lunes, 2 de septiembre de 2013

INMUTABILIDAD DIVINA

INMUTABILIDAD DIVINA

Seguro que más de una vez…, hemos escuchado el término inmutabilidad como una condición de Dios. ¿Qué quiere decir, que Dios es inmutable? Según el DRAE ser inmutable significa: Ser no mudable, que no puede cambiar, es decir, ser siempre invariablemente el mismo. Dios es inmutable, por lo que el tiempo, no tiene sentido en relación con Él. Nosotros estamos sujetos al tiempo, vivimos en este mundo con el dogal del tiempo; Dios no está en el tiempo, Dios está y ha estado y estará siempre en la eternidad.

Frank Sheed, nos dice: “Dios es inmutable porque es infinito. Tiene todas las perfecciones. No puede perder ninguna, luego no hay pasado en Él que las haya podido adquirir, ni tampoco futuro en el que las pueda dejar de disfrutar. Tiene todas las perfecciones en el presente, un presente que no cambia ni acaba; en esto consiste la eternidad. El Universo que Él ha creado no es así. Las cosas van y vienen. El cambio es constante. El tiempo y el Universo comenzaron a la vez”. Lo cual es de todo punto lógico, si pensamos que Dios es Espíritu puro y el universo es totalmente materia. Lo espiritual es siempre eterno mientras que la materia tarde o temprano, al carecer de simplicidad y ser siempre compuesta se descompone y fenece. Nuestra alma es eterna nuestro cuerpo fenecerá.

En la Biblia para formarnos en la idea de la inmutabilidad de Dios, se toma curiosamente por signo, un elemento material, que como materia es mutable. Se habla de que Dios es la roca, que es inmovible, es el monte Sion, y ello es así porque en nuestras mentes nos cuadra muy bien la fortaleza que nos inspiran las rocas, como signo de dureza que es impasible e inconmovible.

La mutabilidad de algo o de alguien, siempre está asociada al transcurso del tiempo. Es el transcurso del tiempo, el que marca el cambio, el que hace mutable a la materia y a las personas en su parte corporal no en su alma.. Cuando se vive en la eternidad, no solo Dios es inmutable, también lo seremos nosotros, ya lo es nuestra alma, sea en el cielo o en el infierno, tal como abandonemos este mundo, así nos quedaremos para el resto de la eternidad, aunque sea una incongruencia, decir: el resto de la eternidad, porque la eternidad tiene resto y el que ingresa en ella, ya no está sometido al dogal del tiempo.

San Pablo en la carta a los hebreos nos dice: "8 Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre. 9 No se dejen extraviar por cualquier clase de doctrinas extrañas. Lo mejor es fortalecer el corazón con la gracia, no con alimentos, que de nada aprovechan a quienes los comen”. (Heb 13,8-9). Henry Nouwen, sacerdote holandés muy afincado en la iglesia católica norteamericana, escritor de numerosos libros espirituales y recientemente fallecido, comentando por un lado la inmutabilidad de Jesucristo como Dios y su mutabilidad como hombre, nos dice: “A los ojos de Juan, Jesús es el lugar de encuentro de lo eterno y de lo mortal. Para Juan, Jesús no tiene principio ni fin. Cuando desarrollamos una relación íntima con Jesús, tampoco nosotros tenemos principio ni fin”. Es nuestra relación, con el Señor con Jesucristo, es su amor a Él, lo que nos hace caminar hacia nuestra gozosa futura inmutabilidad.

Si meditamos sobre la inmutabilidad de Dios y la mutabilidad de todo lo que nos rodea, pronto llegaremos a la conclusión de que la inmutabilidad es lo propio del orden espiritual y lo mutable es lo propio del orden material. La materia lenta o rápidamente, según los caso siempre camina hacia si descomposición, hacia su corrupción; toda ella siempre terminará descomponiéndose, porque carece de la simplicidad de lo espiritual, Dios que es Espíritu puro, es la simplicidad absoluta y lo que es simple al carecer de partes es imposible que pueda descomponerse. Por ello en la materia se da la existencia del tiempo, que es el factor que la lleva a su descomposición. En el orden del espíritu lo suyo es la eternidad, que podríamos considerarla como la antítesis del tiempo. Nos encontramos pues con una dicotomía tiempo eternidad correspondiente a otra de materia espíritu.

Nosotros ahora aquí abajo, en este mundo material, tenemos un alma espiritual inmortal, y un cuerpo material mortal. Nacemos y a lo largo de nuestra vida vemos como nuestro cuerpo, por muy bien desarrollado que esté, lentamente y en algunos casos rápidamente, por razón de dolorosas enfermedades, vemos como se produce el derrumbe de nuestro cuerpo y el del cuerpo de los demás. Hay una expresión que generalmente se dice con frecuencia: El tiempo pasa para todos y no perdona a nadie. Pero esta realidad que a casi todo el mundo entristece, y no debe de ser así. La gente se quita años, no quiere confesar su edad, incluso es una grosería preguntarle a alguno los años que tiene. Yo tenía una tía, hermana de mi madre, que por cierto falleció con 106 años, y que cuando le preguntaban la edad que tenía, invariablemente cualquiera que fuese la edad que tuviese incluso rondando ya los 100 años, siempre respondía: Tengo quince y más.

Pero cuando una persona, profundiza en su fe, lo cual lleva como consecuencia una profundización en su esperanza y en su amor al Señor, el tema de la edad y del tiempo que pasa descomponiendo su cuerpo, es pare ella o para él, algo hasta deseable por que le acerca más, a lo que más desea. Para estas personas el apego a este mundo y lo que nos rodea, tiende a desaparecer, es como si cortásemos el hilo o la cadena que nos ata a este mundo y de la cual nos escribe San Juan de la Cruz, en uno de sus libros. Es en esta situación donde el alma, que ha vivido dominada por el cuerpo y sometida a las apetencias y deseos de la materialidad de su cuerpo, toma en su manos el timón de la nave de su vida terrenal y pone rumbo al amor de Dios que sabe que le está esperando.

Hasta aquí hemos visto que la eternidad es lo propio de lo inmutable y lo propio de lo mutable es la materia. Pero esto es la regla general, que como toda regla general está también tiene su excepción. Dios ha dispuesto que haya un algo espiritual que sea mutable, y ese algo es nuestra alma, mientras se encuentra en este mundo pues ella puede aumentar o disminuir su futura gloria que le espera, de acuerdo con la atención que ponga en el desarrollo de su vida espiritual, meritando o demeritando a los ojos de Dios. Pero esta situación acabará con su muerte y entrada en la eternidad donde allí se quedará con el grado que haya logrado en la vida terrenal, sin que pueda meritar más o demeritar pecando.

Ella es inmortal, no eterna, porque solo Dios es eterno, al carecer de principio y de fin; los demás seres creados por Dios, ángeles incluidos los caídos o demonios y los seres humanos, Hemos tenido un principio cuando se nos crea y no tenemos fin, es por ello que somos inmortales aunque no eternos. Eterno hablando con precisión solo es Dios creador absoluto de todo. Nosotros sabemos perfectamente que el alma humana es mutable, cada día que pasa nosotros somos un ejemplo viviente de esta afirmación. Todos hemos cambiado en nuestras relaciones con Dios. Unos en un sentido, amándole más otros para su desgracia, han cambiado, dándole la espalda y viviendo en una continua ofensa a Él.

¿Y cuál es la razón que Dios ha tenido, para permitir que nuestra alma inmortal se también mutable? Son varias las razones que pensamos que Dios pudo tener. La más lógica, se relaciona con la prueba de amor a la que estamos convocados todos los que nos encontramos en este mundo y para el ejercicio de esta prueba, se hace necesaria la existencia de un libre albedrío o libertad de elección entre el bien y el mal, entre el amor y el desamor a Dios, lo cual a su vez tiene unas claras consecuencias modificativas en el alma humana. En otras palabras, es necesario que el alma humana, aun siendo espíritu inmortal, tenga la capacidad de aumentar o disminuir su gloria, o condenación, en función de su amor al Señor. Ahora bien, esta capacidad modificativa que tenemos de cambiar la futura gloria de nuestra alma, cesará en el momento que seamos llamados a nuestra futura vida inmortal o si se quiere decir eterna.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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