El síndrome se manifiesta en aquellos que, aunque llevan una vida profesional exitosa, en su vida se siguen comportando como adolescentes.
Por: Martha Morales | Fuente:.
El síndrome de "Peter Pan" se ha convertido en casi una enfermedad social: la
de aquellos que no quieren terminar de madurar. El síndrome se manifiesta en
aquellos que, aunque llevan una vida profesional exitosa, en su vida se siguen
comportando como adolescentes, es decir, egocéntricos, irresponsables y ávidos
de la última diversión.
El psicólogo norteamericano Dan Kiley denominó como Síndrome de Peter Pan al
conjunto de rasgos que tiene aquella persona que no sabe o no puede renunciar a
ser hijo para empezar a ser padre. Pese a ser un problema que se produce en
ambos sexos y a todas las edades, el síndrome de Wendy es mucho menos
frecuente.
Compartir un proyecto de vida en común con alguien que es incapaz de sacrificar
o apartar los placeres de la juventud para poner todo lo que tiene para
conseguir unas metas, no siempre fáciles, pero necesarias, aparte de producir
insatisfacción, acaba convirtiéndose en un lastre a la hora de luchar por
conseguir esos objetivos.
Ante la imposibilidad de encontrar la fuente de la eterna adolescencia, parte
de los hombres de la sociedad actual han optado por anclarse en una juventud
que si no física, si les garantiza la psicológica y la comodidad de afrontar el
día a día sin ir más allá, una especie de carpe diem (aprovecha el día) cuya
problemática aumenta proporcionalmente con la edad física del individuo.
Por mucho que pueda pesar, el paso del tiempo es ineludible y nadie escapa a
él, ni siquiera estos Peter Pan modernos. Su comportamiento sigue siendo como
el de un adolescente. Pese a su sonrisa casi imperecedera y a tratarse de
personas muy divertidas y con unas inmensas ganas de disfrutar de todo los
aspectos de la vida, tras esa apariencia se esconde alguien tremendamente
inseguro con un terrible miedo a la soledad.
La inseguridad también se plasma en el campo afectivo. A pesar de una aparente
seguridad en sí mismos, son personas que necesitan grandes dosis de afecto y la
necesidad de una mujer a su lado que se lo pueda ofrecer. Pese a esta
dependencia, cuando la relación se torna en algo más serio y empieza a requerir
dosis cada vez más altas de compromiso y responsabilidad, se asusta y acaba
produciendo la ruptura de la pareja.
Esto es una de las causas de que cambien continuamente de pareja, buscando
incluso chicas más jóvenes, que impliquen menos planes de futuro y a su vez
puedan contagiarse de su inmadurez. En el caso de coincidir en una pareja un
Peter Pan y una Wendy, es posible que con el paso del tiempo cada uno acabe en
la casa de sus padres. (Cfr. www.mundogar.com).
Durante el tiempo que se está bajo este síndrome, se vive con vistas a muy
corto plazo, la persona se siente insatisfecha con lo que le rodea pero sin
hacer nada para solucionarlo. Su búsqueda de satisfacción en cada momento, le
hace recurrir al alcohol y las drogas como forma instantánea de obtenerla.
Buscan siempre la culpabilidad de todo lo que sucede a su alrededor en los
demás, sin que nunca se sienta realmente parte del problema, y ni siquiera de
la solución.
Ana Luisa Gastón escribe: “La relación de este síndrome con la novela es que en
el país imaginario Nunca Jamás el lema de los niños que viven allí es "no
querer crecer nunca". O sea, permanecer siempre niño, aun siendo adultos”. Por ejemplo, hay personas que se sienten bien
cuando los demás les aprueban y se sienten mal cuando les reprueban. En estos
casos uno deja en manos de las demás conciencias su propio bienestar. Una de
las razones posibles por lo que esto acontece es por la falta de conocimiento
propio.
La psicóloga Iris Pugliese, codirectora del Centro Psicoanalítico Argentino,
cuenta entre los síntomas del síndrome “la falta de responsabilidad, actitudes de desamparo, extorsión
emocional y una alegre y despreocupada visión de la vida”. Y dice que estas personas, independientemente de
su edad, siguen actuando y sintiendo como adolescentes. “Sería, por simplificar, tener un cuerpo de adulto
con una mentalidad de niño”, ejemplifica. Y
agrega que si no se supera esta fase, el problema ocasiona quejas emocionales,
como baja autoestima: “ya que lo quiere
todo, no quiere renunciar a nada de lo que tiene ni está dispuesto a poner nada
de su parte para conseguir las nuevas metas y objetivos. No obstante, se queja
y echa siempre la culpa a los demás. No se siente parte del problema o dificultad”.
El psicólogo Andrés Sánchez Bodas, Director de Holos San Isidro, atribuye este
problema a dos causas. Por un lado, está el factor social: con el alargamiento
de la expectativa de vida, los tiempos en los que las personas alcanzan
diferentes metas se han atrasado; por eso, ahora se considera que la
adolescencia puede durar hasta los 30 años. Por otra parte, aparecen los
motivos personales: las personas que “no quieren crecer” ven como ventajas
el no asumir compromisos ni responsabilidades. “Además –observa-, hay una valoración exacerbada de la juventud”, planteada especialmente por los medios de
comunicación. Y explica que este mecanismo genera “una vuelta a la histeria; a vivir solamente en el
presente”.
El psiquiatra español Aquilino Polaino tiene un libro, en la editorial Descleé
de Brower sobre este tema, y da sugerencias a los padres de familia para
evitarlo.
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