martes, 18 de abril de 2017

UNA PENITENCIA QUE NINGÚN CATÓLICO DESEARÍA QUE UN SACERDOTE LE IMPONGA


Un Santo nos enseña el poder de la penitencia en la confesión con esta sencilla anécdota

Por: Qriswell J. Quero | Fuente: PildorasDeFe.net
Debemos de cuidar lo que sale de nuestra boca. Un Santo nos enseña el poder de la penitencia en la confesión con esta sencilla anécdota.

Como seres humanos imperfectos, en ocasiones nos vemos envueltos en situaciones de la vida que nos conducen a proceder de forma incorrecta en la vida, sea voluntaria o involuntariamente y caemos en el pecado.

Nos cuesta aceptar muchas veces nuestros errores y hasta vemos con mucha negativa el asumir las consecuencias de nuestras acciones.

¿Caíste? Si... Levántate e inténtalo de nuevo. Es la oportunidad que todos tenemos cuando asistimos al Sacramento de la reconciliación.

"Reza 3 Avemaría", "5 Padrenuestro", "un Rosario", es muchas veces lo que escuchamos decir al Sacerdote en estos tiempos cuando le toca imponer la penitencia que debemos cumplir para reparar nuestros actos.

Pienso que la oración NO debería considerarse una penitencia, la oración es un momento especial de diálogo con Dios, una expresión del amor puro entre Padre e hijo, no una penitencia; pero ese es otro tema de estudio que quizás podamos debatir en algún otro artículo.
¿Qué sucedería si el acto de reparación que te impone el Sacerdote va más allá de tu imaginación? Algo que jamás hayas pensado.

San Felipe Neri era un santo con gran sentido común. Trataba a sus penitentes de una manera muy práctica y era bastante didáctico con su manera de obrar.

Una señora tenía la costumbre de irse a confesar donde él y casi siempre tenía el mismo cuento que decir: el de calumniar a sus vecinos. Por ello, san Felipe, le dijo: "De penitencia vas a ir al mercado, compras un pollo y me lo traes a mí. Pero de regreso lo vas desplumando, arrojando las plumas en las calles conforme caminas"

La señora pensó que ésta era una penitencia un poco rara, pero deseando recibir la absolución, hizo conforme se le había indicado y por fin regresó donde san Felipe.

"Bueno, Padre, he completado mi penitencia", dijo la Señora, y le mostró el pollo desplumado. 
"Oh, de ningún modo la has completado", dijo el santo. "Ahora regresarás al mercado y en el camino recoges todas las plumas y las pones en una bolsa. Entonces regresas donde mí con la bolsa”.
"¡Pero eso es imposible!" –lloró la señora–, "¡esas plumas deben de estar ahora por toda la ciudad!"
"Es cierto" –replicó el santo–, "pero tienes aún menor oportunidad de recoger todos los chismes que has dicho sobre tus vecinos".
Debemos tener cuidado con lo que decimos de los demás, ya el mismo Papa Francisco lo ha dicho muchas veces: "El chisme es el terrorismo de las palabras"

Amemos a nuestro prójimo y una de las formas de amarlo es no inventar calumnias.

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