–Y dale con el demonio…
–Que deje Satanás de atacar a la humanidad, procurando su perdición temporal y eterna, y dejaremos de hablar contra él.
El combate del cristiano por el Reino –«venga a nosotros tu Reino», a mí, a todo el mundo–, como ya vimos en los dos artículos anteriores, no es tanto contra el mundo y la carne, sino contra los espíritus del mal, contra los demonios (Ef 2,1-7; 6,10-12). Se inicia ya en el bautismo, que incluye exorcismos, y se prolonga en toda la vida cristiana por la oración –en el mismo Padrenuestro, «líbranos del Maligno»–, los sacramentos, el ejercicio de las virtudes, la evitación del pecado, de la cautividad del mundo –pensamientos y costumbres–, las bendiciones, como el agua bendita, etc.
Pero en casos extremos, cuando hay signos suficientes de que el demonio ha logrado un dominio especial sobre un hombre, la Iglesia, fiel al mandato de Cristo, practica los exorcismos. Por medio de ellos el hombre atormentado por el demonio se refugia en Jesús, el Salvador, y en él encuentra una acogida llena de misericordia y de paz.
Los exorcismos son, según enseña el Catecismo, con las bendiciones y consagraciones (1671-1672), los más importantes sacramentales de la Iglesia.
1673 «Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del Maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf. Mc 1,25-26; etc.), de Él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (cf. Mc 3,15; 6,7.13; 16,17). En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El exorcismo solemne llamado “el gran exorcismo” sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo.
En estos casos es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante, asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de un presencia del Maligno y no de una enfermedad (cf. CIC can. 1172)».
Bibliografía.–Remito a los lectores más interesados en el tema a otros textos: Corrado Balducci, La posesión diabólica, Martínez Roca, Barcelona 1976, 212 pgs.; posteriormente en edit. San Pablo. Mons. Alfonso Uribe Jaramillo, Ed. Lumen 1995, 221 pgs. (incluye los exorcismos del Rituale Romanum antiguo tradicodps al español); René Laurentin, El demonio ¿símbolo o realidad? Desclée de Brouwer 1998, 325 pgs. (orig. 1995). Gabriele Amorth, Habla un exorcista, Planeta 2001, 3ª ed., 214 pgs. Francesco Bamonte, Possessioni diaboliche ed esorcismo, Paoline 2006, 216 pgs.
Crece hoy el dominio del diablo en las naciones descristianizadas, y por eso aumenta en ellas la necesidad de los exorcismos. Allí donde el Reino de Cristo disminuye –por la herejía y el pecado, la infidelidad y la apostasía¬–, crece necesariamente el poder efectivo del diablo sobre los hombres y las naciones. Esta realidad histórica ya fue discernida en la Iglesia sobre todo a partir del siglo XVIII, cuando se van preparando en las naciones de antigua tradición cristiana armas renovadas al servicio del diablo para su dominio sobre el mundo.
En 1886, León XIII, después, al parecer, de una visión sobrenatural de los poderes de los demonios en el mundo, compuso contra ellos una oración de exorcismo, que había de rezarse, y se rezó, en toda la Iglesia al terminar la Misa: Sancte Michaël Archangele, defende nos in proelio»… Fue integrada esta oración en el Rituale Romanum tradicional de Paulo V (ed. 1954, tit. XII, c.III). Y fue recuperada en el nuevo Ritual de exorcismos (1999), al final del mismo, entre las «Súplicas que pueden ser empleadas privadamente por los fieles en la lucha contra las potestades de las tinieblas».
Los Papas vienen alertando más y más de este mysterium iniquitatis creciente sobre todo en el Occidente apóstata (Pío X, Supremi apostolatus cathedra, 1903, nn. 131-132; Pío XI (Divini Redemptoris 1937, n.22; Pío XII, Nous vous adressons 1950). Pablo VI denuncia en varias ocasiones que en el mundo actual «una potencia adversa ha intervenido. Su nombre es el diablo… Nosotros creemos en la acción que Satanás ejerce hoy en el mundo» (29-VI-1972). «¿Cuáles son las necesidades más grandes de la Iglesia? Que no os maraville como simplista o incluso supersticiosa o irreal nuestra respuesta: una de las más grandes necesidades de la Iglesia es la defensa contra este mal que llamamos demonio… El Mal no es solamente una deficiencia. Es la acción de un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Realidad terrible, misteriosa y temible» (15-XI-1972).
En el mismo sentido advierte Juan Pablo II que «las impresionantes palabras del Apóstol Juan, “el mundo entero está bajo el Maligno” (1Jn 5,19) aluden a la presencia de Satanás en la historia de la humanidad, una presencia que se hace más fuerte a medida que el hombre y la sociedad se alejan de Dios» (13-8-1886; cf. 20-8-1886).
Son muchos los signos de la demonización creciente del mundo. Ateísmo, agnosticismo, irracionalismo, magia, espiritismo, adivinación, cultos esotéricos, satanismo, maleficios, perversión de la filosofía, política destructora del orden natural, guerras, enormes injusticias internacionales, destrucción de la familia, aborto, anticoncepción, divorcio, promiscuidad sexual, pornografía omnipresente, que por vías informáticas llega a todo el mundo, también hasta el rincón de un patio de escuela durante el recreo; celebrities casi siempre escandalosas, predominio creciente de una intelligentzia anticristiana en política, leyes, universidades y medios de comunicación; orientación anti-Cristo de los grandes Organismos internacionales; idolatría del cuerpo y de las riquezas; falsificación de las identidades nacionales, desprecio de la razón y de la cultura, de la historia y de la tradición, etc.
Todas estas realidades, difícilmente discutibles, hacen ver que gran parte del mundo actual está bajo el dominio de Satanás, sobre todo en los países descristianizados. Por lo demás, el crecimiento de las tinieblas y el apagamiento de la luz son fenómenos absolutamente relacionados. Es, pues, obligado pensar que en la raíz de esa demonización creciente de la humanidad, especialmente en los países apóstatas de la fe cristiana, está el oscurecimiento del Evangelio, el alejamiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo y de su Santa Iglesia –oración, Eucaristía, sacramentos, vida cristiana–.
«¿Existen señales, y cuáles, de la presencia de la acción diabólica? –se pregunta Pablo VI–. Podremos suponer su acción siniestra allí donde la negación de Dios se hace radical, sutil y absurda; donde la mentira se afirma, hipócrita y poderosa, contra la verdad evidente; donde el amor es eliminado por un egoísmo frío y cruel; donde el nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde (1Cor 16,22; 12,3); donde el espíritu del Evangelio es mistificado y desmentido; donde se afirma la desesperación como última palabra» (15-XI-1972)…
Si esto es así, es indudable que en nuestro tiempo se dan claramente las señales de la acción del diablo. Estas señales también en otras épocas se han dado, pero no tanto como en el presente. Ya hemos visto que los últimos Papas no han dudado en atribuir el «lado oscuro» de nuestro tiempo al influjo diabólico.
Disminuye la fe en el diablo, que en muchas Iglesias descristianizadas viene a desaparecer de la predicación y de los escritos de espiritualidad. Poner entre paréntesis el tema del demonio y silenciarlo sistemáticamente se considera como exigencia de un «cristianismo correcto», es decir, moderno, aceptable en el mundo actual, alejado de un Evangelio primitivo, demasiado afectado por las culturas paganas. Quienes hoy niegan al diablo y su acción en el mundo se creen muy inteligentes, capaces de superar un cristianismo necesitado de verificación; pero en realidad, «alardeando de de sabios, se hicieron necios» (Rm 1,22), y no entienden absolutamente nada de cuanto sucede en la Iglesia y el mundo. Están «más perdidos que un perro en Misa».
Pablo VI, cuando se iba generalizando esta herejía, que hoy se mantiene fuerte, dejó claro que «se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niega a reconocer la existencia [del demonio]; o bien la explica como una pseudo-realidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias» (15-XI-1972).
Disminuyen al mismo tiempo los exorcismos, hasta el punto de que el ministerio de exorcista desaparece en muchas Iglesias descritianizadas. Las mismas Iglesias que toleran en los bautizados la ausencia masiva de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y de la penitencia (90% de los bautizados), toleran también la extinción de los sacramentales, bendiciones y exorcismos. El pueblo cristiano fiel sigue pidiendo a Dios «líbranos del Maligno», pero son muchas las Iglesias locales que no tienen exorcistas, o que si tienen alguno, es a veces alguien que se honra en declarar que no hace exorcismos.
El profesor Antonio Doñoro, sacerdote, en su obra Exorcismos. Fuentes y teología del Ritual de 1952 (Toledo, 2011), estudia la situación de los exorcismos en España en los últimos cincuenta años. De 69 diócesis españolas, únicamente 25 (un 36%) han tenido algún exorcista, pero sólo 18 lo conservan hoy. Son 44 las diócesis que no tienen exorcista nombrado por el Obispo. Por otra parte, he podido yo saber de algún sacerdote exorcista que, en el ejercicio de los exorcismos, hallaba una de las mayores dificultades en su Curia diocesana o en el Consejo de Pastoral. En efecto, en muchas Iglesia locales, por acción o por omisión, eliminan prácticamente los exorcismos de la vida pastoral, o simplemente les ponen tantas exigencias y dificultades, que prácticamente los impiden.
Se va produciendo, al parecer, en los últimos años una recuperación del ministerio del exorcismo en distintas Iglesias locales. En junio de 2013, por ejemplo, el Sr. Arzobispo de Madrid, Card. Antonio María Rouco, encomendó a ocho sacerdotes que se preparasen para exorcistas de las ocho Vicarías pastorales de la Archidiócesis.
La desaparición de exorcistas y exorcismos se produce justamente cuando más se necesitan. Y no hay en ello contradicción o paradoja alguna. Es perfectamente lógico que se fortalezca y extienda más el poder del demonio allí donde los exorcismos sacramentales no son ejercidos por la Iglesia. Causæ ad invicem sunt causæ. Como he dicho, el pueblo cristiano fiel sigue pidiendo al Padre celestial diariamente «líbranos del Maligno». Y sabemos bien que nuestro Señor Jesucristo, gran exorcista, dio misión y poder a sus apóstoles para expulsar los demonios. Por eso hemos de considerar como una de las más graves deficiencias de las Iglesias descristianizadas la omisión de los exorcismos, es decir, de las ayudas sacramentales que necesitan aquellos hijos suyos especialmente asediados o poseídos por el diablo. Estos bautizados se ven afligidos por terribles sufrimientos y sujetos a graves peligros espirituales, y no reciben la ayuda sacramental de aquellas Iglesias que se niegan a darles el auxilio poderoso de los exorcismos. Obispos, sacerdotes y diáconos resisten así a la misión apostólica y a la palabra de Cristo: «en mi nombre expulsarán los demonios» (Mc 16,17).
* * *
–El Rituale Romanum de exorcismos fue establecido después del Concilio de Trento por Paulo V (1614) partiendo, naturalmente, de formularios precedentes. Siglos más tarde, con leves modificaciones y añadidos, tuvo una reedición autorizada por Pío XI (1925). Y en el pontificado de Pío XII (1952), fue objeto de una nueva edición (Rituale Romanum. Editio typica 1952, Libreria Editrice Vaticana 2008, 970 pgs.). Resumo el contenido del Título XI.
-Capítulo 1, De exorcizandis obsessis a dæmonio. Las 21 observaciones y normas previas que se dan en este inicio proporcionan al exorcista unas orientaciones muy prácticas, llenas de sabiduría y prudencia, que vienen a concentrar en un texto muy breve la experiencia secular de la Iglesia en el ministerio del exorcismo. Merece la pena leerlas (véase el enlace que he indicado, en las páginas 269-270).
-Capítulo 2, da los textos usados por el exorcista (pgs. 271-284). –Se incia el exorcismo por las Letanías y el Padrenuestro: «libera nos a malo». –Salmo 53. –Oración. –Mandato al diablo de decir su nombre. –Prólogo del Evangelio de San Juan, con otros varios Evangelios, y oración. –Exorcismo imperativo, fuerte y solemne, en varias oraciones. –Credo: el Símbolo Atanasiano. –Una docena de Salmos optativos. –Oración «post liberationem».
-Capítulo 3, ofrece un exorcismo que sólo el Obispo puede administrar (pgs. 285-286).
Las fórmulas de los exorcismos tienen la profundidad doctrinal, la claridad y la concisión potente que caracteriza los textos de la Liturgia romana, y han tenido, sobre todo algunas, muchos siglos de práctica en la Iglesia. Destaco un caso, por ejemplo. –Exigir al diablo que dé su nombre, al decir de los exorcistas experimentados, es una acción muy fuerte y eficaz, y muy resistida por el diablo: «Præcipio tibi… dicas mihi nomen tuum, diem, et horam exitus tui, cum aliquo signo: et ut mihi Dei ministros licet indigno, prorsus in omnibus obedias». Es una oración imperativa que repite la pregunta-mandato que Cristo hace al endemoniado de Gerasa: «¿Cuál es tu nombre?» (Mc 5,9). Conocer el nombre del diablo da al exorcista dominio sobre él. Por eso, en las observaciones del capítulo primero, se establece en el n. 15: «Necessariæ vero interrogationes sunt, ex. gr. de numero et nomine spirituum obsidentium, de tempore quo ingressi sunt, de causa, et aliis hujusmodi». Para el exorcista es también muy útil conocer cuándo y cuál fue el medio que sirvió al diablo para iniciar su dominio sobre el obseso o poseso; si el satanismo, el espiritismo, el reiki, tal forma de esoterismo, adivinación, maleficio, etc.
–El nuevo Ritual de los Exorcismos es establecido después del Concilio Vaticano II (1999), bajo la autoridad del papa Juan Pablo II. En el comienzo del documento, el Cardenal Jorge Medina, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos, advierte en una Notificación providencial y sorprendente –Dios sea bendito– que el Obispo puede solicitar para el exorcista de su diócesis licencia para «emplear el rito hasta ahora usado según el título XII de la edición de 1952 del Ritual Romano». Y adelanta que la Congregación «concede con gusto la facultad pedida».
Describo el contenido del Ritual. El Decreto pertinente y una amplia Presentación oficial del Card. Medina, van seguidos de unos largos Prenotandos, que desarrollan la doctrina y la práctica de los exorcismos (nn. 1-38). A continuación, el texto mismo de los exorcismos (39-84). Termina el Ritual con algunos Apéndices, que entre otras cosas incluyen oraciones ya tradicionales, como Bajo tu amparo, Acordáos, la oración a San Miguel arcángel, de León XIII, etc.
Como puede comprobar el lector con más detalle, consultando el enlace que ya he dado, el rito de exorcismo renovado sigue el orden siguiente. Capítulo I (39-66): Agua bendita, Letanías, Salmos, con sus oraciones correspondientes. Prólogo del Evangelio de San Juan. Imposición de manos. Promesas bautismales y renuncias. Señal de la Cruz. Soplo. Oración de exorcismo, deprecativa primero, imperativa después. Acción de gracias. Conclusión. Capítulo II (67-84): Fórmulas alternativas al rito anteriormente descrito.
APÉNDICES.
El nuevo Ritual de los exorcismos ha recibido serias críticas de los exorcistas, no sólo de los antiguos, acostumbrados al Ritual tradicional, sino también de los que comenzaron su ministerio ya publicado el Ritual nuevo de 1999. El padre Gabriele Amorth, exorcista oficial entonces del Vaticano, inició la crítica, como veremos en la entrevista que recojo al final como Apéndice. Y a ella se unieron otros exorcistas, según refiere el periodista José María Zavala en Así se vence al demonio. Hablan los poseídos. Hablan los exorcistas (LibrosLibres 2012, 260 pgs.). Señalo las objeciones principales que suelen hacerse al nuevo Ritual de Exorcismos.
–Los maleficios son la causa más frecuente de las posesiones, y el Ritual antiguo ayudaba a combatirlos. Pero el nuevo, en el punto 15 de los Prenotandos, establece que en estos casos «no debe acudirse de modo alguno al exorcismo». –El exorcista solamente llega a estar cierto de que existe una posesión diabólica cuando, después de los discernimiento previos necesarios, ejercita el exorcismo. Pero el Ritual nuevo, en el punto 16 manda que «debe proceder a celebrar el exorcismo sólo cuando tenga seguridad de la verdadera posesión demoníaca». Los números 15-16, prácticamente, acaban con los exorcismos.
–El Ritual nuevo compone ex novo un buen número de oraciones, menos imperativas y contundentes que las del Rito antiguo. De éste omite otras que venían usándose con gran eficacia desde hacía muchos siglos; algunas procedían de San Ambrosio (+397) o de San Martín de Tours (+397). –El Ritual antiguo (cp. 1, n.15), como ya vimos, consideraba «necesario» que el exorcista afirmara su dominio sobre el demonio exigiéndole que dijera su nombre, número, modo de entrada en el poseso: «præcipio tibi… dicas mihi nomen tuum», etc. (cp. 2,2). Pero esta oración-acción imperativa se ha eliminado en el Ritual nuevo, lo que, según nos dicen, es una gran pérdida.
–El P. Gabriele Amorth en varias ocasiones ha afirmado que el nuevo Ritual fue elaborado por teólogos o liturgistas que no tenían ninguna experiencia personal del ministerio de los exorcismos, como veremos más extensamente en el Apéndice final.
Los exorcistas actuales pueden usar el Ritual Romano antiguo sin necesidad de pedir licencia para ello. Ya vimos que, desde la promulgación del nuevo Ritual, una Notificación previa, providencialmente introducida por el Card. Medina, Prefecto de la Congregación del Culto, advertía que se concedería «con gusto» la facultad de usar el Ritual antiguo a quien lo solicitara. Este mismo Sr. Cardenal, como ya vimos (222), es quien en un Decreto –no tenido después en cuenta– mandó que en todas las oraciones del nuevo Bendicional se hiciera la señal de la cruz, que había sido omitida en la mayoría de ellas. Dios se lo pague. Esta norma, con el favor de Dios, acabará aplicándose.
Después del Motu Proprio Summorum Pontificum, de Benedicto XVI (2007), la Pontificia Comisión «Ecclesia Dei», presidida por el Card. William Levada, publicó con la aprobación del Papa la Instrucción Universæ Ecclesiæ (2011), para interpretar oficialmente el Motu Proprio anterior. Y en el n. 35 dispone: «Se permite el uso del Rituale Romanum vigente en 1962». Esta decisión de la Santa Sede, en la práctica, deja a un lado el nuevo Ritual de exorcismos, aunque no lo retire. De hecho, según parece, la mayoría actual de los exorcistas sigue usando el Ritual antiguo, tanto los que antes de 1999 venían usándolo, como los más recientes.
Pero téngase en cuenta que también puede ser usado, sin solicitar licencia, el Bendicional contenido en el Rituale Romanum antiguo, a tenor de esa misma Instrucción que acabo de citar. Muchas veces aprovechar esta licencia es altamente aconsejable. El nuevo Bendicional (1984) reconoce que también deben ser bendecidas actividades, cosas y lugares (12-13). Pero muchas veces no cumple este principio. Después de organizar una «celebración» con moniciones, lecturas de la Escritura, salmo y preces, más algún cántico eventual de «la asamblea», el objeto mismo de la bendición queda sin bendecir (?), pues las oraciones bendicen solamente a Dios y a las personas que usen esos objetos y lugares o realicen tal actividad. El Bendicional del Ritual antiguo, por el contrario, realmente bendice personas, objetos, lugares y actividades. Y lo hace, sin vacilaciones teológicas, con breve y contundente claridad. Pongo un ejemplo:
BENEDICTIO PANIS. –Adiutorium nostrum in nomine Domini. –Qui fecit cælum et terram. –Dominus vobiscum. –Et cum spiritu tuo. –Oremus. Domine Jesu Christe, panis Angelorum, panis vivus æternæ vitæ, bene + dicere dignare panem istum, sicut benedixisti quinque panes in deserto: ut omnes ex eo gustantes, inde corporis et animæ percipiant sanitatem: Qui vivis et regnas in in sæculasæculorum. Amen. (Et aspergatur aqua benedicta).
José María Iraburu, sacerdote
Rafael de la Piedra
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