viernes, 5 de febrero de 2010

EL GOZO DE LA ORACIÓN


Escribía Jean Lafrance diciendo: El que un día ha recibido la gracia de la oración, o el don de la plegaria, sabe muy bien que ha encontrado la perla preciosa del Evangelio y vende cuanto posee para comprar este tesoro oculto en el campo del Reino de Dios. Sabe por experiencia que es la fuente de la única dicha verdadera, de un gozo que puede compararse sin dificultad con la embriaguez espiritual de los apóstoles en la mañana de Pentecostés.

Y la pregunta es: ¿Y cómo podemos llegar a esa situación?, ¿cómo podemos gozar en la oración? Porque la realidad es que casi todos, nos tomamos la oración como una obligación que hay que cumplir, para poder quedar bien con Dios. ¡Naturalmente, los que quieran quedar bien con Dios!, que dicho sea de paso, no parece ser que tampoco sean muchedumbres. Lo suyo es adquirir el don de la oración, ese don tan maravilloso que Dios otorga, solo al que ve que va a saber aprovecharlo, porque Él no va derrochando sus dones a troche y moche como si se tratase de una tómbola. En la concesión de dones, Él empieza por poco y si ve que el alma le responde a continuación le da un don mayor que el anterior, y así pasito a pasito el alma se va elevando a su encuentro con Él. Pero ¡ojo! el don que se nos da y no aprovechamos, nunca más vuelve, porque ya nos dijo Él, refiriéndose al apostolado que: "No deis las cosas santas a perros ni arrojéis vuestras perlas a puercos, no sea que las pisoteen con sus pies y revolviéndose os destrocen (Mt 7,6). La mentalidad del Señor es no malgastar nunca nada, menos las cosas santas y en especial sus dones y gracias.

Siguiendo con Jean Lafrance, este decía: Siempre me ha impresionado una frase de San Juan de la Cruz. El alma no va a la oración para fatigarse, sino para relajarse. Y a él, no se le tenía precisamente por uno que favoreciese la búsqueda de consolaciones sensibles en la oración. Porque buscar el gozo en la oración no es perseguir los dones de Dios llamados consolaciones, si no perseguir el don de desear ardientemente orar, encontrase con Él, vivir loco de amor, para aprovechar cada segundo de vida disponible y dedicárselo a Él.

Para ponerse en el camino que nos lleve a esta meta, y empezar a desechar las distracciones que el demonio nos mete en la cabeza, lo primero de todo cuando vamos a orar, es comenzar por adquirir la presencia de Dios en nuestra mente. San Josemaría Escrivá compuso una acertada oración, para llegar a tomar presencia del Señor, que todos los miembros del Instituto la rezan cuando inician su contacto con el Señor. Dice así esta oración.
Señor Creo firmemente que estás ahí, que me ves, que me oyes.
Te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados y gracias, para hacer con fruto este rato de oración.
Madre mía Inmaculada, San José mi padre y Señor, Angel de mi guarda interceder por mí
.

Lo ideal desde luego, es entrar ante la presencia de Dios, ante una custodia en la que Él está allí en cuerpo y sangre mortal, con toda su humanidad y también con toda su divinidad esperándonos. Pero si esto no es posible, de la misma forma también se encuentra en el interior de un sagrario. En todo caso, Él siempre está a nuestro lado y echando mano de nuestra imaginación, que bien que la empleamos en otros menesteres no tan piadosos, podemos rezar esta misma oración de San Josemaría, para entrar en la presencia siempre existente del Señor. Esta oración puede rezarse no una sino todas las veces que sean necesarias hasta adquirir la plena convicción, de uno mismo de que está ante la presencia de Dios. La oración repetitiva tiene una enorme fuerza y así se la reconoce la Iglesia ortodoxa más que nosotros mismos. (Ver glosa: “Oración repetitiva” del 26-06-09).

La oración de San Josemaría, acertadamente comienza por una profesión de fe, pues no es necesario poner de relieve, que si no media la fe si no creemos, estamos perdiendo el tiempo. Se puede pensar, que si estamos rezando se da por supuesto que tenemos fe, y no es necesario manifestarla pero esto no es así, al Señor le encantan las demostraciones de fe. Piénsese, que los Evangelios, están llenos de milagros en los que el Señor, previamente a la realización de estos, pedía una declaración de fe de la persona que solicitaba el milagro y a la que le iba a beneficiar. Son palabras del Señor: Todo es posible para quien cree (Mc 9,23).

Después de la profesión de fe, San Josemaría nos hace pronunciar palabras de adoración y alabanza, porque todo lo que sea adoración y alabanza es machacar nuestro dichoso orgullo. Si hay algo que el Señor aprecie de verdad en un alma, es la humildad que es la antítesis del orgullo, que este es a su vez, el hijo predilecto de la soberbia. Soberbia y orgullo son dos poderosas armas que el maligno utiliza muy hábilmente en nosotros, causando estragos en las almas.

La solicitud de perdón para nuestros pecados, es también otra manifestación de humildad humana al igual que también lo es, el pedir que se nos otorguen gracias para sacar provecho de la oración. Tanto la solicitud de perdón como la solicitud de las gracias divinas son dos manifestaciones del reconocimiento de nuestra impotencia. El Señor ya nos dijo: Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. (Jn 15,5).

Termina la oración con una invocación a nuestra Madre celestial, pues ella es la mediadora universal de todas las gracias. A San José también, hemos de reconocerlo como padre de todos nosotros, pues si lo fue del Señor, nosotros somos también hermanos de Él. Y por último una invocación a nuestro Santo Ángel de la guarda, que es quien nos cuida como hermano mayor y amigo, una amistad que más tarde también nos perdurará en la eternidad.

El gozo y el deseo de acudir a la oración se irán poco a poco despertando en el alma humana, en la medida en que esta sea capaz de entrar y permanecer en la presencia divina constantemente. Las distracciones, y las oraciones vocales mecánicas, no pensando en lo que se dice sino con la mente en otros temas, se habrán acabado. Desde luego que esto no es cuestión de días ni de meses, sino el fruto de la perseverancia durante años.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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