jueves, 13 de diciembre de 2012

DEL PORQUÉ DE LLAMAR PROTESTANTES A LOS PROTESTANTES



Para comprender la aparición del término “protestante” como aquél por el que se conoce a las iglesias surgidas del movimiento de contestación iniciado por Lutero, quizás sea lo mejor poner las circunstancias de su irrupción en su adecuado contexto.

En el año crucial de 1522, Lutero retorna a Wittenberg para organizar su nueva iglesia reformada. Abandona sus votos monásticos, se casa con la monja Catalina Von Bora que le dará seis hijos, rompe con Erasmo de Rotterdam por la cuestión del libre albedrío que éste opone a la predestinación luterana, y escribe su Catecismo. Son los tiempos en los que determinadas interpretaciones de los principios de su reforma, notablemente la de Münzer, conducen ésta a una notoria radicalización, cuya peor manifestación es la violentísima revuelta de campesinos sofocada con el escalofriante balance de mil castillos y conventos quemados, y más de cien mil muertos. Lutero entonces escribe su “Tratado sobre la autoridad temporal”, en el que defiende el poder constituido, así como la desamortización de la Iglesia y su sumisión al poder temporal. Todo ello le gana el apoyo de muchos príncipes alemanes que, como ya antes hiciera Federico de Sajonia, se relamen con la tajada que esperan sacar de las teorías luteranas, tanto por el apoyo que ésta les brinda en su lucha por liberarse del vasallaje al Emperador, que entonces no es otro que Carlos V, nuestro Carlos I de España, como a través de los beneficios que esperan obtener de la rentable expropiación de bienes eclesiásticos que apunta en lontananza.

En estas circunstancia tiene lugar pocos años después la Dieta de Spira (1529) en la que presentes el Emperador y los príncipes alemanes, intenta aquél evitar que se constituyan nuevas iglesias reformadas allí donde todavía no se han constituido, lo que le vale la severa protesta de los príncipes alemanes, que proclaman ante él: “Protestamos ante Dios, nuestro único creador, conservador, redentor y salvador, quien un día será nuestro juez, así como ante todos los hombres y todas las criaturas, y no aceptamos ni suscribimos de ninguna manera, por nosotros y por los nuestros, el decreto propuesto”.

Protesta que leída por el Elector de Sajonia, Juan el Constante, tendrá una repercusión que los que la realizaron no pudieron ni llegar a sospechar, pues será la que finalmente termine dando el nombre por el que serán más conocidos en adelante los reformistas luteranos, a saber, protestantes.

Podría pensarse que la denominación “protestante” es una denominación de tipo peyorativo, creada desde los círculos ajenos al protestantismo y no excesivamente apreciada, o incluso detestada, entre los receptores de la misma. Evidentemente tanto su creación como su expansión se produce más desde fuera que desde dentro de las nuevas iglesias reformadas, pero como quiera que sea, la denominación será interiorizada por los “protestantes” con la mayor naturalidad, dando nombre a muchas de sus realizaciones en el pasado y en el presente.

Todo lo cual no obsta para que junto a ella se haya ido abriendo camino una segunda denominación para lo que constituyen los movimientos surgidos al hilo de la reforma luterana y fuera del ámbito de la iglesia católica: evangélico, usada mayoritariamente, por ejemplo, en lenguas como el alemán. Pretenden los partidarios del término que ya lo utilizaba para referirse a sus realizaciones y a sus seguidores el propio Lutero.

El nuevo término cada vez más difundido, tiene un inconveniente fundamental, cual es el del equívoco al que induce con muchos movimientos surgidos dentro del seno del propio protestantismo, los cuales adoptan todos ellos con mayor o menor énfasis el término “evangélico” como identificativo de sí mismos. Algunos de ellos con un afán “englobador”, entre los cuales quizás sea el más importante el que se da en llamar Alianza Evangélica Mundial que congrega a 128 iglesias del mundo no católicas y que vendría a representar a unos 600 millones de fieles. Pero otros con un afán disgregador o segregador, entre los cuales quizás sea el más importante el que se da en llamar Evangelicalismo, movimiento protestante que comenzó en el s. XVII con un doble origen emplazado entre los metodistas británicos y los pietistas luteranos alemanes y escandinavos, el cual se va a desarrollar con especial énfasis en Estados Unidos durante los años del Gran Despertar de los siglos XVIII y XIX, y hoy día en muchos países en desarrollo.

Luis Antequera

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