vista positivo, como libertad de expresión pública de la religión.

Junto a los temas biopolíticos y los referidos a la indeleble dimensión social de la fe, Benedicto XVI sitúa la crítica al liberalismo radical y a la tecnocracia, y la defensa del derecho al trabajo. Para desear que temas como la estructuración ética de los mercados y la crisis alimentaria continúen en el centro de la agenda política internacional. Pero con la convicción de que el papel de la familia y el de la educación siguen siendo fundamentales. En un tema, la paz, que de verdad nos afecta a todos.

Autor: Giovanni Maria Vian

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