"Los judíos se pusieron a
discutir unos con otros:
– ¿Cómo puede este darnos a comer
su propio cuerpo?
Jesús les dijo:
– Os aseguro que si no coméis el
cuerpo del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida. El que
come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo le resucitaré el día
último. Porque mi cuerpo es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida. El
que come mi cuerpo y bebe mi sangre vive unido a mí, y yo vivo unido a él. El
Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él. De la misma manera,
el que me coma vivirá por mí. Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan
no es como el maná que comieron vuestros antepasados, que murieron a pesar de
haberlo comido. El que coma de este pan, vivirá para siempre.
Jesús enseñó estas cosas en la
reunión de la sinagoga en Cafarnaún."
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Queda claro que los judíos no entendieron las
palabras de Jesús. Incluso entre los romanos corría el bulo de que los primeros
cristianos, en sus reuniones, sacrificaban un niño y se lo comían. Jesús habla
de su cuerpo glorificado tras la Resurrección; de su ser. Pero posiblemente
tampoco hemos entendido nosotros sus palabras, porque tras años de comulgar,
nada ha cambiado en nosotros. Quizá, incluso hemos dejado de comulgar porque no
le encontramos ningún sentido. Hasta el punto que hemos convertido la 1ª comunión
en un acto social, que demasiadas veces se convierte en la primera y la última
comunión.
La Eucaristía es la donación total de Jesús a
nosotros, hasta formar un sólo ser. Es el pan que nos da la vida, porque nos
une a Jesús y nos une a todos los hombres. La Eucaristia nos hace a todos
hermanos nuestros y hermanos de Jesús. Nos hace verdaderos hijos de Dios ¿De
verdad somos conscientes de ello? Si nuestra vida no cambia, es que no lo
somos.
Enviat per Joan Josep Tamburini
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