martes, 10 de septiembre de 2013

INTENSIDAD DE NUESTROS DESEOS

El hombre es un manojo de deseos…, nace ya deseando y llora si no obtiene lo que desea. Desde niños nos enseñan a reprimir nuestros deseos y nos hacen comprender, por lo menos a los de nuestra generación, que en esta vida, nadie logra satisfacer íntegramente todos sus deseos; avanzamos en nuestro desarrollo corporal y nuestros mayores con un gran interés en ello, desde pequeños nos ponen de manifiesto los mayores, lo que hemos de trabajar para obtener lo que deseamos y ya nos empiezan a resaltarnos, lo importante que es la posesión del dinero, como medio imprescindible para obtener el día de mañana lo que deseemos, pero todo se centra en que obtengamos los deseos de la posesión de bienes materiales, sin que, salvo contados casos, desgraciadamente nadie nos hable de la satisfacción de los deseos espirituales.

Los deseos humanos son los motores que ponen en marcha nuestra voluntad, si una persona carece de deseos o si estos son débiles, es que estamos ante una persona apática o indolente. Las enfermedades o la proximidad de la muerte mitigan los deseos materiales y se aumentan los de carácter espiritual. Pero en todo caso nadie llega al final de sus días con una absoluta carencia de deseos, sean estos materiales o espirituales.

En el ser humano la elaboración del deseo, tendrá siempre como antecedente anterior inmediato, el pensamiento. Todo lo que ha ocurrido, ocurre y ocurrirá en el mundo, siempre ha pasado antes por la mente de uno o varios hombres en forma de pensamiento. El pensamiento generará el deseo y este a su vez generará la voluntad humana, para la realización del pensamiento transformado en deseo.

Como fase o eslabón anterior a la formación del pensamiento, interviene en la mente humana la imaginación y también la fantasía que, le hace ver a la persona de que se trate, lo apetitoso que sería la realización de lo deseado y es así como nacen las ilusiones, que muchas veces son auténticos cuentos de la lechera, que generan en la persona el temido fracaso. De aquí, que los animales son escuetos en sus deseos, porque carecen de imaginación o de fantasía.

De acuerdo con la maldad o bondad de los materiales empleados en la formación del pensamiento este podrá encuadrarse en buenos o malos pensamientos. O dicho con otras palabras: El pensamiento sea este bueno o malo, siempre es la antesala del deseo que consecuentemente será también, un deseo bueno o malo de acuerdo con la categoría del pensamiento que lo haya generado.

Todo este proceso se realiza en nuestro cerebro, pero este es solo un instrumento material, un musculo, que para que funciones necesita un operador y este es nuestra alma. El cerebro, no es nuestra alma, sencillamente porque el cerebro es materia, y el alma es espíritu. Es una majadería asegurar que el alma se encuentra en el cerebro, porque el alma como elemento del orden espiritual, carece de corporeidad. El alma utiliza para sus fines el cerebro.

Debemos de tener muy claro, que los deseos humanos son de dos categorías muy distintas, unos son los deseos materiales y otros los deseos espirituales. El ser humano siempre lo que busca es la realización de un deseo, que puede estar referido a la adquisición de un bien material, o de un bien espiritual. Luego existen deseos de orden material y deseos de orden espiritual. Las dos clases de deseos son diametralmente opuestos.

Centrándonos en los deseos de orden espiritual, señalaremos que todos los deseos espirituales que podemos desear que se realicen en nosotros, siempre todos parten uno que es el fundamental: El amor a Dios. Imaginemos una pirámide en la cumbre de ella se encuentra el deseo de amar a Dios, a partir de este deseo principal, todos los demás deseos de carácter espiritual, están subordinados, al amor a Dios. Es imposible desear obtener la salvación de nuestra alma si no amamos a Dios; es imposible arrepentirse uno de nuestros pecados si no amamos a Dios, porque el arrepentimiento en sí es un acto de amor a Dios; es imposible querer obtener un don cualquiera de los siete existentes: don de sabiduría, don de entendimiento, don de ciencia, donde consejo, don de piedad, don de fortaleza, donde temor de Dios; es imposible orar a Dios; es imposible obtener sus divinas gracias si no amamos a Dios.

Los deseos de bienes espirituales, tiene una característica muy singular, no hay que luchar por su adquisición. Dios nos ama de tal forma que está siempre ansioso de darnos todo aquello que deseemos y solo nos pide nuestro amor, de nosotros no le interesa otra cosa más que le demos nuestro amor. Nunca el Señor nos dará un deseo de orden material que Él vea, mejor que nosotros que este deseo no favorecerá la salvación de nuestra alma. Pero en el caso de los deseos espirituales, todo es muy distinto. No existe ningún deseo de orden espiritual que pueda comprometer la salvación de un alma humana. Acordémonos del símil de la pirámide, que nos indica que todo deseo de orden espiritual tiende hacía la cúspide de la pirámide.

Las características más acusadas, de los deseos de bienes espirituales son su inmediatez en su obtención y su gratuidad. Una persona que dese fe, de hecho, sin que él se dé cuenta ya tiene fe, porque el mero hecho de desear creer en la existencia de Dios, es estar reconociendo ya que Dios existe. Refiriéndonos al enunciado o título de esta glosa, la intensidad del deseo de orden espiritual que se tenga, es muy importante. Tomemos por ejemplo el amor a Dios, el simple hecho de desear más a Dios, es aumentar ya la intensidad de nuestro amor a Dios. San Francisco de Sales escribía: “Permanecer en un mismo estado durante mucho tiempo es imposible; el que no gana en este negocio pierde; el que por esta escalera no sube baja; el que no vence en el combate vencido queda”. Y se sube siempre deseando amar más, cada día que transcurre, podrá pensar que uno ama hoy más que ayer y menos de lo que amará mañana. Cuanto más se conoce a Dios de esta manera, nos dice Santa Catalina de Siena, más se le ama; y cuanto se le ama más, más se le conoce. De modo que amor y conocimiento mutuamente se auto alimentan.

A diferencia de los deseos materiales, por los que siempre hemos de pagar para su adquisición con otro bien material, como puede ser y es en la mayoría de los casos el dinero, en los bienes materiales, la adquisición es siempre gratuita, no se paga con bienes materiales sino con la moneda del espíritu que es el amor. Los bienes materiales que lleguemos a obtener, se quedarán al final en este mudo, mientras que los de carácter espiritual se los llevará nuestra alma para arriba. Nos dice el Señor: “19 No alleguéis tesoros en la tierra donde la polilla y el orín los corroen y donde los ladrones horadan y roban. 20 Atesorad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín los corroen y donde los ladrones no horadan ni roban”. (Mt 6,19-20).

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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