lunes, 6 de junio de 2016

DAR VIDA


"Después de esto se dirigió Jesús a un pueblo llamado Naín. Iba acompañado de sus discípulos y de mucha otra gente. Al acercarse al pueblo vio que llevaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda. Mucha gente del pueblo la acompañaba. Al verla, el Señor tuvo compasión de ella y le dijo:

– No llores.

En seguida se acercó y tocó la camilla, y los que la llevaban se detuvieron. Jesús dijo al muerto:

– Muchacho, a ti te digo, ¡levántate!

Entonces el muerto se sentó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a la madre. Al ver esto, todos tuvieron miedo y comenzaron a alabar a Dios diciendo:

– Un gran profeta ha aparecido entre nosotros.

También decían:

– Dios ha venido a ayudar a su pueblo.

Y por toda Judea y sus alrededores corrió la noticia de lo que había hecho Jesús."

 
Jesús se encuentra con la comitiva de un entierro. El muerto es hijo único de una viuda. En Israel una mujer no tenía valor. Dependía de sus padres o de su marido. Una viuda, si no tenía un hijo que la pudiera mantener, no era nadie y estaba abocada a la pobreza, a vivir de limosna. Jesús se conmueve ante la situación de esta mujer y le devuelve a su hijo. Jesús, como tantas otras veces en el evangelio, se pone de parte de la mujer. Hoy todavía nos encontramos rodeados de violencia de género, de sueldos menores a la mujer, de menos precio. Incluso, qué pena, algunos le echan la culpa a la mujer de los males de la tierra.

El hijo está muerto, como tantos lo estamos en este mundo. Estamos muertos cuando dejamos abandonados a los demás; cuando sólo pensamos en nosotros mismos; cuando hemos perdido la ilusión. Él nos encuentra en el camino y es el único que nos puede tomar de la mano y hacernos vivir. Porque sólo si estamos vivos podemos transmitir, dar vida. Nos quejamos de un mundo descristianizado. Pero, ¿no será que estamos muertos y no podemos dar vida? Nos quejamos de la falta de vocaciones, ¿no será que nuestras congregaciones están muertas y no pueden dar vida?

Jesús se encuentra en nuestro camino. Quizá las lágrimas nos impiden verlo o quizá estamos muertos. Pero sólo el puede enjugar nuestras lágrimas y darnos la vida.



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