sábado, 19 de noviembre de 2016

MARTA ROBIN GENDARME APOSTADA A LAS PUERTAS DEL INFIERNO

 para Salvar Almas
Una ardiente defensora de la doctrina del infierno durante el Concilio Vaticano II.
Robin, a la edad de 26 años años, se encontró virtualmente paralizada hasta el punto de ser incapaz incluso de tragar.
Por 52 años no tomó ninguna comida o líquido, con excepción de unas pocas gotas de agua que mojaban sus labios, y la Eucaristía.
La hostia no podía ser normalmente tragada por ella sino más bien aspirada.
El Papa Francisco autorizó en el 2014 a la Congregación para las Causas de los Santos a promulgar el decreto sobre las virtudes heroicas de está la mística francesa Marta Robin, quien nació en 1902 y subió al cielo en 1981.

QUIEN FUE MARTA ROBIN
Marta Robin nació el 13 de marzo de 1902, en Châteauneuf de Galaure (Francia).
Sus padres eran propietarios de una modesta plantación de maíz.
En 1903 la familia Robin hubo de pasar por la penosa experiencia de sufrir una epidemia de fiebre tifoidea.
A resultas de ello, la salud de Marta quedó debilitada.
Ello no le permitía acudir regularmente a la escuela, hasta que al fin ella dejó de ir para tomar parte en las labores de la casa y la granja.
Desde su infancia, ella consideró a María como su Madre, amándola y rezándole como tal.
En 1918, Marta Robin sintió los primeros síntomas de la enfermedad que nunca más la abandonaría: una encefalitis.
Se intentó todo para curarla.
Para hacer frente a los gastos médicos, Marta Robin cosía y bordaba para unas cuantas personas que le hacían encargos.
Tras diez años de lucha contra la enfermedad, por la Gracia de Dios, ella comprendió que su enfermedad y su sufrimiento serían el camino que la llevaría a la Unión con el Corazón de Jesús, el Redentor.
Con ayuda del padre Faure, Marta Robin fue adentrándose en una vida de silencio, entrega y oración.
Su unión con Jesús llegó a ser tan íntima que cada viernes ella participaba de los sufrimientos de la Pasión, manifestándose en su cuerpo los estigmas.
En 1929, la enfermedad entra en una segunda fase: tetraplejia y parálisis del canal alimenticio.
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Contrariamente a lo que la ciencia suponía, continuó viviendo sin comer ni beber, solo tomando la Comunión diaria; así se mantuvo durante 52 años.
La gente acudía a confiarle sus preocupaciones en familia, acompañados por sus hijos.
Marta Robin amaba a los niños y hablaba al padre Faure acerca de la necesidad de crear una escuela, la cual se abrió en 1934.
Este sería el comienzo de la importante labor que Dios deseaba poner en marcha.
Para comprender plenamente a fondo de la vida de Marta Robin se puede añadir que nunca dormía, sino que estaba alerta y con el pensamiento activo.

ALIMENTADA SÓLO CON ‘EL PAN DEL CIELO’
Roger Chateauneau, periodista francés escéptico sobre el caso Robin, escribió en Paris-Match en el mes de febrero 1981:
“No se puede establecer un escenario similar a este tipo, cuya fuerza de convicción se casa con la pobreza absoluta de medios y la ley del silencio“. 
A Marta Robin la Eucaristía le era llevada una vez a la semana, los miércoles.
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Su deseo era grande: “Es para mí una cura, un consuelo, una bendición”, decía.
Preguntada por Jean Guitton, el famoso filósofo francés que tuvo una relación intensa con la Robin, Marta dio estas razones en relación con su alimentación sólo con la Sagrada Hostia:
“No me nutro, sólo mojo mi boca y no puedo tragar.
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La hostia pasa no sé cómo.
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Entonces me da la impresión de que es imposible de describir.
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No es un alimento normal, es diferente.
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Una nueva vida me entra.
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Jesús en todo mi cuerpo, como si yo resucitara“.
EL CONCILIO VATICANO II
En “Retrato de Marthe Robin”, escrito por el filósofo francés, surgen algunos intercambios que también afectan a la vida de la Iglesia.
Eran los años del Concilio Vaticano II, al que Guitton asistió como auditor secular, gracias a la especial amistad que le unía a Pablo VI. 
“Me ofrezco incansablemente a este Concilio” dijo la Robin, “me temo que en la tierra la fe está en declive”. 
En particular agregó,
“después de este Concilio no veremos crecer la fe en el mundo y poner nuestra fe en Dios.
Yo no oigo hablar del sufrimiento y el pecado. Del dolor ya no se habla. Esto no excluye que no esté. 
Y el pecado, no podemos excluir que haya. ¿Y el purgatorio? Debemos ir más allá“. 
Por otra parte, las mismas páginas de Guitton sobre la mística francesa habían suscitado dudas en algunos teólogos que expresaron reparos sobre el libro, como que,
“no es coherente con el espíritu del Concilio Vaticano II”, debido a que el Concilio, de acuerdo con estos teólogos citados por Guitton, debería “reducir el campo de lo maravilloso”, sustituyendo “el miedo al infierno con el amor misericordioso.” 
A lo que, escribe Guitton,
“yo respondo que el Concilio (al que asistí) nunca eliminó los textos del Evangelio donde habla del “fuego eterno”.
Donde interviene satanás, donde se anuncia el Juicio Final, donde la idea de hacer un cambio redentor a los pecadores para redimirlos, es el fondo del drama”. 
Sabiendo la amistad de Guitton con Pablo VI, la Robin le pidió asesorar al Papa
“para que sea fuerte. 
¡Oh, si nos pudiera decir, después del Concilio las verdades fundamentales, las que se necesitan! 
Si lo ves dile que estoy siempre con él. 
Dile que por encima de todo entiendo sus ansiedades, sus tentaciones“.
Su orientación con respecto al futuro era clara:
“No sé nada, excepto por una cosa: el futuro pertenece a Jesús“.
Marta Robin con su vida ha sido un gran misterio, sobre todo en una época como la nuestra, llena de escépticos e incrédulos, de orgullo intelectual.

UNA DEFINICIÓN
¿Quién era esta mística que vivía en la campiña francesa? ¿Por qué la Iglesia proclama sus virtudes heroicas?
La respuesta más bella la ha dado el propio Jean Guitton, y se inscribe en el “drama de la salvación”.
Para Robin, había un infierno que ninguna técnica podría abolir.
“La existencia”, escribió Guitton, “nos puede ofrecer una elección entre la vida y la muerte.
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El hombre ha pecado.
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Pero hay una ley de sustitución que permite al inocente redimir al pecador.
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El Cristo, el inocente absoluto, es el primero, el único.
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Marta estaba estacionada en las puertas del infierno, ninguno debía entrar;  imaginó que se trataba de su trabajo principal, su razón de ser, su profesión”.


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