viernes, 31 de mayo de 2019

REFLEXIONANDO COMUNITARIAMENTE


Me pidió una persona si podía abundar un poco más sobre la cuestión de si conviene ordenar a un seminarista que va a morir antes de la ordenación. Digo “abundar un poco más” porque ya escribí un post hace tiempo. He retomado ese post y lo he ampliado.

Retomo el tema, pero no se vean mis palabras como una crítica a los tres casos que conozco que han sucedido en la Historia. Mis palabras no son de crítica.

Estoy seguro de que el mismo papa Francisco si estuviéramos paseando, me invitaría a darle mi opinión, a pesar de haber autorizado hace poco un caso. Solo quiero aportar filialmente razones a una cuestión que está sujeta a debate. Pero lo hago desde el respeto a otras posturas.

Esta es una cuestión sujeta a opinión. Con lo cual, no pretendo tener la verdad absoluta. Pero, con mis razones, pretendo descubrir la verdad. Y la verdad siempre tiene el carácter de algo perfecto. Porque el que una cuestión esté sujeta a opinión no implica que debamos desistir en la búsqueda de la verdad.

Un seminarista que había acabado el cuarto año de teología fue diagnosticado con leucemia. Se esperó a ver si la quimioterapia lo salvaba. Pero cuando la noticia del hospital era que le quedaba poco tiempo de vida, el obispo (que debía ser muy buena persona) decidió ordenarlo sacerdote en la habitación del hospital. Vi la foto y era patente que al ordenando le quedaban pocos días de vida.

La buena intención del obispo no la pongo en duda. Pero acerca de lo acertado del hecho sí que me permito hacer algunas reflexiones teológicas ahora que ya ha pasado un año o dos.

El sacerdocio se concede siempre para los demás, para la comunidad. Nunca se confiere este sacramento como un medio de enriquecimiento espiritual para la persona, no se concede para lograr la consumación de ninguna santidad del individuo. El individuo se santifica EN el sacramento, pero no se confiere PARA el individuo. Uno se santifica EN el sacerdocio. El sacerdocio no es pro sacerdote. El sacerdote se santifica en el pro vobis.

Imaginemos un anciano de 70 años que llama a la puerta episcopal solicitando humildemente el sacerdocio. La respuesta del obispo debe ser clara: Si el sujeto se halla en un estado de salud y fuerza física que nos lleva a estimar razonablemente que podrá ejercer el sacerdocio durante años, se le puede ordenar. Pero por más bueno, espiritual y santo que sea el sujeto si no va a poder ejercer el sacerdocio, no se le debe ordenar.

El sacramento del orden no es una medalla a una vida de servicios a la Iglesia, es un ministerio.

Algún alma bondadosa podrá decir: vale la pena ordenarlo para que celebre una misa, una sola misa. Pero si ese argumento fuera cierto, todos los viudos muy involucrados en la vida parroquial podrían aspirar a prepararse con estudios teológicos para celebrar una sola misa antes de morir. La consecuencia lógica de ese argumento podría ser que un 5% de los ancianos podrían coronar su vida laical con el sacerdocio en los últimos 5 años de su vida. El sacerdocio pasaría a ser no un modo de vida, sino una opción para culminar una existencia cristiana.

Alguien bondadoso alegará que esa persona que se ordena in extremis será sacerdote toda la eternidad. Cierto, pero eso no le añadirá ni medio grado más de felicidad en el cielo. Felicidad que dependerá de su mérito, no del número de sacramentos que acumuló en su alma a lo largo de la carrera de su vida.

Si la alta dignidad del sacramento valiera la pena recibirla únicamente por el hecho de vivir la eternidad como sacerdote, la consecuencia es que a todo moribundo se le podría conferir tan alta dignidad en el lecho de muerte. Así todos los varones podrían gozar de tan alta dignidad en la eternidad.

En el libro mío Las corrientes que riegan los cielos expongo rotundamente que en el cielo ni haber sido Romano Pontífice ni cardenal ni arzobispo añade el más insignificante grado de felicidad en esa eternidad. Se verá como algo totalmente accidental frente al mérito que acumuló esa persona. Todos preferiríamos haber sido zapateros o criadores de cerdos antes que ser Romano Pontífice de toda la Iglesia y gozar menos en la eternidad.

La conclusión de todo lo que he expuesto es clara. Cuando un seminarista cae gravemente enfermo y va a morir, no se debe adelantar la ordenación.

Si un sacerdote muere de manera fulminante una semana después de la ordenación, la voluntad de Dios fue que se ordenara y después muriera. Pero si Dios coloca la muerte antes de la ordenación, la voluntad de Dios se ha manifestado con ese decreto.

El obispo fija una fecha de ordenación. Pero Dios determina que morirá un mes antes. Pensemos en esta situación. El Señor ya sabía la fecha y lo llama antes a su presencia. ¿No es esto acaso una manifestación de su Voluntad? Lo miremos como lo miremos esto tiene una implicación filosófica: Cambiar la fecha de la ordenación implica adelantarse al adelanto de Dios.

El Señor podría haber retrasado una fecha (la de la muerte), pero, de hecho, hizo al revés: adelantó la de la muerte. Y esa fecha, la de la muerte, dependió totalmente de la Decisión Dios, para nada de la decisión de los hombres. ¿Adelantarse al adelanto de Dios es, realmente, la Voluntad de Dios?

Sí que se puede adelantar la primera comunión o la confesión o la confirmación, porque esos sacramentos son PARA el bien de la persona.

Imaginemos que se escogiera a un cardenal como papa, en el siglo XVIII, y se pusiera enfermo unas horas después. ¿Tendría sentido acelerar la ceremonia de coronación para que muriera coronado como papa? ¿O tendría sentido, actualmente, acelerar la misa de inicio de un pontificado si nos viéramos en la misma tesitura?

Alguno dirá que, en el caso del sacerdocio, el sacramento imprime carácter. Pero no olvidemos que la ceremonia de coronación también otorgaba gracias, pues era un sacramental. E, incluso, podía otorgar grandísimas gracias. Y, sin embargo, no debería adelantarse tal ceremonia ni lo más mínimo ni la de coronación (antiguamente) ni la de inicio del pontificado (actualmente).

Alguno persistirá en su idea de ser sacerdote para siempre, que eso es razón suficiente. Pero si no existiera la Humanidad, ¿Jesús hubiera muerto en la Cruz para ser sacerdote? Evidentemente, no. Realizó el sacrificio POR nosotros. Eso le consagró para siempre, pero no lo hizo para bien de sí mismo. Incluso en Jesucristo el sacerdocio es PARA nosotros.

Pongamos otro ejemplo, alguien es elegido como obispo de una diócesis. Pero dos semanas antes de la fecha fijada para la ordenación sufre un infarto y se prevé que no dure más allá de unos días. ¿Se le debería ordenar como obispo en el hospital? Evidentemente, no. ¿Por qué? Porque el sacramento es para el ministerio, no por el grado. ¿Qué sentido tiene ordenar como diácono al que no va a ejercer el servicio en la comunidad?

Imaginemos que un monseñor del Vaticano va a morir y un cardenal suplicara al papa: “Ordenémoslo como obispo para que así toda la eternidad esté más configurado con Cristo Sacerdote”.

P. Fortea

EL CRISTAL EN EL OJO


Para superar el modo negativo de ver las cosas hemos de comprender lo que hemos sufrido y hecho sufrir inútilmente, lo ingratos e injustos que hemos sido con nuestros pensamientos.

Por: Alfonso Aguiló | Fuente: www.interrogantes.net
Uno de los cuentos de Andersen comienza con la historia de un espejo mágico construido por unos duendes perversos. El espejo tenía una curiosa particularidad. Al mirar en él, sólo se veían las cosas malas y desagradables, nunca las buenas. Si se ponía ante el espejo una buena persona, se veía siempre con aspecto antipático. Y si un pensamiento bueno pasaba por la mente de alguien, el espejo reflejaba una risa sarcástica. Pero lo peor es que la gente creía que gracias a aquel maldito espejo podía ver las cosas como en realidad eran.

Un día el espejo se rompió en infinidad de pedazos, pequeños como partículas de polvo invisible, que se extendieron por el mundo entero. Si uno de aquellos minúsculos cristalillos se metía en el ojo de una persona, empezaba a ver todo bajo su aspecto malo. Y eso es lo que sucedió a un chico llamado Kay. Estaba una noche mirando por la ventana y de repente se frotó un párpado. Notó que se le había metido algo. Su amiga Gerda, que estaba con él, intentó limpiarle el ojo, pero no vio nada.

Sin embargo, a partir de entonces Kay ya no era el mismo de siempre. Cambió su carácter. Sus juegos ahora eran distintos. Aparentaban ser muy juiciosos, pero su actitud era siempre crítica, ácida, distante. Veía ridículo todo lo positivo y bueno. Le gustaba resaltar lo malo, poner de relieve los defectos de todo. Y aquel odioso cristal, que tanto había cambiado su modo de ver las cosas, se fue deslizando desde el ojo hasta llegar al corazón, que se enfrió tanto como su mirada y se convirtió en un témpano de hielo. Y entonces ya no le dolía.

El chico acabó recluido en un frío castillo, y allí vivía, persuadido de que era el mejor lugar del mundo. Su amiga lo buscó de un lugar a otro durante un año. Tuvo que superar muchas dificultades hasta que al fin lo encontró. Vio entonces cómo el chico se entretenía coleccionando trocitos de hielo y componiéndolos con diseños muy ingeniosos. Era el gran rompecabezas helado de la inteligencia.

Quizá en la vida ordinaria a bastantes personas les ha pasado algo parecido. En determinado momento, su mirada cambió. Empezaron a ver todo con peores ojos, a fijarse siempre en lo negativo. Fueron seducidos por una dialéctica turbia y peligrosa que les llevaba a asomarse a todos los abismos. Pensaban que con eso superaban una ingenuidad anterior, y les sucedió como a los que miraban en aquel maldito espejo: estaban seguros de que ahora tenían una visión más madura, de que veían las cosas tal como en realidad eran.

Y al cambiar su mirada, cambió también su corazón. Empezaron a ver a las personas por sus defectos en vez de por sus cualidades. Empezaron a ser envidiosos, a pensar mal, a sufrir con los éxitos ajenos, a ser victimistas. Muchos de ellos volcaron esa visión negativa también sobre sí mismos, y eso les llevó a agigantar sus defectos, a infravalorarse y autoempequeñecerse.

Con el tiempo, quizá han advertido que ese proceso les atormenta y les consume, pero les cuesta controlar sus pensamientos. Saben que deberían reconducir esas ideas que se han adueñado de su cabeza, pero hay algo que congela sus recuerdos y emociones, como sucedía a Kay durante su cautiverio en el castillo.

Para superar ese modo negativo de ver las cosas -que en alguna medida nos afecta a todos-, hemos de comprender lo equivocado de ese dolor, lo que hemos sufrido y hecho sufrir inútilmente, lo ingratos e injustos que hemos sido con nuestros pensamientos. Cuando lamentemos de verdad todo eso, cuando dejemos reponerse al corazón y empecemos a ver las cosas con los ojos de antes, volveremos a ver la realidad tal como es.

Quizá el problema es que el corazón está ya un poco frío y apenas nos duele, como le pasaba a Kay. Pero no por eso deja de tener y necesitar arreglo. Es un cambio difícil, pero posible. En el cuento, fueron las lágrimas de Gerda las que se abrieron camino hasta el corazón de su amigo, que también comenzó a llorar, y lo hizo de tal modo que el maldito cristal salió flotando entre sus lágrimas. También a nosotros nos puede ayudar mucho una mano amiga, una persona que supere los obstáculos que sean necesarios hasta hacernos comprender lo triste de nuestra actitud. Porque la vida a veces es dura y difícil, pero lo es sobre todo por ese cúmulo de prejuicios que nos ha entrado por la mirada y ha ido descendiendo hasta el corazón. Y sólo ese llanto del alma nos hará valorar el error y superarlo.

¿POR QUÉ Y CÓMO VISITAR AL SEÑOR JESÚS SACRAMENTADO?


La Hostia consagrada es particularmente eficaz para poder palpar el amor infinito de su corazón.

Por: n/a | Fuente: caminohaciadios.com
¿Quién no necesita de un amigo con quien caminar a lo largo de la vida? ¿Quién no necesita de una persona que nos escuche y acoja con el mayor aprecio? ¿Quién no necesita de alguien con quien compartir la alegría fraterna de la amistad, y siempre dispuesta para ayudarnos en los momentos difíciles? El mejor de estos amigos es Jesús, nuestro Reconciliador, a quien podemos recibir en el Sacramento de la Eucaristía, y a quien también podemos visitar, acompañándolo ante el Sagrario, en el silencio de una capilla o de una iglesia.

El Señor Jesús nos llama «amigos». Está siempre con nosotros y, como sabemos, eso se manifiesta de modo visible en la Eucaristía, «sacramento del Sacrificio del Banquete y de la Presencia permanente de Jesucristo Salvador». Siendo un sacramento admirable, a veces se nos olvida que podemos recurrir a él con frecuencia. No tenemos que esperar cada Domingo para encontrarnos con Cristo presente en la Eucaristía. Podemos salir al encuentro del Señor. Ahí Jesús nos espera siempre, anhelante de que le abramos el corazón en la intimidad de la oración.
Si bien es verdad que podemos conversar con el Señor Jesús en todo momento y en cualquier lugar, su presencia en la Hostia consagrada es privilegiada y particularmente eficaz para poder «palpar el amor infinito de su corazón». Allí está presente por excelencia, en el modo como Él quiso permanecer entre nosotros. Eso hace una gran diferencia. El Señor está realmente presente en la Eucaristía, invitándonos a acompañarlo, ofreciéndonos su firme apoyo en nuestro peregrinar. La Iglesia y el mundo-nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica- «tienen gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración».

¿QUÉ LE DECIMOS AL SEÑOR JESÚS SACRAMENTADO?
¡Todo aquello que anida en nuestro corazón! La adoración eucarística es un momento de intimidad, de confianza y de amistad con Dios. En esos ratos de oración ante el Santísimo, ante Jesús Sacramentado, recordamos que su presencia es fruto del amor que nos tiene. Es un momento oportuno para renovar nuestro propósito de ser santos y de responder generosamente al amor de Dios. En la adoración a Cristo Jesús también podemos pedir perdón por nuestras faltas y pecados, reconociendo así, con humildad, que sólo Él tiene el poder para perdonarnos, renovando nuestra confianza en su misericordia.

Podemos rezar por los demás, por nuestros familiares, los amigos, por los necesitados, los sufrientes, los enfermos. También por la iglesia, el Santo Padre y sus desvalidos, por los que necesitan de la fe y se creen abandonados de Dios. En fin, en cada uno de nosotros anidan diversas intenciones y necesidades que podemos presentar con fe y confianza al Señor Jesús. De hecho, la adoración Eucarística tiene una profunda relación con la evangelización. Por un lado, rezar por los demás ya es una privilegiada forma de apostolado; y por otro, la experiencia de encuentro con el Señor nos renueva en el ardor para anunciarlo como quien se ha encontrado personalmente con Él.

Es verdad que «a menudo, en nuestra oración -como señalaba el Papa Benedicto XVI, nos encontramos ante el silencio de Dios (...) Pero este silencia de Dios, como le sucedió también a Jesús, no indica su ausencia. El cristiano sabe bien que el Señor está presente y escucha». Esta situación, que quizás hemos experimentado en más de una ocasión, nos invita a confiar y tener paciencia, y puede ser un tiempo de maduración para nuestra fe, recordándonos que «el Dios silencioso es también un Dios que habla, que se revela».

¿CÓMO VISITAR AL SEÑOR PRESENTE EN EL SANTÍSIMO SACRAMENTO?
Para empezar necesitamos silencio interior y recogimiento para visitar al Señor Sacramentado. «El silencio -indicaba Benedicto XVI- es capaz de abrir un espacio interior en lo más íntimo de nosotros mismos, para hacer que allí habite Dios, para que su Palabra permanezca en nosotros, para que el amor a Él arraigue en nuestra mente y en nuestro corazón y anime nuestra vida». Cuando nos encontramos en presencia de Jesús Sacramentado lo primero es hacer un acto de fe y tomar consciencia de que Dios está ahí realmente presente.

Muchas veces visitaremos el Santísimo Sacramento de modo espontáneo. No siempre hallamos una capilla cerca de donde vivimos o trabajamos, pero a veces tenemos la oportunidad de hacerlo y la aprovechamos. ¿A quién no le gusta recibir la visita sorpresa de un amigo cercano? El Señor se alegrará también cuando lo visitemos así. Sin embargo, si podemos hacer de la visita al Santísimo un hábito que tendrá muchos frutos en nuestra vida espiritual. Quizás podamos visitarlo unos minutos al día, o dos o tres veces por semana. Podemos hacerlo solos, en la compañía de alguien, o también en familia. Invitar a alguien a visitar al Señor presente en el Santísimo Sacramento es una excelente oportunidad para hacer apostolado y dar ocasión para que otras personas que quizás estén un poco alejadas del Señor vuelvan a encontrarse con Él en la intimidad de la oración.

Si bien podemos rezar con las palabras que espontáneamente vengan a nuestro corazón, cuando vamos a visitar al Señor Jesús por un tiempo más prolongado ayuda muchísimo preparar nuestra visita. Podemos, por ejemplo, dedicar unos minutos a un momento de diálogo personal con el Señor, otros minutos a la meditación de un texto eucarístico o a rezar con los salmos, y otro momento a pedir por nuestras necesidades y las de los demás. Las posibilidades son muy variadas, y esta costumbre ayudará a que nos mantengamos concentrados y enfocados.

Hablando precisamente de textos sobre los cuales podemos meditar, existen diversas citas en la Sagrada Escritura sobre las cuales podemos rezar y que nos ayudarán en nuestra meditación. Lo pasajes sobre la institución de la Eucaristía en la Última Cena, por ejemplo, así como aquellos en los cuales el Señor habla del «Pan de Vida», entre tantas otras, nos ayudarán a tomar especial consciencia de la presencia real del Señor. Mediar delante del Señor «nos da la posibilidad de llegar al manantial mismo de la gracia», nos ayudará a un encuentro más íntimo con Él, y a descubrir con mayor ardor el inmenso bien que significa su presencia en la Eucaristía. Hay, por otro lado, muchos devocionarios eucarísticos que podemos utilizar en nuestras visitas. En ellos encontraremos también otros textos valiosos, oraciones de santos, así como cantos adecuados para la oración eucarística que con seguridad enriquecerán nuestra oración.

«YO ESTOY CON USTEDES TODOS LOS DÍAS»
Cuando nos acercamos a Jesús Sacramentado tengamos siempre presente su promesa: «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». Es una invitación a confiar con Él, con alegría, sabiendo que está ahí siempre, paciente, gozoso, dispuesto a ayudarnos, a escucharnos. De la misma manera, recordemos que el Señor nos ha querido dejar una Madre que nos acompaña y nos ayuda a acercarnos cada vez más a su Hijo. Que Ella, como lo decía el Beato Papa Juan Pablo II, «que fue la verdadera Arca de la Nueva Alianza, Sagrario vivo del Dios Encarnado, nos enseñe a tratar con pureza, humildad y devoción ferviente a Jesucristo, su Hijo, presente en el Tabernáculo».

PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO
1.     ¿Qué tan importante es en mi vida espiritual la adoración Eucarística?
2.     ¿Qué obstáculos veo en mi vida para crecer en mi devoción a Jesús sacramentado?
3.     ¿Qué medios puedo poner para que mis visitas al Santísimo sean una experiencia cada vez más profunda de encuentro con el Señor Jesús?
CITAS
1.     Jn 15,14.
2.     S.S. Juan Pablo II, Homilía, 12/06/1993.
3.     Catecismo de la Iglesia Católica, n. 13800
4.     Benedicto XVI, Respuestas a las preguntas de los jóvenes durante la vigilia de oración, 01/09/2007.
5.     Benedicto XVI, Audiencia general, 07/03/2012.
6.     S.S. Juan Pablo II, Ecclesia de la Eucharistia, 25.
7.     Mt 28,20.
8.     S.S. Juan Pablo II, Homilía, 12/06/1993.
CITAS PARA LA ORACIÓN
  • La institución de la Eucaristía: Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,15-20.
  • El Señor Jesús es el Pan de Vida: Jn 6,51 59.
  • Nuestra actitud frente a la Eucaristía: 1Cor 11,27 29.
  • El Señor nos invita a la comunión con Él: Ap 3,20; Jn 14,23.

DISCURSO DE PAPA FRANCISCO EN RUMANIA


Primer discurso en el Palacio Presidencial de Cotroceni en Rumania.

Por: Papa Francisco | Fuente: Vaticano
Texto completo del discurso de Papa Francisco:

Dirijo un cordial saludo y mi agradecimiento al señor Presidente y a la señora Primer Ministro por su invitación a visitar Rumania, y por las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido, también en nombre de las demás Autoridades de la Nación y de vuestro querido pueblo. Saludo a los miembros del Cuerpo Diplomático y a los representantes de la sociedad civil aquí reunidos.

Saludo con deferencia a Su Beatitud el Patriarca Daniel, como también a los Metropolitanos y Obispos del Santo Sínodo, y a todos los fieles de la Iglesia Ortodoxa rumana. Hago extensivo un saludo afectuoso a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a todos los miembros de la Iglesia católica, a los que he venido a confirmar en la fe y a alentar en su camino de vida y de testimonio cristiano.

Me complace estar en vuestra zara frumoasa (tierra hermosa), veinte años después de la visita de san Juan Pablo II, y en el momento en que Rumania, por primera vez desde que se unió a la Unión Europea, preside en este semestre el Consejo Europeo.

Este es un momento propicio para dirigir una mirada de conjunto sobre los últimos treinta años desde que Rumania se liberó de un régimen que oprimía la libertad civil y religiosa, la aislaba de otros países europeos y la llevaba también al estancamiento económico y al agotamiento de sus fuerzas creadoras. Durante este tiempo, Rumania se ha comprometido en la construcción de un proyecto democrático a través del pluralismo de las fuerzas políticas y sociales, y del diálogo recíproco en favor del reconocimiento fundamental de la libertad religiosa y la plena integración del país en el amplio escenario internacional.

Es importante reconocer lo mucho que se ha avanzado en este camino, aun en medio de grandes dificultades y privaciones. El deseo de progresar en los diversos campos de la vida civil, social, cultural y científica ha puesto en marcha tantas energías y proyectos, ha liberado numerosas fuerzas creativas que antes estaban retenidas y ha dado un nuevo impulso a las numerosas iniciativas emprendidas, conduciendo el país al siglo XXI. Los aliento a seguir trabajando para consolidar las estructuras e instituciones necesarias que no sólo den respuesta a las justas aspiraciones de los ciudadanos, sino que estimulen y permitan a su pueblo plasmar todo el potencial e ingenio del que sabemos es capaz.

Al mismo tiempo, es necesario reconocer que las transformaciones requeridas tras la apertura de una nueva etapa han comportado —junto a logros positivos— la aparición de obstáculos inevitables que hay que superar y los efectos colaterales que no siempre son fáciles de gestionar para la estabilidad social y para la misma administración del territorio.

Ante todo, pienso en el fenómeno de la emigración, que ha afectado a varios millones de personas que han abandonado sus hogares y sus países de origen para buscar nuevas oportunidades de trabajo y de una vida digna. Pienso en la despoblación de tantas aldeas, que en pocos años han visto marcharse a un número considerable de sus habitantes; pienso en las consecuencias que todo esto puede tener sobre la calidad de vida en esos territorios y el debilitamiento de sus más ricas raíces culturales y espirituales que los sostuvieron en la adversidad.

Rindo homenaje a los sacrificios de tantos hijos e hijas de Rumania que enriquecen con su cultura, su idiosincrasia y su trabajo, los países donde emigraron y ayudan con el fruto de su empeño a sus familias que quedaron en casa.

Pensar en los hermanos y las hermanas que están en el extranjero es un acto de patriotismo. Es un acto de hermandad. Es un acto de justicia. Continuad haciéndolo.

Para afrontar los problemas de esta nueva fase histórica, para hallar soluciones efectivas y encontrar la fuerza para aplicarlas, hay que aumentar la colaboración positiva de las fuerzas políticas, económicas, sociales y espirituales; es necesario caminar juntos y decidirse todos con convicción a no renunciar a la vocación más noble a la que un Estado debe aspirar: hacerse cargo del bien común de su pueblo.

Caminar juntos, como forma de construir la historia, requiere la nobleza de renunciar a algo del propio punto de vista, o del interés personal específico, en favor de un proyecto más amplio, de tal manera que se pueda forjar una armonía que permita avanzar con seguridad hacia metas comunes. Esta es la nobleza de base.

De esta manera es posible construir una sociedad inclusiva, en la que cada uno, poniendo a disposición sus propios talentos y capacidades, con educación de calidad y trabajo creativo, participativo y solidario (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 192), se transforme en protagonista del bien común donde los más débiles, los más pobres y los últimos no sean vistos como indeseados, como obstáculos que impiden que la “máquina” camine, sino como ciudadanos y hermanos para ser plenamente insertados en la vida civil; es más, sean considerados como la mejor verificación de la bondad real del modelo de sociedad que se está construyendo. De hecho, cuanto más una sociedad se responsabiliza del destino de los más desfavorecidos, tanto más puede llamarse verdaderamente civil.

Todo esto debe tener un alma y un corazón y una clara dirección de marcha, que no esté impuesta por consideraciones extrínsecas o por el poder desenfrenado de los más importantes centros financieros, sino por la conciencia de la centralidad de la persona humana y sus derechos inalienables (cf. ibíd., 203).

Para un desarrollo sostenible y armonioso, para la reactivación concreta de la solidaridad y la caridad, para la sensibilización de las fuerzas sociales, civiles y políticas hacia el bien común, no es suficiente con actualizar las teorías económicas, ni con las técnicas y las habilidades profesionales, aunque sean necesarias. Se trata en efecto de desarrollar, junto con las condiciones materiales, el alma de vuestro pueblo.

En este sentido, las Iglesias cristianas pueden ayudar a redescubrir y alimentar ese corazón palpitante del que brote una acción política y social que partiendo de la dignidad de la persona lleve a comprometerse con lealtad y generosidad por el bien común de la comunidad. Al mismo tiempo, se esfuerzan por convertirse en un reflejo creíble y en un testimonio atractivo de la acción de Dios, promoviendo entre ellas una verdadera amistad y colaboración.

La Iglesia Católica quiere situarse en este cauce, quiere contribuir a la construcción de la sociedad, quiere ser un signo de armonía, esperanza de unidad y ponerse al servicio de la dignidad humana y el bien común. Desea colaborar con las Autoridades, con las demás Iglesias y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad para caminar juntos y poner sus talentos al servicio de toda la comunidad.

La Iglesia Católica no es extranjera, sino que participa plenamente en el espíritu nacional rumano, como lo demuestra la participación de sus fieles en la formación del destino de la nación, en la creación y el desarrollo de estructuras de educación integral y formas de asistencia típicas de un Estado moderno. Por eso, desea contribuir a la construcción de la sociedad y la vida civil y espiritual de vuestra hermosa tierra de Rumania.

Señor Presidente: Al mismo tiempo que le deseo a Rumania prosperidad y paz, invoco abundantes Bendiciones divinas sobre usted, sobre su familia, sobre todos los presentes, así como sobre toda la población de este país.
Que Dios bendiga a Rumanía.

RUMBO A PENTECOSTÉS: HOY COMIENZA LA NOVENA AL ESPÍRITU SANTO


¡Ven Espíritu Santo!
El próximo domingo 9 de junio la Iglesia celebrará al Espíritu Santo y por eso durante nueve días los fieles se preparan para Pentecostés, la gran Solemnidad en honor a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
Redacción ACI Prensa

SE CUMPLEN 100 AÑOS DE LA CONSAGRACIÓN DE ESPAÑA AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


La diócesis de Getafe prepara los actos conmemorativos
Un 30 de junio de 1919 el Rey Alfonso XIII consagró España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles ante miles de personas que llegaron de toda España
(COPE/InfoCatólica) Un 30 de junio de 1919, el Cerro de los Ángeles de Getafe estaba lleno de miles de fieles. Habían llegado de todo el país en coche, trenes, carros y caballos. El motivo: España se consagraba como país al Sagrado Corazón de Jesús.
El monumento recibió la bendición del nuncio del Papa Benedicto XV, Francesco Ragonesi. El arzobispo de Madrid, Prudencio Melo, presidió la Santa Misa y, antes de la bendición final, se leyó un telegrama del Santo Padre.
Depués de escuchar las palabras del pontífice, se expuso el Santísimo Sacramento de forma solemne y todos se arrodillaron. El Rey Alfonso XIII, de pie, leyó la consagración, de píe ante el Altar del Monumento.
ASÍ FUE LA CONSAGRACIÓN
La ocasión reunió al Rey Alfonso XIII, a la Familia Real, a miembros del Gobierno y otras autoridades civiles, religiosas y militares. A las 11:30, se izó el pendón morado de Castilla y los Reyes aparecieron en la tribuna regia, en medio de aclamaciones.
El Nuncio de Su Santidad bendijo el Monumento y, antes de la Eucaristía, el coro del Círculo de San José y el Sindicato obrero femenino de María Inmaculada cantaron el «Gloria in Excelsis Deo» y el «O Salutaris», entre otras oraciones.
Antes de la bendición final, el Cardenal Gasparri leyó una carta del Papa donde concedía indulgencia plenaria a todos los que asistieron a la ceremonia religiosa. Después, se expuso en el altar la Sagrada Forma y todos se arrodillaron.
Alfonso XIII se colocó junto al altar y proclamó la fórmula de la Consagración. «Corazón de Jesús Sacramentado, Corazón del Dios – Hombre, Redentor del Mundo, Rey de Reyes y Señor de los que dominan: España, pueblo de tu herencia y de tus predilecciones, se postra hoy reverente ante ese trono de tus bondades que para Ti se alza en el centro de la Península... Reinad en los corazones de los hombres, en el seno de los hogares, en la inteligencia de los sabios, en las aulas de las ciencias y de las letras, y en nuestras leyes e instituciones patrias», es un fragmento de esa lectura.
Monseñor Melo Alcalde, obispo de Madrid, pidió que la consagración se viviera con fervor en toda España. Durante la consagración, en todas las iglesias españolas hubo oraciones dando gracias y pidiendo por la paz, mientras repicaban sus campanas. España entera se postró ante el Sagrado Corazón, para que reinase en España, tal como había prometido a Bernardo de Hoyos.
Según monseñor Joaquín López, obispo emérito de Getafe, la validez de la consagración de España, que tuvo lugar hace ya un siglo, «ha quedado confirmada por los innumerables frutos de santidad, no exentos de persecución, que se han producido en este tiempo».
Mons. López afirmó que todo acto de consagración al Corazón de Cristo «es una confesión de fe en Dios, compromiso de reparación al Corazón del Salvador y una respuesta generosa al mismo Cristo».
HISTORIA DE LA DEVOCIÓN
La historia del Sagrado Corazón en España comenzó con el jesuita P. Bernardo de Hoyos (1711-1735), quien comenzó a impulsar esta devoción. En una de las revelaciones que experimentó, escuchó a Jesucristo: «Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes».
Don Francisco Belda y Pérez de Nuero, primer obispo de Getafe, propuso en junio de 1900 que se construyera un santuario al Sagrado Corazón de Jesús. Tras el Solemne Congreso Eucarístico celebrado en Madrid (1911) colaboró en su propuesta don Ramón García Rodrigo de Nocedal, terciario franciscano y devoto de la Adoración Nocturna. Aprovechando el proceso de beatificación de Bernardo de Hoyos, en 1914, se aprobó la idea de construir el santuario.
El 30 de junio de 1916, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, el obispo Salvador y Barrera puso la primera piedra y el Papa Benedicto XV concedió indulgencia para los que colaborasen.
La escultura original, obra de Carlos Maura Nadal (arquitecto) y Aniceto Marinas (escultor) donada por Mariano de Coyenche, se realizó en piedra caliza. Simbolizaba a Cristo predicando a la humanidad con expresión serena y majestuosa, amparando y acogiendo a quienes responden al mensaje del Evangelio: «Venid a Mí quienes estais cansados y agotados».
En el monumento original, varias esculturas representaban tanto la humanidad santificada, como la que tiende a santificarse: San Agustín, Santa Teresa de Jesús o San Juan Evangelista, entre otros. En la actual también aparecen don Pelayo y otros cristianos de nuestra historia.
Durante la Guerra Civil, la escultura original desapareció prácticamente, como consecuencia del odio de las hordas republicanas. El 23 de julio de 1936, 5 jóvenes que trataban de defender el Santuario sufrieron el martirio. Días después, los milicianos terminaron destruyéndolo.
Se conservan algunos restos de la escultura junto a la ermita de la Virgen de los Ángeles. En el actual Santuario, fueron enterrados los jóvenes mártires.
En 1944, los arquitectos Pedro Muguruza y Luis Quijada Martínez comenzaron a restaurarlo, realizando una escultura de mayor tamaño. Se inauguró en 1965 y, 10 años después, se abrieron las puertas del actual Santuario del Sagrado Corazón de Jesús.
La Diócesis de Getafe, desde el mes de diciembre prepara con gran devoción este centenario, que tendrá su momento cumbre el próximo 30 de junio en el Cerro de los Ángeles. Han invitado a todos los españoles a que se consagren al Sagrado Corazón. En las webs Corazón de Cristo y Cerro de los Ángeles se puede ver más información.