martes, 13 de junio de 2017

11. RESURRECCIÓN, ASCENSIÓN Y SEGUNDA VENIDA DE JESÚS



Jesús resucitado, después de haberse entretenido con sus discípulos durante cuarenta días se sustrajo plena y definitivamente a las leyes del tiempo y del espacio, para subir al cielo.
11.1 DESCENSO DE CRISTO A LOS INFIERNOS
Las palabras “bajó a los infiernos” que recitábamos en el Credo significan que el alma de Cristo, separada de su cuerpo, bajó al lugar donde los justos del Antiguo Testamento esperaban la Redención.
La palabra “infiernos” significa los lugares inferiores. Estos son tres:
a) El infierno propiamente dicho, o lugar de los condenados;
b) El purgatorio, donde se purifican las almas;
y c) El llamado seno de Abraham, donde los justos del Antiguo Testamento esperaban la Redención. A este lugar nos referimos ahora.

Estas almas se hallaban detenidas allí porque el cielo estaba cerrado con el pecado; y nadie podía entrar en él antes de que Cristo lo abriera, con su muerte. Y aunque no experimentaban sufrimiento alguno, era muy grande su deseo de ver a Dios.

Jesucristo descendió ahí para consolar estas almas justas, hacerles saber que el misterio de la Redención se había realizado, y que pronto irían con El al cielo.

11.2 LA RESURRECCIÓN DE CRISTO
El artículo del Credo: “Resucitó al tercer día”, nos enseña que Cristo por su propio poder juntó su alma con su cuerpo, para nunca más morir.

Es de advertir que en tanto que los demás muertos que han resucitado, han sido resucitados por el poder de Cristo, éste resucitó por su propia virtud.

Advierte el Catecismo Romano la conveniencia de que resucitara al tercer día; pues si hubiera resucitado antes, su muerte no hubiera quedado comprobada, así como tampoco su Resurrección, prueba de su divinidad.

Los guardias que custodiaban el sepulcro no lo vieron resucitar. Pero sintieron el terremoto que acompañó su resurrección, y vieron que un ángel del Señor bajó del cielo, removió la piedra del sepulcro y se sentó en ella. Su semblante deslumbraba como el rayo, y sus vestiduras eran como la nieve. Los guardias repuestos del espanto que sufrieron, refirieron lo ocurrido a los príncipes de los sacerdotes.

María Magdalena y otras santas mujeres fueron el domingo muy de mañana al sepulcro y lo encontraron vacío. Cristo se les apareció, y les ordenó que anunciaran su resurrección a los discípulos (cfr. Mt. 28, Mc. 16, Lc. 24, Jn. 20, etc.).

Después siguieron las diversas apariciones, ya a algunos apóstoles en particular, ya a todos reunidos en el Cenáculo, y a todos los discípulos. San Pablo da cuenta de que una vez se apareció a más de 500 hermanos, a cuyo testimonio apela.

11.2.1 Importancia de este milagro
El milagro de la resurrección es el más importante que obró Jesucristo, la prueba más clara de su divinidad, y el principal fundamento de nuestra fe. Así escribía San Pablo a los corintios: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, y vana vuestra fe” (I Cor. 15, 14).

Da mayor valor a este milagro la circunstancia de que Cristo profetizó en diversas ocasiones su resurrección. Esto lo sabían no sólo los apóstoles, sino también los enemigos de Cristo; y así se apresuraron a pedirle a Pilatos guardias para el sepulcro, no fuera que sus discípulos lo robaran (cfr. Mt. 16, 21; 17, 9; 20, 19).

“Nos acordamos, dijeron los judíos a Pilatos, que aquél impostor, estando todavía en vida, dijo: después de tres días resucitaré. Manda, pues, que se guarde el sepulcro hasta el tercer día, no vayan sus discípulos y le hurten, y digan a la plebe: ha resucitado de entre los muertos; y sea el último engaño más pernicioso que el primero. Les respondió Pilatos: Ahí tenéis la guardia; id y ponedla como os parezca. Con esto yendo allá, aseguraron bien el sepulcro, sellando la puerta y poniendo guardias” (Mt. 27, 63-66).

11.2.2 Pruebas de su Resurrección
Sabemos que Cristo resucitó verdaderamente por el testimonio de los Apóstoles y de muchos discípulos que le vieron muchas veces después de su resurrección, que hablaron y comieron con El, y llegaron a tocar su cuerpo, como el Apóstol Tomás.

Aparición a los discípulos en el Cenáculo
Estando los discípulos en el Cenáculo, Jesús se les apareció de repente y les dijo: “La paz sea con vosotros”. Viendo su temor agregó: “¿De qué os asustáis? Mirad mis manos y mis pies, yo mismo soy; palpad y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos, como vosotros veis que yo tengo”. Dicho esto, les mostró las manos y los pies” (Lc. 24, 36 y ss.).

Como ellos no le acabasen de creer, pues el gozo y la admiración los tenía fuera de sí, Jesús les pidió de comer; le presentaron un trozo de pez; él comió, y en seguida, les explicó las Escrituras, diciéndoles: “Así era necesario que Cristo padeciese, y que resucitase de entre los muertos al tercer día” (Lc. 24, 43 y 46).

La aparición a Santo Tomás fue de la siguiente manera: cuando los discípulos le dijeron: “Hemos visto al Señor”, Tomás, que había estado ausente, no quiso creerles, sino que les replicó: “Si no veo en sus manos la señal de sus clavos, y meto mi dedo en el lugar que en ellas hicieron los clavos, y mi mano en la llaga de su costado, no creeré”. Ocho días después estaban todos reunidos, y Tomás con ellos. Jesús se apareció y los saludó: “La paz sea con vosotros”. Luego dijo a Tomás: “Mete aquí tu dedo y mira mis manos; da acá tu mano y métela en mi costado; y no quieras ser incrédulo, sino fiel”. Tomás exclamó: “Señor mío y Dios mío”. Jesús le replicó: “Tomás, porque has visto has creído; bienaventurados aquellos que sin haber visto, han creído” (Jn. 20, 24 ss.). Cristo pudo entrar en el Cenáculo, estando las puertas cerradas, porque uno de los dotes de los cuerpos gloriosos es la sutileza, o sea, el poder de penetrar otros cuerpos.

11.2.3 Frutos de la Resurrección
De la Resurrección de Cristo hemos de sacar los siguientes frutos:
a) Fe firme en su divinidad y en la de su Iglesia.
b) Esperanza de que como El, resucitaremos algún, día.
c) Propósito de levantarnos del pecado, representado por su muerte, a la virtud y santidad, simbolizada por su Resurrección.

Esta es la clara doctrina de San Pablo: “Así como Cristo resucitó de la muerte a la vida, así también nosotros vivamos con un nuevo género de vida” (Rom. 6, 4). “Si resucitasteis con Cristo, buscad las cosas del cielo, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios; saboreaos con las cosas de lo alto, y no con las de la tierra” (Col. 3, 11).

11.3 LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
El artículo del Credo: “Subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre” nos enseña que Cristo cuarenta días después de su Resurrección subió al cielo en cuerpo y alma, por su propia virtud.

Nos refiere San Lucas en el libro de los “Hechos de los Apóstoles”, que Cristo resucitado “se manifestó a los apóstoles dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles por el espacio de cuarenta días, y hablándoles de las cosas tocantes al reino de Dios” (Hechos 1, 3).

En este lapso de tiempo, Cristo confirió tres poderes importantes a la Iglesia, a saber: a) A San Pedro el poder de gobernarla (Jn. 21, 15); b) a todos los Apóstoles el poder de perdonar los pecados (Jn. 20, 22); y c) también a todos ellos el de enseñar, bautizar y hacer cumplir lo que Él había mandado (Mt. 28, 18).

11.3.1 El hecho de la Ascensión
Nuestro Señor Jesucristo, después de dirigir a sus Apóstoles estas últimas palabras: “Recibiréis el Espíritu Santo y me serviréis de testigos en Jerusalén y en toda la Judea y hasta los extremos del mundo”, “se fue elevando a la vista de ellos por los aires hasta que una nube lo encubrió a sus ojos” (Hechos 1, 8).

Advirtamos lo siguiente:
a) Cristo subió al cielo en cuanto Hombre, pues en cuanto Dios nunca dejó de estar en él.
b) Subió por su propia virtud; y esto se diferencia de María Santísima que subió al cielo en cuerpo y alma, pero no por poder propio, sino por poder de Dios.
La palabra ascensión viene de ascender, y denota subir por virtud propia. La palabra asunción, con que señalamos la subida al cielo de María Santísima, significa, por el contrario, ser subida por el poder de Dios.
c) La frase: “Está sentado a la derecha del Padre”, indica la gloria de Jesucristo en el cielo.
La expresión “estar sentado a la derecha de alguno” denota en general ocupar un puesto en honor; y en este lugar significa que Cristo disfruta en el cielo de gloria igual a la del Padre, en cuanto Dios; y mayor que todas las criaturas, en cuanto hombre.

11.3.2 Fines y frutos de la Ascensión
Cristo subió a los cielos por tres fines principales: a) para tomar posesión del reino de su gloria; b) para enviar el Espíritu Santo a los Apóstoles y a su Iglesia; c) para ser en el cielo mediador e intercesor nuestro y prepararnos tronos de gloria.

¡Qué consoladoras son estas palabras de San Pablo!: “Tenemos por nuestro gran pontífice a Cristo, Hijo de Dios, que penetró a los cielos… capaz de compadecerse de nuestras miserias, pues las experimentó voluntariamente todas, con excepción del pecado… Lleguemos, pues, con toda confianza al trono de su gracia, a fin de obtener misericordia y de alcanzar su auxilio en el momento en que lo necesitemos” (Heb. 4, 14 y ss.).

La ascensión del Señor debe fomentar en nosotros de modo especial la virtud de la esperanza, puesto que El “subió a prepararnos un lugar en el cielo” (Jn. 14, 2). Este pensamiento está llamado a fortalecernos en las luchas y tentaciones de la vida recordándonos que “si combatimos con Cristo, con El seremos glorificados” (Rom. 8, 17).

11.4 LA SEGUNDA VENIDA DEL SEÑOR LA-SEGUNDA VENIDA DEL SEÑOR
El artículo del Credo: “Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos”, nos enseña que al fin del mundo ha de venir Jesucristo con gloria y majestad a juzgar a todos los hombres para darles premio o castigo conforme a sus obras. A esta venida gloriosa de Cristo se le llama “parusía”.

Por vivos puede entenderse a los que todavía estén en este mundo cuando la venida del supremo juez; por muertos, los que hayan dejado de existir. También puede entenderse por vivos a los buenos y por muertos a los malos. En uno u otro sentido se nos da a entender que juzgará a todos los hombres.

11.4.1 El juicio final
En muchos lugares de la Escritura se nos habla del juicio final:
a) Joel anuncia: “Reuniré a todas las naciones, y las congregaré en el valle de Josafat, y entraré en juicio con ellas” (3, 2).
Josafat significa en hebreo juicio de Dios. De modo que no se sabe con certeza sí la locución “en el valle de Josafat”, denote un lugar particular, el valle así llamado; o más bien un lugar cualquiera, significando entonces “en el valle del juicio”.
b) Nuestro Señor anunció el juicio final a sus Apóstoles: “El hijo del hombre aparecerá sobre las nubes del cielo en todo su poder y majestad”. Y San Mateo, San Marcos y San Lucas nos lo describen (cfr. Mt. 24, 30; Mc. 13, 26 y Lc. 21, 27).

Pertenece a la fe de la Iglesia la existencia del juicio universal:
Pues antes de reinar con Cristo glorioso, todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo para dar cuenta cada uno de las obras buenas o malas que haya hecho en su vida mortal, y al fin del mundo saldrán los que obraron bien para la resurrección de vida; los que obraron mal para la resurrección de condenación (Const. Lumen Gentiun, 48).

 11.4.2 Tiempo y señales del juicio
A la pregunta: ¿cuándo se verificará el juicio final? respondió Jesucristo: “El día y la hora nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, sino sólo el Padre (Mt. 24, 36). Sin embargo, la Escritura da algunas señales:
a) El Evangelio se habrá predicado en todo el mundo (Mt. 24, 14).
b) Se convertirán los judíos a la fe cristiana (Rom. 11, 25).
c) Vendrá el Anticristo y perseguirá cruelmente a la Iglesia, y muchos cristianos apostatarán.

San Pablo en su 2a. Epístola a los tesalonicenses (2, 3) nos presenta al Anticristo como: “El hombre del pecado, el hijo de la perdición, el cual se opondrá a Dios, y se alzará contra todo lo que se dice Dios, o se adora, hasta sentarse en el templo de Dios, haciéndose pasar él mismo por Dios”. El Anticristo enseñará falsas doctrinas y perseguirá de lleno a la Iglesia; será causa de la perdición de muchas almas, pero al fin será vencido por Dios.

Señala Santo Tomás que “es necesario valorar todos estos signos con prudencia, ya que no es fácil conocer estas señales pues los consignados en el Evangelio no sólo responden a la venida de Cristo para el juicio, sino también se refieren al mismo tiempo a la destrucción de Jerusalén y a las continuas visitas que El hace a su Iglesia” (Suppl., q. 73, a l).

11.4.3 Modo del juicio
San Mateo nos describe así el juicio final: “Cuando venga el Hijo del hombre en su majestad, con todos los ángeles, se sentará en el trono de su gloria; y todas las naciones de la tierra comparecerán ante Él; y separará a los unos de los otros como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha, los cabritos, en cambio, a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre a poseer el reino que os está preparado desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve sin asilo y me hospedasteis, desnudo y me cubristeis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y vinisteis a verme” (Mt 25, 31 ss).

Los buenos preguntarán cuándo hicieron con El tales cosas, y les responderá: “En verdad os digo, siempre que lo hicisteis con alguno de mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis”.
Dirá luego a los de la izquierda: “apartaos de mí malditos al fuego eterno, que fue preparado para el demonio y sus ángeles”; señalando como causa el que no tuvieron caridad con sus hermanos desvalidos.

11.4.4 Conveniencia del juicio universal
Inmediatamente después de la muerte tiene lugar el juicio particular entre Dios y nuestra alma, que recibirá sentencia de salvación o de condenación. Dios, sin embargo, ha dispuesto que haya otro juicio, el juicio universal, que será delante de todo el universo, por tres motivos principales:
lo. Para manifestar ante todo el mundo su sabiduría y justicia. Admiraremos con cuánto acierto gobierna todas las criaturas, y veremos corregidas muchas aparentes injusticias.
2o. Para glorificar a Jesucristo. Cristo fue escarnecido en su pasión y después combatido por sus enemigos y despreciado por muchos malos cristianos. Pues bien, todos los hombres, queriéndolo o no, lo reconocerán como Señor del universo y juez de sus conciencias.
3o. Para gloria de los buenos y confusión de los malos. a) Los buenos que tantas veces fueron despreciados en la tierra, serán glorificados a vista de todos. b) Los malos, por el contrario, se verán duramente humillados y abatidos.

El libro de la Sabiduría pinta así la angustia de los impíos: “Lanzando gemidos de su angustiado corazón, dirán dentro de sí: “Estos son los que en otro tiempo fueron el blanco de nuestros escarnios, y a quienes proponíamos como ejemplar del oprobio. ¡Insensatos de nosotros! Su vida nos parecía una necedad, y su muerte una ignominia. Mirad cómo son contados entre los hijos de Dios, y cómo su muerte es estar con los Santos” (5, 3).


Pbro. Dr. Pablo Arce Gargollo

No hay comentarios: