miércoles, 10 de febrero de 2010

OCHO Y VEINTICINCO


ECLESALIA, 08/02/10.- Las enfermeras de urgencia del Perpetuo Socorro, en Badajoz, le han preguntado a la coordinadora qué deberían de poner en el cartel de la persona que acababa de morir - suelen escribir siempre el nombre y los apellidos del fallecido -, y ella tras silenciarse y pensar un poco, les ha dicho que deben poner «ocho y veinticinco».

Es el único dato que aparece en la burocracia de entrada del paciente en el hospital esa mañana, sólo está tabulada la hora en que se inició el contacto con el enfermo. Lo habían recogido de la calle en la que estaba tendido y sólo; no hay nada que le identifique. Era un transeúnte que vivía en la calle, uno más de los que no sabemos absolutamente nada y que puede morir de frío. Un muerto anónimo en el desconocimiento de todos; sólo nos quedan sus huellas dactilares recogidas por la Policía para intentar localizar quién era. Probablemente no lleguemos a saber nada de él nunca. Murió cómo vivió, sin que nadie le echara cuenta; no estará en las noticias, y nadie se ocupará de su ausencia ni de su cadáver. Un caso que delata, una vez más en esta sociedad, la deshumanización.

Ha sido el hecho de vida que ha relatado Toni, una de las profesionales que participa en el grupo de revisión de vida en el que este año estamos tratando de adentrarnos en la reflexión acerca de la humanización de la sociedad desde las profesiones; estábamos tratando quienes son los que más sufren la deshumanización que se da en la sociedad y en los ámbitos profesionales. Claramente sufren más los más pobres y desprotegidos; cuando las estructuras se resienten y se deshumanizan, son los débiles los que se llevan la peor parte. Lo estamos viendo en esta situación de crisis que nos ha tocado vivir.

La riqueza de la reflexión ha estado en descubrir qué es y qué no es humanizar, y a quien enriquece este proceso cuando se da. Ha sido muy interesante darnos cuenta de que cuando vivimos con un espíritu humanizador en los ámbitos profesionales nos enriquecemos todos; el primer enriquecido es el mismo profesional, vivir desde las claves de la acogida, la escucha, la ternura, la confianza y la fe en el otro es curativo para el que lo ejerce y origina satisfacciones que de ningún otro modo se pueden lograr. Hemos recordado lo que dice Erich Fromm acerca de los que violentan y deshumanizan, que son personas frustradas en el amor: la violencia es el signo del amor frustrado. El horizonte que comenzamos a vislumbrar es la urgencia de la necesidad de recuperar la persona y ponerla en el centro del ser y el quehacer profesional; entender claramente que mi profesión se entiende desde la necesidad del otro y como el medio que tengo de relacionarme con él y enriquecerme en el ejercicio de un servicio que dignifica al que lo realiza y al que lo recibe. Es urgente volver a descubrir el bien interno de las profesiones, la razón de ser de las mismas.

En este punto nos hemos puesto a universalizar el hecho y no ha sido difícil descubrir las necesidades de humanización que se dan en nuestros entornos sociales y profesionales, quiénes son los que más sufren las consecuencias de la deshumanización cuando ésta se da en la Administración, o en los servicios públicos, o en los ámbitos profesionales concretos, así como en las empresas y otros trabajos especializados. Todo esto está siendo un primer paso de concienciación, deseamos entrar de lleno en el tema de humanizar nuestras profesiones, será apasionante seguir dándole vueltas y profundizando en la realidad para ver como sanarla y sanarnos a nosotros mismos.

Respecto al ocho y veinticinco no dejo de darle vueltas al tema de los transeúntes que deambulan por las calles y viven a la intemperie. Durante las navidades, los medios de comunicación nos han hablado de tres instituciones que estaban preocupadas por este tema: Cáritas estaba haciendo un estudio de todos los que viven en las calles en Mérida y Badajoz para responder a sus necesidades atendiendo a sus características y demandas, conozco el proyecto y voluntarios que participan y los felicito por el tema y el modo de agenciarlo; Cruz Roja también hablaba de que salían por las noches con voluntarios para hablar con ellos y llevarles algo caliente; el Ayuntamiento de Badajoz también decía estar preocupado y llevando a cabo acciones. Sin embargo “ocho y veinticinco” ha muerto sin nombre ni apellidos. Como mucha gente que colabora con una de estas instituciones, e incluso con las tres, yo lo hago con gusto, nos preguntamos: no sería mucho mejor que estas tres instituciones se sentaran juntas y se plantearan un proyecto común, que tuviera como centro a los pobres que están a la intemperie por encima de la identidad de cada una de ellas y que de verdad realizaran un planteamiento compartido que llevara a poner nombre y apellidos, desde la justicia y el compromiso, a todos los sin nombre. No estaría nada mal que el Ayuntamiento pacense liderara esta iniciativa de trabajo común y se lanzara de una vez por todas para propiciar el ejercicio de la ciudadanía a través de estas instituciones y su personal técnico y de voluntariado, dejando ese deseo de buscar glorias propias a costa de los que mueren sin nombre y apellidos.

Yo me quedo, como Toni, con el recuerdo de ocho y veinticinco y más de un día haré a esa hora un minuto de silencio para escuchar atentamente la vida y acercarme a cualquier persona anónima que pase a mi lado para preguntarle su nombre y decirle el mío, como ha contado Agustín que hizo con la persona que se cruzaba todos los días al venir de llevar a sus hijos al colegio, después de tres años ya se llaman por sus nombres cuando se saludan y se desean los buenos días.
José Moreno Lozada

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