El Santo Padre, en su discurso
a las órdenes de médicos de España y América Latina, asegura que no se puede
ceder a la "tentación funcionalista" de aplicar "soluciones
rápidas y drásticas"
Por: Papa Francisco | Fuente: ZENIT (https://es.zenit.org)
Por: Papa Francisco | Fuente: ZENIT (https://es.zenit.org)
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 9 de junio de
2016).- La compasión es la respuesta adecuada al valor inmenso de la persona
enferma, una respuesta hecha de respeto, comprensión y ternura, porque el valor
sagrado de la vida del enfermo no desaparece ni se oscurece nunca, sino que
brilla con más resplandor precisamente en su sufrimiento y en su desvalimiento.
Así lo ha asegurado el papa Francisco en su
discurso, esta mañana en el Vaticano, a los dirigentes de las órdenes de
médicos de España y América Latina, precisando que la compasión es de alguna
manera el alma misma de la medicina. “La compasión no es lástima, es
padecer-con”, ha añadido.
El Santo Padre ha aseverado que no se no se
puede ceder a la “tentación funcionalista” de aplicar “soluciones rápidas y
drásticas”, movidos por una falsa compasión o por meros criterios de eficiencia
y ahorro económico. Está en juego –ha señalado– la dignidad de la vida humana;
está en juego la dignidad de la vocación médica.
El Jubileo de la Misericordia –ha precisado
Francisco– es una buena ocasión para manifestar reconocimiento y gratitud a
todos los profesionales de la sanidad que, con su dedicación, cercanía y
profesionalidad a las personas que padecen una enfermedad, “pueden convertirse
en verdadera personificación de la misericordia”.
De este modo, ha asegurado que la identidad y el
compromiso del médico no sólo se apoya en su ciencia y competencia técnica,
sino “principalmente en su actitud compasiva y misericordiosa hacia los que
sufren en el cuerpo y en el espíritu”.
Por otro lado ha advertido de que en nuestra
cultura tecnológica e individualista, la compasión no siempre es bien vista. En
ocasiones — ha indicado el Pontífice– hasta se la desprecia porque significa
someter a la persona que la recibe a una humillación. E incluso “no faltan
quienes se escudan en una supuesta compasión para justificar y aprobar la
muerte de un enfermo”, ha señalado el Santo Padre.
En esta línea, ha querido subrayar que “la
verdadera compasión no margina a nadie, ni la humilla, ni la excluye, ni mucho
menos considera como algo bueno su desaparición”. Por ello, Francisco ha
confesado que le gusta bendecir las manos de los médicos “como signo de
reconocimiento a esa compasión que se hace caricia de salud”.
Por ello invitó a rechazar “el triunfo del
egoísmo” y de la “cultura del descarte” que “desprecia a las personas que no
responden a determinados cánones de salud, belleza o utilidad. Y en cambio a
seguir el ejemplo del buen samaritano.
Prosiguiendo su discurso, el Papa ha recordado que
“la salud es uno de los dones más preciados y deseados por todos”.
En la tradición bíblica –ha indicado– siempre se
ha puesto de manifiesto la cercanía entre la salvación y la salud, así como sus
mutuas y numerosas implicaciones. De este modo, el Santo Padre ha contado que
le gusta recordar ese título con el que los padres de la Iglesia solían
denominar a Cristo y a su obra de salvación: Christus medicus. “Él es el
Buen Pastor que cuida a la oveja herida y conforta a la enferma”, ha señalado.
Finalmente, el Santo Padre ha advertido de que
la fragilidad, el dolor y la enfermedad son una dura prueba para todos, también
para el personal médico, “son un llamado a la paciencia, al padecer-con”.
A
continuación el texto completo del discurso del Santo Padre:
Gentiles señoras y señores, ¡buenos días!
Me alegra encontrarme con todos ustedes,
miembros de las Asociaciones médicas latinoamericanas. Agradezco al Dr.
Rodríguez Sendín, Presidente de la Organización médica colegial de España, sus
amables palabras.
En este año la Iglesia Católica celebra el
Jubileo de la Misericordia, y esta es una buena ocasión para manifestar
reconocimiento y gratitud a todos los profesionales de la sanidad que, con su
dedicación, cercanía y profesionalidad a las personas que padecen una
enfermedad, pueden convertirse en verdadera personificación de la misericordia.
La identidad y el compromiso del médico no sólo se apoya en su ciencia y
competencia técnica, sino principalmente en su actitud compasiva –padece-con- y
misericordiosa hacia los que sufren en el cuerpo y en el espíritu. La
compasión, es de alguna manera el alma misma de la medicina. La compasión no es
lástima, es padecer-con.
En nuestra cultura tecnológica e individualista,
la compasión no siempre es bien vista; en ocasiones, hasta se la desprecia
porque significa someter a la persona que la recibe a una humillación. E
incluso no faltan quienes se escudan en una supuesta compasión para justificar
y aprobar la muerte de un enfermo. Y no es así. La verdadera compasión no
margina a nadie, ni la humilla, ni la excluye, ni mucho menos considera como
algo bueno su desaparición. La verdadera compasión, la asume. Ustedes saben bien que eso
significaría el triunfo del egoísmo, de esa «cultura del descarte» que rechaza
y desprecia a las personas que no cumplen con determinados cánones de salud, de
belleza o de utilidad. A mí me gusta bendecir las manos de los médicos como
signo de reconocimiento a esa compasión que se hace caricia de salud.
La salud es uno de los dones más preciados y
deseados por todos. En la tradición bíblica siempre se ha puesto de manifiesto
la cercanía entre salvación y la salud, así como sus mutuas y numerosas
implicaciones. Me gusta recordar ese título con el que los padres de la Iglesia
solían denominar a Cristo y a su obra de salvación: Christus medicus,
Cristo médico. Él es el Buen Pastor que cuida a la oveja herida y conforta a la
enferma (cf. Ez 34,16); Él es el Buen Samaritano que no pasa de largo
ante la persona malherida al borde del camino, sino que, movido por la
compasión, la cura y la atiende (cf. Lc 10,33-34). La tradición médica
cristiana siempre se ha inspirado en la parábola del Buen Samaritano. Es un
identificarse con el amor del Hijo de Dios, que «pasó haciendo el bien y
curando a todos los oprimidos» (Hch 10,38). ¡Cuánto bien hace al
ejercicio de la medicina pensar y sentir que la persona enferma es nuestro
prójimo, que él es de nuestra carne y sangre, y que en su cuerpo lacerado se
refleja el misterio de la carne del mismo Cristo! «Cada vez que lo hicisteis
con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
La compasión, este padecer-con, es la respuesta
adecuada al valor inmenso de la persona enferma, una respuesta hecha de
respeto, comprensión y ternura, porque el valor sagrado de la vida del enfermo
no desaparece ni se oscurece nunca, sino que brilla con más resplandor
precisamente en su sufrimiento y en su desvalimiento. Qué bien se entiende la
recomendación de san Camilo de Lellis para tratar a los enfermos. Dice así:
«Pongan más corazón en esas manos». La fragilidad, el dolor y la enfermedad son
una dura prueba para todos, también para el personal médico, son un llamado a
la paciencia, al padecer-con; por ello no se puede ceder a la tentación
funcionalista de aplicar soluciones rápidas y drásticas, movidos por una falsa
compasión o por meros criterios de eficiencia y ahorro económico. Está en juego
la dignidad de la vida humana; está en juego la dignidad de la vocación médica.
Vuelvo a lo que dije sobre bendecir las manos de los médicos. Y si bien en el
ejercicio de la medicina, técnicamente hablando, es necesaria la asepsia, en el
meollo de la vocación médica la asepsia va contra la compasión, la asepsia es
un medio técnico necesario en el ejercicio pero no debe afectar nunca lo
esencial de ese corazón compasivo. Nunca debe afectar el “pongan más corazón en
esas manos”.
Queridos amigos, les aseguro mi aprecio por el
esfuerzo que realizan para dignificar cada día más su profesión y para
acompañar, cuidar y valorizar el inmenso don que significan las personas que
sufren a causa de la enfermedad. Les aseguro mi oración por ustedes: pueden hacer tanto bien, tanto bien;
por ustedes y sus familias, porque cuántas veces sus familias tienen que
acompañar soportando la vocación del o de la médico, que es como un sacerdocio.
Y les pido también que no dejen de rezar por mí, que algo de médico tengo. Muchas gracias.
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