jueves, 21 de abril de 2016

QUERIDO ADSO, EN LA IGLESIA HAY MUCHOS TESOROS HUMANOS OLVIDADOS Y MANTENIDOS EN LA INACTIVIDAD


Los que me conocéis y vivís cerca de mí sabéis que ando enfrascado en un artículo sobre la catedral de San Agustín. Hoy estaba leyendo unos fragmentos de dos cartas del santo obispo al monasterio femenino gobernado por una abadesa, de la que no se sabe el nombre.

Es muy interesante la situación que se describe en esas cartas (epístola 210 y 211), porque una parte de las monjas quieren que la abadesa renuncie a su cargo en favor de superiora que le seguía en el gobierno de la comunidad, para ello apelan al capellán, que no las ayuda en este propósito, pero que acaba proponiendo su propia renuncia ante una situación de total división.

Finalmente apelan al obispo Agustín. El cual les escribirá una carta durísima: ¿Cómo es posible que se produzca un cisma en un monasterio? ¡Y eso contra una madre que, durante años, os asistido, cuidado, instruido y os ha dado el velo a la mayor parte de vosotras!

El obispo les reprende con gran dureza y allí acaba la segunda carta. Pero yo pensaba después en la capacidad limitada que tienen las jerarquías para conocer la verdad cuando se producen graves problemas en una comunidad parroquial o religiosa. Unas veces la cosa está clara tanto en sus causas como en sus soluciones. Otras veces no está nada claro el asunto aunque se dedique tiempo a investigarlo. Y otras veces, uno cree estar seguro de cuales son esos problemas y soluciones, y se equivoca.

Debemos ser humildes y entender nuestra limitación. La abadesa de la carta de San Agustín pudo ser muy buena durante muchos años, ¿pero estaba seguro el obispo de que no se había vuelto cruel y despótica? Cierto que había una división en la comunidad. Pero esta división ¿era fruto únicamente del pecado o de graves deficiencias de la cabeza? Hay situaciones de tal gravedad que requieren apelar a una instancia superior para conseguir el relevo de la autoridad.

De verdad que todos creemos que investigando una situación se llega a saber la verdad. Pero no pocas veces eso no es así. La capacidad de unas pocas personas para indisponer a la mayoría nunca debe ser subestimada. Indisposición que puede volverse crónica haga lo que haga la víctima. Situación en la que ya todas sus decisiones son vistas negativamente. A veces, la persona prudente, buena e inocente tiene toda una serie de elementos en sí mismo o circunstanciales que empujan al investigador a sacar una conclusión negativa.

En cuestiones eclesiásticas, no es infrecuente que el investigador no pueda estudiar el hecho en sí, sino los relatos de las personas que forman un círculo concéntrico.

Bendito el obispo que cuenta entre las filas de su clero a uno, dos o tres presbíteros que puedan investigar las cosas sin prisa, sin subjetividad, con perspicacia, sospechando de sí mismos, sospechando de la misma capacidad para conocer la verdad. Bendito el obispo que puede echar mano de un Guillermo de Baskerville.

Los obispos no pueden querer juzgarlo todo por sí mismos a base de primeras impresiones, sin dedicar el tiempo que el asunto requiera, confiados en su mucha experiencia, confiados en una especie de gracia de estado que les iluminará. La ayuda de los fray Guillermos resulta más necesaria precisamente cuanto menos útiles se les considera.

P. FORTEA

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