jueves, 23 de junio de 2016

EL ÁNGEL EN FORMA DE ALDEANA


Una mujer enlutada es recibida en audiencia por un coronel de la Columna Durruti, cerca de Badalona en 1936.

-Vamos a ver, ¿qué quieres? –le pregunta sin dejar de firmar papeles y revisar listas.

La mujer le suplica con lágrimas la vida de un hombre de 37 años. Desgrana unas cuantas virtudes del condenado. Pero más que exponer virtudes, pide compasión. El coronel impertérrito, al ver de qué se trataba, no ha dejado de revisar papeles, hacer anotaciones, estampar firmas y sellar salvoconductos.

-Bueno, cállate y márchate –le ordenó con malos modos el militar anarquista-. Déjame en paz, tengo mucho trabajo.

-¿No quieres que te cuente la vida de este pobre y desgraciado hombre? –la mujer le tuteaba, tal como querían los anarquistas.

-No me interesa lo más mínimo. Si ha sido condenado... pues que muera. Algo habrá hecho. Salud, camarada.

-No te he dicho el nombre del sentenciado.

-¡Me es indiferente! Anda, sal.

La mujer que no se había sentado en ningún momento, se dirigió hacia la puerta. Unos pasos más adelante se volvió y le preguntó:

-Camarada coronel, el condenado eres tú.

El oficial levantó la mirada fríamente sin atemorizarse. ¿Tendría algún arma escondida? ¿Querría vengarse? Le bastó mirar los ojos bondadosos y doloridos de esa mujer, para saber que ella no le iba a matar. Algo sabía de psicología humana para estar seguro de ello.

-¿Y quién lo va a hacer si se puede saber?

La mujer a cinco pasos de él le respondió con serenidad:

-Dios.

Hubo un momento de silencio. El coronel le miró a los ojos fijamente.

-Así que Dios.

Asintió con la cabeza la mujer.

-Y... ¿voy a caer fulminado por un ataque al corazón?

-No.

-¿Se va a abrir la tierra bajo mis pies?

-Al Señor no le gusta abusar de lo teatral.

-¿El enemigo va a lanzar una bomba sobre este cuartel?

-Las filas adversarias están muy lejos.

-No voy a morir de enfermedad, no voy a recibir un castigo bajado directamente del cielo, tampoco son los nacionales... Mira, márchate ahora que puedes, pasado mañana me imponen una nueva condecoración. Las mujeres locas no me interesan. Pero si me importunas más, te aseguro que hoy servirás de divertimento a medio regimiento aburrido. Te aseguro que estás en una posición más peligrosa de lo que piensas.

-¿Has sido fiel al Partido?

-¡Más fiel que nadie! –respondió airado.

-¿No has sido corrupto?

-Jamás. He sido austero como un monje.

-¿No te has desviado ideológicamente?

El coronel pensó que ése no era el lenguaje de una pobre aldeana. Quizá sería conveniente enviarla a que la interrogaran un par de días. La mujer continuó:

-Pasado mañana no te condecorarán.

-¿Por qué, vieja loca?

-Porque esta tarde morirás, dentro de dos horas. He sido enviada desde el cielo para que te arrepientas y salves tu alma, ya que tu vida no puedes salvarla.

El coronel lo tenía decidido, había que interrogar a esa mujer. Lo más seguro es que estuviera desquiciada, pero no le importaba. La mujer añadió:

-Vas a sufrir mucho antes de morir. Vas a padecer en cada parte de tu cuerpo por la más acerba de las fieras. Tienes unos segundos para cambiar tu destino. Una última oportunidad que te concede tu Padre que está en los cielos por las muchas oraciones de tu madre y de los mártires que has mandado asesinar.

-¡Calla!

-Ven hacia aquí y siéntate.

El coronel ya tenía decidido el destino de esa mujer, su triste destino. Pero antes quería acabar de rellenar el papel que tenía a medio hacer.

-Siéntate aquí y calla –ordenó enérgico.

-No te ocupes en esos papeles inútiles. Ocúpate de tu alma. Si te arrepientes, te salvarás.

-Vieja lechuza loca –y le arrojó el cenicero para que se callara.

-Te he pedido piedad y no has tenido piedad. Te he suplicado misericordia y no has mostrado misericordia. Y no sabías que pedía por ti.

-Si me interrumpes una sola vez más, te sacaré de aquí arrastrándote de los pelos y no será precisamente para llevarte a tu casa. Además, estás detenida.

-Como desees, no te interrumpiré ni una sola vez más. Pero yo saldré tranquilamente por esa puerta, tan libre como he entrado.
-Puedes apostar a que no será así –le dijo acabando de redactar el último papel.

Mientras lo firmaba y sellaba, entraron como una avalancha tres oficiales apuntándole con sus pistolas.

-¿Pero qué es esto?

-Traidor, estás detenido. Aquí tienes la orden de Durruti. Si nos dices los nombres, aun puedes salvarte.

-¿Qué nombres?

-Vamos, sinvergüenza –le ordenó uno de ellos haciendo un gesto con la cabeza para que les siguiera, mientras otro le tomaba la pistola del cinto.

P. FORTEA

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