lunes, 29 de marzo de 2010

HE CONFESADO AL DIABLO


Estamos en el Año Sacerdotal en honor del Santo Cura de Ars. El próximo Jueves Santo celebraremos el día de la Institución del Sacerdocio Católico. Con este motivo ofrecemos en el Blog una interesante aportación.

La Página W. Catholic.net tuvo la feliz idea de lanzar un concurso sobre Anécdotas Sacerdotales, dirigido en exclusiva a sacerdotes de todo el mundo. El resultado ha sido magnífico. Han participado en él sacerdotes de 78 países, que han aportado 820 anécdotas.

Tras una concienzuda deliberación de los 20 miembros del Jurado Internacional, fue seleccionada una de las anécdotas como la más original e interesante. La escribió el padre Manuel Julián Zapata, sacerdote de la Diócesis de Cartago en Colombia. Reproducimos a continuación lo que cuenta este sacerdote en su colaboración:

Anécdota Ganadora
HE CONFESADO AL DIABLO

De lo que viví antes de confesarlo, recuerdo lo siguiente...
Como párroco de un pequeño pueblo, frecuentemente, cada domingo, salía por las calles y aprovechaba para saludar a la gente, dejándoles una catequesis escrita, especialmente a aquellos que por diversas razones no acudían al templo.

En aquella parroquia dedicada a San José, muchos tenían una costumbre que cumplían sin falta cada domingo, como si fuera un deber. Esto era tomarse unas frías - así llamaban ellos a la cerveza -. Por tanto, era fácil saber dónde encontrar este tipo de fieles, y entre ellos estaba también él.

Cierto día, al terminar mi recorrido, se acerca una señora para preguntarme si había reconocido al diablo. Según ella, yo lo había saludado y él había recibido uno de los mensajes que yo repartía. Yo no había visto al diablo, o por lo menos no recuerdo haber visto a ninguna ni a ninguno que se le pareciera.

En otra ocasión necesitaba ir al pueblo vecino para ayudar a un hermano sacerdote, pero el coche de la parroquia se había averiado y por ello necesitaba a alguien que me transportara.

Vaya sorpresa cuando, al preguntar a algunas personas quién podría ayudarme con este servicio, inmediatamente un niño me dijo: «Padre, si gusta llamo al diablo para que se lo lleve». No se imaginan lo que pensé en aquel momento. Parecía una broma, pero luego acepté la propuesta y ese día lo vi por primera vez...

Por un buen rato guardé silencio, pues era la primera vez que hacía un viaje así. Además pensé: ¿de qué puedo hablar con el diablo? Al poco tiempo le hablé, pero parecía más una entrevista que un diálogo. Ese día, antes de terminar el viaje y sin decir nada, dejé en su coche un escapulario de la Virgen del Carmen.

En adelante lo veía por todas partes; ya lo reconocía y, aunque siempre lo invitaba a la misa, él siempre me decía: ahora no, algún día lo haré, tengo mis razones.

El tiempo pasó, y cierto día un niño que esperaba en la puerta del templo me dijo que alguien me necesitaba urgentemente y que no quería irse sin antes hablar conmigo. El niño me explicó que se trataba de un enfermo grave. Entonces, rápidamente busqué todo lo necesario para la visita.

Cuán asombrado quedé cuando, al llegar a aquel lugar, descubrí que el enfermo grave que hacía varios días esperaba al sacerdote era Ramón, aquel a quien llamaban el diablo; un hombre del campo que había vivido situaciones humanas muy difíciles. No recordaba cuándo ni por qué le habían empezado a decir así, pero él se había acostumbrado. Ahora, postrado en una cama, padecía de un cáncer terrible y se acercaba a su final.

Recuerdo muy bien lo que él me dijo aquel día: «Padre, ¿me recuerda? Soy aquel que llaman el diablo”, ¡pero mi alma no se la dejo a él; le pertenece a Dios! Por favor, ¿me puede confesar

Fue un momento muy especial, pero aún más cuando vi lo que apretaba en sus manos mientras lo confesaba: un escapulario; precisamente aquel que yo le había dejado en su coche. Ahora él lo portaba en su viaje a la eternidad. Luego, en aquella casa también pude ver una hoja sobre la confesión, una de aquellas que yo mismo le había dado un domingo al mediodía.

Qué grande y misterioso es Dios. Obra en silencio y con sencillez, pero además nos permite compartir con todos el don que nos ha dado.

Y ese día todo el pueblo lo comentaba (y también yo lo pensaba): ¡he confesado al diablo!
Manuel Julián Zapata

A propósito de esta anécdota recuerdo un artículo que publiqué en la revista "Mundo Cristiano" que titulé: Yo he estado en Los Infiernos. Y efectivamente, yo estuve un día en Los Infiernos. Se trata de una pedanía del Campo de Cartagena (Murcia-España), cercana a mi pueblo que se llama LOS INFIERNOS. Es curioso, pero allí vive un grupo de familias que, de por vida, han tenido que decir siempre que viven en los Infiernos, aunque estén en la gloria por la paz que allí se respira. Son ironías de la vida.
Juan García Inza

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