lunes, 9 de julio de 2018

PÉRDIDA DE CONCIENCIA


En 1917, la Virgen se apareció y dio la voz de alarma precisamente al mismo tiempo en que Lenin y Trotsky llegaban a Petrogrado e iniciaban la revolución social comunista. En Fátima nuestra Señora dijo: Si hicieran lo que yo les voy a decir se salvarán muchas almas y tendrán paz. Es importante observar cómo Nuestra Señora dirigió su mensaje buscando ayudar al mundo a recobrar la conciencia de su propia pecaminosidad. Treinta años más tarde el Papa Pío XII declararía que el fenómeno más alarmante de su tiempo era que el mundo había perdido el sentido de pecado.

I. LA CONCIENCIA MORAL

Es el dictamen o juicio del entendimiento práctico acerca de la moralidad del acto que vamos a realizar o hemos realizado ya, según los principios morales. La conciencia, en efecto, no es una potencia (como el entendimiento) o un hábito (como la ciencia), sino un acto producido por el entendimiento a través del hábito de la prudencia adquirida o infusa. Consiste ese acto en aplicar los principios de la ciencia a algún hecho particular y concreto que hemos realizado o vamos a realizar. Esta aplicación consiste en el dictamen o juicio del entendimiento práctico. La conciencia, pues, no es un acto del entendimiento teórico o especulativo ni de la voluntad.[1]
Si la conciencia es el juicio moral de la inteligencia, «cada uno de nosotros está obligado a obedecer a su conciencia». La conciencia bien formada se ajusta al Magisterio de la Iglesia. Si lo ignora, se equivoca. Como un juez que desconoce la legislación: su sentencia puede ser equivocada. Y si su ignorancia de las leyes es culpable, él será responsable de su equivocación.[2] «Santo Tomás llamaba conciencia recta o verdadera a la que reflejaba la verdad objetiva de orden práctico, en conformi­dad con la ley de Dios, en contraposición de la conciencia errónea que puede ser tal vencible o invenciblemente. Es la terminología que asumió y divulgó San Alfonso María de Ligorio… Otros moralistas, más de acuerdo con la terminología de Francisco Suárez, dan a la conciencia recta una significación más amplia, de modo que comprende tanto la conciencia verdadera como la invenciblemente errónea o de buena fe. Así, por ejemplo, A. Vermerch».[3] La conciencia moral se divide en habitual y actual. La primera no es otra cosa que la disposición del entendimiento a intuir rápidamente los principios supremos de la actividad humana en orden al fin (normas morales), como por ejemplo que se debe hacer el bien y evitar el mal. La conciencia actual consiste en el juicio práctico de la razón sobre la moralidad de una acción a realizar. Esta, puede ser cierta (si no hay temor de errar) o dudosa (si hay motivos que militan a favor y en contra de la acción; además, la conciencia moral puede ser verdadera o errónea, según que vea y escoja lo justo o se engañe.[4] La conciencia no es «no es una fuente autónoma y exclusiva para decidir lo que es bueno o malo; al contrario, en ella está grabado profundamente un principio de obediencia a la norma objetiva, que fundamenta y condiciona la congruencia de sus decisiones con las prohibiciones y preceptos en los que se basa el comportamiento bueno». Este juicio sobre la moralidad de nuestros actos es posible porque aplicamos a nuestros actos el conocimiento de una ley que se encuen­tra impresa previamente en nuestro interior.

II. LEY NATURAL

«Cuando los gentiles, que no tienen Ley, hacen por la razón natural las cosas de la Ley, ellos, sin tener Ley, son Ley para sí mismos pues muestran que la obra de la Ley está escrita en sus corazones, por cuanto les da testimonio su conciencia y sus razonamientos, acusándolos o excusándolos recíprocamente».[5] La Ley natural es una escritura que Dios graba en nuestros corazones y que se manifiesta por la voz de la conciencia, a la cual están sometidos aún los paganos. Si éstos pues, no la cumplen, se condenan como si hubiesen desobedecido a la revelación. Pero como San Pablo supone aquí que pueden cumplirla, debemos concluir que en tal caso el Espíritu que les dio la gracia para ello como a Cornelio (Hch. 10, 4) les dará también el necesario conocimiento de Cristo para que tengan esa fe en Él sin la cual es imposible agradar a Dios (Hb. 11, 6; cf. Hch. 4, 12). Si es necesario, dice S. Tomás, Dios les mandará un ángel, y esto coincide con el envío de Pedro a Cornelio (Hch. 10, 9 ss.).  Estos razonamientos son los juicios ocultos depositados en la mente o conciencia del hombre, que se revelarán en el día del juicio, de tal manera que habrá perfecto acuerdo entre la conciencia y el Supremo Juez. Según Santo Tomás de Aquino, la ley natural es la participación de la criatura racional en la ley eterna. [6] Desde antaño, se ha reconocido la validez a normas de conducta que no provienen de la legislación humana, estas normas se pueden conocer espontáneamente aplicando la razón. Dice el Aquinate: «pertenece a la ley natural todo aquello a lo cual el hombre se encuentra naturalmente inclinado, dentro de lo cual lo específico del hombre es que se sienta inclinado a obrar conforme a la razón». [7] Hay, entonces, un doble motivo para llamar natural a esta ley de conducta: primero, porque está establecida concretamente en nuestra misma naturaleza; y segundo, porque se nos manifiesta por el medio puramente natural de la razón.

La caracterizan estas notas:
Universalidad: rige para todos los hombres y para todos los tiempos, puesto que la naturaleza social es la misma en todos.
Inmutabilidad: mientras las leyes positivas (las normas dictadas por la autoridad pública) deben ser actualizadas permanentemente, las normas de derecho natural no son modificables ni derogables, puesto que la naturaleza humana no sufre cambios esenciales. Por importantes que sean los cambios históricos, no afectan la esencia del hombre.
Cognocibilidad: es captada espontáneamente.

Si existen en la realidad temporal normas y costumbres contrarias al derecho natural, es porque:
·         Que una persona sepa cómo debe actuar, no garantiza que todos sus actos sean buenos, pues influyen en él las debilidades y las pasiones.
·         Hay situaciones complejas, que no resulta fácil discernir, y puede caerse en el error.
·         Hay costumbres e ideologías erróneas, que llevan a oscurecer la conciencia moral.[8]
«Todos los hombres están llamados a reconocer las exigencias de la naturaleza humana inscritas en la ley natural y a inspirarse en ella para formular leyes positivas, que rijan la vida en la sociedad. Si se niega la ley natural, se abre el camino al relativismo ético y al totalitarismo».[9]

III. LA CONCIENCIA SEGÚN EL MODERNISMO

«El modernismo sostiene que la conciencia humana es el árbitro supremo del bien y del mal para cada persona, por lo que todo el mundo puede actuar a su gusto, excepto en los casos en los que tal acción pondría en peligro los derechos de otra persona. La religión católica insiste en que esta libertad es un gran don de Dios y se puede ejercer bien o mal. Elegir lo que es objetivamente bueno y es conforme con la voluntad de Dios es un ejercicio adecuado y correcto de esta libertad, haciendo hace a un hombre verdaderamente libre. En cambio, elegir lo que es objetivamente malo y contrario a la voluntad de Dios es un abuso. Nadie tiene derecho a abusar de esta libertad, incluso si no parece perjudicar directamente a otra persona, porque tal abuso siempre se opone a Dios y lo ofende, porque Él es el bien supremo».
«De la conciencia moral, se pasa a explorar la experiencia religiosa en otros campos de la conciencia. De este modo se ofrecía una alternativa que se consideraba ventajosa frente a la fe, y que aconsejaba dejarla de lado, como algo que divide a los hombres y es causa de desacuerdo. Separa a los creyentes de los demás hombres y no puede ser fundamento de un acuerdo universal sobre la base de una experiencia humana universal».[10] Hay quienes no quieren más norma moral que su propia conciencia. Sin embargo hay que advertir que su conciencia debe estar de acuerdo con la realidad objetiva. «Una sola causa tienen los hombres para no obedecer: cuando se les exige algo que repugna abiertamente al derecho natural o al derecho divino. Todas las cosas en las que la ley natural o la voluntad de Dios resultan violadas no pueden ser mandadas ni ejecutadas». [11]

IV. ¿LIBERTAD O ALIENACIÓN?

En los años posteriores al Vaticano II, se escuchaba tanto en las reuniones eclesiales sobre la toma de conciencia, que luego los modernistas o tercermundistas tradujeron por concienciación, sin embargo, a pesar de todo ese énfasis en la sacralidad de la conciencia, lo cierto es que venimos asistiendo a un fenómeno de despersonalización y de pérdida de concienciaque no tiene nada de liberación. El modernismo hoy más que nunca busca una «mentalización» de los cuadros católicos en orden a establecer una nueva conciencia a base de la dignidad de la persona, respeto a las ideas (no sólo a las personas) de los demás, fomento de iniciativas y culto a lo nuevo (por el simple hecho de ser nuevo), intangibilidad de las apreciaciones personales, y gran libertad para criticar y derrumbar «la ortodoxia del pasado». A la conciencia se halla ligada la cuestión de la libertad y de la responsabilidad: la conciencia que obliga, manda, prohíbe, reprende y remuerde es señal evidente de la libertad; y si el hombre es libre, es responsable de sus acciones ante el tribunal de la humanidad, y lo es más ante el de la propia conciencia, cuyo juicio sería un enigma si no estuviese subordinado a una Ley y a un Legislador y Juez Supremo. Tal es la doctrina cristiana, que condena toda forma de determinismo y la autonomía absoluta de la conciencia moral, como enseñaba Kant.[12] San Pablo calificaba de alienados a los ateos que vivían sin esperanza y sin Dios en el mundo, ajenos a la vida de Dios por la ignorancia y la ceguera de su corazón: Efesios 2, 12; 4, 21; Colosenses 1, 21. Contrariamente a la teología paulina, Feuerbach en 1841 demonizaba la religión, particularmente el Cristianismo como la gran alienación del hombre, y que, consiguientemente, la teología no es más que «patología psíquica».[13] Carlos Marx a quien impresionaron tanto las ideas antirreligiosas de Feuerbach, escribió en 1844: «la religión es el suspiro de la criatura oprimida; es el opio del pueblo». Para los marxistas así como el psicoanalismo -aunque por razones diversas- el remedio está en librar al hombre de Dios, en «curarle» su conciencia o complejos religiosos, y aquí confluye también el liberalismo religioso: todos, marxistas y liberales, convienen en la pretensión de librarse de la conciencia religiosa. Para éstos, libertad religiosa consiste en liberarse de la religión, que oprime, perturba y limita la libertad. Para el catolicismo, en cambio libertad religiosa significa facultad o facilitación para practicar privada y públicamente la religión que Dios quiere y el hombre necesita y su recta conciencia le urge. No cabe mayor antítesis en el modo de entender y valorar la alienación (enajenación, extrañamiento, expropiación) y la libertad (liberación, recuperación, autenticación) religiosas. La conciencia religiosa no enajena al hombre. Pero puede ser enajenada muy alegre y democráticamente, con eso de que «democracia es libertad», «socialismo es libertad». Como afirmó el arzobispo Fulton J Sheen: Los principios morales no dependen del voto de la mayoría, lo que está mal está mal, aunque todos estén errados, lo que es correcto, es correcto aun cuando nadie este del lado correcto. El valor de la conciencia como juicio que es, se mide por su verdad y rectitud. Y esta verdad, aunque sea valorativa y práctica, se nutre ante todo de objetividad y trascendencia,[14] la recta conciencia se nutre intrínseca y vitalmente de la Ley de Dios.
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[1] Cf.: ROYO MARÍN O.P., P. Antonio, Teología moral, I.
[2] Cf.: LORING, S.J., P. JORGE, Para salvarte.
[3] RODRIGUEZ, O.P., P. VICTORINO, Función mediadora de la conciencia, pp.116-117.
[4] Cf.: PARENTE, PIETRO, Diccionario de teología dogmática.
[5] SAN PABLO, Rom 2, 14-15.
[6] DE AQUINO, SANTO TOMÁS, Suma teológica, I-II.94.
[7] Ibíd. art. 4.
[8] Cf.: MENEGHINI, MARIO ALBINO, Sumario de Doctrina Social, tomo I.
[9] BENEDICTO XVI, 16-VI-2010.
[10] BOJORGE S.J, P. HORACIO, Anselm Grün y el modernismo teológico.
[11] LEÓN XIII, Encíclica Diuturnum Illud, 29 de junio de 1881.
[12] Cf.: PARENTE, PIETRO, Diccionario de teología dogmática.
[13] Cf.: FEUERBACH, La esencia del cristianismo.
[14] RODRIGUEZ, O.P., P. VICTORINO, Conciencia moral personalizante.

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