“Yo soy
la vid, ustedes las ramas. Si alguien permanece en mí, y yo en él, produce
mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada” (Jn. 15:5).
El padre Robert de Grandis, autor de este artículo,
dice: las siguientes son unas guías que a veces denomino “mandamientos”. Pueden
ser de utilidad en tus esfuerzos por la sanación de las demás.
1. Cree que Dios, por
lo general, quiere que todos los hombres estén sanos, saludables, íntegros en
cuerpo, mente y espíritu.
“Cuando Jesús bajó del monte, lo siguió mucha gente.
Un leproso vino a arrodillarse delante de él y le dijo: Señor, si quieres, tú
puedes limpiarme. Jesús alargó la mano, lo tocó y le dijo: ¡Lo quiero, queda
limpio! (Mt. 8:1-3). En este pasaje bíblico tomado de la Biblia de Jerusalén
hay admiración al final de la contestación dada por Jesús. Por un momento,
imagínense el tono de la voz de Jesús diciendo: “Por supuesto, ¿no se fijaron
en lo que les estaba diciendo a las personas allí en el camino? No se fijaron
en lo que hice ayer y ahora me preguntan: ¿Quiero sanarlos? Por supuesto que
sí. ¡Sanaos!”
Esta historia, tomada del Evangelio, ilustra
convincentemente el deseo de Jesús de sanar a todo aquel que viniera a Él. Está
escrita cuatro veces en los Evangelios: Jesús quería que todo aquel que viniera
a Él fuera sanado; Mateo 8:16, Mateo 12:15, Lucas 4:40, Lucas 6:19. Las mismas
obras que Jesús realizó, las comisionó a sus apóstoles y discípulos. Nunca los
envió únicamente a predicar, todo lo contrario. Siempre dijo: “Prediquen la
Palabra y sanen al enfermo”. En mi opinión, la predicación y la sanación son
inseparables.
Jesús dio a sus apóstoles las siguientes
instrucciones: No vayan a tierras extranjeras ni entren en ciudades de los
samaritanos, sino que primero vayan en busca de las ovejas perdidas del pueblo
de Israel. Mientras vayan caminando, proclamen que el Reino de Dios se ha
acercado. Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, echen demonios.
Den gratuitamente, puesto que recibieron gratuitamente” (Mt 10:5-8). Nuestra
misión, hoy día, es como fue la de los apóstoles en su época, convertirnos en
seguidores de Jesús. Como católicos hemos aceptado abiertamente la invitación
de ser testigos de Jesús, hacer sus obras ahora como Él las hubiera hecho, a
través del poder del sacramento de la confirmación. Por lo tanto, ahora que tú
empiezas a orar por los enfermos y a leer el Nuevo Testamento prestando
especial atención a la sanación, puedes preguntarte: ¿Dónde he estado todos
estos años? Los Evangelios claramente expresan lo que Jesús dijo: “Prediquen el
Evangelio y sanen a los enfermos”.
En el libro Sanación de Francis MacNutt hay un
capítulo sobre sanación que recomiendo leer a todos. “El mensaje fundamental de
la cristiandad: Jesús salva”. MacNutt dice que el mensaje del Evangelio es que
Jesús salva y los domingos cuando el sacerdote o predicador está en el púlpito,
debe predicar precisamente esto. Este simple mensaje puede ser enseñado, bien
sea por la palabra hablada o dada, o por la comprensión que la gente derive a
través de la sanación. Creo que Jesús concibió ambas cosas.
Cuando Kathryn Kuhlman vino a Mobile, Alabama en
1975, las entradas se agotaron. De hecho, hubo mucha gente que se quedó sin
entrar. Por la misma época se presentó también en Mobile otro evangelista, un
excelente orador y quien contaba con una enorme campaña publicitaria, pero que
no contó con la cantidad de público que fue a escuchar a Kathryn Kuhlman. El
único método que utilizó fue el de la predicación mientras que Kathryn usó la
predicación y la sanación. Siempre que se han utilizado la predicación y la
sanación, los ofrecimientos de Jesús, los auditorios donde se han llevado a
cabo las presentaciones no han tenido la capacidad suficiente para albergar a
toda la gente que ha querido acudir. Esto ha ocurrido en muchas ocasiones.
En mi propio ministerio tuve la misma experiencia
recientemente cuando estaba en unos retiros espirituales en Brasil con
sacerdotes, religiosas y laicos. La noticia de que se estaban llevando a cabo
unos retiros espirituales de sanación se esparció por todos los vecindarios.
Las puertas del lugar donde se desarrollaban los retiros fueron colmadas por
personas provenientes de toda la región que querían asistir. ¿Por qué? Porque
hay una atracción natural hacia la sanación. Esta atracción fue evidente también
en la época de Jesús, cuando leemos que era seguido por multitudes. Todos
necesitamos sanación, de una forma o de otra, porque seguimos siendo personas
con necesidades.
Algunos teólogos afirman que el Señor no sana a la
gente enferma de hoy porque esto era solamente para las personas del siglo
primero. Sin embargo, en estas épocas modernas podemos ver claramente como la
gente común y corriente tiene, en cierto sentido, un entendimiento más profundo
del Señor, y visitan santuarios para hallar sanación, o siguen a predicadores,
o acuden a la última aparición de Nuestra Santísima Madre para ser sanados.
Personalmente, no tengo nada en contra de tomar un avión para ir a Lourdes,
claro que el ochenta por ciento de los cristianos hoy en día no puede costearse
este lujo, y la cristiandad no es sólo ese veinte por ciento que puede saltar a
un avión e ir a santuarios o a lugares santos. La cristiandad está siempre a
disposición de todos los hombres sin importar su raza, y el poder de sanación
de Jesucristo está donde haya un cristiano, donde haya una apertura al poder
sanador del Señor Jesucristo.
Mi método total de sanación se basa en la idea de
que la sanación es “una respuesta a la oración”, opinión que ha sido objetada
por algunas personas. Otros la ubican en la comunidad. Esto está bien ya que queremos darle importancia a la comunidad. Si
podemos creer en el amor que el Señor nos tiene, entonces, El va a actuar a
través de nosotros, que somos sus instrumentos, para darnos la respuesta a
nuestra oración. Yo creo que Jesús, por
lo general, quiere que todos los hombres sean sanados, porque El prometió
darnos signos. “Y estas señales acompañarán a los que creen: en mi nombre (…)
pondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán (Mc 16:17-18). Este relato
bíblico refleja la actitud de Jesús sobre la sanación, fue resaltado, utilizado
y vivido entre los primeros cristianos y cuyo poder nos fue dado a nosotros por
el Evangelio según San Marcos.
En cada sanación existen cuatro factores: la
persona que ora, la persona por la que se ora, la oración que se dice y la fe
de la comunidad. Mencionaré aquí brevemente el cuarto factor. ¿Cuánta fe
tenemos dentro de la comunidad católica para alcanzar la sanación? Hago siempre
énfasis en la fe de la comunidad porque la experiencia me ha mostrado lo
importante que es. Por ejemplo, estando en Birmingham, Alabama, una mujer que
había pertenecido a la iglesia pentecostal antes de ser católica, me dijo un
día algo con respecto a sus experiencias de sanación: “Padre, cada vez que nos enfermábamos,
como miembros de la Iglesia pentecostal, acudían los ancianos y el ministro,
nos ungían y nos sanaban en cada oportunidad. Nunca supe lo que era ir a donde
el doctor. Hacíamos lo que la Biblia indica: El que esté enfermo, que llame a
los presbíteros de la Iglesia para que rueguen por él, ungiéndolo con aceite en
el Nombre del Señor (Stgo. 5:14).
Esta mujer me hizo reflexionar sobre la fe de la
comunidad que oró por ella. Concluí lo siguiente: Empezamos a orar por sanación y no nos sorprendamos si nuestras oraciones
son contestadas. La comunidad entera, a diario, crece en afirmación y
experiencia a medida que extiende la mano y ora por la sanación de los enfermos.
La experiencia es supremamente importante ya que la mayoría de nosotros duda
como Santo Tomás, y necesitamos ver la sanación para creer. Es triste decirlo,
pero no espero que la mayoría de los católicos crean en la sanación sino hasta
que la vean debido a la fuerte resistencia que tienen. Ellos la buscan en
santuarios, lugares santos, y rezando novenas.
Una de las mejores experiencias de fe en mi vida ha
sido la cruzada de Kathryn Kuhlman, en la que fui testigo de 100 sanaciones en
Pittsburg. Mi experiencia personal hizo crecer mi fe. Algunas personas están
haciendo un seguimiento a estas cruzadas de sanación argumentando que la gente
no es en realidad sanada, sino solo aparentemente. A mi modo de ver lo que pasa
es que cuando las personas salen de las sesiones de sanación, la fe y el amor
retornan a sus comunidades negativas en donde no hay amor, paz o alegría, sino
solo rabia, frustración y culpa. Estos últimos síntomas empiezan a aflorar de
nuevo y los que habían sanado se enferman de nuevo porque el ambiente donde
viven no cambia.
En la cátedra de “oración de sanación”, llevada a
cabo en Mobile, Alabama, la gente entraba a la cafetería donde se estaban dando
las clases, y los que tenían un dolor físico dejaban de sentirlo. Podían
sentarse por dos horas en la clase sin experimentar ningún tipo de dolor,
sintiéndose maravillosamente, pero cuando abandonaban la cafetería, el dolor
regresaba. ¿Por qué? La fe de la
comunidad es muy importante en toda el área de sanación y ciertamente uno de
los factores primordiales.
“Señor Jesús, sé que deseas que todos te amemos en
forma completa y que estemos totalmente bien para que podamos orar y alabar.
Permite que el Espíritu Santo se manifieste hoy y que nos enseñe la verdad de
que Tú realmente nos quieres saludables en cuerpo, mente y espíritu. Aumenta
hoy nuestra fe como comunidad para creer en tu amor sanador”.
2. Recibe los
sacramentos tan frecuentemente como te sea posible para lograr la sanación.
Nuestro Señor Jesús dio su vida por los hombres de
todas las épocas. Para continuar con su trabajo de redención y de santificación
a través de los tiempos, dio a la Iglesia los siete sacramentos con el fin de
moldearnos, llenarnos, usarnos y fundirnos. Básicamente, gracias a los
sacramentos, el hombre se sana.
El teólogo Donald Gelpi S.J., escribió lo siguiente
en su libro La piedad pentecostal: “Pero los católicos no pueden redescubrir el
propósito de estos sacramentos de manera significativa a menos que estén
plenamente convencidos de que estos poseen un don efectivo de sanación. Esto,
simplemente, significa que no podemos desechar o desdeñar más la sanación por
la fe practicada por muchos de nuestros hermanos no católicos”.
Por el contrario, debemos entender su verdadero
significado y lugar en la vida de cada comunidad cristiana. Debemos también
contemplar el ministerio sacramental de la sanación como una parte integrante
de las vocaciones sacerdotales. Y debemos llegar a un entendimiento teológico
sólido de la relación entre un ministerio sacramental y un ministerio
carismático de la sanación.
Como
católicos, el centro de nuestra vida espiritual es la misa, la Eucaristía.
Durante la celebración de la misa encontramos oraciones maravillosas para curar
la mente, el cuerpo y el espíritu. En la plegaria del Padre Nuestro encontramos
una súplica: “Líbranos de todo mal”. Ya que
el hombre es un todo – cuerpo, mente y espíritu – no susceptible de separación,
entiendo que ésta es una solicitud de protección contra el mal físico,
psicológico y espiritual.
En la
oración que el sacerdote dice a la congregación: “La paz del Señor esté siempre
con vosotros”, Cristo está presente en su gente. Esto significa repetidamente
la paz total del hombre: cuerpo, mente y espíritu. Si alguien tiene un dolor intenso durante la Eucaristía, es difícil
entender cómo puede estar en paz y permanecer dispuesto a recibir lo que Jesús
le está ofreciendo. La paz es armonía de mente, cuerpo y espíritu que se
traduce en tranquilidad. Ciertamente, las personas que se aproximaron a Jesús
para ser curados sintieron esta paz dentro de ellas, y las experiencias de los
que hoy se encuentran en el ministerio de la sanación tienden a estar de
acuerdo con que la sanación le brinda al hombre una sensación de paz no
conocida anteriormente. Por consiguiente, la misa es la oportunidad perfecta y
natural de acercarse al Señor si se está sufriendo de falta de arreglo interior
y se busca la paz del Señor.
La segunda oración antes de la comunión: “Señor
Jesucristo, con fe en tu amor y en tu misericordia, como de tu cuerpo y bebo de
tu sangre, no me condenes sino dame salud en mente y cuerpo”, es una referencia
directa a la sanación sin requisitos. Los
sacerdotes harían bien en llamar la atención de los fieles. Ciertamente se
ayudaría a muchas más personas si llegaran a la Eucaristía con la gran
convicción de fe que el Señor Jesucristo las sanará. Si no decimos estas
oraciones con un gran convencimiento, perdemos mucho del poder de sanación que
nos brinda la misa.
Todos hemos repetido esta oración antes de la
sagrada comunión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una
palabra tuya bastará para sanarme”. Pero ¿cuántos han reflexionado realmente
sobre esta súplica? Esta es una magnífica oportunidad de mostrar al Señor
nuestra necesidad de sanación y de esperar que, así como Él se entregó por nosotros,
nos dé un don menor, como es la sanación total del hombre.
El Reino de Dios está sobre nosotros y en la misa
nos damos cuenta de su presencia en forma muy profunda. Este es el momento para
los frutos del Reino, uno de ellos es la integridad, la cual debe ser hecha y
recibida por el creyente.
Hemos recibido los sacramentos como ayuda para
lograr la sanación, Dios tocando al hombre, el hombre tocando a Dios. “Extiende
la mano y toca a Dios cuando El pasa”, como dice la canción. Esto es lo que
ocurre en los sacramentos: Jesús desciende y nos toca. Recíbelos con la
confianza de recibir la sanación.
“Señor
Jesús, tócanos y sánanos hoy. Renueva dentro de cada uno de nosotros nuestro
compromiso de recibir tu amor sanador que nos es dado en los sacramentos”.
3. Ora por el enfermo
tantas veces como te sea posible.
Aparentemente, entre más oremos con el enfermo, más
relajada y profunda se vuelve la oración. Si éste es el caso, es valioso orar
por él tantas veces como sea posible. Así como existen barreras a la sanación,
el enfermo tiene barreras también y entre más se ore por él, más receptivo se
volverá y más barreras se removerán, permitiendo que el amor de Dios fluya
libremente.
Generalmente,
cuando las familias me traen a sus enfermos, les digo: “Oren por ellos tres
veces al día: en la mañana, al mediodía y en la noche. Impongan las manos sobre
ellos por lo menos tres veces al día. Oren tantas veces como les sea posible,
especialmente por los enfermos que hay en casa ya que se consiguen muchas más
cosas de las que se creen mediante la oración”. Raras
veces oramos demasiado por los enfermos. El peligro está en que oramos muy
poco, no lo contrario. Es imperativo que nunca dejemos de orar, sin importar
que tanto lo hayamos hecho con nuestros enfermos antes. Jesús es el modelo que
debemos seguir ya que El dedicó mucho tiempo de su vida a la oración.
Nosotros mismos estamos recibiendo la sanación
cuando oramos por los enfermos. Estamos creciendo en amor, fe y confianza. Este
crecimiento, además de justificar nuestra preocupación por la sanación de los
enfermos, debe justificar una frecuente oración. Por lo tanto, sea constante y
ore por los enfermos tantas veces como le sea posible.
“Señor Jesús, fortalécenos y haznos alcanzar la fe.
Pon tus manos sobre los enfermos sabiendo que tu deseo de sanación es más
fuerte que el nuestro. Al seguir tu ejemplo, Jesús, ayúdanos a percibir las
necesidades de tu pueblo y a ayudar con compasión. Gracias, Jesús”.
4. Ten confianza en el
amor de Jesús para la sanación del enfermo
Cuando la mayoría de los laicos se ve ante la
posibilidad de orar por otras personas para pedir sanación, se sienten
temerosas porque se creen carentes de la suficiente fe. La fe personal de la
mayoría se vuelve un nudo, incluso la de aquellas personas que han estado
orando durante muchos años por los enfermos. El Señor sólo nos pide que
tengamos fe como un grano de mostaza. Es aconsejable poner toda nuestra
atención en Jesús, haciendo énfasis en el Señor y no en nuestra propia fe. Al poner nuestra fe en el amor de Jesús
durante la oración, podemos orar de la siguiente manera: “Señor, tú amas a esta
persona. Yo estoy aquí para canalizar tu amor y creo y confío en tu amor”.
Luego, si es posible, visualice a Jesús allí de pie con sus manos sobre la
persona por la que se está orando; pídale a ella que haga también esta
visualización. La visualización es muy importante en el ministerio de la
sanación porque ayuda a enfocarnos en Jesús y no en la fe suya o en la de la
persona por la que se está orando.
El don
carismático de la sanación, como yo lo entiendo, es una apertura, una
“pasividad” hacia el Señor. No lo puede encender y apagar.
Inclusive si usted se siente como un tubo oxidado, el amor del Señor puede
fluir a través suyo. El agua cristalina corre por tubos oxidados. Por esto,
cuando se les enseña a los niños a orar, ocurren milagros. Los niños no tienen
los complejos de los adultos. Hace algunos años, un grupo de misioneros en el
África tradujo el Evangelio de San Juan a la lengua nativa del lugar antes de
que fueran expulsados por el gobierno. Al regreso de los misioneros años más
tarde, estos se quedaron atónitos al ver que los enfermos de las diversas
poblaciones estaban sanos. Atribuyeron esto al hecho de que la gente estaba
leyendo el Evangelio de San Juan, a que creían de todo corazón en lo que leían
y a que vivían la vida cristiana escrita en el Evangelio. Esto dice mucho de cómo obra la fe en los
niños y en las personas simples: sencillamente creen. Niños de tres, cuatro,
cinco años de edad han dicho: “Déjame orar por tí” Los niños oran y después
corren a jugar. Poco después la mamá está sorprendida porque se sanó. En
repetidas ocasiones he escuchado esta historia. Los chicos no han sido
educados en teología. El Evangelio de Jesús siempre ha sido para todos los
hombres sin distingo de raza, y es relativamente fácil de seguir. No es sólo
para los intelectuales o los teólogos, es para todo aquel que esté abierto a Él.
Hoy en día, muchos jóvenes se están adhiriendo a
sectas religiosas orientales, situación que nos preocupa. Para sus seguidores,
el atractivo de estas sectas religiosas parece radicar en que éstas profesan la
garantía de un conocimiento profundo que conlleva a la felicidad. Puedes ir a
la cima de una montaña y sentarte con un gurú y aprender los secretos de todos
los tiempos, así dicen. Sin embargo, ¿no tiene sentido que tú tengas el
Evangelio de Jesús que enseña a entregarse y a enlodarse los pies y ayudar al
pobre, o te permite encerrarte en un armario y alcanzar la más alta
contemplación? La cristiandad es, ciertamente, la religión más realista. Jesús
tenía los pies en la tierra aunque pasó noches enteras orando en las montañas.
Ya que profesamos la fe cristiana, sea en lo más alto de una montaña o en las
calles de Calcuta o en las ciudades donde vivimos, cree en el amor de Jesús
acompañándolo, confía en el amor del Señor para sanar. “No se turben; ustedes
creen en Dios, crean también en mí” (Jn. 14:1).
“Señor
Jesús, creemos en tu amor y creemos en tí, pero existen momentos en que estamos
pensando sólo en nosotros. En estos momentos, cuando nuestra fe se tambalea,
ayúdanos a centrar de nuevo nuestra atención en tí y en tu amor. Quédate con
nosotros, Jesús, dondequiera que estemos, para traernos de regreso a tu luz
sanadora”.
5. Pon tus manos sobre
la persona cuando sea razonablemente posible
Existe una comunicación especial cuando tocamos a
alguien con amor. Si no lo crees, pregunta a una joven pareja de enamorados que
van por la calle con las manos entrelazadas y diles que no es necesario que se
tomen de las manos. Ellos te contestarán: “Usted no sabe lo que se siente”.
Existe, definitivamente, una comunicación por el tacto, porque es una manera no
verbal de transmitir amor.
Aquellas
personas, en el ministerio de la sanación, que han orado imponiendo sus manos,
pueden dar fe de su poder. Muchos han sentido calor o alguna otra sensación
como vibraciones cuando lo hacen. Es
natural que cuando nos encontramos con alguien le estrechamos la mano. Ya que
el tacto es un gesto natural de comunicación para transmitir nuestro amor y
nuestra preocupación, grandes cosas parecen ocurrir cuando combinamos oración e
imposición de manos.
El Nuevo Testamento cita muchos ejemplos de
imposición de manos hecha por Jesús y por sus discípulos. Jesús sabía del valor
de la imposición de manos.
“Entonces trajeron a Jesús algunos niños, para que
les impusiera las manos y rezara por ellos” (Mt. 19:13).
“Jesús alargó la mano, lo tocó y le dijo: Lo
quiero, quedas limpio” (Mt. 8:3).
“Había ido Jesús a la casa de Pedro, encontró a la
suegra de éste en cama, con fiebre. Jesús la tomó de la mano y le pasó la
fiebre” (Mt. 8:15).
“Le rogaba: Mi hija está agonizando; ven, pon tus
manos sobre ella para que sane y viva” (Mc 5:23).
“Tomando la mano de la niña, le dijo: Talita Kum,
que quiere decir: Niña, a tí te lo digo: levántate. Y ella se levantó al
instante y empezó a corretear” (Mc. 5:41-42).
“Al verla Jesús, la llamó. Luego le dijo: Mujer,
quedas libre de tu mal. Y le impuso las manos. Y ese mismo momento ella se
enderezó, alabando a Dios” (Lc. 13:12-13).
“Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos
y le dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por
donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del
Espíritu Santo. Al instante fue como si le cayeran escamas de los ojos y pudo
ver (Hechos 9:17).
Nosotros, como discípulos de Jesús, también somos
enviados por El para comunicar su amor a través de la imposición de manos en la
búsqueda de la sanación. “Y estas señales acompañarán a los que crean: en mi
nombre (…) impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán” (Mc. 16:17).
“Jesús,
cuando oramos por otros en tu Nombre te pedimos que uses nuestras manos como si
fueran las tuyas para alcanzar y tocar a aquellos por quienes oramos. Permite
que el Espíritu Santo actúe a través de nosotros hoy, especialmente cuando
oramos por los miembros de nuestras familias o comunidad. Gracias Jesús por tu
amor sanador que fluye a través de mí en este momento”.
6. Pongamos nuestras
vidas en las manos de Jesús
En la
medida en que nos entreguemos más a Jesús, El vivirá más dentro de nosotros y
más podrá actuar a través de nosotros. ¿No es acaso esto lo que es la vida
cristiana, un total abandono en las manos del Señor? Nosotros cantamos, “A donde me lleves te seguiré”, y esto es tan cierto
como que tenemos que seguir a Jesús tan cerca y sinceramente como podamos.
Debemos recordar siempre que somos “sanadores
divididos”. No existe nadie que sea verdaderamente completo en todos los
sentidos, es decir, en mente, cuerpo y espíritu. Algunos se excusan: Bien, no
puedo orar por los demás porque yo mismo tengo demasiados problemas…Recuerde que somos sanadores divididos y
cuanto más sirvamos de canal al Espíritu Santo, más sanación tendremos y más
efectiva será nuestra intermediación.
El don del Espíritu Santo dentro de nosotros parece
ser una apertura continua, de manera que cuando Él quiera actuar a través de
nosotros lo pueda hacer. De esto se trata. “Y ahora no vivo yo, sino que Cristo
vive en mí” (Gál. 2:20). Se trata de estar en total unión con Cristo en su
Espíritu Santo. Esta es la luz de Cristo que brilla a través de nosotros.
Una de
las formas en que más podemos ponernos en las manos del Señor es por medio de
la alabanza. Podemos entregarnos más a Dios si lo alabamos en este momento, sin
importar nuestra situación. Si pierde el camino de regreso a
casa una noche cualquiera, debe orar y alabar a Dios. Si al salir de una
reunión de sanación se da cuenta que su grabadora portátil no está funcionando,
alabe a Dios. La alabanza es una hermosa forma de espiritualidad porque se
mezcla de manera perfecta con lo que hemos aprendido, que es el don de ser
capaces de vivir en el momento presente.
Debemos recordar siempre que Jesús es el sanador y
que “…sin mí no pueden hacer nada” (Jn. 15:5). Somos únicamente el canal que El
escoge. Su Espíritu actuará con mayor libertad a través de una oración profunda
a la vida, una alabanza y una constante dependencia de Él.
“Jesús,
aumenta mi dependencia en ti a medida que mi entrega se hacer mayor por el
poder de la oración y de la alabanza en mi vida diaria. Me entrego a ti en
forma completa y te pido que tu Espíritu me llene de luz y permita que cada
parte de mi mente sea iluminada. A ti Señor Jesús, el poder y la gloria por
siempre jamás”.
7. Perdona a todos los
que te han ofendido o herido
La falta
de perdón es una de las pocas cosas que son una verdadera barrera para lograr
la sanación. Algunos dirían que la falta de fe es lo más, pero la experiencia
que tengo en mi propio ministerio me ha demostrado que la falta de perdón es el
obstáculo más común. Muchas, veces, personas de poca fe son sanadas por la inmensa
fe de la comunidad, pero si la persona por la que se está orando alberga falta
de perdón, no se sanará hasta que haya perdonado del todo. El poder sanador del Señor Jesucristo no puede penetrar debido a la
falta de perdón. “Queda bien claro que si ustedes perdonan las ofensas de los
hombres, también el Padre celestial los perdonará. En cambio si no perdonan las
ofensas de los hombres, tampoco el Padre los perdonará a ustedes” (Mt.
6:14-15).
La gente nunca está segura de haber perdonado.
Frecuentemente me preguntan: ¿cómo se sabe que uno perdonó del todo? Siempre
respondo: Cuando ore por la persona que
lo ofendió o hirió, puede estar absolutamente seguro de que fue perdonado
porque al orar por ella, se está pidiendo al Señor que le brinde a esta persona
bondad y cosas buenas. Amar es desear lo que más le convenga al otro y
hacer lo que razonablemente se puede para brindarle felicidad y cosas buenas.
Las definiciones de amor y oración en estas circunstancias son paralelas: en la
oración se pide lo que más convenga y en el amor se desea lo mejor. Por lo
tanto, cuando oramos por una persona, nuestra oración se convierte en
manifestación de amor en acción. Lo repito una vez más, una vez que hayamos
orado por alguien sinceramente, podemos estar seguros de que la hemos perdonado
en un acto de voluntad. ¡El perdón es decisión, no sentimiento!.
Es la decisión de perdonar la que te libera y te
redime, y esto es todo lo que el Señor te pide.
“Jesús,
ayúdame a amar y a orar por aquellos que me han herido porque conozco tu amor y
los perdono incondicionalmente así como tú me has perdonado. Dejo bajo tu luz
sanadora cualquier resentimiento o falta de perdón que albergue hacia ellos.
Elevo una oración en este momento por la persona que más me haya ofendido en la
vida y te pido que colmes de bendiciones su vida. Te agradezco el haberme
liberado del mal de la falta de perdón”.
8. Ora por quienes te
han herido
Cree en las palabras de Jesús, “Pidan y se les
dará; busquen y hallarán; llamen a la puerta y les abrirán” (Mt. 7:7). La
sanación no es otra cosa que un ministerio de oración y fe, y el Señor lo dice
claramente en las Escrituras.
Como dije
con anterioridad, cuando oramos por una persona se puede estar razonablemente
seguro de que estamos amando y haciendo lo mejor que podemos. Le pedimos al
Señor que le brinde bienestar en su vida. Si después de haber orado por alguien
todavía sentimos dolor, podemos pedirle al Señor que sane este sentimiento. Un
método para eliminar los sentimientos negativos es visualizar a la persona en
nuestra mente y verla como Dios la ve. Decimos:
“Te perdono y te amo porque Jesús te ama”. Podemos repetir esto cuantas veces
sea necesario y tan despacio como sea posible para permitir que el amor de
Nuestro Señor Jesús se haga presente y sature a esta persona.
Eventualmente, se producirá un verdadero cambio en nuestros sentimientos y
actitudes hacia la persona por quien estamos orando.
Durante mis clases de oración de sanación en la
Diócesis de Mobile, Alabama, iniciada hace muchos años, la gente me pedía que
continuara después del curso de seis semanas porque apenas empezaban a entender
el Nuevo Testamento bajo una nueva perspectiva. Sus mentes habían sido
iluminadas por medio del ministerio de la oración de sanación. Esto ocurrió en
1974 y el curso todavía existe. Había un promedio de 250 personas por curso;
mitad católicos, mitad no católicos. A los tímidos católicos se les enseñó la
oración de sanación y contaron después como no salían de su asombro al ver las
sanaciones que estaban ocurriendo, en la medida que ampliaban su oración
pidiendo por su familia y otras personas. La sanación ocurrirá durante la
oración porque ésta es la voluntad del Señor Jesucristo. “La súplica del justo
tiene mucho poder…” (Stgo. 5:16). “Pero yo les digo a ustedes que me escuchan:
Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los
maldicen, rueguen por los que los maltratan” (Lc. 6:27-28)
“Jesús, a
veces, mes es difícil orar por aquellos que me han herido o han abusado de mí
ya que estoy concentrado en mi dolor y no en tí ni en el amor que prodigas
tanto a mí, como a ellos. Ayúdame, Jesús, en la ardua lucha que libro en estos
momentos y libera dentro de mí, por el poder de tu Espíritu Santo, la gracia de
orar por ellos como tú lo harías. Gracias por tu luz y tu amor en este
momento”.
9. Cree en las palabras
de Jesús sin poner atención a lo que parece estar sucediendo
“Jesús le
contestó: En verdad les digo: si tienen realmente fe y no vacilan, no solamente
harán lo que acabo de hacer con la higuera, sino que dirán a ese cerro: Quítate
de ahí y échate al mar, y así sucederá. Todo lo que pidan con una oración llena
de fe, lo conseguirán”. (Mt. 21:21-22) Desde la
montaña estamos haciendo que sucedan cosas. ¿significa esto, literalmente que
debemos mover montañas, o podría significar mover las montañas de maldad, falta
de amor, falta de fe, ansiedad, miedo, frustración, bronquitis, artritis, pies
y espaldas doloridos? Estas son las montañas de mal que tenemos en nuestras
vidas por las que podemos orar y decir: ¡Desaparezcan en el Nombre del Señor!
¡Láncense al mar!
Es cierto, el Señor ha prometido honrar las
plegarias de los fieles. Cuando oremos, depositemos toda nuestra confianza en
la Palabra del Señor. Inclusive si aún después de haber orado no vemos un
cambio inmediato, debemos aferrarnos a las promesas de Cristo. Mientras más nos
saturemos con las palabras de Jesús en las Escrituras, más fe tendremos dentro
de nosotros y más capaces seremos de pedir sanación.
“Jesús,
me aferro y confío en tí y en tus palabras como aparecen en las Escrituras. Que
tu amor sanador fluya de mí hacia los demás así como creo en tu deseo de que
todos disfrutemos de tu vida en abundancia. Te pido que me uses como
instrumento de tu amor sanador, hoy”.
10. Alaba y da gracias
a Jesús por su amor tantas veces como te sea posible
Es imperativo que alabemos y demos gracias al Señor
por todas las cosas: por la oración contestada y por la que no. Más alabemos y
demos gracias al Señor, con mayor perfección pondremos en práctica el primer
gran mandamiento: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma, con toda tu fuerza…” (Lc. 10:27).
A medida
que abrimos nuestros corazones y mentes en alabanza al Señor, nos estamos
abriendo a su poder sanador. La mayoría de estas personas
gasta su vida lamentándose de sus problemas, dolores y sufrimientos. Están tan
absortas en sus dificultades que éstas se convierten en el centro de su oración
cuando este lugar debe ser ocupado por el Señor. Cuando alabamos y damos
gracias a Dios, hacemos de Jesús el centro de nuestra oración y nos apartamos
de nuestro centro. A medida que apartamos la vista de nosotros y la volvemos hacia
el Señor, Él se manifiesta de manera extraordinaria. Cuando alabamos al Señor,
le estamos dedicando nuestra atención y, olvidándonos de nosotros, nos volvemos
más receptivos a lo que Él tiene para darnos.
Cuando una persona recibe oraciones de sanación, la
podemos invitar a una reunión y pedirle que de gracias y alabe al Señor por el
trabajo que el Espíritu Santo está haciendo dentro de ella. De esta manera, la
persona se apresta a recibir la sanación que probablemente ya se está llevando
a cabo.
Recomiendo los libros escritos por Merlín
Carothers, Campo de Alabanza, El poder de la Alabanza y Respuestas a la
Alabanza, con el fin de llevar a cabo un excelente estudio sobre la alabanza en
nuestras vidas. Estos libros son lectura obligatoria para todo cristiano,
especialmente para quienes están en el ministerio de la sanación. Ha sido una
herramienta invaluable en mi propio ministerio.
“Padre celestial, te damos gracias y te alabamos
por el hermoso don que nos has dado en Jesús y por el maravilloso poder que
existe cuando abrimos nuestros corazones en la oración. Señor, te pido que
todos te alabemos y te demos gracias siempre y en todo lugar. Te pido que te
alabemos y te demos gracias sin importar las circunstancias por las que estemos
pasando, y que tu amor nos llene en abundancia. Que cuando estemos sufriendo
alguna pena o apretando los dientes, podamos ser capaces de alabarte sabiendo
que todas las cosas funcionan para aquellos que amas. Pido que tu amor sanador
fluya en nosotros y que las áreas difíciles de nuestra existencia sean sanadas,
especialmente la de la autoestima. Que podamos aprender a amarnos para poder
amarte y amar a los demás.
Te damos gracias y te alabamos, Jesús, por el
trabajo que estás realizando dentro de nosotros en este momento. Amén”.
Fuente: Extraído del Libro “Manual del Laico para el Ministerio de
Sanación” del autor Rev. Robert De Grandis S.S.J.
Publicado por Unción Católica y Profética
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