Para nosotros el Adviento debe prepararnos para la celebración de venida del Señor. tanto en lo referente a su nacimiento cuanto a su venida gloriosa al final de los tiempos.
Por: Anwar Tapias Lakatt | Fuente:
CatolicosFirmesEnSuFe.org
El Adviento es un tiempo litúrgico preparatorio a la Navidad, que busca
disponernos a vivir intensamente la espera por la venida del Señor. ¿Pero cuándo se empezó a dar? Vamos a tratar de
explicar un poco su origen y los inicios.
No se
tiene una fecha exacta de cuándo empezó a celebrarse el Adviento, pues en su
inicio no fue concebido como una celebración preparatoria consciente, ni fue
algo universal, sino que se fue acentuando poco a poco en el discernimiento de
preparar la celebración de venida del Señor. ¿Pero
cuál venida? Aquí se plantean dos posiciones: una espera a su
nacimiento, lo que sería una especie de adviento para la Navidad, y otro
respecto a su venida gloriosa, que sería de carácter escatológico [1].
Para
nosotros como cristianos, el Adviento debe representar ambas posiciones, pues
por un lado recordamos el hecho histórico de su venida, pero eso mismo debe
disponer nuestro corazón para acoger el mensaje que anuncia su venida gloriosa.
Nosotros en Adviento nos preparamos para una venida de Cristo, que debe ser
permanente, acogiendo al Señor cada día, para que su gracia nos transforme con
su venida. Bien diría Benedicto XVI en una homilía de Adviento:
Los cristianos adoptaron la palabra "Adviento" para expresar
su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre
"provincia" denominada tierra para visitar a todos; invita a
participar en la fiesta de su Adviento a todos los que creen en él, a todos los
que creen en su presencia en la asamblea litúrgica. Con la palabra adventus se quería
decir substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha
dejado solos. Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las realidades
sensibles, él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras [2].
Precisamente por ser la Navidad, una celebración de su nacimiento, el Adviento como preparación es algo que surge posterior a la celebración de la Navidad misma [3]. Incluso, en los Padres de la Iglesia que se toman como referencia para encontrarle raíces al Adviento, no se puede afirmar que lo hagan de forma explícita sino sólo indicios de un llamado a tomar conciencia de lo que pronto se va a vivir. Ese es el caso de San Máximo de Turín, padre del cual nos quedan dos sermones alusivos a los días previos a la Navidad. En el Sermón 61 por ejemplo nos expresa:
Hermanos, aunque yo callara, el tiempo nos advierte que la Navidad de
Cristo, el Señor, está cerca, pues la misma brevedad de los días se
adelanta a mi predicación. El
mundo con sus mismas angustias nos está indicando la inminencia de algo que lo
mejorará, y desea, con impaciente espera, que el resplandor de un sol más
espléndido ilumine sus tinieblas…
Hagamos
también nosotros lo que acostumbra a hacer el mundo: como en ese día el mundo
empieza a incrementar la duración de su luz, también nosotros ensanchemos las
lindes de nuestra justicia; y al igual que la claridad de ese día es común a
ricos y pobres, sea también una nuestra liberalidad para con los indigentes y
peregrinos; y del mismo modo que el mundo comienza en esa fecha a disminuir la
oscuridad de sus noches, amputemos nosotros las tinieblas de nuestra avaricia.
Estando, hermanos, a punto de celebrar la Navidad del Señor, vistámonos
con puras y nítidas vestiduras. Hablo de las vestiduras del alma, no del
cuerpo. Adornémonos no con vestidos de seda, sino con obras preciosas. Los vestidos suntuosos pueden cubrir los
miembros, pero son incapaces de adornar la conciencia, si bien es cierto que ir
impecablemente vestido mientras se procede con sentimientos corrompidos es
vergüenza mucho más odiosa. Por tanto, adornemos antes el afecto del hombre
interior, para que el vestido del hombre exterior esté igualmente adornado;
limpiemos las manchas espirituales, para que nuestros vestidos sean
resplandecientes [4].
De este
sermón podemos resaltar que si bien no se trata de una alusión directa al
Adviento, sí nos lleva air preparando nuestra vida interior a la celebración
del Nacimiento de Cristo.
Otro
texto que es importante resaltar, y podríamos decir que la mención más antigua
de un tipo de preparación es uno de los cánones del Concilio de Zaragoza, en el
año 380 d.C, que expresa el precepto de asistir a la Iglesia sin falta en los
días previos a la Epifanía:
IV. Que ninguno falte a
la iglesia en las tres semanas que preceden a la Epifanía.
Además ley: En los veintiún
días que hay entre el 17 de diciembre hasta la Epifanía que es el 6 de enero,
no se ausente nadie de la iglesia durante todo el día, ni se oculte en su casa,
ni se marche a su hacienda, ni se dirija a los montes ni ande descalzo, sino
que asista a la iglesia. Y los
admitidos que no hicieren así, sean anatematizados para siempre. Todos los
obispos dijeron: Sea anatema [5]
Tanto la
cita del concilio de Zaragoza en el siglo IV, como la de San Máximo en el siglo
V no logran probar una celebración como tal del Adviento, pero sí van mostrando
la conciencia que toman los cristianos, de prepararse como debe ser para vivir
el Nacimiento de Cristo.
Posteriormente
en el siglo VI, el Concilio de Tours sigue mostrando la observancia de un ayuno
para los monjes desde el primero de diciembre hasta Navidad, todos los días [6]. Esto indica que tenían la concepción de ver los
días previos a la Navidad de forma penitencial, y es por ello que el tiempo de
Adviento utiliza el color morado en tres de las cuatro semanas.
Ya hemos
mencionado a San Martín, y ese nombre será clave para el paulatino desarrollo
del tiempo de adviento con carácter penitencial, pues se cuenta que San
Perpetuo de Tours en el siglo V, ordenó en su diócesis, tres días de ayuno por
semana desde la fiesta de San Martín (11 de noviembre) hasta la Navidad, algo
que nos menciona San Gregorio de Tours en su obra titulada Historia de los
Francos, quien fuera posterior en la sede a San Martín de Tours [7]. Este tiempo era como una segunda cuaresma y por
eso recibió el nombre de la Cuaresma de San Martín, y así fue pasando a otros
países [8].
Este
tiempo de carácter cuaresmal, preparatorio, tuvo diversa duración en distintas
partes. Mientras en Milán y en las iglesias de España duraba seis semanas, en
Roma se dejó en cuatro semanas, tal como lo tenemos hoy día, que fue la norma
seguida por el resto de Iglesias con el tiempo. Esas cuatro semanas comprendían
las anteriores a la misma celebración de Navidad.
La
Liturgia mostró en su práctica, la fuerte herencia que Cuaresma le dejó al
Adviento, por ejemplo se generalizó el uso del color negro en los ornamentos
sacerdotales (más tarde, se pasó al morado), los diáconos no vestían
dalmáticas, sino planetas y se eliminaron los cantos del Gloria, el Te Deum y el Ite missa est, así como el sonido de los instrumentos
musicales. También se prohibió la celebración de las bodas solemnes. Después
del rezo del Oficio Divino, estaban prescritas algunas oraciones de rodillas.
En algunos lugares, para asemejarlo todavía más con la Cuaresma, en los últimos
días de Adviento se cubrían con velos las imágenes y altares, igual que en el
tiempo de Pasión. Durante siglos, el himno más usado en las Misas y en el
Oficio fue el Rorate
coeli desuper, et nubes pluant iustum (Is 45,8), con las estrofas penitenciales que
piden perdón por los pecados [9].
Los
sacramentarios, textos litúrgicos que contenían los textos que debía recitar el
sacerdote u obispo en la celebración de la Misa o los sacramentos, nos dejan
alguna evidencia de la evolución que tuvo el tiempo de Adviento. Por ejemplo,
el sacramentario gelasiano, que data del siglo V, supone que más que una
preparación previa a la Navidad, la palabra Adventus
designaba un recuerdo de la Parusía (segunda venida), el que sería su contenido
original. En el sacramentario gelasiano, el tiempo de Adviento estaba
conformado por cinco semanas previas a Navidad.
____________________________________________________________________
BERGAMINI,
Augusto. Cristo, Fiesta de la Iglesia. Pág. 189-190.
[2]
Benedicto XVI. Homilía en Adviento, 28 de noviembre de 2009
[3]
http://ec.aciprensa.com/wiki/Adviento
[4]
SAN MAXIMO DE TURÍN. Sermón 61. En la obra traducida por Boniface Ramsey OP. Newman Press,
pág. 150
[5] http://www.filosofia.org/cod/c0380z1.htm
[6] LOUIS-RICHARD, Charles. Los sacrosantos concilios generales y particulares.
Tomo II. Pág. 378
[7]
La Verdad Católica. Periódico religioso. Tomo IV. Pág. 50
[8]
Repertorio de párrocos. Tomo IV. Pág. 229. Madrid 1851.
[9]
http://www.caminando-con-jesus.org/adviento/HDELADVIENTO.htm
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