LA MALDAD INSOLENTE
Dije: ‘digo lo que me parece’. Y esto es lo que me parece, en primer lugar: que el mundo en que vivimos ha llegado a un nivel tan álgido de maldad impune, que está clamando al Cielo por castigo. Y esto es para mí un signo, aún desde fuera de la Revelación Cristiana. Un signo que cualquier hombre de mente sana –si todavía los hay- está en condiciones de reconocer: que ‘esto, así, no puede seguir más’.
Que el ‘Mundo’ sea más malo hoy que antes, es algo que quizás se me podría objetar: ‘…el mundo siempre fue malo.” Aún cuando creo que se podría probar que el mundo es hoy más malo (que ha llegado a conocer las ‘profundidades de Satán’ (Ap. 2, 23), de todos modos, no es eso lo que aquí sostengo. Digo otra cosa. Digo que la maldad es impune; y, esto sí, como nunca lo fue antes. Si lo que una mente sana entiende por ‘maldad’: adulterio, perversión contranatura, filicidio, escándalo de los pequeños, latrocinio del pobre, traición, impiedad, fraude…si todas estas cosas son realmente males, ¿quién no convendrá en que todo esto es hoy impune? ¿Y ello, no por desidia o debilidad, sino programáticamente? Es, pues, más que una mera impunidad: es el aliento del mal.
Es la maldad insolente, que dice el tango de Discépolo. Porque todos los horrores que he mencionado son considerados en el mundo actual, derechos, ‘derechos humanos’. La maldad es, pues, más que impune, alentada…y la virtud y el bien son punidos. ¿Que entiendo aquí por ‘virtud’?
Precisamente, los contrarios de los mencionados: la fidelidad a la mujer, la lealtad al jefe, la piedad, la veracidad, el amor filial y paterno, la honestidad, el sacrificio… todas estas cosas para castigar a las cuales el Mundo, si todavía no ha puesto esbirros armados, ha difundido la burla y el escarnio. Y, más aún, la amenaza de condena legal contra cualquiera que, por deber de estado, pretenda corregir hacia esas virtudes la naturaleza rebelde de algún súbdito.
¿Y por qué esto es ‘signo’, signo de inminencia? Porque lo es de la proximidad de un Juicio. De un Juicio último y ‘terminal’, como última y terminal es la Iniquidad a la que ha llegado una justicia humana que alienta el mal y castiga el bien, programáticamente.
Cuando yo estudiaba en Filosofía el tema de la Justicia, se me ocurrió la idea de que la realidad de la Injusticia en el mundo era una prueba, una prueba más –una ‘sexta vía’-, de la existencia de Dios. Porque es prueba de la necesidad del Juicio. Porque la injusticia, que es decir ‘el castigo de los buenos y el premio de los protervos’, es algo de lo cual nuestra conciencia moral nos indica que no puede ser. Ahora bien: sin embargo, es. Por lo tanto exige un acto de reparación que restituya la realidad moral al equilibrio del orden. Y como siempre ha existido injusticia en el mundo, y como esta corrección no se da siempre en el mundo, debe haber una corrección ‘fuera del mundo’. Ahora bien, este ‘fuera del mundo’ me disparaba antes a la Trascendencia divina. Porque la justicia divina siempre algo ha corregido. La remisión a una instancia sobrenatural restitutiva del orden se explicaba por los ‘resquicios’ de lo que la justicia humana no corregía. Y entonces cabía esperar a una restitución en el ‘más allá’. Y también se podía esperar a que la justicia humana corrigiera diferidamente sus yerros: lo que en la injusticia de la honra conculcada llamábamos el ‘juicio de la historia’. Pero ahora la justicia humana no corrige nada. Porque la injusticia ya no es parcial sino ‘global’…y programática.
Esto significa que el Juicio divino se ha acercado. La corrección de las injusticias parciales podía esperar a un juicio ‘en el más allá’ o, aún, en el futuro histórico. Hoy ya no es así: el orden de la Trascendencia se ha aproximado y ‘toca’ ya, al orden de lo terreno e histórico. Cuando las injusticias eran parciales, de cada una de ellas se podía decir: ‘…esta injusticia, esta iniquidad, este pecado, clama al Cielo’. A ese Tribunal se difería, como a un Orden Final, la restitución. Y el Cielo no siempre contestaba al clamor, en la historia. El Cielo ‘podía esperar’, porque la justicia humana podía todavía corregir algo, y porque daba tiempo a la corrección del inicuo: ‘No se retrasa el Señor…sino que usa de paciencia con vosotros’ *
Pero hoy ya no son injusticias parciales las que claman al Cielo: hoy es una Injusticia total e irredimible, porque viste con el manto de la Justicia (derechos ‘humanos’) lo que es su más diametral oposición. Lo que hoy clama al Cielo es el Mundo como totalidad: es la masacre de inocentes en el seno materno, amparada como un ‘derecho’, es la difusión universal del pecado de Sodoma, alentado como ‘opción legítima’, es el latrocinio de los pobres por los ricos, justificándose detrás de las ‘leyes’ de la economía. No, el Cielo ya no puede esperar, el Cielo no puede hacer oídos sordos al clamor.
Lo dicho es, pues, un signo, signo de inminencia, de inminencia del Juicio. Y es un signo cuya interpretación está al alcance de todos, no solo de los cristianos. Todo hombre, con su razón natural –si su razón natural no ha sido obnubilada hasta el punto de no ver lo que se está jugando-, puede verlo, y hacerse cargo: de que, cuando la Injusticia ha llegado a un punto en que se hace irreparable en la tierra, pide una intervención ‘desde lo Alto’.
Pero todavía cabe añadir algo. A esta incapacidad de la justicia humana para corregirse a sí misma, se debe añadir una circunstancia del mundo que nos ha tocado vivir. Esta a la que llamaría ‘el enervamiento’ de la naturaleza, y que quiero decir la pérdida de ‘nervio’ de la misma, esto es, de su capacidad de reacción. Y esto es un signo por lo siguiente: se ha de saber que si Dios no interviene siempre por sí mismo para castigar las iniquidades humanas, es porque normalmente deja este cometido en manos de la Naturaleza, por Él creada. Las grandes catástrofes, naturales y sociales, que jalonan la historia del hombre pecador son, miradas con mirada de Fe, castigos por el Pecado.
No son castigos directos de Dios, bajados del Tribunal Trascendente.
No necesitan serlo, porque Dios ha creado la Naturaleza con un Orden, y cuando ese orden es violado por el Pecado, la naturaleza misma reacciona a esa perturbación con una reacción que es al mismo tiempo ‘reintegradora del orden’, y violenta y dolorosa.
Tiene, así, un sentido penal. Ahora bien: esta reacción saneadora y punitiva de la Naturaleza a las transgresiones de su orden, parece estar siendo ‘quebrada’. Quebrada en su nervio reactivo por obra de una tecnología de inspiración diabólica. En efecto, se trata de una tecnología que no solo hace alarde de violar la naturaleza, sino que se presume capaz de paliar sus catastróficas reacciones: a las que llama ‘efectos no deseados’, Y, ha cegado, también, la mirada de la inteligencia, para que el hombre no vea estos efectos, y los interprete como lo que son: efectos punitorios.
¿Qué ha pasado con el SIDA, castigo patente del pecado contra-natura?.¿Ha provocado compunción, ‘golpes de pecho’ y revisión? Lejos de ello, solo ha producido un recrudecimiento inaudito del vicio abominable: ‘…blasfemaron del Dios del cielo por sus dolores y por sus llagas, y no se arrepintieron de sus obras’.**
Y este es, pues, un signo más, o una acentuación de su significado: la Suma Iniquidad ya no tiene sanción en la historia, ni por obra del hombre, ni por obra de la Naturaleza, administradora del castigo divino. Una vez más: el Juicio Trascendente se ha acercado y ‘toca’, ya, a este final de la historia.
Notas:
*II Pe. 3,9
**Ap. 16, 11
Federico Mihura Seeber
jueves, 21 de noviembre de 2013
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