Sugiere que se hagan después de finalizada la
liturgia
El obispo de
Motherwell, Escocia, Mons. Joseph Toal, ha publicado una Carta Pastoral sobre
los ritos funerarios en la que pide a los sacerdotes no modificar la liturgia
de la Eucaristía de exequias y limitar los mensajes de los familiares y los
elogios del difunto a otros momentos, como por ejemplo durante la recepción
funeraria.
(Catholic Herald/InfoCatólica) «La liturgia
funeraria en la Iglesia católica brinda un gran consuelo y esperanza a los que han
perdido a un ser querido porque proclamamos la Resurrección del Señor y nuestra
esperanza de vida eterna», dijo Mons. Toal en una carta a sacerdotes y diáconos. Y añade:
«Su fortaleza
está en la fe de la Iglesia y en las palabras de la liturgia que expresan esa
fe. Debemos aceptar, por lo tanto, que lo que más nos importa es lo que la Iglesia nos ofrece, en lugar de
nuestras propias palabras».
La carta, publicada el 3 de
abril, tiene como objetivo ayudar al clero y a los fieles a organizar
funerales.
«Dado que la
liturgia tiene su propia estructura y ritmo, especialmente la Misa de Réquiem,
no debe interrumpirse para agregar nuestros extras», dijo. La homilía durante
la misa del funeral «no es un momento, por lo
tanto, para que alguien más se levante para hablar sobre el fallecido,
quienquiera que sea».
El obispo sugiere que pueden
«ofrecerse algunas palabras de tributo» antes de que comience la Misa o el
servicio funerario. «Estas palabras, sin
embargo, deben escribirse y mostrarse al celebrante de antemano y no deben ser
muy prolongadas», agregó.
«A menudo, lo que las familias quieren escuchar y
compartir se puede ofrecer de una manera más apropiada y menos formal en la
recepción posterior», indica Mons. Toal. «Los más cercanos al
difunto se reúnen después del funeral y es mejor que compartan sus felices
recuerdos sobre el difunto en ese momento».
Sin embargo, el
prelado recuerda que:
«...el punto importante es la celebración plena de los ritos
funerarios católicos y nuestra intercesión
para que los pecados del difunto puedan ser perdonados y que sea digno de
compartir la vida eterna con Dios»
La homilía es solo una parte
de la misa o del servicio funerario, y su función es «reflexionar
sobre la Palabra de Dios que se ha proclamado y llevar a la celebración de los
misterios en los que depositamos nuestra fe».
El obispo dijo que la
instrucción de la Iglesia para los funerales establece claramente que el
sacerdote o diácono que celebra el funeral debe «predicar una homilía como en otras ocasiones, basado en la Palabra
de Dios, enfatizando en el funeral la
esperanza de la resurrección en Nuestro Señor Jesucristo».
«La instrucción
dice específicamente que la homilía no
debe ser un elogio», agregó. Tampoco es apropiado agregar un tributo final a la persona
fallecida antes o durante las palabras conclusivas de la Misa funeraria.
El obispo Toal dijo que es
apropiado que el predicador integre algunos detalles sobre la vida de la
persona fallecida en la homilía «para que sea
personal y reconozca el deseo de la familia de recordar a su ser querido de
manera sensible». Esto requiere cierta habilidad y «un esfuerzo para averiguar algo sobre los fallecidos por
parte de su familia».
«Evidentemente, el predicador no está allí para contar paso a
paso la vida del difunto, sino más bien para hacer uso de algo que
conozca de él, de una manera apropiada», indica el prelado, quien agrega que «lo que
se diga sobre El difunto debe ser preciso y preparado».
El obispo advierte a los
fieles que deben tener en cuenta que no todos los celebrantes tienen la misma
capacidad de integrar lo personal y lo espiritual. También ofrece
orientación para la participación familiar en la liturgia funeraria.
Si bien las familias a veces
desean realizar tareas particulares durante los funerales, «puede ser mejor dejar las tareas litúrgicas a quienes
las realizan normalmente en la parroquia», dijo Mons. Toal.
Abordando el papel de los
lectores y de los que dicen las oraciones de los fieles, el obispo señala: «Es una prueba para las personas que leen si no están
acostumbrados a hacerlo, o tal vez ni siquiera asisten regularmente a la
iglesia».
Por último, el obispo exhorta
a los miembros de la familia de la persona fallecida a buscar orientación en el
sacerdote o diácono, dada su responsabilidad de decidir sobre estos roles.
La diócesis de Motherwell
tiene 66 parroquias en Lanarkshire y partes de Glasgow. Atiende a
aproximadamente 162,000 católicos.
ENSEÑANZA DEL
CATECISMO
1680 Todos
los sacramentos, principalmente los de la iniciación cristiana, tienen como fin
último la Pascua definitiva del cristiano, es decir, la que a través de la
muerte hace entrar al creyente en la vida del Reino. Entonces se cumple en él
lo que la fe y la esperanza han confesado: «Espero
la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro» (Símbolo de
Niceno-Constantinopolitano).
I. LA ÚLTIMA PASCUA DEL CRISTIANO
1681 El sentido cristiano de la muerte es revelado a la luz del Misterio Pascual de
la muerte y de la resurrección de Cristo, en quien radica nuestra única
esperanza. El cristiano que muere en Cristo Jesús «sale
de este cuerpo para vivir con el Señor» (2 Co 5,8).
1682 El día de la muerte inaugura para el cristiano, al término de su vida sacramental, la plenitud de
su nuevo nacimiento comenzado en el Bautismo, la «semejanza» definitiva a «imagen del Hijo», conferida por la Unción del
Espíritu Santo y la participación en el Banquete del Reino anticipado en la
Eucaristía, aunque pueda todavía necesitar últimas purificaciones para revestirse
de la túnica nupcial.
1683 La Iglesia que, como Madre, ha llevado sacramentalmente en su seno
al cristiano durante su peregrinación terrena, lo acompaña al término de su
caminar para entregarlo «en las manos del Padre». La
Iglesia ofrece al Padre, en Cristo, al hijo de su gracia, y deposita en la
tierra, con esperanza, el germen del cuerpo que resucitará en la gloria
(cf 1 Co 15,42-44). Esta ofrenda es plenamente celebrada en el
Sacrificio eucarístico; las bendiciones que preceden y que siguen son
sacramentales.
II. LA CELEBRACIÓN DE LAS EXEQUIAS
1684 Las exequias cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia. El
ministerio de la Iglesia pretende expresar también aquí la comunión eficaz con
el difunto, hacer participar en
esa comunión a la asamblea reunida para las exequias y anunciarle la
vida eterna.
1685 Los diferentes ritos de las exequias expresan el carácter
pascual de la muerte cristiana y responden a las situaciones y a las
tradiciones de cada región, aun en lo referente al color litúrgico (cf SC 81).
1686 El Ordo exequiarum o Ritual de los funerales de
la liturgia romana propone tres tipos de celebración de las exequias,
correspondientes a tres lugares de su desarrollo (la casa, la iglesia, el
cementerio), y según la importancia que les presten la familia, las costumbres
locales, la cultura y la piedad popular. Por otra parte, este desarrollo es
común a todas las tradiciones litúrgicas y comprende cuatro momentos
principales:
1687 La acogida de la comunidad. El saludo de fe abre la celebración. Los
familiares del difunto son acogidos con una palabra de «consolación»
(en el sentido del Nuevo Testamento: la fuerza del Espíritu Santo en la
esperanza [cf 1 Ts 4,18]). La comunidad orante que se reúne
espera también «las palabras de vida eterna». La
muerte de un miembro de la comunidad (o el aniversario, el séptimo o el
trigésimo día) es un acontecimiento que debe hacer superar las perspectivas de «este mundo» y atraer a los fieles, a las
verdaderas perspectivas de la fe en Cristo resucitado.
1688 La Liturgia de la Palabra. La celebración de la Liturgia de la Palabra en
las exequias exige una preparación, tanto más atenta cuanto que la asamblea
allí presente puede incluir fieles poco asiduos a la liturgia y amigos del
difunto que no son cristianos. La homilía, en particular, debe «evitar» el género literario de elogio fúnebre
(cf. Ritual de exequias, Primer tipo de
exequias, 41) y debe iluminar el misterio de la muerte
cristiana a la luz de Cristo resucitado.
1689 El Sacrificio eucarístico. Cuando la celebración tiene lugar en la Iglesia,
la Eucaristía es el corazón de la realidad pascual de la muerte cristiana
(cf. Ritual de exequias, Prenotandos, 1).
La Iglesia expresa entonces su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo al
Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio de la muerte y resurrección de
Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus consecuencias y
que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino (cf. Ritual de exequias, Primer tipo de exequias, 56).
Así celebrada la Eucaristía, la comunidad de fieles, especialmente la familia
del difunto, aprende a vivir en comunión con quien «se durmió en el Señor» ,
comulgando con el Cuerpo de Cristo, de quien es miembro vivo, y orando luego
por él y con él.
1690 El adiós («a Dios») al difunto es «su recomendación a Dios» por
la Iglesia. Es el «último adiós [...] por el que la
comunidad cristiana despide a uno de sus miembros antes que su cuerpo sea
llevado a su sepulcro» (cf. Ritual
de exequias, Prenotandos, 10). La tradición bizantina lo
expresa con el beso de adiós al difunto:
Con este saludo final «se canta por su partida de esta vida y por su
separación, pero también porque existe una comunión y una reunión. En efecto,
una vez muertos no estamos en absoluto separados unos de otros, pues todos
recorremos el mismo camino y nos volveremos a encontrar en un mismo lugar. No nos
separaremos jamás, porque vivimos para Cristo y ahora estamos unidos a Cristo,
yendo hacia Él [...] estaremos todos juntos en Cristo» (San Simeón de
Tesalónica, De ordine sepulturae, 367).
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