En la audiencia de
este miércoles, el Santo Padre advierte sobre la indiferencia y la hostilidad
que causan ceguera y sordera ante las necesidades de los hermanos
Por: Rocío Lancho García | Fuente: ZENIT (https://es.zenit.org)
Por: Rocío Lancho García | Fuente: ZENIT (https://es.zenit.org)
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 15 de junio de
2016).- Miles de personas procedentes de todas las partes del mundo han acudido
una semana más a la plaza de San Pedro, para compartir como cada miércoles la
audiencia general con el Santo Padre.
Así, el papa Francisco ha saludado a su llegada
desde el papamóvil a la gente allí reunida para después dar la catequesis
semanal. Todos mostraban su entusiasmo y alegría ante el paso del Pontífice,
que de vez en cuando se detenía para impartir su bendición, especialmente a los
más pequeños.
Durante la catequesis ha reflexionado sobre la
misericordia y la luz. Haciendo referencia al Evangelio leído al inicio de la
audiencia, en el resumen hecho en español, ha explicado que este pasaje nos
muestra a Jesús que, acercándose a Jericó, “restituye la vista a un ciego que
mendigaba en el orilla del camino”. La figura de este hombre –ha indicado el
Papa– representa tristemente a tantas personas que, aún hoy sufren
discriminación y rechazo por parte de los demás. Asimismo, el Santo Padre ha
observado que es llamativo como este marginado a las puertas de Jericó, ciudad
bíblica que simboliza la entrada a la tierra prometida, “en lugar de encontrar
compasión y ayuda del prójimo, como pide la ley que Dios dio a su pueblo, halla
en cambio insensibilidad y rechazo”.
Por otro lado, el Pontífice ha observado que
como entonces, también ahora la indiferencia y la hostilidad causan ceguera y
sordera, “que impiden percibir las necesidades de los hermanos y reconocer en
ellos la presencia del Señor”. En contraste con esta actitud, ha asegurado el
Papa, Jesús que pasa, “no es indiferente al grito del ciego que, movido por la
fe, quiere encontrarlo e invoca su ayuda”.
Finalmente, ha asegurado que el Señor, como
humilde servidor, escucha la súplica del ciego y le devuelve la vista. El
Pontífice ha concluido precisando que gracias a su fe, “el hombre ve, pero
sobre todo, experimenta el amor de Dios que, en Jesús, se hace siervo del
hombre pecador”.
A continuación el Santo Padre ha saludado
cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos
provenientes de España y Latinoamérica. Así, ha deseado que “Cristo, en el que
brilla la fuerza de la misericordia de Dios, ilumine y sane también nuestros
corazones, para que aprendamos a estar atentos a las necesidades de nuestros
hermanos y celebremos las maravillas de su amor misericordioso”.
Después de los saludos en las distintas lenguas,
el Pontífice ha dirigido un saludo particular a los jóvenes, los enfermos y los
recién casados. A los jóvenes ha deseado que “el Señor sea vuestro maestro
interior” y les guie constantemente en los caminos del bien. A los enfermos ha
invitado a ofrecer su sufrimiento a “Cristo crucificado para cooperar a la
redención del mundo”. Y finalmente, a los recién casados, les ha pedidos que
sean conscientes de la insustituible misión de amor a la que les compromete su
matrimonio.
Publicamos
a continuación el texto completo de la catequesis de este miércoles
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Un día Jesús, acercándose a la ciudad de Jericó,
realizó el milagro de devolver la vista a un ciego que mendigaba por la calle
(cfr Lc 18,35-43). Hoy queremos recoger el significado de este signo
porque nos toca también directamente. El evangelista Lucas dice que el ciego
estaba sentado en el borde del camino para mendigar (cfr v. 35). Un ciego en
aquella época –pero también hasta hace poco tiempo– solo podía vivir de la
limosna. La figura de este ciego representa a muchas personas que, también hoy,
se encuentran marginadas por culpa de una desventaja física o de otro tipo. Y
separado de la multitud, está allí sentado mientras la gente pasa ocupada en
sus pensamientos; y el camino, que puede ser un lugar de encuentro, para él sin
embargo es el lugar de la soledad. Tanta gente que pasa y él está solo.
Es triste la imagen de un marginado, sobre todo
en el escenario de la ciudad de Jericó, el espléndido y glorioso oasis en el
desierto. Sabemos que precisamente a Jericó llegó el pueblo de Israel al
terminar el largo éxodo desde Egipto: esa ciudad representa la puerta de
ingreso a la tierra prometida.
Recordamos las palabras que Moisés pronuncia en
esa circunstancia, decía así: “Si hay algún pobre entre tus hermanos, en alguna
de las ciudades del país que el Señor, tu Dios, te da, no endurezcas tu corazón
ni le cierres tu mano. Ábrele tu mano y préstale lo que necesite para remediar
su indigencia. No abrigues en tu corazón estos perversos pensamientos: «Ya está
cerca el séptimo año, el año de la remisión», mirando por eso con malos ojos a
tu hermano pobre, para no darle nada. Porque él apelaría al Señor y tú te
harías culpable de un pecado. Cuando le des algo, lo harás de buena gana. Así
el Señor te bendecirá en todas tus obras y en todas las empresas que realices.
Es verdad que nunca faltarán pobres en tu país. Por eso yo te ordeno: abre
generosamente tu mano el pobre, al hermano indigente que vive en tu tierra”.
Es estridente el contraste entre esta
recomendación de la Ley de Dios y la situación descrita por el Evangelio:
mientras que el ciego grita, este tenía buena voz, invocando a Jesús, la gente
lo regaña para hacer callar. Como si no tuviera derecho de hablar. No tienen
compasión por él, es más, les molestan sus gritos.
Cuántas veces nosotros, cuando vemos tanta gente
en el camino, gente necesitada, enferma, que no tiene para comer, nos molesta.
Cuántas veces nosotros cuando nos encontramos delante de tantos refugiados nos
molesta. Es una tentación, todos tenemos esto, también yo, todos. Y por eso la
palabra de Dios nos enseña. La indiferencia y la hostilidad hacen ciegos y
sordos, impiden ver a los hermanos y no permiten reconocer en ellos al Señor.
Indiferencia y hostilidad. Y esta indiferencia y hostilidad se convierte en
agresión y también insulto: ‘echad a todos estos, ponedlos en otra parte’. Esta
agresión, es lo que hacía la gente cuando el ciego gritaba: ‘vete, no hables’.
Notamos una particularidad interesante. El
Evangelista dice que alguno de la multitud explicó al ciego el motivo de toda
esa gente diciendo: “¡Pasa Jesús, el Nazareno!” (v. 37). El paso de Jesús es
indicado con el mismo verbo con el que el libro del Éxodo nos habla del paso
del ángel exterminador que salva a los israelitas en tierra de Egipto (cfr Ex
12,23). Es el “paso” de la pascua, el inicio de la liberación.
Cuando pasa Jesús siempre hay liberación,
siempre hay salvación. Al ciego por tanto es como si le fuera anunciada su
pascua. Sin dejarse atemorizar, el ciego grita varias veces a Jesús
reconociéndole como el Hijo de David, el Mesías esperado que, según el profeta
Isaías, habría abierto los ojos a los ciegos (cfr Is 35,5).
A diferencia de la multitud, este ciego ve con
los ojos de la fe. Gracias a esta su súplica tiene una poderosa eficacia. De
hecho, al oírlo, “Jesús se paró y ordenó que lo llevaran a él” (v. 40). Así
Jesús quitó al ciego de la orilla del camino y lo puso en el centro de la
atención de sus discípulos y de la multitud. Pensemos también nosotros, cuando
hemos estado en situaciones difíciles también en situaciones de pecado, como ha
sido Jesús el que nos ha tomado de la mano y nos ha quitado del borde del
camino.
Se realiza así un doble paso. Primero: la gente
había anunciado una buena noticia al ciego, pero no querían tener nada que ver
con él; ahora Jesús obliga a todos a tomar conciencia de que el buen anuncio
implica poner en el centro del propio camino a aquel que estaba excluido.
Segundo: a su vez, el ciego no veía, pero su fe le abre el camino de la salvación, y él se encuentra en medio de los que habían salido a la calle para ver a Jesús. El paso del Señor es un encuentro de misericordia que une a todos entorno a Él para permitir reconocer a quien está necesitado de ayuda y consuelo.
Segundo: a su vez, el ciego no veía, pero su fe le abre el camino de la salvación, y él se encuentra en medio de los que habían salido a la calle para ver a Jesús. El paso del Señor es un encuentro de misericordia que une a todos entorno a Él para permitir reconocer a quien está necesitado de ayuda y consuelo.
También en nuestra vida Jesús pasa. Y cuando
pasa Jesús y me doy cuenta, es una invitación a acercarme a él, a ser más
bueno, a ser mejor cristiano y seguir a Jesús. Jesús se dirige al ciego y le
pregunta: “Qué quieres que haga por ti?” (v. 41). Estas palabras de Jesús son
impresionantes: el Hijo de Dios ahora está frente al ciego como un siervo
humilde. Él, Jesús, Dios, ¿qué quieres que haga? ¿cómo quieres que te sirva?
Dios se hace siervo del hombre pecador.
Y el ciego responde a Jesús no solo llamándolo
“Hijo de David”, sino “Señor”, el título que la Iglesia desde el principio
aplica a Jesús Resucitado. El ciego pide poder ver de nuevo y su deseo es
escuchado: “Recupera la vista, tu fe te ha salvado” (v. 42). Él ha mostrado su
fe invocando a Jesús y queriendo encontrarle absolutamente, y esto le ha
llevado como regalo la salvación. Gracias a la fe ahora puede ver y, sobre
todo, se siente amado por Jesús. Por esto el pasaje termina señalando que el
ciego “ siguió a Jesús, glorificando a Dios” (v. 43).
Se hace discípulo, de mendigo a discípulo,
también este es nuestro camino. Todos somos mendigos, todos, siempre
necesitamos salvación. Y todos nosotros, todos los días tenemos que hacer este
paso, de mendigo a discípulo. El ciego poniéndose en camino detrás del Señor y
entrando a formar parte de su comunidad. Aquel al que querían hacer callar,
ahora da testimonio en voz alta de su encuentro con Jesús de Nazaret, y “al ver
esto, todo el pueblo alababa a Dios” (v. 43).
Sucede un segundo milagro: lo que ha sucedido al
ciego hace que también la gente vea finalmente. La misma luz ilumina a todos
reuniéndoles en la oración de alabanza. Así Jesús infunde su misericordia sobre
todos aquellos que encuentra: les llama, les hace ir con Él, les reúne, les
sana y les ilumina, creando un nuevo pueblo que celebra las maravillas de su
amor misericordioso. Dejémonos también nosotros llamar por Jesús, sanar por
Jesús, perdonar por Jesús y vamos detrás de Él alabando a Dios. Así sea”.
(Texto traducido desde el
audio por ZENIT).
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