lunes, 19 de mayo de 2008

LA PASTORCITA Y MARÍA


Refiere el p. Auremia que una pobre pastorcita que cuidaba ganado, amaba tanto a María, que cifraba todas sus delicias en ir a una capilla de Nuestra Señora situada en el monte, y retirarse allí mientras las ovejas estaban paciendo, para hablar y honrar a su amada madre.

Viendo la niña que aquella imagen de María, (estatua) estaba sin adorno alguno, decidió hacerle un manto con el humilde trabajo de sus manos. Habiendo recogido un día algunas flores del campo, formó una guirnalda, y subiendo después sobre el altar de aquella capillita, la puso en la cabeza de la imagen diciendo:
§ “Madre mía, quisiera ponerte sobre la frente una corona de oro y perlas; más porque soy pobre, recibe esta pobre corona de flores y acéptala como una prenda del amor que te tengo

Con estos y otros obsequios procuraba siempre esta devota doncellita servir y honrar a su amada señora. Pero veamos cómo la buena Madre remuneró a su vez las visitas y el afecto de su hija.

Enfermó esta, y llegada la hora de su muerte, sucedió que pasando por aquel lugar dos religiosos, fatigados del camino se echaron a descansar bajo un árbol. Uno de ellos dormía, el otro velaba; pero ambos tuvieron la misma visión. Se les apareció una comitiva de hermosísimas doncellas, entre ellas una que aventajaba a las demás en belleza y majestad. A esta le preguntó uno de los religiosos:
§ “Señora ¿quién eres y a dónde te diriges por estos caminos?
§ “Yo – respondió – soy la Madre de Dios, que con estas santas vírgenes voy a visitar en esta vecina aldea a una pastorcita moribunda, que muchas veces me ha visitado a Mí
Así dijo y desapareció.

Los dos siervos de Dios dijeron entonces:
§ “Vamos a verla también nosotros

Se pusieron en camino, y hallando el lugar donde habitaba la doncella moribunda, entraron en una pequeña choza y la hallaron sobre un poco de paja. La saludaron, y ella les dijo:
§ “Hermanos rueguen a Dios que les haga ver la compañía que me asiste

Al instante se arrodillaron, y vieron a María, que junto a la cabecera de la moribunda, con una corona en la mano la consolaba. Luego aquellas santas vírgenes empezaron a cantar, y al compás de una suave armonía, aquella bendita alma se separó de su cuerpo. María le puso la corona en la cabeza, y recibiéndola en sus brazos, se la llevó consigo al cielo.

Fuente: Las Glorias de MaríaSan Alfonso María de Ligorio

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