jueves, 19 de julio de 2018

CUANDO CAIFÁS PROFETIZA SOBRE LA CLASE DE RELIGIÓN


Como saben bien mis lectores españoles, el diario “El País” es el más vendido en España, y probablemente el más influyente, siendo el portavoz oficial del liberalismo progresista en nuestro país (la llamada gauche divine). En el pasado ha puesto y quitado ministros, y hasta gobiernos, y hoy en día aspira a seguir siendo la principal influencia mediática de uno de los dos partidos históricos del sistema, el PSOE (socialdemócrata o liberal de izquierdas más que socialista, pese al nombre), como lo ha sido durante décadas. A mantenerse como el New York Times o el Washington Post de nuestro “Partido Demócrata”.
El diario dedicó su editorial del 9 de julio pasado a la reforma de la ley general de educación promulgada por el gobierno del PP (la llamada LOMCE), con el título “Equidad y laicismo”. Esta ley había recibido muchas críticas desde ciertos sectores educativos y partidos de la oposición, fundamentalmente los mismos progresistas y socialistas.
Hemos de tener muy claro que en la posmodernidad, la revolución no sólo se practica desde la legislación o las estructuras económicas, sino principalmente desde la educación (sea formal o cultural). Eliminadas la teología y la lógica, arrinconada la filosofía (incluso la mala) y manipulada la historia, la asignatura de religión es el último obstáculo para lograr un adecuado moldeamiento de las mentes de los niños y adolescentes al margen de sus padres. Hace ya tiempo, y más en el futuro próximo, esa es la principal arma del poder: lograr una sociedad acrítica y receptiva desde la escuela a los eslóganes del poder económico y político.
El editorial progresista- adelantándose a o que posteriormente explicó la ministra de Educación Isabel Celaá- hace hincapié en lo que llama los aspectos “retrógrados y disfuncionales” de la LOMCE que el flamante gobierno de Pedro Sánchez, sostenido en clara minoría parlamentaria por el PSOE, y puntualmente por otros partidos autodenominados de “izquierda” o nacionalistas-independentistas, se dispone a cambiar. Uno de ellos, que trata de pasada, es la derogación de la segregación de alumnos por tramos de rendimiento. Que un alumno no haya sido capaz de demostrar que ha adquirido los conocimientos requeridos es secundario, para la pedagogía progresista, con respecto a que se mantenga en el curso correspondiente a su edad. Se afirma gratuitamente en el artículo que ello supone quitarle oportunidades y cerrarles puertas académicas. Lo llaman equidad pero más bien suena a igualitarismo.
Pero el asunto que más interesa a los editores (y a nosotros) es otro: la eliminación de la religión como asignatura evaluable, que la LOMCE había reintroducido. En lo sucesivo, no contará para la media académica. Al propio editorial se le escapa reconocer que la materia había conocido un repunte en su solicitud desde entonces (sobre todo en los grados superiores, aquellos que decide el propio alumno más que sus padres, donde paulatinamente había bajado su demanda) ya que al ser percibida como una materia fácil, los alumnos la elegían para mejorar la nota media“. Gracias a la editorial de El País ya sabemos que- en pura lógica- la próxima reforma educativa eliminará cualquier asignatura María optativa, pues los alumnos podrían escogerla para mejorar la nota media. ¿Propone “El País” que eliminemos optativas como Música, Dibujo, o Psicología, ya que pueden ser escogidas para “mejorar la media"?
Hay más: el ministerio de Wert había satisfecho las demandas de los grupos de presión ateístas, ofertando como alternativa también evaluable a la religión la asignatura de “Valores Cívicos y Éticos”. Se trata de una puesta al día de la famosa “Ética” secular que solicitaban los mismos ateos en los albores de la actual democracia liberal, cuando se pretendía que la Religión católica debía ser obligatoria, y se exigía que se ofertase una educación ética aconfesional. Qué curioso, los mismos que procuraron e implantaron aquella dualidad religón-ética en 1980, son ahora los que exigen eliminar la religión (de momento como evaluable) y dejar sólo la ética. Es decir, que la solución buena de 1980 es inaceptable en 2018. O por decirlo de otro modo, que la tolerancia sólo se exige cuando se está en minoría y que sólo se practica mientras no haya otro remedio. O que ética es lo de menos, lo importante es eliminar a la Religión de los programas educativos. Usando el mismo argumento de los ateos para mandar a la religión católica a los domicilios y la catequesis parroquial: no hace falta ninguna asignatura de ética, si los padres quieren formar a sus hijos en la materia, que lo hagan en su casa.
La realidad es que el nuevo plan del Ministerio, en lugar de eliminar junto a la Religión a su gemela de “Valores cívicos y éticos” (habría que suponer que se trata también de otra María elegida para mejorar la nota media), lo que hacen es dejarla como única evaluable, y pasarla de optativa a obligatoria. La apoteosis de las “Marías” que suben artificialmente la media.
El editorial, que conocía de antemano qué iba a proponer el nuevo gobierno, adelanta que la asignatura obligatoria de Ética será reformada para que aborde cuestiones esenciales para el buen funcionamiento de la democracia desde la perspectiva de una sociedad plural y diversa, y considera que no puede ser dejada de lado para tomar como alternativa otra asignatura en la que los alumnos se formen según las reglas de una moral religiosa concreta, presentada como incompatible con la primera“.
Cabe recordar que hace pocos meses, en abril de 2018, el Tribunal Constitucional de España rechazó precisamente un recurso interpuesto contra la ley por el PSOE, que denunciaba que la asignatura de Religión tuviera una alternativa obligatoria. El Tribunal determinó que la equiparación de la asignatura de Religión con la de Valores Cívicos y Éticos que plantea la Lomce, es respetuosa con el principio de neutralidad religiosa del Estado, porque no implica valoración alguna de las doctrinas religiosas y, al mismo tiempo, garantiza el derecho de los padres a que sus hijos reciban formación religiosa y moral, de acuerdo con sus convicciones“.
Dicen que Caifás fue profeta a su pesar, cuando anunció que convenía que muriese un hombre para salvar a todo un pueblo. El editorialista de “El País", el portavoz del pensamiento escéptico ateo clásico en España, describe a la perfección la realidad del combate educativo: la eufemísticamente llamada “sociedad plural y diversa” es fruto de un trabajo constante de muchas décadas de introducir contravalores sociales en línea con el materialismo, el relativismo moral, el epicureísmo (mejor dicho, el hedonismo más grosero), el individualismo y el egoísmo social; y la moral “religiosa concreta” (o sea la de la Religión Revelada por Dios y Verdadera) debería presentarse como incompatible con la primera, ya que las enseñanzas de Cristo son diametralmente opuestas.
[Naturalmente, muchos de mis lectores que sean padres o educadores, pensarán en este momento que ojalá la Religión que se enseña en su centro escolar o el de sus hijos (o en su parroquia…) realmente “se presentara como incompatible” con esa sociedad plural y diversa anticristiana. Otro día podríamos hablar del modo en que los centros educativos católicos de España, en su mayoría, parecen más interesados en el concierto económico del ministerio del ramo que en la enseñanza de la Religión, así como de la pastoral general de la Iglesia en España, que con frecuencia se parece más a una combinación de técnicas de coaching y consejos de best-seller de autoayuda que al apostolado que permitió a los primeros cristianos llevar el mensaje de Cristo a costa de sus propias vidas, por todo el Imperio romano y más allá de sus fronteras. Y sin embargo, un periódico marcadamente ateísta- manifestando un temor poco basado en la realidad actual- nos ha mostrado el camino.]
¿Y cuáles son esas enseñanzas de la religión cristiana que resultan incompatibles con la “sociedad plural y diversa” del progresismo triunfante? ¿Tal vez el amor al prójimo hasta dar la vida por él? ¿Tal vez el perdón de las ofensas? ¿Tal vez la sencillez y no poner el corazón en las cosas materiales (¡caliente, caliente!)? ¿Quizá el respeto por la vida y la propiedad ajenas? ¿La pureza de corazón, no levantar falso testimonio?
¿O no será más bien la creencia firme en la existencia de lo sobrenatural? ¿Acaso lo incompatible no será creer que un Dios inteligente y bueno creó el mundo (en lugar de surgir todo él del azar, doctrina oficial implícita actual), y que por tanto todo poder y autoridad en el mundo- desde la de los padres hasta la de los gobiernos- no son sino delegados y sometidos a aquella primera? Se derrumba entonces la autonomía plena del poder humano, y con ello se cierra el paso al totalitarismo, y eso sí que no lo puede admitir la sociedad plural y diversa(eufemismo del rebaño creado con la contracultura progresista).
Porque si hay un Dios, entonces hay una ley natural y (en el caso del cristianismo) una ley revelada, que son de obligado cumplimiento, no optativas. Y eso no tiene relación absoluta con la fe de cada uno, porque la mera razón puede analizar o no la Verdad y conveniencia de dichos mandatos.
No es nada banal, porque ese tipo de planteamiento es lo que hace que consideremos la vida humana sagrada y el homicidio del inocente un terrible crimen, y así se cierra el paso al aborto y la eutanasia. O que el hombre tiene un alma y es reflejo de Dios, y así se cierra el paso a la explotación laboral, la trata de personas, la prostitución o las torturas. O que entendamos que la unión de hombre y mujer para engendrar vida es lo natural, y por tanto, lo correcto. No “una opción más”, sino lo normativo (como por otra parte nos enseñan todas las disciplinas científicas que ocurre en la naturaleza, donde existe la norma y existe la excepción, y jamás son puestas en el mismo plano, y donde a la desviación de la regla se le llama desviación, no “opción”). Y así se corta de raíz la catarata de ataques a la familia, desde el divorcio, el adulterio, los anticonceptivos o la fecundación in vitro, hasta las madres de alquiler, la promoción de la sexualidad antinatural o la pornografía.
Si hay un Creador, hay un plan; y si hay un plan hay unos mandamientos y unas prohibiciones. Y así no hay manera de ser el propio dios, y el nuevo Prometeo se tiene que ir para casa.
Atención al párrafo final del artículo que comento, y que viene a ser la sentencia y resumen del mismo: Los valores cívicos son universales y deben ser explicados y conocidos por todos los alumnos, al margen de que algunos opten por recibir también una instrucción religiosa, que nunca puede ser obligatoria ni impartida como un instrumento de evangelización dentro del sistema educativo. El Estado no puede actuar de forma confesional y debe limitarse a fomentar una moral cívica“.
No existen “valores cívicos universales”, es decir, aplicable a todas las sociedades del mundo (y caso de que algo se le acercase, eso sería el Decálogo). Precisamente, el optar por unos valores comunes u otros es lo que caracteriza a un pueblo, o incluso a una civilización, frente a otras. Lo que quiere decir el editor de “El País", es que espera que los (contra) valores cívicos del modernismo progresista que propugna, y que ya dominan casi todo occidente y se van introduciendo en muchas otras sociedades, lleguen a ser universales (ejem, nada que ver con el NOM). Y lo que quiere decir es que precisamente la educación es una de las herramientas más importantes para conseguirlo. Y que, por tanto, el Estado debe ser confesional de esos contravalores (¿qué es eso de que el estado no puede actuar de forma confesional? ¿Acaso en España las instituciones estatales no son abierta y escandalosamente confesionales del aberrosexualismo y la ideología de género?) y debe propagarlos. Y que en esa función no debe tener rivales. Mucho menos el gran enemigo, la Iglesia católica, dique contra ellos en tiempos pretéritos.
Así lo detectan, y así lo denuncian los obispos españoles, con su lenguaje tan diplomático, cuando afirman, ante la modificación de la ley de educación que «Hacer obligatoria para todos los alumnos una asignatura de valores éticos (no meramente cívicos) corre el riesgo de imponer una ética del Estado, o del partido del gobierno». Lo del partido del gobierno es una enternecedora ingenuidad: a día de hoy ningún partido español con opciones de gobierno (y casi ninguno sin ellas) pone en duda tales contravalores inepticos. Por supuesto que se trata de imponer una ética de estado. Más aún, no habría nada reprochable en ello, salvando la libertad de pensamiento individual, si tal imposición lo fuese de las creencias y virtudes (mejor que “valores") del Evangelio, ya que harían un gran bien a las almas de los españoles cristianos y ningún mal a la de los ateos, pues los mandatos divinos sólo nos limitan aquello que es malo para nosotros. Naturalmente, si se hiciese así en vez de imponer los “valores cívicos” de la autonomía radical y el egoísmo solo limitados por el estado absolutista, los enemigos de Cristo que dominan el poder hace siglos no hablarían de “fomentar una moral cívica” sino de “Inquisición”. Cosas del lenguaje.
Me llamó la atención (y me hizo un poco de gracia), que el mismo día de la publicación de este editorial, una de las noticias antiguas destacadas en los apartados de abajo que suele haber en los diarios en red (esas en las que pone “temas relacionados") versase precisamente sobre la caída de la natalidad en España, y la forma de ponerle remedio. ¡Vaya por Dios, otra vez el diario progresista profetizando! Efectivamente, la enseñanza religiosa o su eliminación tiene mucha relación con la caída de la natalidad. Habrá que empezar a leer los temores de los jacobinos para hallar una guía de pensamiento ortodoxo en nuestra sociedad.
Hay muchos más artículos sobre el tema en ese diario, algunos muy recientes (el problema se agrava de año en año), pero alguno tan antiguo como del año 1981, cuando la preocupación era que la tasa de natalidad había caído en pocos años (se diría que la democracia liberal es enemiga de la natalidad…) al 2.3, un poco por encima de la llamada “tasa de renovación poblacional” (ahora anda por 1.3). Uno de los autores era Joaquin Leguina, posteriormente diputado nacional y autonómico, y presidente de la comunidad de Madrid por el PSOE… mis lectores españoles le reconocerán enseguida. En los artículos más recientes (aquí y aquí) se describen bastante bien los síntomas del cuadro clínico, pero más allá de una demanda de conciliación entre la maternidad y el desarrollo profesional (iniciativa loable aunque tardía, pero no la más importante ni mucho menos suficiente), no parece ser capaz de ver las causas, aunque estén delante de sus narices, para poder establecer un tratamiento eficaz.
Las “madres” (o sea, las parejas o matrimonios) retrasan la maternidad primero porque pueden, ya que la profusión y accesibilidad de cualquier método anticonceptivo de forma libre y sin control médico, promocionada durante décadas, ha logrado su objetivo: fomentar la irresponsabilidad con respecto al acto carnal, y desligarlo de la reproducción. Punto positivo para la “autodeterminación de las mujeres” y punto negativo para la natalidad. Una iniciativa apoyada activamente por diarios como “El País” desde el principio.
Segundo, porque la formación de una familia ya no es el más y mejor proyecto para una persona. Su importancia queda relegada y sujeta a otras muchas consideraciones, desde el desarrollo de una carrera profesional, la seguridad laboral, alcanzar un determinado nivel de vida, haber probado una relación sentimental estable durante periodos absurdamente largos- como si eso fuese garantía de algo (otro día hablamos de cómo ha dañado a la relación conyugal la promoción de la promiscuidad, otro de los logros del progresismo (in)moral)-, haber vivido previamente una serie de experiencias (viajes absurdamente lejanos, experiencias iniciáticas bizarras, etc), o incluso meramente poner una fecha a partir de la cual una/uno se lo plantea. Es la ficción del control de la propia vida, que el autonomismo vende como él no va más del desarrollo personal, cuando normalmente planificamos bastante peor que la naturaleza, e invariablemente peor que la Providencia.
Tercero, por el mero egoísmo, la verdadera filosofía de vida que triunfa en occidente. Por su propia naturaleza, la paternidad exige sacrificio, entrega y donación gratuita a otros, en este caso los hijos. Uno no puede escapar de eso, va en ello. Si uno es educado en el valor del sacrificio, si es criado en una familia donde lo natural es dedicarse a la siguiente generación, si se le inculca la Verdad de que la humanidad no es más que una interminable cadena donde cada generación es un eslabón, y que tanto debemos a los que nos precedieron como estamos obligados a los que nos sucederán, la paternidad resulta algo normal y espontáneo, y sus inconvenientes y peajes, aceptables. Si, por contra, nos han inculcado que en nosotros y nuestro ombligo empieza y termina el mundo, que la renuncia o el sacrificio son intolerables limitaciones a nuestra autonomía y “realización", pues es obvio que se renunciará a la maternidad, o se retrasará al máximo (hasta salirse de la edad biológica y recurrir entonces a la tecnología previo pago para satisfacer nuestro instinto) y, desde luego, una vez comprobado lo que es, no se repetirá la experiencia. Y se comprarán un perro (o un pez rojo).
Todos y cada uno de esos factores son hijos de la misma filosofía progresista que propugna el editor de “El País"; todos ellos son hijos legítimos suyos, y todos ellos han provocado el desplome de la natalidad que tanto deplora (y desde luego no es lo más grave que el triunfo de esa ponzoñosa filosofía ha causado). No puede uno evitar recordar al insigne Aparisi y Guijarro cuando acusaba a los liberales de su época (nada menos que mediados del siglo XIX) de poner tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias.
Sí. Efectivamente, eso tiene mucho que ver con las clases de Religión y su ausencia. O con la Religión a secas.
Luis I. Amorós

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