El Señor volverá a este mundo, y desde luego esto es más cierto…, que el hecho de que mañana de madrugada se levante el sol una vez más, como lo lleva haciendo desde que Dios creó la tierra hace millones de años y es que nosotros somos unas míseras criaturas despreciables, que nos creemos que somos alguien, cuando nuestra vida apenas dura una fracción de segundo, en comparación con los millones de años que dura un astro, antes de que él se convierta en un agujero negro, cual es su fin. Porque los astros y planetas son pura materia y la materia siempre fenece, será cuestión de tiempo, pero al final fenece. Es por ello, que nuestra grandeza no se encuentra en nuestro cuerpo sino en nuestra alma que es eterna, creado por Dios a su imagen y semejanza, y solo una de ellas vale a los ojos de Dios, más que todo el mundo en que vivimos, porque por designio divino, cualquiera de nosotros aunque reniegue de Dios y lo deteste, él es la gloria de Dios.
Cada una de nosotros somos la gloria de Dios y así se nos dice en el Génesis: “Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices el aliento de la vida y resultó el hombre un ser viviente”. (Gn 2,7). Nosotros existimos y vivimos porque compartimos el aliento de Dios, la vida de Dios. Cada uno de nosotros -escribe Henry Nouwen- es el lugar en que Dios eligió para habitar... y la vida espiritual nuestra, no es otra cosa que permitir que exista en nuestra alma, el espacio en que Dios pueda morar en mi, crear este espacio, en que su gloria pueda manifestarse, es a lo que todos hemos sido convocados por nuestro Creador.
Pero, sin apartarnos del tema, y en relación con esta segunda venida del Señor, llamada Parusía, nos habla Él diciéndonos: “De aquel día y de aquella hora nadie sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino solo el Padre. Porque como en los días de Noé, así será la aparición del Hijo del hombre. En los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entro Noé en el arca; y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrebato a todos. Así será la venida del Hijo del hombre. Entonces estarán dos en el campo, uno será tomado y otro será dejado. Dos molerán en la muela, una será tomada y otra será dejada”. (Mt 24,36-41). El Catecismo de la Iglesia católica en su parágrafo 673, hace alusión a este desconocimiento de la fecha de la Parusía, diciéndonos: "Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1,7; cf. Mc 13,32). Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44: 1 Ts 5,2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén "retenidos" en las manos de Dios (cf. 2 Ts 2,3-12)”.
También, tenemos testimonio de esta segunda venida del Señor, en los Hechos de los apóstoles donde podemos leer: “Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo”. (Hech 1,7-11). Pero el más claro testimonio de la realidad de la Parusía y e la divinidad del Señor, nos lo da el mismo en su conversación con Pilatos, el cual le interpeló, diciéndole: “¿No respondes nada? ¿Qué es esto que testifican contra ti? El se callaba y no respondía palabra. De nuevo el pontífice le preguntó y dijo: ¿Eres tú el Mesías el hijo del Bendito? Jesús dijo: Yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo”. (Mc 14,60-62).
El dato de que la Parusía llegará cuando se implante el Reino de Dios en el mundo, no le aclara nada a los que quisieran conocer una fecha exacta, esto los deja sin enterarse. Esta idea la explicitita San Pablo cuando escribe diciéndonos: “En él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra”. (Ef 1,7-10). En otras palabras el Reino de Dios, ha de habitar en todos los corazones humanos, porque sin Cristo, todo es inútil, baldío e infructuoso y será entonces cuando venga la Parusía.
El Catecismo de la Iglesia católica, en su parágrafo 674, extractadamente y no de una forma muy clara, relaciona la Parusía con el principio de la implantación del Reino de Dios en el mundo: “La venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia (cf. Rm 11,31), se vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11,26; Mt 23, 39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11,25) en "la incredulidad" (Rm 11,20) respecto a Jesús. San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3,19-21). Y san Pablo le hace eco: "si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11,5). La entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11,12) en la salvación mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual "Dios será todo en nosotros" (1 Co 15,28)”.
Juan Pablo II en su "Carta apostólica dies domini", nos dice que: “En realidad, la espera de la venida de Cristo forma parte del misterio mismo de la Iglesia (55) y se hace visible en cada celebración eucarística. Pero el día del Señor, al recordar de manera concreta la gloria de Cristo resucitado, evoca también con mayor intensidad la gloria futura de su retorno”.
Hahns Scoot escribe diciéndonos: “En la última línea del evangelio de San Mateo, Jesús promete: yo estaré con vosotros siempre... y el Apocalipsis capta ese poderosos sentido de la inminente parusía de Jesús; su venida tiene lugar ahora mismo. El Apocalipsis nos muestra que Él está aquí en plenitud, donde quiera que los cristianos celebren la Eucaristía. La liturgia es una parusía anticipada. La irrupción del “ya”, en el “todavía no”, escribió el cardenal Ratzinger. Cuando vuelva Jesús al final de los tiempos, no tendrá ni un ápice más de gloria que la que tiene ahora mismo sobre los altares, y en los sagrarios de nuestras iglesias. Dios habita entre los hombres ahora mismo, porque la misa es el cielo en la tierra”.
El escatólogo Rico Pavés escribe: “Dado que la parusía es la instauración consumada del reino de Dios, es a la vez el juicio por antonomasia. Aquí la idea de juicio connota el sumum imperium, el gozo del triunfo. Cuando la Iglesia confiesa su fe en Cristo Juez, lo que resuena en el fondo de este artículo es el mensaje reconfortante de la gracia vencedora que lleva a su término la iniciativa salvadora con una intervención que concluye y consuma los actos salvíficos (juicios) plurales que han ido jalonando la historia. (…) La parusía en cuanto último acto de la historia de la salvación, es lisa y llanamente la pascua de la creación, su paso a la configuración escatológica definitiva mediante la anulación del desfase aún vigente entre Cristo y su obra creadora. La humanidad del mundo no es aún lo que llegará a ser, según la promesa incluida en la resurrección de Cristo; precisamente por eso aguardamos la parusía. Así lo expresa San Pablo: “…cuando aparezca Cristo, vida vuestra, también vosotros apareceréis gloriosos con Él”. (Col 3,4)
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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