viernes, 4 de noviembre de 2016

EL RICO TEMA DEL ENCUENTRO CON LOS LUTERANOS


Un comentarista de mi blog escribía ayer: Gracias a usted he encontrado la verdad en la Iglesia Católica. Este comentario son palabras mayores. Pero después este lector me decía cómo podía yo afirmar que Santo Tomás aprobaría tal conmemoración. Te respondo con gusto.

Una de las cosas que nos enseña Santo Tomás es que la Teología se basa (entre otras cosas) en la razón. El Aquinate muchas veces en sus obras lleva la razón al límite de sus posibilidades. Se pregunta muchas cosas que en su época sonaron muy extrañas. Afirmó cosas que nunca antes se habían dicho en las aulas de teología. Pero él estaba seguro: obediente hijo de la Iglesia, y al mismo tiempo confiado en las posibilidades de la razón. Al razonar, fue un hombre enteramente libre. Libre y fiel.

Si él hubiera leído el desarrollo de la teología del Vaticano II respecto al ecumenismo, eso le hubiera abierto nuevas perspectivas que, sin duda, no se le pasaron por la cabeza. Si después le hubiéramos preguntado por el encuentro de Suecia, no tengo la menor duda de cuál hubiera sido su respuesta. La misma que la de ese gran teólogo que fue el padre Royo Marín o Michael Schmaus o tantos otros. Teólogos seguros, tradicionales, pero que siempre distinguieron con claridad la línea que separa lo inaceptable de lo aceptable.

Santo Tomás de Aquino dedicado a elaborar con la razón una nueva teología estuvo un tiempo condenado por la Universidad de París. Era de esperar, dijo cosas nuevas, muy novedosas. Pero él estaba tranquilo: la raya de la heterodoxia y la de la ortodoxia la tenía muy clara. La universidad no tenía potestad para obligarle a la retractación. Sólo los legítimos pastores según el orden eclesial podían hacerlo, y nunca lo hicieron.

También ahora hay desconcierto. Pero el juicio lo hacen los pastores según el legítimo orden que Dios puso en su Iglesia. En mis posts acerca del encuentro con los luteranos me baso en la razón, no en el sentimiento, en mis gustos, fobias o filias. Y según la razón, el Papa nada ha hecho que sea inaceptable. A unos les gustará más, a otros menos. Pero el hecho indudable es ése.

También ha escrito hoy en mi blog una comentarista judía. Me alegra más el comentario de esa judía que el de mil tradicionalistas católicos. La esencia del misterio de la religión judía, el misterio de un Dios que se revela en el Sinaí, no está en las doctrinas humanas de los fariseos. El judaísmo (que es algo divino) es más que la escuela farisaica (que es algo humano).

Lo mismo sucede con las enseñanzas de Jesús. Podemos seguir colando el mosquito para lograr la pureza de la doctrina, lo cual lo veo bien, porque no quiero mosquitos en la pureza de la ortodoxia. Pero, ojo, no sea que estemos, al mismo tiempo que colamos el mosquito, metiendo la pata de la falta de caridad en toda la pila bautismal.

Lo repito, el comentario de esa judía pesa gozosamente más en mi corazón. Porque ella ha ido a la esencia. Mientras que si nos encerramos en nuestras purezas, en esta parábola, nos vamos a encerrar enfurruñados en nuestra habitación el día de la fiesta por el reencuentro en la diversidad y en la unión. 

El padre que abrazó al hijo pródigo ¿no estaba favoreciendo el relativismo? ¿No estaba diciendo, según estos, que daba lo mismo ser un hijo fiel que infiel? ¿No debería haberle pedido antes de abrazarle una petición formal de retractación, una humillación pública?

Defendamos la pureza de la doctrina, busquemos y defendamos la verdad en teología. Pero abrazar al otro no es hacer ninguna traición a Dios. El otro no es un monstruo, es alguien que busca a Dios.


P. FORTEA

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