sábado, 2 de abril de 2016

ID POR TODO EL MUNDO


 
"Jesús, después de resucitado, al amanecer el primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. Ella fue y lo comunicó a los que habían andado con Jesús, que entonces estaban tristes y llorando. Al oírla decir que Jesús vivía y que ella le había visto, no la creyeron.
Después se apareció Jesús, bajo otra forma, a dos de ellos que caminaban dirigiéndose al campo. Estos fueron y lo comunicaron a los demás, pero tampoco a ellos les creyeron.
Más tarde se apareció Jesús a los once discípulos, mientras estaban sentados a la mesa. Los reprendió por su falta de fe y su terquedad, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado. Y les dijo: “Id por todo el mundo y anunciad a todos la buena noticia."
El evangelio de Marcos parece ser el más antiguo. Nos narra más sintetizado lo que nos cuentan los otros tres. Queda claro que María Magdalena es la primera en recibir a Jesús. Y queda claro que los discípulos no la creyeron. Necesitaban el encuentro con Jesús para creer.

Jesús les envía por todo el mundo a anunciar la Buena Nueva.

En nuestra sociedad cada vez oímos con más insistencia, que la religión es algo personal. Sin embargo, en el evangelio encontramos, que Jesús forma una comunidad. Que los momentos más fuertes se producen alrededor de una mesa, o cuando los discípulos están reunidos. Jesús nos envía a anunciar la Buena nueva; no a quedárnosla para nosotros.

Es cierto que la Iglesia, a través de los siglos, ha montado una estructura que la ata en vez de liberarla. Hemos de simplificar esa estructura y desligarla del poder. Pero eso no significa que los cristianos nos hemos de ver reducidos al silencio. Eso sería traicionar el mandato de Jesús. Nuestra espiritualidad es comunitaria. La Fe se "celebra"; y poca celebración es la que se realiza en soledad.

A Jesús lo encontramos en nuestro corazón, pero ese amor es tan fuerte, que nos vemos impulsados a compartirlo, a vivirlo en común, a llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Una sociedad cristiana no se basa en el poder, en la influencia política, sino en el amor compartido, que es luchar por erradicar el mal del mundo. El mal en todas sus facetas: odio, injusticias, hambre, pobreza, enfermedad...Eso es anunciar la Buena Nueva.

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