La Iglesia nos da
ciertos criterios para poder definir si algo puede ser considerado pecado
mortal o venial.
Por: Steven Neira | Fuente: CapsulasDeVerdad.com
Extensa es la lista de actos o situaciones por las cuales la gente se
pregunta si tal cosa “es pecado o no”. Desde
copiar en un examen hasta desperdiciar la comida, sin embargo, las situaciones
se extienden a un número interminable, al punto de que muchas veces se puede
caer en un serio fariseísmo [1]. Justamente por ello, la Iglesia no tiene una
lista con todos los actos o situaciones en las que la gente se le pueda ocurrir
estar envuelta, y menos -como muchos quisieran- tiene un “pecadómetro” para medir de qué momento a qué
momento se convierte algo en pecado. Sin embargo, nos da lineamientos claros
para poder formar nuestra consciencia al respecto.
NATURALEZA DEL
PECADO
Es importante entender que todo pecado es malo. Todo pecado tiene un
efecto negativo en nosotros y en los demás, aunque algunos son más dañinos que
otros. De hecho, algunos son tan dañinos que pueden ser mortales. Obviamente -y
aclaro por si es necesario- esto no quiere decir que cometiendo ciertos actos
podemos caer muertos allí mismo, sino que, algunos pecados pueden causarnos una
muerte espiritual. Estos pecados que nos causan la muerte espiritual es lo que
la Iglesia llama pecados mortales. Mientras que, aquellos que son dañinos pero
no mortales, son los que la Iglesia llama pecados veniales.
Ante esta realidad, la Iglesia nos da ciertos criterios para poder
definir si algo puede ser considerado pecado mortal o venial. Esto, no con el
fin de convertirnos en fariseos, y mucho menos para caer en escrúpulos
confesándose hasta cinco veces a la semana.
CRITERIOS PARA
DETECTAR UN PECADO MORTAL
La Iglesia nos enseña que hay tres aspectos que uno debe cuestionarse
para determinar si algo es o no un pecado mortal:
¿ES MATERIA GRAVE?
En otras palabras, ¿es una ofensa seria y
directa contra los Mandamientos de Dios? Una guía práctica para
responder esta pregunta la encontramos en los Diez Mandamientos[2]. Se debe
considerar el pecado en sí mismo, pero también el daño que ha causado (un
pecado contra nuestros padres puede ser mucho más grave que si lo hubiésemos
cometido a un extraño), y así como también el daño causado por el mismo (por
ejemplo, robar $20000 a tu jefe, es mucho más grave que robarte un lápiz del
trabajo).
Básicamente, para que un pecado sea considerado como “de materia grave”, debe ser una gran ofensa a las
Leyes de Dios – y por tanto a Dios –, y que puede además causar mucho daño.
¿TENGO PLENA
CONSCIENCIA DEL ACTO PECAMINOSO?
Plena consciencia implica saber con certeza que lo que se hace es
pecado. Por ejemplo, si alguien jamás estuvo consciente de que la contracepción
(control artificial de la natalidad) era un pecado y contrario al plan de Dios
con respecto al sexo, esa persona no podría considerarse plenamente culpable
(es decir, merecer una culpa) por dicho pecado. Así es señores, el conocimiento
es un poder que implica una gran responsabilidad, algo que san Pedro conocía
muy bien y nos lo transmitió mucho antes que el tío de Spiderman[3].
¿EL PECADO SE LLEVÓ
ACABO CON PLENO CONSENTIMIENTO?
Quiere decir que el acto se realizó libremente luego de una decisión
consciente. Las acciones que son realizadas bajo amenaza o algún tipo de fuerza
(como que nos apunten con un arma en la cabeza, o algo así de dramático), o
acciones que son efectuadas en un momento en que la consciencia no es plena y
hay falta de lucidez (por ejemplo, bajo la influencia de drogas, alcohol o una
situación psicológica particular) pueden limitar el grado de culpa de la
persona. Pero OJO, esto en ningún momento
quiere decir que la acción en sí misma no es un pecado; sino que la persona
puede no ser culpable del todo.
Y así, para que un pecado sea considerado pecado mortal, deben estar
presentes LAS TRES condiciones. En resumen: un pecado es mortal cuando hay materia grave, y hay pleno
conocimiento de su pecaminosidad, y se ha elegido libremente cometerlo. Si
alguna de estas condiciones no se cumple, el pecado no sería mortal sino
venial.
EL PECADO MORTAL Y
EL DIOS DE AMOR
Nunca falta quienes tratan de decir que no existe tal cosa como “pecados mortales”, debido a que Dios es un Dios
de Amor, y por tanto perdona todo (algo que es correcto). Sin embargo, si nos
damos cuenta de las tres premisas antes mencionadas, nos daremos cuenta que no
es Dios quien nos “retira” su Gracia, sino
que somos nosotros quienes consciente, libre y deliberadamente decidimos
apartarnos de ella. Para hacerlo más gráfico, al cometer un pecado mortal, el
mensaje es el siguiente: “Sé que lo que estoy haciendo es una ofensa seria
contra Tu ley y que tendrá un efecto mortal en mi relación contigo, pero no me
importa. Voy a hacerlo libremente de todas maneras.”
… Eso suena a un rechazo bastante GRANDE de
Dios, así que el nombre de “pecado mortal” lo
tiene bien merecido.
¿Y EL PECADO VENIAL?
¿Qué hay de los pecados veniales? ¿No son gran cosa
entonces? ¡Claro que sí! Recordemos que todo pecado es una ofensa a Dios y daña nuestra relación
con El y con los demás. Mientras más pecamos (así sean pecados veniales) más se
debilitará nuestra capacidad de amar y servir a Dios.
Hay que entender que a Dios no le basta con darnos la gracia
suficiente para sobrevivir, sino que quiere darnos todo lo necesario para ser
perfectamente santos
IMPORTANTE
Un pensamiento final para que tengamos en mente: aunque seamos capaces de observar las acciones de otros y determinar
si lo que hacen es de materia grave (por ejemplo, si escuchamos de alguien que
cometió un asesinato), no podemos determinar el estado de su alma. Tampoco
tenemos idea de hasta qué punto la persona es consciente de su pecado y mucho
menos el grado de libertad con el que lo cometió.
Aunque podamos decir que objetivamente un asesinato es un una grave
ofensa contra Dios, no podemos decir que esa persona sea culpable de pecado
mortal, o que ha sido separada de la gracia de Dios. Confiamos por ello a todos
los pecadores (incluyéndonos a nosotros) a la misericordia de Dios.
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[1] Aquí el fariseísmo es entendido como una
actitud negativa que pretende vivir apegado a “la letra” de la Ley, matando el
espíritu.
[2] Ex. 20, 3-17; Det. 5, 7-21
[3] 2 Pe. 2, 21
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