"No juzguéis a nadie, para
que Dios no os juzgue a vosotros. Pues Dios os juzgará de la misma manera que
vosotros juzguéis a los demás; y con la misma medida con que midáis, Dios os
medirá a vosotros. ¿Por qué miras la paja que tu hermano tiene en su ojo y no
te fijas en el tronco que tú tienes en el tuyo? Y si tú tienes un tronco en el
tuyo, ¿cómo podrás decirle a tu hermano: ‘Déjame sacarte la paja que tienes en
el ojo’ ¡Hipócrita!, sácate primero el tronco de tu propio ojo, y así podrás
ver bien para sacar la paja del ojo de tu hermano."
Jesús
sigue abogando por nuestra fraternidad. Para ello nos pide que no juzguemos.
Uno de los defectos que más mina las relaciones entre las personas, es la
crítica. Nos empeñamos en ver los defectos de los demás. Nuestra mirada está
empañada por la envidia y esto hace que interpretemos los actos de los demás
atribuyéndoles malas intenciones o quitándoles mérito.
Basta ver lo que nos
ocurre en política es tos días. La corrupción de los nuestros la excusamos o
dudamos de ella, y el mínimo indicio de corrupción en los otros lo usamos como
arma arrojadiza.
Olvidamos un
elemental principio de psicología, que nos indica que solemos proyectar
nuestros defectos en los demás. Es decir, que detectamos en los demás, con
mayor facilidad, aquellos defectos que también tenemos nosotros.
En vez de juzgar a
los otros, deberíamos examinarnos a nosotros mismos. Y deberíamos mirar a los
ojos con una mirada clara, transparente, limpia.
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