jueves, 22 de junio de 2017

¿A USTED LE CUESTA CONFESARSE?

No pacte con sus defectos... No cierre sus ojos ante sus contradicciones... No niegue sus errores... No quiera defender sus vicios... No los pregone si no quiere, pero reconózcalos delante de Dios...

Por: por Mario Anzorena, S.J. | Fuente: Devocionario Católico
A Ud. le cuesta mucho confesarse? No nos extraña: a todos nos cuesta... Tiene un miedo y vergüenza... Y si hace ya varios años que no se confiesa, mucho más aún...
Mil excusas le van a entorpecer entonces la claridad de su decisión. Después de tantos años uno no está bien seguro de lo que ha hecho... Pensamientos, palabras, mentiras, deudas, sexo, odio, rencor... ¡Cuántas flaquezas y debilidades que gustaríamos de enterrar, olvidándonos para siempre de ellas...! ¡Y ahora sobreviene esa idea funesta de la CONFESIÓN...!

¿VALE LA PENA CONFESARSE?

¿Vale la pena confesarse...?. Usted no está seguro ni de eso... Sabe que es débil... Sabe que tal vez vuelva a caer: no es de hierro ni de granito. Está en un mundo en dónde no es fácil la virtud. En donde la verdad, la honestidad, la justicia, la castidad, la mansedumbre... ¡no dan dividendos! ¿Vale la pena confesarse...? ¿Vale realmente la pena...?

Y sin embargo, allí, dentro de Ud., a pesar de todos los argumentos en contra, Ud. sabe que vale la pena... Hay algo: un lastre que le pesa y que no le deja vivir... hay una sensación desagradable, insufrible, del que tiene las manos sucias... del que siente que sus ojos están sucios... y que su alma está sucia... Ese hombre se convence de que tiene, de alguna manera, que empezar de nuevo... Como en los viejos tiempos de la Escuela primaria cuando a hurtadillas arrancaba una o dos hojas del cuaderno de clase para que no hubiese en él ningún borrón... ¿Habrá alguna fórmula sencilla para arrancar hojas del cuaderno de la vida, y limpiar todas las manchas descargando nuestra conciencia...?

Hay gente que dice que ha encontrado esa fórmula. Van a un psiquiatra, o a un psicoanalista. A él le descubren su conciencia,. Y tratan de investigar el origen de sus errores y fracasos... Hablan durante horas en el consultorio psiquiátrico, tratando de hallar la serenidad perdida... Pero es difícil reconquistar la paz. Lo que han dicho, está dicho, lo que hicieron, hecho está... Nadie puede borrar de la mente totalmente su pasado, ni hacer desaparecer las cicatrices de sus recuerdos con un monólogo, como si fuese una goma de borrar...

Pero hablando, y hablando... –reconozcámoslo- uno se desahoga... Al compartir sus secretos, sus fracasos, su vida..., con otro, humanamente se libera. Es como si de pronto, consiguiésemos un amigo, un socio, un cómplice... Entre dos es más fácil llevar la carga, y compartir la responsabilidad de la vida diaria...

LA PARTE HUMANA DE LA CONFESIÓN

Este es también la parte humana de la confesión. La confesión descarga la conciencia, y la apuntala en el otro... con esta ventaja: que la confesión no son ni los honorarios, ni la idoneidad profesional, lo que hace que el otro escuche. No, en la confesión hay algo más. Aún en el plano humano Ud. se siente más seguro, más protegido en su confidencia, y en la serenidad del posterior consejo de ese hombre consagrado. Sabe que conscientemente no puede mentir, y que no le puede fallar..., y de que de sus labios no escapará ninguna infidencia, ni le perjudicará con el prejuicio, la pasión, o la prevención humana... el tiene que dar cuenta a Dios de todo lo que haga y diga: no se puede poner a inventar una nueva moral ni un nuevo dogma.

En la confesión hay, además algo que ayuda a la reconstrucción de nuestra personalidad... Esta por el conflicto diario está en cierta manera deteriorada... ¿Cuál es la raíz de tantas personalidades fragmentadas? El que toda esa gente rehúye consciente e inconscientemente asumir sus propias responsabilidades. Buscan en el escapismo y la evasión, huir de su vida. Son “desertores” del puesto que la providencia les ha confiado: madres neurasténicas; esposos infieles; empleados deshonestos; hijos desobedientes; adolescentes en rebeldía. Inútilmente buscan alguien a quien echar la culpa de su desacomodación... Pero es inútil: ellos son los únicos culpables... Deberían a aprender a aceptarse a sí mismos y a su destino... Deberían aprender alegre y conscientemente su responsabilidad frente a Dios...

En el psicoanálisis Ud. descarga su responsabilidad en el otro. En la confesión Ud. la asume frente a Dios. En el primero, se busca una transferencia y una explicación. Ud.,. se pone una etiqueta y se siente liberado... En la confesión Ud. es a la vez acusador, fiscal y juez de sí mismo... Ud. enfrenta su vida: no pone un polvo cicatrizante encima de la herida infectada... No la airea, la trata de curar... Si la cerrase sin antes haberla curado sería peor...

¡Qué alivio se siente cuando uno al fin se siente dueño y responsable de su vida...! ¡Ud. es responsable! ¡Ud. es libre...! Si en su acusación hay sencillez y esperanza, Ud. está en vías de curarse... Pero, para eso, tiene que hacer su confesión delante de Dios...

¿Dios?

¿Dios...? ¡Que pocas veces pensamos en Dios! ¡Que pocas veces sentimos a Dios...! Para la mayorías es algo oscuro y misterioso que le da miedo... Un ser infinito, y lejano, siempre silencioso... Y no es así... Está cerca suyo... Y lo va a sentir en la medida que Ud. se coloque en su verdadera medida... Sea Ud. humilde, no se haga el Dios... Si cae de rodillas frente a Dios lo conocerá a Dios... Si, precisamente cuando nos sentimos pecadores, es cuando estamos en vías de curarnos... ¿por qué? Porque allí, frente a nuestra miseria aprendemos a ser humildes –una virtud desconocida hoy...- y a través de ella reconocemos a Dios tal cual es...

Una de las dimensiones más impresionantes de Dios, es su misericordia... La misericordia es el amor de Dios por el pecador. Dios –entendámonos- no ama el pecado, pero sí al pecador... el vino a decirnos que “era amigo de pecadores...” “que no venía por los justos, sino por los pecadores” Y que “hay más gozo en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve que hacen penitencia”. La misericordia es la dimensión infinita del perdón de Dios. Quien cayendo de rodillas en la confesión haya sentido alguna vez que Dios le perdona, sin condiciones... El que sienta como otrora la mujer adúltera la pregunta de Cristo: ¿nadie te ha condenado, mujer...? Pues yo tampoco te condenaré, pero no quieras más pecar comprenderá cuan necesaria sea en su vida la confesión. Pero no una confesión "rutinaria", "ritual"... una de esas etiquetas sin contenido... No: la confesión tiene que ser auténtica, comprometida, verdadera... Esa es la confesión que le sugerimos que haga en esta semana... Será un comienzo de Vida verdadera. Como el comienzo de la sinfonía de una orquesta... Un canto a la vida... Un nuevo amanecer.

¿POR QUÉ BUSCAMOS EXCUSAS?

¿Por qué buscamos excusas para no confesarnos? La gran mayoría de las veces porque la confesión nos humilla... O porque no nos perdonamos... o porque nos parece inútil confesarnos, si tenemos la convicción de que volveremos a caer... ¿De qué vale vaciar el tarro de basura -me dijo alguien alguna vez- si después lo volveremos a llenar... ?

Empecemos por lo último: con ese argumento nadie nunca haría nada... Ni se cortaría el pelo, ni se lavarían las manos... Hay gestos trascendentes en la vida... Gestos definitivos e irrevocables... Pero hay otros que hay que repetir sin cesar... Ud., por ejemplo, no puede tomar la decisión de guardar el equilibrio de ahora para siempre... Lo tiene que guardar en cada instante, si no resbala, cae, se viene abajo... Ese es el género de propósito que debemos aprender a hacer en la confesión... En resumidas cuentas, es el mismo que Ud. tiene que hacer cuando va al médico y se compromete a tomar los remedios y a cuidarse...

Porque tiene que persuadirse que estamos todo un poco enfermos... Enfermos de sexualidad, de egoísmo, de envidia, de rencores, de violencia, de resentimiento, de pasiones mal domadas, de agravios, de mentiras, de injusticias, y de mil cosas más... Hay gente que frente a este hecho de experiencia diaria, se contenta con decir: "... Yo soy así..." "Es mi naturaleza y no la puedo cambiar" Esa frase es falsa. Refleja una cobardía y una comodidad. Es en el fondo un suicidio... Ud. tiene que aceptar su vida como un punto de partida, pero no puede renunciar a progresar...
Ud. progresa en el plano material anhela mayores comodidades de las que tiene: una heladera mejor; una casa mejor; unas vacaciones mejores; un mejor puesto; un mejor sueldo... Todo está bien, pero anhele también progresar espiritualmente... Cada día tiene que ser un poco mejor... Hoy mejor de lo que fue ayer, mañana mejor de lo que es hoy.

No pacte con sus defectos...

No pacte con sus defectos... No cierre sus ojos ante sus contradicciones... No niegue sus errores... No quiera defender sus vicios... No los pregone si no quiere, pero reconózcalos delante de Dios... Delante de Él sea humilde: es la simple actitud que uno tiene delante del médico a quien le enseña sus llagas, y le habla de su enfermedad.

Volvamos a ser sinceros con Dios. Ud. no es de hierro ni de mármol... Reconozca delante de El que es un pecador... "Señor quiero ver... " Señor ¡quiero curarme!" Busque con Dios su verdadero progreso... No lo haga consistir en ambicionar un lavarropas o un auto...

Aunque haga años que Ud. no se confiesa... Aunque haga se haya olvidado las oraciones, y apenas si sepa hacer la señal de la Cruz... Ud. puede confesarse. Lo más importante es que ese encuentro con Dios sea inolvidable... ¡Qué Ud. se acerque a Él con deseo de sanarse! ¡Que con un grito de sinceridad diga en la confesión: "¡Señor! ¡Pequé...!"

NO IMPROVISE SU CONFESIÓN

No improvise su confesión: haga previamente un examen de conciencia... Recuerde cuánto tiempo hace, más o menos, de su última confesión, y eso dígalo al principio de su confesión. Luego, siguiendo los mandamientos diga los pecados que recuerde con sus circunstancias agravantes... Frente a problemas pendientes, proponga sus dudas, y las soluciones a las que ha echado mano hasta ahora... Pida consejo al sacerdote: recuérdelo, es hermano suyo y tiene la obligación de ayudarle...

Al terminar su confesión escuche la penitencia que se le da. Son unas oraciones, o es tal vez, una meditación, o algo que se le pide que haga... Si no puede hacerlo dígaselo francamente al sacerdote. Y luego mientras él rece la absolución sobre su cabeza inclinada, rece el acto de contrición con toda sinceridad... Si no la recuerda, pídale perdón a Dios con sus propias palabras... Sentirá una nueva Vida, se lo garantizo...


Volvamos a la pregunta inicial: ¿A Ud. le cuesta mucho confesarse?... Le decíamos al principio: No nos extraña a todos nos cuesta... Pero ¡qué bien se siente uno después que se ha confesado bien!... Es la sensación de bienestar que uno siente después de arreglar su ropero, o su habitación... A la tranquilidad que uno siente después que ha pagado una deuda... A la paz y felicidad que uno goza cuando después de la operación el médico le dice: ¡Amigo, la operación ha sido brava, pero Ud. se ha salvado!.. Goce Ud. también de esa terapéutica de Dios... Es el mejor regalo divino, y está allí a su mano...

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