viernes, 31 de diciembre de 2010

¡FELIZ AÑO NUEVO 2011!


Te desea de corazón el Grupo Católico de Oración por los Enfermos Sí Señor”.

UN ABRAZO EN CRISTO Y MARÍA
José Miguel Pajares Clausen

TRATO CON DIOS


Hay momentos que son muy importantes en la vida de muchos seres humanos.

Cuando una persona, empieza a querer encontrar respuestas a esa serie de preguntas que conocemos como trascendentales para nuestro destino final, esta persona, sin darse cuenta está comenzando a tratar con Dios.

El 6 de agosto de 1993, Juan Pablo II publicó la encíclica Veritatis splendory en ella hace alusión a las preguntas transcendentes que acucian al hombre al decir que: Por otra parte, son elementos de los cuales depende la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana que, hoy como ayer, conmueven íntimamente los corazones: ¿Qué es el hombre?, ¿cuál es el sentido y el fin de nuestra vida?, ¿qué es el bien y qué el pecado?, ¿cuál es el origen y el fin del dolor?, ¿cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad?, ¿qué es la muerte, el juicio y la retribución después de la muerte?, ¿cuál es, finalmente, ese misterio último e inefable que abarca nuestra existencia, del que procedemos y hacia el que nos dirigimos?”. Pues bien cuando una persona comienza a querer dar respuestas a las preguntas trascendentales, como decimos esta persona ha comenzado a tratar con Dios.

El trato puede ser positivo, íntimo, gozoso, de apasionado amor de la persona hacia él Señor y con más pasión aún será la correspondencia del Señor, o por el contrario el trato puede ser, un no trato de carácter agresivo, negativo de la existencia de Dios y al mismo tiempo incoherentemente odiarlo. Son extremos opuestos; en un corazón reina el amor del Señor, en el otro el odio del demonio. Entre estos dos extremos caben un sinfín de situaciones intermedias, pero en todo caso por razón de amor o razón de odio se está tratando al Señor. Como es lógico aquí, solo nos vamos a ocupar de las personas, cuyo trato con Dios es positivo, porque a las demás no creo que le interese el contenido de esta glosa.

Nuestra relación esencial con Dios constituye la raíz de nuestro ser, un ser que ha sido creado y tiene su fundamento único en su Creador. Tal es el misterio del corazón humano. Hemos sido creados a imagen de Dios, con una orientación hacia Dios en nuestro yo más íntimo y esto determina una necesidad que tenemos de tratarnos con Dios, aunque solo sea, como antes hemos dicho para negarlo o infravalorarlo. El cardenal Ratzinger escribía en la década de los noventa, en su libro La sal de la tierra, que: Tener trato con Dios para mi es una necesidad. Tan necesario como respirar todos los días, como ver la luz o comer a diario… En el trato con Dios no hay hastío posible. Y no hay hastío posible con Dios, porque lo que nos cansa y nos hastía es lo conocido lo repetitivo, lo que directa o indirecta mente emana de la materia que nos rodea y que siempre es limitada en cuanto a su vida. Por ello el ser humano siempre está ansioso de novedades. Y Dios, que es espíritu puro y eternamente ilimitado en todas sus potencias y facultades, para los que de verdad le aman es una continua caja de sorpresas, de gozo y amor.

En su Cántico espiritual, San Juan de la Cruz escribía: “Por más misterios y maravillas que han descubierto los santos doctores y entendido las santas almas en este estado de vida, les quedó todo lo más por decir y aún por entender y así hay mucho que ahondar en Cristo, porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término, antes van hallando en cada seno nuevas venas de nuevas riquezas acá y allá”. Por esto dijo San Pablo: “En Cristo moran todos los tesoros y sabiduría escondidos”. (Col 2,3). En los cuales el alma humana no puede llegar a obtener nunca un total conocimiento, pues nunca una mente limitada puede alcanzar la ilimitada mente divina.

Más adelante, en su Cántico espiritual San Juan de la Cruz nos dice que: “Aún a lo que en esta vida se puede alcanzar de estos misterios de Cristo, no se puede llegar sin haber padecido mucho y recibido muchas mercedes intelectuales y sensitivas de Dios, y habiendo precedido mucho ejercicio espiritual, porque todas estas mercedes son más bajas, que la sabiduría de los misterios de Cristo, porque todas son como disposiciones para venir a ella. Por esto, según san Juan de la Cruz, el apóstol San Pablo, nos dice: “Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios. Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a Él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amén”. (Ef 3,17-21).

Pero como ya antes manifestaba San Juan de Cruz, él vuelve a insistir en que: Para entrar en estas riquezas y sabiduría, la puerta es la cruz, que es una puerta angosta. Y desear entrar por ella es de pocos; más desear los deleites a que se viene por ella es de muchos”. Para un cristiano esto no puede constituir ninguna sorpresa, en su día el Señor se expresó con suma claridad cuando nos dejó dicho: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará”. (Mt 16,24-25).

El tomar la cruz y seguir al Señor, es un acto que admite un sinfín de categorías, de acuerdo con el ardor y entusiasmo con el que uno decida abrazar la cruz que se le ofrece para recorrer el camino. Y cuanto más fuerte sea nuestro abrazo a la cruz que se nos ofrece, más plenamente podremos ir penetrando en la plenitud, de los insondables tesoros que cl conocimiento de Dios nos ofrece, tal como nos indica San Juan de la Cruz.

Y para caminar en este camino que se nos ofrece, el Señor para seguirle a Él, hemos de tener siempre presente, que la verdadera interioridad cristiana o unión con Dios no es, en su fundamento y en su esencia, una actividad de la mente, sino de la voluntad. Es una actitud, un estado, una determinada disposición duradera e inmutable de amar a Dios, de confianza en Dios, de total entrega a su amor, con plena confianza, sin recelo alguno, anteponiendo todo lo que en este mundo se nos ofrece, bienes, afectos, por muy legítimos que estos sean, al amor que Dios desea de nosotros, requiere una entrega absoluta a Él. Nunca olvidemos que Dios no quiere compartir nuestro amor, el amor que nosotros seamos capaces de darle, en absoluto quiere compartirlo con nada ni con nadie, Él mismo nos lo expreso al comienzo de la Biblia, en su primer libro, en el Pentateuco y dentro de él en dos distintas ocasiones, así en el Éxodo podemos leer: Soy un Dios celoso. (Ex. 20,5), y en el Deuteronomio, también podemos leer: "… porque Yahvéh tu Dios es un fuego devorador, un Dios celoso”. (Dt 4,24). Y no olvidemos el Schema Israel, la oración hebrea, que diariamente el pueblo de Israel, recita: “Escucha, Israel: Yahvéh nuestro Dios es el único Yahvéh. Amarás a Yahvéh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas”. (Dt 6,4-9).

San Francisco de Sales, decía: “Los celos provienen del amor; la envidia proviene de la falta de amor“. Pero los celos de Dios no son como los nuestros. Él está celoso porque tiene miedo de que en lugar de amarlo a Él, en su Ser desnudo, amemos sus cosas, sus riquezas, sus dones, el gozo que nos brinda, la paz que nos dispensa, la verdad que nos regala. Dios no es solo celoso en su amor, es trágico en su amor. Antes de hacerte suyo, antes de dejarse poseer, por ti te desgarrará, te despedazará, te dilacera, así te hará digno de su amor.

Ilimitado es el amor que Dios nos tiene, y por ello ilimitado son sus celos, en Dios ya sabemos que todo es infinito, eterno e ilimitado. Por ello no nos extrañemos de los celos de Dios, sobre el uso que hacemos de nuestro amor, incluido no solo el amor a terceros sino nuestro propio amor a nosotros mismos, lo cual aborrece de manera especial. Dios va tan lejos, que no tolera en nuestro corazón ni la más insignificante huella de amor propio, al que persigue hasta su aniquilamiento total.

En el trato con Dios, como sabemos, esencialmente hemos de orar y a este respecto Jean Lafrace nos dice que: “La oración es una actividad oculta y, por ser lo mejor que tienes para poder ofrecer al Señor, no has de hablar de ello a nadie. De esta manera los otros aprovecharán más, porque será Dios el que coloque la lámpara sobre el candelabro y no tú. Él es muy celoso en este punto, y quiere ser el único en conocer verdaderamente tu hermosura. La oculta incluso a tus ojos; tú, sobre todo no debes intentar conocerla; es la peor de las faltas contra tu castidad. Es muy claro el saber que nuestra vida interior, nuestras relaciones íntimas con el Señor, han de ser eso íntimas, solo entre tú y Él.

Por ello si quieres orar al modo del Señor, tal como nos recomiendan los Padres del desierto, debes de desaparecer a los ojos de los hombres y a tus propios ojos; has de proceder, como lo que eres, una hormiga insignificante. Cuanto más oculto estés a los ojos del mundo, más se complacerá el Señor, en mirarte.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

EL AUTOR DE "NOCHE DE PAZ", TRADUCIDA A 300 IDIOMAS, NO GANÓ NI PARA PAGAR SU ENTIERRO


Joseph Mohr escribió el villancico en 1818.

Posiblemente la canción más emblemática de la navidad se compuso en apenas unas horas en Austria en el año 1818.

¿Quién le iba a decir al joven sacerdote de Oberndorf, Joseph Mohr, que el villancico que escribió la tarde del 23 de diciembre de 1818, y mando a su amigo Franz Gruber para que le pusiera música, iba a ser traducido a más de 300 idiomas, cantado por media humanidad y se iba a convertir en una de las canciones más famosas de todos los tiempos? Nadie, sobre todo si tenemos en cuenta que por aquella obra navideña, de éxito indudable hoy, el sacerdote no obtuvo ni para pagarse su propio entierro.

La historia verdadera.
Muchas son las leyendas que han circulado alrededor del villancico, cuya historia verdadera no se conoció hasta que Gruber envió - 36 años después de que fuera interpretada por primera vez en la Misa del Gallo celebrada, en 1818, en la iglesia de San Nicolás del pequeño pueblo pesquero de Austria - una carta a Berlín con la historia fidedigna del origen de «Still nacht» («Noche de paz»), donde se incluían unas breves biografías… cuando Mohr, pobre, ya había muerto.

El sacerdote escribió una poesía y se la llevó a su amigo Franz Gruber para que le pusiera música Todo ocurrió tres años después de que Europa dejara de desangrarse por las guerras expansionistas francesas y de que Napoleón diera por concluida su epopeya en Waterloo.

En la Navidad de 1818 reinaba la paz en Oberndorf y Mohr, entonces con 26 años, preparaba como siempre la tradicional Misa del Gallo, con la pena de que el órgano de la iglesia no estaba en condiciones de sonar.

El sacerdote se puso manos a la obra y encontró la solución: escribió una poesía y se la llevó a su amigo músico, Franz Gruber, para que le pusiera una sencilla melodía. En apenas unas horas de la tarde del 23 de diciembre, y con la ayuda de una guitarra, el villancico quedó terminado y adaptado para dos voces y coro.

Su difusión.
No se sabe si fue interpretado al principio o al final de la misa, pero sí que allí fue donde sonó por primera vez, sin que Mohr o Gruber se imaginaran que aquella canción se haría universalmente conocida. Y aquello no hubiera ocurrido si, en la primavera siguiente, no hubiera llegado a Oberndorf el constructor de órganos Carlos Mauracher, que, tras conocer el texto y la partitura, se las llevó al Tirol. Y desde allí, dos amigos suyos, los hermanos Strasser, se dedicaron a difundirla por todo el país, durante los muchos viajes que hacían para comercializar sus guantes.

Trece años después de su composición era cantada por un grupo de católicos en la localidad alemana de Leipzig, en un viaje que, lenta pero exitosamente, le fue llevando al resto del mundo como «canción popular tirolesa».

El éxito de aquel pequeño gesto de Mohr fue rotundo, a juzgar por su popularidad hoy, y por la gran cantidad de artistas famosos que la han interpretado.. Y poco se hubiera sabido de sus autores si, 30 años después, en 1854, ya muerto Mohr, un miembro de la capilla real áulica de Berlín no se hubiese preguntado sobre el origen del villancico.

Tras un periodo investigando, solicitó información al convento benedictino de San Pedro, en Salzburgo, que pidió a Gruber que escribiera aquella carta. En ella contaba que Mohr, perteneciente a una familia modesta de Salzburgo tuvo que costearse sus estudios, y que, treinta años después de componer el villancico, murió a los 56, respetado y muy querido, pero tan pobre que la ciudad tuvo que hacerse cargo de los gastos de su entierro. Qué hubiera sido de Mohr si hubiera nacido hoy…
Israel Viana/Abc

¡MARÍA, MADRE DE DIOS!


El primero de enero celebramos a María como Madre de Dios. María fue la elegida para ser Madre de Cristo.

El primero de enero celebramos a María como Madre de Dios.

María fue la elegida para ser Madre de Cristo y aceptó esta misión al decir a Dios. Festejamos el tener una Madre en el cielo que nos ayuda y auxilia en nuestras necesidades y nos ama.

Un poco de historia.
Todo año que se inicia es Año del Señor. Sólo con Él se construye el puente que nos conduce del tiempo a la eternidad. Este día, como todos los demás días, debemos rezar a Dios con infinita confianza. Nuestra vida espiritual debe crecer cada año que pasa. Por esto hoy, que es el primer día del año, le pedimos a María Santísima que nos ayude a lograrlo.

Este día es día de precepto, hay que ir a misa. La misa está dedicada a honrar a María, Madre de Dios y de la Iglesia.

María Madre de Dios. María era una joven Israelita que vivía en Nazaret de Galilea y, como todos los Israelitas, esperaba que se cumpliera la promesa de Dios de mandar un Salvador al mundo. María no era una mujer como todas, pues desde siempre Dios había pensado en ella y había nacido sin pecado original.

El Papa Juan Pablo II a lo largo de su Pontificado nos recordó constantemente la grandeza de María. Nos recuerda que estamos bajo la protección de María que es Madre de Dios y Madre Nuestra. Gracias al de María, Dios se hizo hombre. Con su respuesta, María cambió el rumbo de la historia. Dijo aceptando con alegría la voluntad de Dios, entregándose a sí misma como colaboradora de Dios
y de su plan de salvación.

María fue la elegida para ser la Madre de Dios y ella respondió al llamado He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

La Virgen María nos ayuda a vencer la tentación, conservar el estado de gracia y la amistad con Dios para poder llegar al Cielo.

Si elegimos vivir como hijos de María debemos adoptar varias actitudes:

Abrirle nuestro corazón a su amor: Es dejarnos querer, abandonarnos a su cuidado con total confianza. Ella no se desanima a pesar de nuestros caprichos y debilidades.
Mirarla como nuestra Madre: Hablarle de nuestras alegrías y penas, contarle nuestros problemas y pedirle ayuda para superarlos.
Demostrarle nuestro cariño: Hacer lo que a Ella le gustaría que hicieras, que es lo que Dios quiere de nosotros. Acudir a Ella a lo largo del día nos puede ayudar grandemente.
Confiar plenamente en ella: Todas las gracias que Jesús nos da pasan por las manos de María, y ella mejor que nadie intercede ante su Hijo por nuestras necesidades.
Imitar sus virtudes: Es la mejor manera de demostrarle nuestro amor. Debemos aprovechar esta fiesta para ofrecerle a la Virgen el año que comienza, para pedirle su ayuda de Madre para vencer las dificultades y agradecerle su presencia y cuidado maternal en cada momento de nuestras vidas. Al acudir a la Eucaristía, donde está Dios vivo, pedirle que nos ayude a permanecer cerca de María todo el año, porque fue Él quien nos la dio como madre desde el pie de la cruz.

Algunas personas te dirán que María no es especial, que eso de que fue Virgen y tal es cuento. Recuerda que fue Jesús mismo quien nos la dejó como Madre (Jn 19, 25-27). Además, honrar a la Madre es siempre dar gusto al Hijo. A Jesús pues, le agrada cuando decimos cosas bonitas de María, como es el Ave María del Rosario.

Oración.
Te pido Señor vivir mi vida siempre muy cerca de Ti y de la Santísima Virgen, tu Madre a quien nos encargaste.
Autor: Tere Fernández

HOY ES NOCHE VIEJA


Deseo dormir en paz la última noche del año y despertar con el alma renovada para emprender la nueva jornada de este año que comienza.

Se fue un año más.

Al final del año es conveniente hacer un balance de los 365 días, para ver qué se hizo con ese año de vida. Conviene también saldar todas las deudas que se tienen con Dios y con los demás.

Quiero asomarme a la ventana de mi casa y mirar hacia atrás, hacia ese largo camino que he recorrido durante todo el año.

Si algo puedo ver, es que cada día de ese año transcurrido estuvo lleno del amor de Dios. Estoy en deuda con Él; por eso mi primera palabra al final del año es: ¡Gracias!.

Pero, al lado de tantas bondades de ese Dios, está la triste historia de la ingratitud y la mediocridad para con ese gran amigo. Por eso la segunda palabra tiene que ser: “¡Perdóname todos los errores, todas las mediocridades!. ¡Yo sé que me perdonas!”

Pero hay una tercera palabra que quiero decir: “Te pido un gran año para hacer con el una gran tarea, ayúdame a que este año que empieza sea mejor, que valga la pena vivir. Conviértelo en un gran año. Que aquello de próspero año nuevono se quede en una ironía, sino en una verdad".

También quiero, al final del año, saldar cuentas con mi prójimo, quiero sacar de mi espíritu, arrancar, tirar todos los rencores, odios, resentimientos hacia mis hermanos. Quiero terminar el año bien con todos. Quiero poder decir que no tengo malos sentimientos hacia ningún ser humano.

Es hora de pedir perdón a todos los que en el camino he herido, molestado, desairado. A los que tenían derecho a esperar una respuesta y no se la di, a los que necesitaban una palabra de aliento y me quedé con ella. A los que encontré tirados en el camino de la vida, desesperados, tristes, vacíos de Dios y de ilusión, y pasé de largo porque tenía mucha prisa. Quiero pedirles perdón.

Deseo dormir en paz la última noche del año y despertar con el alma renovada para emprender la nueva jornada de este año que comienza.

Es importante recordar que este año será lo que cada uno haga con él. ¿Será el mejor o será el peor? ¿Será uno de tantos, ni bueno ni malo, sino todo lo contrario? De cada uno de nosotros depende.

Dios que te da ese año nuevo es el que más ardientemente te dice: ¡FELIZ AÑO!

Al Dios que me dio la vida, ¡gracias!.
Al Dios de mis días felices, ¡gracias!.
Al Amor de mis amores, ¡gracias!.

Puesto que al final de la vida me examinarán del amor, perdóname por no haber amado lo suficiente, y concédeme morir de amor.
Autor: P Mariano de Blas

UN AÑO NUEVO


Se oye decir que el tiempo es oro, pero si hablamos con más propiedad, el tiempo es gloria.

La división del tiempo, en años, meses y días, tiene algo de convencional. Hasta cierto punto nuestra vida es un continuo, sin que los momentos más significativos de nuestra existencia se ajusten, como por decreto, al ritmo del calendario. No obstante, el tiempo está ahí, marcando etapas, dividiendo lo que parece indivisible, haciéndose notar, dejando constancia de su paso, de su discurrir.

Un año nuevo puede ser enfocado de muchos modos. Puede ser "un año más". Puede ser, también, un año "nuevo", una posibilidad abierta, una página por escribir, una ventana abierta al futuro o a lo imprevisto.

Para los cristianos, los años y los días no están en manos de un oscuro azar ni de un implacable destino. Para los cristianos, Jesucristo es el Señor del tiempo. Él ha entrado, por la Encarnación, en el tiempo y el tiempo es, desde entonces, "tiempo del Señor". Así lo leemos en las diversas inscripciones: "Año del Señor". El año que empieza no será una excepción. Pase lo que pase en el discurrir de sus días será un "año del Señor", un año que no escapa, como ninguno de ellos lo hace, al cómputo de Dios.

Más allá de los minutos de nuestra vida, importa la calidad de nuestra vivencia del tiempo. "El tiempo es oro", se oye decir, pero, si hablamos con más propiedad, "el tiempo es gloria". Es decir, si vivimos cara a Dios, que es como hay que vivir, el tiempo es ocasión de crecer en amistad con Él. Nuestros días no son meramente etapas de un calendario, sino momentos de gracia, espacios que hemos de aprovechar para apurarlos cumplidamente, sabiendo que, al final de la jornada, lo que cuenta, lo que vale de verdad, es lo que hayamos hecho de cara a Dios.

Si para nosotros Jesucristo es el Señor del tiempo, nuestra mirada hacia el futuro ha de ser, necesariamente, una mirada de esperanza. La esperanza no consiste en creer, acaso ingenuamente, que todo saldrá bien. La esperanza es la confianza en Dios; es la certeza de que, suceda lo que suceda, estamos en manos de Dios.

Un cristiano jamás ha de contemplar con incertidumbre el futuro. Cada año que pasa es una ocasión nueva, una posibilidad nueva. Si sabemos aprovecharlo, cada año representa un nuevo regalo; una posibilidad abierta por la gracia. ¡Qué el Señor nos conceda vivir con esta certeza, y con esta esperanza, el año que comienza!
Autor: Guillermo Juan Morado

jueves, 30 de diciembre de 2010

CONVIERTE YA


Voy a contar una anécdota mía de hace setenta años.

Cuando en 1940 entré jesuita, los jóvenes estudiantes teníamos un profesor de oratoria que nos enseñaba a predicar.

Una de las cosas que hacía es darnos un sermón de un buen predicador para que lo aprendiéramos y lo declamáramos.

A mí me dio un sermón del P. Vieira, jesuita portugués que predicaba a la corte portuguesa.

Los sermones entonces tenían un esquema común: exordio, desarrollo y peroración.

El exordio empezaba con una frase que contenía el tema del sermón. Esa frase era en latín, pues solía ser un versículo de la Biblia. La frase del sermón del P. Vieira era ésta: “Si non modo, ¿cur aliquando? Si aliquando, ¿cur non modo? Que en castellano significa: Si no te conviertes ahora, ¿quién te asegura que podrás hacerlo mañana? Y si piensas hacerlo mañana, ¿por qué no lo haces ya? La idea es tan magnífica que la recuerdo perfectamente a pesar del tiempo transcurrido.

Si no te conviertes ahora, ¿qué seguridad tienes de poder hacerlo mañana? Puedes morir de repente. Todos los días muere gente de repente, pero nunca pensamos que nos puede ocurrir a nosotros. Todas las semanas mueren cincuenta personas en al carretera, pero ninguna salió pensando que no volvería. Un día puede ocurrirnos a nosotros. O morir durmiendo: tres compañeros míos de estudios murieron durmiendo siendo jóvenes, sanos y deportistas. También mueren los jóvenes y los sanos. Para morirse basta estar vivo. O morir en un terremoto, o que se hunda la casa donde vives, como ocurrió en la calle Capitán Arenas de Barcelona, que una noche se hundió una casa y murieron todos los vecinos que estaban durmiendo. A veces la muerte repentina viene en las circunstancias más raras.

La realidad supera la ficción.
En un hospital un enfermo quiso suicidarse y se tiró a la calle desde lo alto. Cayó sobre un transeúnte que murió al darse un golpe en el suelo con la cabeza; y el suicida no murió porque cayó en blando.

En otra ocasión un coche pisó tangencialmente una piedra redonda que salió disparada, atravesó el cristal de la ventanilla de otro coche y mató a uno golpeándole la cabeza.

Son casos reales.
Podemos morir del modo más insospechado. No hay nada más cierto que la muerte ni más incierto que la hora de morir. Por eso no podemos dejar la conversión para más adelante.

Si piensas convertirte, hazlo ya.
El infierno está lleno de personas que pensaban convertirse más adelante, y no tuvieron tiempo de hacerlo. No seas tú uno de esos.

CONVIÉRTETE YA.
P. Jorge Loring S.I.

DIOS VISITA LAS CÁRCELES (6)


(Ver en este mismo blog, 1-2.3: 30 de noviembre 2010 / 4: 9 de diciembre 2010 / 5: 21 de diciembre 2010)

La libertad de los amigos.

También era un sábado por la tarde cuando de repente alguien gritó en mi celda:
-¡Listo! Salga al pasillo.
Con voz apagada, aventuré una tímida pregunta:
-¿Y mis cosas?
-Cójalo todo, también las mantas. Todo.

Por pobre que fuese mi celda me costaba abandonarla. Eran muchos los sufrimientos que había padecido en ella, y mayores aún las gracias de Dios de que aquellas paredes habían sido escenario. Y ahora, ¿adónde?, ¡quién sabía dónde!

Me quitaron las cadenas para que pudiese llevar mis cosas, y sin decir palabra el centinela me condujo a otra ala del edificio, y me dejó en una celda no tan grande como la anterior, con una ventana rota orientada al nordeste, y por tanto, sin sol. Era febrero. Pero lo que más me apenaba era que ya no podría hablar ni ver al Hermano Moser. Antes, cuando yo salía al pasillo y no le encontraba por allí, lo divisaba en seguida en su ventana y nos hacíamos señas con la cabeza o con las manos. Y si era él quien estaba en el patio y yo arriba, hacía como si estuviese limpiando la ventana. Como quiera que fuese nos las arreglábamos para saber el uno del otro y comprobar que ninguno de los dos - Dios sabe quién - había sido llevado al campo de concentración de Sachsenhausen o Buchenwald, como más de una vez nos habían amenazado para aterrorizarnos.

Pero pronto reanudamos el contacto, y por cierto gracias al doctor N, que ya habíamos utilizado en anteriores ocasiones. El mismo doctor se había preocupado de buscarme hasta que me localizó. Él pasaba las cartas de uno a otro. Yo había llegado a la firme convicción de que el Hno. Moser pronto sería puesto en libertad. Por eso le había ya advertido - a pesar de que lo teníamos estrictamente prohibido - que apenas puesto en libertad debía dirigirse al hospital de Santa Eduwigis y tratar de llegar a tiempo de coger alguno de los trenes que aún pudiesen sacarle de Berlín en dirección al sur. Ciertamente que estos mis deseos eran excesivos. Pero mayor aún fue la presteza con que el cielo los escuchó, y eso de la manera más patente.

El 3 de febrero vi que un amigo sacerdote, preso también, estaba muy abatido. Acababan de maltratarle y a continuación el terrible bombardeo de aquel 3 de febrero había acabado de deprimirle. Al pasar ante él, dejé caer mi pañuelo. Comprendió al instante, y en un abrir y cerrar de ojos - como si ocurriese por casualidad - también cayó al suelo su pañuelo. Yo cogí el suyo y él el mío. En el mío había unas líneas:
-“¡Ánimo! El 11 de febrero, fiesta de la aparición de Nuestra Señora de Lourdes, estará usted libre. Muchos de los prisioneros hacemos la novena con esta intención”.
Le vi que lo leía. Al cruzarnos de nuevo, me susurró al oído:
-¿Usted cree que es posible?

Seguimos orando sin descanso. Llegó el 11 de febrero y no ocurrió nada. Mi amigo sacerdote estaba muy desanimado. Pero al día siguiente se presentó de nuevo en mi celda y se me echó al cuello: estaba libre y el centinela le había permitido venir a despedirse. Me entregó tres sagradas formas y un poco de comida.
-Haré que los niños recen todos los días en la parroquia para que también usted pueda verse pronto en libertad.

Nos dimos mutuamente la bendición y salió. En realidad su libertad había estado firmada el 11 de febrero. Pero como cayó en domingo, no se llevó a efecto hasta el día siguiente. Era patente la ayuda de Nuestra Señora.

La vez del Hermano Moser.
Ahora empezamos a importunar a nuestra Madre del Cielo a favor del Hno. Moser. El 15 de febrero, mi buen amigo el médico me sale al encuentro de improviso y me dice:
-Padre, el suizo bajito ya está libre. Quise traerlo pero me fue imposible. Ya le han soltado y a estas horas estará fuera con el párroco de Baviera, que por cierto está enfermo de los riñones y con flebitis.

Gracias a Dios habíamos sido escuchados. El Hno. Moser, que durante los últimos días había estado en gran peligro de ser trasladado a Buchenwald, se hallaba ya en libertad y podía regresar a casa. Fue imposible hacerle un sitio en el Hospital de Santa Eduwigis, pero otros jesuitas le recibieron y atendieron con extraordinaria caridad en otro hospital. Y la misma tarde de su liberación logró abandonar Berlín en uno de los últimos trenes que salieron para Múnich, donde llegó sano y salvo al día siguiente.

Desde entonces fui ya el único jesuita en la cárcel de Moabit. Pero sabiendo que el Hno. Moser estaba fuera de peligro, estaba seguro de que daría noticias mías a mi familia y compañeros, ellos sabrían que aún vivía, y sobre todo que gozaba de gran paz interior.

De Baviera no podía llegarnos ya ninguna noticia a causa de los ataques aéreos y de las vicisitudes de la guerra. Estábamos incomunicados. Solamente se me informó de una cosa: mis carceleros no habían logrado atrapar al P. König, ni tampoco al P. Laurentius, provincial de los Dominicos alemanes. A ambos Padres los buscaban sin descanso. Si lograban echarles el guante, el plan era hacer un espectacular proceso de la orden. Por eso - entre otros motivos - se nos había perdonado provisionalmente la vida en la cárcel de Moabit.

Pero nuestro Señor no permitió que ambos Padres fueran apresados.

Gozo pascual tras los barrotes.
Finales de marzo de 1945. Tras unos días de intensas lluvias sobrevino un hermoso tiempo primaveral y, a Dios gracias, los presos pudimos salir a pasear al patio de la prisión durante media hora antes y después de comer.

En una de esas ocasiones acerté a ver a un preso con el que me había encontrado antes en una gran capital, fuera de Baviera, por cierto, y con el cual había cruzado unas palabras. Era académico, protestante. Por fortuna recordaba su nombre, así que al pasar pude nombrarle en voz baja mientras le saludaba con la mirada. Me contempló atónito:
-¿Dónde nos hemos visto?
-En N, en junio de 1937.
-Entonces, ¿usted es el P. Rösch?
-Sí.
-Es usted muy amable por no haberme olvidado. ¿Puedo?

No pudo continuar. Se nos echaron encima dos guardianes de las SS. Lo sentí muchísimo.

Al poco tiempo fue sábado Santo e hizo un hermoso día de primavera, lleno de sol. Aprovechando unas apreturas junto a una puerta, y sin que casi me diese cuenta, alguien me metió un papel en el bolsillo.

Cuando nos encerraron de nuevo en las celdas, me coloqué en el ángulo muerto de la mía para que el guardia no pudiese sorprenderme leyendo. La carta estaba redactada así:
-“¡Aleluya! Mañana es el santo día de Pascual. De todo corazón le deseo las gracias y gozo propio de tan santa fiesta. Tengo que pedirle un gran favor. Yo soy protestante. Hace unos años estuve en Roma durante el domingo de Pascua, y en la iglesia de San Pedro tuve ocasión de ver al Santo Padre durante una audiencia y hablar con él durante unos momentos. Desde entonces no he vuelto a tener paz. Comencé a estudiar la primitiva Iglesia y los Santos Padres, me he ocupado mucho de la liturgia, y sobre todo, de la Virgen María y de los dogmas católicos relacionados con Ella, y ahora, en los largos meses de cautiverio, después de mucho luchar y mucho orar, veo con toda claridad lo siguiente: debo regresar a la antigua Iglesia materna, tengo que hacerme católico. Pero, ¿cómo lograrlo? Ayúdeme usted.
Reciba mi más afectuoso saludo de Pascua. Suyo
”.

¡Sábado de Pascua! Tal día como hoy se empezaba a rezar y a cantar en casa el Regina caeli, laetare, ¡aleluya! (Alégrate, Reina del Cielo, ¡Aleluya!) en honor del gozo pascual que la Resurrección trajo a Nuestra Señora. En mi celda, lóbrega y triste, penetró la alegre y radiante luz de la Pascua, y aquel recuerdo no se borrará jamás.

Lleno de agradecimiento hacia la infinita bondad de Dios, y pasando por encima de todas las prohibiciones de mis carceleros, escribí a mi concautivo una cordial felicitación de Pascua que acababa con estas palabras:
“¡Mucho ánimo! Confíe en María. Ella nos mostrará el modo de realizar sus deseos. Cristo ha resucitado. ¡Aleluya!”.

Apenas volvimos a vernos. La vigilancia se hizo más estrecha. Las desapariciones y asesinatos de los presos se hicieron más frecuentes. Pero una vez todos los supervivientes fuimos trasladados desde las celdas a los refugios del sótano y - contra toda esperanza - pudimos hablarnos.

-Padre, varias veces he estado a punto de ser ajusticiado y siempre me he librado a última hora. No sé si nos salvaremos los dos. Ahora estamos a tiempo, recíbame en la Iglesia Católica.

Nos evadimos, arrastrándonos, hacia un compartimiento de los sótanos que estaba abandonado, y allí, a la vacilante luz de una vela, tuve la inmensa alegría de recibirle en el seno de nuestra Santa Madre la Iglesia Católica por él ansiada y buscada durante tanto tiempo. Me dio las gracias con la más profunda emoción y me dijo:
-Padre, tenía usted razón. Nuestra Madre del cielo nos ha ayudado.

Y en acción de gracias rezamos juntos el Magníficat. Logró escapar a la muerte en la prisión, y pudo regresar a casa en medio de los suyos. Pero después le cogieron los rusos que le deportaron a una región cerca de Moscú, y murió allí al poco tiempo. Ahora, en el cielo, goza de las alegrías de la eterna Pascua al lado de Nuestra Señora Reina la Virgen María.
Jorge López Teulón

EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA, ESPECÍFICO DEL SACERDOTE


Lo específico del cura son los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia. Lo demás, dar clases, escribir, lo puede hacer cualquiera, pero esas dos cosas son específicamente nuestras.

Hace unos días, un compañero sacerdote me espetó lo siguiente: “¿Te das cuenta que, desde que estás jubilado y dedicas buena parte de tu tiempo al sacramento de la Penitencia, estás haciendo una labor mucho más sacerdotal que lo que hacías antes, cuando buena parte de tu tiempo lo dedicabas a las clases? Mira, lo específico del cura son los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia. Lo demás, dar clases, escribir, lo puede hacer cualquiera, pero esas dos cosas son específicamente nuestras”.

No pude por menos de pensar que mi compañero tenía razón y como lo más propio mío ha sido el sacramento de la Penitencia, que era una de las materias que yo daba en el Seminario, me voy a referir especialmente a este sacramento.

Es indudable que el sacerdote debe ser un hombre de fe y oración. Cantidad de veces nos enfrentamos ante problemas gravísimos y los penitentes nos piden que recemos por ellos. Creer en lo que estamos haciendo y valorar la importancia de la oración me parecen sencillamente fundamentales. Tenemos que tomarnos en serio eso que absolvemos en nombre de Dios y que Dios actúa a través nuestro, lo que no disminuye nuestra responsabilidad, sino que la acrece, lo que puede ser motivo para nosotros de un legítimo orgullo y un ser conscientes que sin su gracia, no podemos nada.

La actitud fundamental del sacerdote hacia los penitentes debe ser el amor. Conseguir esta actitud es fácil, porque aparte que la gracia de estado está para algo, vemos al penitente ya arrepentido, es decir bajo la luz de la gracia que posee, al menos en forma de atrición, y en nosotros mismos se realiza un poco aquello del Evangelio: "Más alegría hay en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse" (Lc 15,7). En este sacramento se llega pronto a la conclusión que el hombre no es el malvado absoluto y que es difícil que un penitente llegue a despertar en nosotros sentimientos negativos.

En un mundo donde la precipitación, la falta de tiempo, la impaciencia hace que muchas personas tengan serios problemas de incomunicación, es necesario que la Iglesia ofrezca lugares, tiempos y personas, sacerdotes o laicos, que realicen tareas de acogida y diálogo, al servicio de la caridad y de la ayuda a los demás, donde pueda acudir quien lo desee, bien sea para desahogarse y encontrar un interlocutor, o para reflexionar sobre el sentido de la vida, que le ayude a vivir en paz consigo mismo y a hacer la paz con los demás, aunque no suponga necesariamente ni confesarse ni recibir la absolución, si bien el perdón sacramental es un importante y con frecuencia necesario instrumento para recuperar la paz de la conciencia.

Convencidos de la necesidad de confesarnos a Dios, tal vez dudemos que sea preciso confesarse a un sacerdote. Es Cristo quien nos lo manda, pues una confesión hecha a Dios solo, en el secreto de nuestro corazón, puede ser un autoengaño y una evasión del verdadero arrepentimiento. La presencia de un testigo de Dios y de la Iglesia nos garantiza que Dios está allí, que nos escucha y perdona, y nos permite escuchar del sacerdote la palabra liberadora de la absolución.

La práctica de la confesión permite un equilibrio en la vida espiritual entre la convicción que somos pecadores y la certeza que Dios nos ama, lo que nos permite comprender que el perdón obtenido no viene de nosotros, sino de Dios, que es quien toca nuestro corazón.

Por ello los sacerdotes debemos amar a este sacramento como ministros suyos y como una de nuestras tareas más importantes: "otras obras por falta de tiempo podrían posponerse y hasta dejarse, pero no la de la confesión" (Conferencia Episcopal Española, Instrucción Pastoral Dejaos reconciliar con Dios 82); el confesor muéstrese siempre dispuesto a confesar a los fieles cuando éstos lo pidan razonablemente (Ritual de la Penitencia2 10 b). Tengamos en cuenta que en pocos sitios es más fácil hacer verdaderamente el bien y ayudar a la conversión hacia Dios que en este sacramento y que Dios no nos pide sino el cumplimiento de nuestro deber de modo humano.

El sacerdote que descuida personalmente este sacramento, será él mismo un mal confesor, dejándose llevar de la pereza y dándose a sí mismo pretextos para evitar el confesionario y deshabituar a los fieles, tanto más cuanto se trata de un servicio difícil. Su abandono es más lamentable, si tenemos en cuenta el enorme bien que este ministerio ha aportado a las almas a lo largo de los siglos. Una cosa es renovarnos y otra muy distinta renunciar a este ministerio.

Y desde luego si queremos que los fieles estimen la confesión, los sacerdotes debemos guiarles no sólo con las palabras, sino sobre todo con el ejemplo. La mejor catequesis es la del sacerdote que se acerca a menudo y con regularidad a este sacramento, que le permite profundizar en la contrición de sus pecados y seguir más fielmente a Cristo, en cuyo nombre perdona a quienes son pecadores como lo es él mismo.
Pedro Trevijano

SE TERMINA EL AÑO 2010


Han pasado ya las penas y las alegrías. De ellas sólo quedan el mérito de haber sufrido con espíritu sobrenatural, y de haber agradecido a Dios.

El tiempo pasa volando. Han pasado ya las penas y las alegrías. De ellas sólo quedan el mérito de haber sufrido con espíritu sobrenatural, y de haber agradecido a Dios las satisfacciones. El pasado deja huella en la biografía que Dios tiene de mí.

El día de hoy podríamos considerar tres cosas:
a) El tiempo pasa.
b) La muerte se acerca.
c) La eternidad nos espera.

El tiempo pasa volando. Han pasado ya las penas y las alegrías. De ellas sólo quedan el mérito de haber sufrido con espíritu sobrenatural, y de haber agradecido a Dios las satisfacciones. El pasado deja huella en la biografía que Dios tiene de mí.

La muerte se acerca. Cada día que pasa estoy más cerca de ella. Es necio no querer pensar esto. Muchos de los que murieron el año pasado se creían que iban a seguir vivos en éste, pero se equivocaron. Puede que este año sea el último de nuestra vida. No es probable, pero sí posible. Debo tenerlo en cuenta. En ese momento trascendental, ¿qué querré haber hecho? ¿Qué NO querré haber hecho? Conviene hacer ahora lo que entonces me alegraré de haber hecho, y no lo que me pesará haber hecho.

La eternidad nos espera. Nos preocupamos mucho de lo terrenal que va durar muy poco. Nos preocupamos de la salud, del dinero, del éxito, de nuestra imagen, etc. Todo esto es transitorio. Lo único que va a perdurar es lo espiritual. El cuerpo se lo van a comer los gusanos. Lo único que va a quedar de nosotros es el alma espiritual e inmortal.

Con la muerte no termina la vida del hombre: se transforma, como dice el Prefacio de Difuntos. Palabras de Santo Tomás Moro sobre la morada en el cambio de destino.

Los que niegan la vida eterna es porque no les conviene. Pero negarla no es destruirla. La verdad es lo que Dios nos ha revelado.

Hoy es el momento de hacer balance. No sólo económico, sino también espiritual y moral.

Hagamos examen del año que termina.

Sin duda que habrá páginas maravillosas, que besaremos con alegría.

Pero también puede haber páginas negras que desearíamos arrancar. Pero eso ya no es posible. Lo escrito, escrito está.

Hoy abrimos un libro nuevo que tiene todas las páginas en blanco. ¿Qué vamos a escribir en él?

Que al finalizar este año que hoy comienza, podamos besar con alegría cada una de sus páginas.

Que no haya páginas negras que deseemos arrancar.

Puede que en ese libro haya cosas desagradables que no dependen de nosotros.

Lo importante es que todo lo que dependa de nosotros sea bueno.

Pidamos a Dios que dirija nuestra mano para que a fin de año podamos besar con alegría todo lo que hemos escrito.

También es el momento de examinar todas las ocasiones perdidas de hacer el bien.

Ocasiones irrecuperables. Pueden venir otras; pero las perdidas, no se recuperarán.

Finalmente, demos gracias a Dios de todo lo bueno recibido en el año que termina.
De la paciencia que Dios a tenido con nosotros.

Y de su gran misericordia.
Autor: P. Jorge Loring SJ

miércoles, 29 de diciembre de 2010

AÑO NUEVO: PONER ÚLTIMAS PIEDRAS


En este año nuevo, revisamos el valor que nos enseña la importancia de terminar lo que emprendemos.

Comenzar algo siempre nos llena de entusiasmo. Un nuevo trabajo, un nuevo proyecto, una nueva relación trae consigo esperanzas y expectativas. En realidad poner la primera piedra de un edificio es relativamente sencillo. Pero poner la última piedra no es tan fácil.

El poner la última piedra es un valor que nos enseña la importancia de terminar lo que emprendemos y no dejarlo a medias.

Cuando termina un año, se da un doble fenómeno: el de la alegría de comenzar un nuevo ciclo, pero en cierta forma también un poco la tristeza de ver que no terminamos todo lo que nos propusimos.

No podemos permitir que el desánimo o la tristeza nos impidan actuar. Los grandes proyectos requieren de un trabajo constante. Las grandes obras se componen de pequeños esfuerzos que se realizan todos los días. Pero también es importante sentarse a meditar en qué queremos lograr y hacia donde esperamos ir. Si no tenemos la constancia y la lucha diaria de construir las cosas grandes con pequeños detalles, nos quedaremos colocando primeras piedras, pero no acabaremos nuestras obras.

Poner la última piedra es la culminación que nos brinda paz y una conciencia serena. Quienes siempre emprenden pero nunca terminan acaban desanimándose y llegando a un conformismo mediocre que no es sano.

Para poner últimas piedras, debemos conocer nuestras capacidades y nuestros defectos. Pero nuestros proyectos siempre deben exigirnos un poco más de lo que podemos hacer. Todos los seres humanos tenemos limitaciones que vamos conociendo con el paso del tiempo. Un joven es mucho más soñador que un adulto. Los jóvenes con frecuencia se establecen metas demasiado altas, poco acordes a sus posibilidades reales. Por el contrario, a veces las personas mayores tienden a ser más pesimistas, pues se han dado cuenta de que la vida no es tan sencilla y que los sueños son difíciles de materializar.

Pero ninguna de las dos actitudes es sana: ni la del joven que no mide sus posibilidades, ni la del adulto que deja de soñar. Tener una actitud equilibrada significa plantearnos metas un poco mayores de lo que sabemos que podemos hacer, y asegurarnos de poner la última piedra. Y una vez que lo logremos, volver a empezar haciendo planes, proyectos y fijándonos nuevas metas, cada vez más altas.

Podemos sentir desánimo porque nosotros no pudimos hacer lo que queríamos, y es lógico. Sin embargo nunca debemos olvidar que si lo que emprendemos no lo hacemos solo para nosotros, ni solo nosotros, sino haciéndolo para la Gloria de Dios y contando con Su ayuda, lo lograremos.

Siempre conviene recordar el Episodio de las Bodas de Caná que nos narra San Juan en su Evangelio, cuando Nuestro Señor Jesucristo hizo su primer milagro: Convirtió el agua en vino, pero hay una nota muy importante que debemos resaltar: antes de convertir el agua en vino, pidió que se llenaran seis tinajas que tenían para las purificaciones de los judíos. El evangelista nos narra que las llenaron hasta arriba”. Este pasaje debe recordarnos que el Señor podría haber creado el vino por un solo acto de Su voluntad, sin embargo quiso que los hombres llenaran las tinajas. Dios está dispuesto a ayudarnos, y hará lo que nosotros no podemos, pero cuenta con nuestro esfuerzo. Y nosotros debemos llenar las tinajas hasta arriba, no hasta la mitad, ni a tres cuartos de su capacidad, sino hasta arriba. Esto significa que cuando tengamos un proyecto, un trabajo, o pongamos una primera piedra, debemos hacer nuestro mejor esfuerzo, y confiar en que Dios suplirá lo que nosotros no podemos hacer.

Es fácil poner primeras piedras, pero no es tan fácil poner últimas piedras. Quien pone últimas piedras se convierte en un elemento fundamental en su familia, en el trabajo, en la comunidad, porque todo el mundo sabe lo difícil que es concluir una tarea y lo fácil que es empezarlas. El secreto de la última piedra está en que si nosotros hacemos nuestro mejor esfuerzo y se lo ofrecemos a Dios, él se encargará de ayudarnos a concluirlo.

Dentro de lo que nos corresponde a nosotros, para vivir el valor de poner últimas piedras podemos:
- Establecer una fecha clara para terminar un proyecto.
- Saber que todo cuanto emprendamos tarde o temprano tendrá obstáculos, y estar preparado para ello.
- Crear un calendario en el que establezcamos acciones concretas para terminar nuestros proyectos.
- Todo gran edificio está construido con partes más pequeñas. Debemos acostumbrarnos a hacer pequeñas acciones, pero muy constantes.
- No poner una sola “última piedra” sino muchísimas, que el culminar nuestras actividades o proyectos se convierta en un hábito, y no en una excepción.

Concluye un año y empieza otro. Y es el momento no solo de hacer propósitos, sino de hacer nuestro esfuerzo humano para llenar las tinajas”, pero nunca olvidar que si realmente queremos poner la última piedra, debemos pedir la ayuda de Dios y él no nos la negará.

Pidámosle a la Santísima Virgen María que interceda ante nuestro Señor para que este año que comienza tenga muchos y muy buenos propósitos, pero que sobre todo tenga muchas últimas piedras y que la mejor última piedra sea la de vivir al final de este año que comienza como buenos cristianos que amemos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas, y que amemos al prójimo como a nosotros mismos.
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TODO LO PUEDE, EL QUE AMA AL SEÑOR


Cualquier creyente, sea practicante o no lo sea, sabe, reconoce y acepta plenamente que Dios es un ser omnipotente.

Y si no lo cree ni lo reconoce ni lo acepta, entonces no es creyente, es un vulgar pagano. Dios como creador único y absoluto de todo lo visible y lo invisible, todo lo puede, todo lo gobierna, todo lo dispone y todo existe y se mantiene, desde el más diminuto átomo de la materia, hasta la más complicada de sus criaturas, desde el más insignificante elemento de lo invisible hasta el más complicado y depurado ser invisible, cuáles pueden ser los ángeles, todo absolutamente todo existe y se mantiene por que el Señor lo desea. “… Porque nada hay imposible para Dios”. (Lc 1,37).

El parágrafo 268 del Catecismo de la Iglesia católica nos dice que: “De todos los atributos divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el Símbolo: confesarla tiene un gran alcance para nuestra vida. Creemos que es esa omnipotencia universal, porque Dios, que ha creado todo (cf. Gn 1,1; Jn 1,3), rige todo y lo puede todo; es amorosa, porque Dios es nuestro Padre (cf. Mt 6,9); es misteriosa, porque sólo la fe puede descubrirla cuando "se manifiesta en la debilidad" (2Co 12,9; cf. 1Co 1,18)”.

El teólogo dominico Garrigou-Lagrange, escribe: Dios es el mismo Ser, que no puede ser, que es desde toda la eternidad, sin comienzo sin límite alguno, el infinito océano del ser. Para comprender la grandeza de Dios habría que afirmar, que si hay cosas que Dios no es capaz de hacer; Dios no es Dios. Si pudiésemos tener una exacta noción de lo que representan los términos infinito y eternidad, comenzaríamos a comprender lo que significa la grandeza de Dios. Y solo entonces al comprender nuestra pequeñez al lado de su grandiosidad, empezaremos a ser humildes. Porque la humildad nace de la visión del abismo que separa a Dios de la criatura. El Padre celestial queriendo gravar profundamente este pensamiento en el alma de Catalina de Siena, le dijo:Yo soy el que es, tú eres la que no es”. Del mismo modo le habló a Moisés el día de la zarza ardiendo en el Sinaí. Dicho en otras palabras, el Señor nos dice: Yo soy el todo, vosotros sois la nada”.

Nada ocurre que Dios no lo disponga. En el Libro de los salmos, esto se expresa en el salmo 126 con unas bellas palabras:
Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas. Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!” (Sal 126,1-2).

También en el Libro de los Salmos, podemos leer: "Todo lo que Él quiere lo hace" (Sal 115,3)

Y este principio real e inmutable, de la omnipotencia de Dios, es muy importante para nosotros por varias razones. La primera de ellas, porque lo que actualmente somos y representamos y lo que seremos, cualquiera que sea nuestro eterno destino, se apoya en la omnipotencia divina. En definitiva nosotros vivimos y existimos porque Dios así lo desea.

Es importante también, porque tenemos que tener siempre presente, que lo que ocurre en el mundo y en aquello que directamente nos afecta, tal como nos dice el apóstol San Pablo: "Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. (Rm 8,28). Sucede porque Dios así lo desea o permite que suceda. Dicho de otra forma: Toda nuestra actividad humana y todo lo que ocurre en el mundo, es consecuencia de una directa intervención de Dios o en su caso del maligno, permitido por Dios para nuestra bien, aunque no lo comprendamos. Aquí nada pasa si Dios no quiere que pase, ya que Él es omnipotente. Y dudar de su omnipotencia es tentarle a Él y ofenderlo, tal como nos explica el parágrafo 2.119 del Catecismo de la Iglesia católica, al decir este que: “La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba, de palabra o de obra, su bondad y su omnipotencia. Así es como Satán quería conseguir de Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios, mediante este gesto, a actuar (cf. Lc 4,9). Jesús le opone las palabras de Dios: "No tentarás al Señor tu Dios" (Dé 6, 16). El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el respeto y la confianza que debemos a nuestro Creador y Señor. Incluye siempre una duda respecto a su amor, su providencia y su poder (cf. 1Co 10,9; Ex 17,2-7; Sal 95,9).

El Señor, nos dejó dicho: "Mirándolos, Jesús les dijo: Para los hombres, imposible, más para Dios todo es posible. (Mt 19,26). Y desde luego nada ni nadie puede cruzar el umbral de nuestro espíritu. Y por ello nada creado puede, por su propia naturaleza, entrar dentro del alma humana, unirse con ella y dilatarla, hacerla más grande. Ese poder solo pertenece a Dios. Lo que es imposible para el hombre es posible para Dios.

Y cuando Dios penetra en un alma humana de sus elegidos, ella puede realizar y realiza cosas asombrosas. Acordémonos de la hazaña de Josué, cuando detuvo el sol en Gabaón, o la de David, que con unos míseros guijarros derrotó al gigante Goliat, Gedeón que rompiendo una vasijas de barro, con solo 300 soldados derrotó sin moverse de su sitio a todo el ejército de nómadas y madianitas adoradores de Baal o el triunfo de Judas Macabeo en la batalla de Bet Horon.

Nosotros podemos participar de esa omnipotencia divina si es que creemos lo suficiente y así el Señor nos dijo: "El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar”, y os habría obedecido”. (Lc 17,6). La fuerza de la oración, como es lógico, proviene de nuestra capacidad en participar de la omnipotencia divina.

Asimismo todas las manifestaciones taumatúrgicas, que Dios realiza por medio de personas, son manifestaciones de su divina omnipotencia.

Terminemos, pidiéndole al Señor de que seamos cada uno de nosotros conscientes de su grandeza y de su omnipotencia, y actúe siempre en consecuencia, porque nuestros éxitos nunca son fruto de nuestro trabajo, sino de la voluntad del Señor, porque fuera de Él, nada existe. Digámosle: Señor, porque solo Tú eres el Todo de todo, de lo que se ve y de lo que no se ve, de lo que ya ha existido, de lo que ya existe y de lo que puede existir en un eterno futuro.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

¿QUÉ DESEO EN UN AÑO NUEVO?


Este año será distinto si te abres a Dios, si rompes con tu egoísmo, si empiezas a vivir no para ti mismo, sino para tantos corazones que te encontrarás este año.

La pregunta me deja un poco inquieto. Porque sé que el año nuevo es simplemente una hoja de calendario, un cambio en los números, una simple tradición humana. Porque el tiempo escapa a nuestro control, y fluye sin cesar. Pero casi todos, al llegar el año nuevo, damos una mirada al año que termina y soñamos en el año que comienza.

Lo pasado queda allí: fijo, inmodificable, casi pétreo. Con sus momentos buenos y sus fracasos, con sus sueños realizados y con los sueños que se evaporaron en el vacío, con las ayudas que me ofrecieron y con las ayudas que pude ofrecer a otros, con mis omisiones y mis cobardías.

Lo futuro inicia, como inició ayer, como inició hace un mes, como iniciará mañana.

Cada instante se presenta como una oportunidad que en parte depende de mi prudencia y de mis decisiones. En otra buena parte, depende de las decisiones de otros. En los dos casos, y aunque no siempre nos demos cuenta, depende de Dios.

De nuevo, ¿qué deseo en un año nuevo? Desearía la paz en Tierra Santa. Para que nadie privase a nadie de su tierra, de su casa, de su familia. Para que las religiones fueran vividas como lo que son: un camino para unir a los hombres bajo la luz de Dios. Para que la tierra donde vivió, murió y resucitó Cristo testimoniase con un estilo de vida nuevo la gran belleza del Evangelio.

Luego, desearía la paz en tantos lugares del planeta. Especialmente en África, donde todavía unos poderosos venden armas para la muerte pero no ofrecen comida para los hambrientos.

Querría, además, que desapareciese el aborto en todos los países del mundo. Lo cual no es ningún sueño imposible: basta con aprender a vivir responsablemente la vocación al amor para que ningún hijo sea visto como un enemigo o un obstáculo en el camino de la propia vida. Porque lo mejor que podemos hacer es vivir para los demás. Porque cada niño pide un poquito de amor y de respeto. Porque cada madre que ha empezado a serlo merece ayuda y apoyo, para que no le falten las cosas que más necesite durante los meses de embarazo y los primeros años de su hijo.

En este nuevo año me gustaría dialogar con quien piensa de modo distinto en un clima de respeto, sin insultos, sin desprecios, sin zancadillas. Porque si él y si yo somos humanos, porque si él y si yo queremos encontrar la verdad, podemos ayudarnos precisamente con una palabra nacida desde los corazones que saben escucharse y, más a fondo, que saben amarse...

El año que inicia querría tener más energías, más entusiasmo, más convicción, para enseñar a los otros lo que para mí es el tesoro verdadero: mi fe católica. Enseñarla, sobre todo, con mi vida. Querría ser, en ese sentido, más coherente, más bueno, más abierto, más disponible, más cercano. Especialmente cuando me encuentre con un pobre, con un enfermo, con una persona triste o desesperada, con quien llora porque sabe lo que muchos no se atreven a reconocer: que ha pecado. Porque sólo cuando me pongo ante mis faltas con honestidad clara y completa, descubro mi miseria y comprendo la de los otros. Y porque cuando reconozco mi miseria y la ajena puedo entender que necesitamos al único que puede limpiarnos con su palabra llena de perdón y de esperanza: Dios.

¿Qué deseo en un año nuevo? Quizá deseo demasiado. Quizá he soñado despierto. Quizá me he dejado llevar por una emoción inconsistente. Mientras, el reloj sigue su marcha, y, sin saberlo, me dice: este año será un poco distinto si te abres a Dios, si rompes con tu egoísmo, si empiezas a vivir no para ti mismo, sino para tantos corazones que encontrarás en los mil cruces de camino de este año que está iniciando...
Autor: P. Fernando Pascual LC

LA COHABITACIÓN, MÁS PELIGROSA QUE EL DIVORCIO PARA LA INTITUCIÓN MATRIMONIAL


Muchos analistas señalan la erosión continua del matrimonio y la familia, pero cifras publicadas en Inglaterra hace ahora cinco años llevaron a Jill Kirby, portavoz del Centro de Estudios de Política (Centre for Policy Studies) a declarar que la peor amenaza para el matrimonio es la cohabitación, es decir, convivir sexualmente sin estar casados.

"El serio declive del matrimonio es un cambio preocupante. La cohabitación es una asociación inherentemente frágil. No es el divorcio lo que impactará seriamente en los niños del futuro, sino los padres que tomarán y dejarán diferentes relaciones en las que el matrimonio no será un factor. Muchas mujeres de cuarenta y cincuenta años vivirán solas, quizás habiendo tenido una o dos relaciones, pero sin haberse casado nunca, con todas sus implicaciones emocionales y financieras. ¿Queremos que se cumplan estas predicciones o queremos recuperar algunas de las virtudes del pasado?"

Las cifras que preocupaban a Jill Kirby las publicó el gobierno inglés el 29 de septiembre de 2005 en su informe de tendencias de población (Population Trends, septiembre 2005). Las cifras mostraban masas de cuarentones y cincuentones ingleses y galeses cohabitando o solos, sin casarse: para el 2031 el 40% de los hombres y el 35% de las mujeres de 45 a 54 años estarán sin casar. En el 2003, en la ya muy desestructurada sociedad inglesa, aún estaban casados el 71% de los hombres y el 72% de las mujeres de esa edad. Para el 2031 sólo estarán casados el 48% de los hombres y el 50% de las mujeres de esas edad, y para muchos será su segundo o tercer matrimonio.

Las asociaciones familiares en el Reino Unido recordaban que estas uniones son muy inestables y generadoras de pobreza, y criticaban que los laboristas hubieran abolido algunos beneficios fiscales del régimen matrimonial y en cambio beneficiaran a los padres solteros. Entrevistado por el DAILY TELEGRAPH, el psicólogo Phillip Hodson, de la Asociación Británica de Consejería y Psicoterapia, explicaba por qué los matrimonios son más interdependientes que los cohabitantes: "matrimonio es cuando dos personas se hacen una, y cohabitar es cuando dos personas siguen siendo dos".

Cohabitar aumenta el riesgo de divorcio.
Muchas parejas jóvenes deciden cohabitar "a prueba", con la idea de casarse después, "para ver si somos compatibles". Piensan que es una forma de prevenir un posible divorcio. Sin embargo, las estadísticas son insistentes: se divorcian más los que antes de casarse estuvieron cohabitando. Las cifras pueden cambiar según el país y el estudio, pero no hay ningún estudio que diga lo contrario, ninguno que diga que los matrimonios creados sin cohabitación presentan más divorcios.

En Estados Unidos, dos investigadores de la Universidad de Wisconsin, Larry Bumpass y James A. Sweet, analizaron los datos del Informe Nacional sobre Familia y Hogares (1987-88), con una muestra de 13.000 personas. Encontraron que en EEUU, diez años después de casarse, el 38% de los que habían cohabitado antes se habían divorciado, en comparación con 27% de los que se casaron directamente. Los autores, que no quieren culpabilizar a nadie, sugieren posibles explicaciones: «Ante el mismo nivel de insatisfacción, los que han cohabitado están más inclinados a aceptar el divorcio como solución».

En Canadá, un estudio del profesor Zheng Wu, de la Universidad de Victoria, llegaba a la conclusión de que quienes viven juntos antes del matrimonio se casan más tarde y se divorcian más. El estudio, publicado en 1999 en la Canadian Review of Sociology and Anthropology, revelaba que el 55% de las parejas canadienses que cohabitan terminan casándose. ¿Salen matrimonios estables de la experiencia? No, al contrario.

Aunque se casan con 33-34 años (5 ó 6 años después el que canadiense medio) y se supone que son más adultos y se conocen bien tras años de cohabitar, no resultan más estables. Según el estudio, las mujeres que han convivido con su pareja antes de casarse tienen una probabilidad mayor de divorciarse (80% ) que las que no lo han hecho. En el caso de los hombres, el aumento de probabilidad es de 150%. El riesgo de ruptura es aún mayor si alguno de los miembros de la pareja ha cohabitado antes con otra persona.

Otro trabajo canadiense, a partir de los datos de la Encuesta Social General Canadiense (analizada por Le Bourdais et al., Canadian Social Trends, 56) era muy clara al respecto: el 33% de las mujeres de 20-30 años que se casa directamente vio roto su matrimonio, mientras que si sumamos las que cohabitaron y luego se casaron y las que cohabitaron sin llegar a casarse nos sale un 66% de mujeres que ven rota su relación de compromiso. Una relación de cohabitación sería el doble de arriesgada que una de matrimonio.

Un tercer trabajo canadiense (A. Milan, Canadian Social Trends, 56, año 2000) comprobó que más del 50% de las uniones en cohabitación quedan disueltas antes de 5 años. Los matrimonios que se rompen antes de 5 años son un 30%.

En Europa, lo mismo.
Los estudios realizados en Europa apuntan en el mismo sentido. En Alemania, un Informe de las Familias del Deutscher Institute se planteó, con una muestra de 10.000 personas entrevistadas personalmente, cuáles son los factores que aumentan el riesgo de divorcio. Una de las circunstancias que influyen en la divorcialidad es el «haber hecho la prueba». Matrimonios que cohabitaron antes de casarse tienen entre 40% y 60% más riesgo de acabar en divorcio.

Suecia es uno de los pocos países donde la cohabitación es realmente hegemónica como primera opción de los jóvenes, pero después de nacer el primer hijo (más de la mitad de los niños nacen fuera del matrimonio) hay tendencia a formalizar la relación y casarse.

Un estudio sueco (de Jan M. Hoen, profesor de demografía de la Universidad de Estocolmo, publicado en el Välfärdsbulletinen) comparó los perfiles de las parejas que tienen hijos y se separan. Las parejas con más riesgo de separarse son las de jóvenes que cohabitan sin estar casados. En estos casos, el nacimiento de un hijo disminuye el riesgo de separación, aunque sólo durante los 18 primeros meses. En general, los matrimonios corren menor riesgo de divorciarse, y más si no han tenido hijos fuera del matrimonio y se casan, cuando deciden vivir juntos.

También en España se ha advertido que la cohabitación previa al matrimonio da peor resultado que casarse directamente. Según la Encuesta sobre Fecundidad y Familia realizada en 1995 con una muestra de 4.000 mujeres y 2.000 varones de 18 a 49 años, entre las mujeres nacidas a finales de los años 60, sólo 3,7% de las que se casaron directamente se habían separado después de 5 años. Las que pasaron antes por la cohabitación se separaron en un 26% de los casos al término de ese plazo.

Al escribir este artículo no hemos encontrado ningún estudio que diga:
a) que las parejas que cohabitan se separan menos que las que se comprometen mediante una boda.
b) que las parejas que se casan tras haber cohabitado se separan menos que las que se casan directamente.

Fidelidad y felicidad.
A partir de un gran tamaño y muy representativo sobre conductas sexuales (estudiado por Blumstein y Schwartz, 1990), quedaba bien establecido que el compromiso y la fidelidad en la cohabitación es mucho menor que en los matrimonios. Se preguntó a los encuestados si habían tenido al menos una relación sexual fuera de su matrimonio o cohabitación en el último año.
Estos son los porcentajes de los que dijeron que sí:
Esposas: 9%
Esposos: 11%
Cohabitadoras: 22%
Cohabitadores: 25%

Otro estudio de 1994 (Laumann et al.) insistió en lo mismo: sólo un 75% de los cohabitadores son monógamos mientras cohabitan (frente a más de un 90% de los casados).

En la comparativa de 1998 de Stack y Eshleman, estudiando 17 países occidentales y Japón, se establecía que los casados dicen estar felices 3,4 veces más que los cohabitadores.

¿Causas o selección?
Nadie niega que a los matrimonios les va mejor que a los cohabitadores. Una teoría es que las personas más serias, más formadas, más comprometidas, más estables emocionalmente, etc... tienen a casarse, mientras que la cohabitación sería la fórmula que prefieren las personas más inmaduras, menos estables, etc...

Pero otra postura es la que afirma que el matrimonio tiene poder para cambiar a las personas, haciéndolas más comprometidas y esforzadas. El estudio de S.L. Nock de 1998, centrado en como el matrimonio afecta a los hombres, afirmaba que casarse ayuda a los adultos a estabilizar su personalidad, ganar auto-estima y confianza personal, desarrollar habilidades y un sentido de responsabilidad que no necesitaban o no desarrollaron de solteros. Otros estudios (Gove et al., 1990; Hu y Goldman, 1990), Lillard y Waite, 1995) señalaban que el matrimonio aumenta la felicidad, el bienestar psicológico, la salud física y la longevidad.

Todo esto llevaba a la socióloga canadiense Anne-Marie Ambert, profesora en la Universidad de York, a desarrollar una lista de ventajas sociales del matrimonio que los gobiernos deberían potenciar:

Una pareja casada es una agencia de salud y bienestar pequeña y a todo riesgo, a cargo de voluntarios. El matrimonio reduce los costes de sanidad, las inversiones en bienestar, los gastos penales y policiales. Reduce los costes relativos al abuso del alcohol, las drogas, las enfermedades sexualmente transmitidas. Más aun, cuando los individuos casados tienen niños se implican más en las escuelas y el vecindario, contribuyen a la estabilidad y mejora de su área y del sistema educativo.
Autor: forumlibertas