En los Libros Santos se llaman Novísimos a las cosas
que sucederán al hombre al final de su vida, la muerte, el juicio, el destino
eterno: el cielo o el infierno. La Iglesia los hace presentes de modo especial
durante el mes de noviembre. A través de la liturgia, se invita a los
cristianos a meditar sobre estas realidades.
Algunas enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la buena
costumbre de rezar por los familiares y amigos difuntos.
- ¿QUÉ
HAY DESPUÉS DE LA MUERTE? ¿DIOS JUZGA A CADA PERSONA POR SU VIDA?
El
Catecismo de la Iglesia católica enseña que «la
muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o
rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo» «Cada hombre, después de
morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular
que refiere su vida a Cristo, bien a través de la purificación, bien para
entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse
inmediatamente para siempre». En este sentido, San Juan de la Cruz habla del
juicio particular de cada como diciendo que «a la tarde, te examinarán en el
amor». Catecismo de la Iglesia Católica, 1021-1022.
SAN JOSEMARÍA
Todo se arregla, menos la muerte… Y la muerte lo arregla todo. Surco, 878.
Todo se arregla, menos la muerte… Y la muerte lo arregla todo. Surco, 878.
Cara a la muerte, ¡sereno! Así te quiero. No con el estoicismo frío del pagano; sino con el fervor del hijo de Dios, que sabe que la vida se muda, no se quita. ¿Morir?… ¡Vivir! Surco, 876.
¡No me hagas de la muerte una tragedia!, porque no
lo es. Sólo a los hijos desamorados no les entusiasma el encuentro con sus
padres. Surco, 885.
El
verdadero cristiano está siempre dispuesto a comparecer ante Dios. Porque, en
cada instante si lucha para vivir como hombre de Cristo, se encuentra preparado
para cumplir su deber. Surco, 875.
«Me hizo gracia que hable usted de la ‘cuenta’ que le pedirá Nuestro
Señor. No, para ustedes no será Juez —en el sentido austero de la palabra— sino
simplemente Jesús». —Esta
frase, escrita por un Obispo santo, que ha consolado más de un corazón
atribulado, bien puede consolar el tuyo. Camino, 168.
- ¿QUIÉNES
VAN AL CIELO? ¿CÓMO ES EL CIELO?
El cielo
es «el fin último y la realización de las
aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de
dicha”. San Pablo escribe: «Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por pensamiento de
hombre las cosas que Dios ha preparado para los que le aman». (1Cor 2,
9).
Después
del juicio particular, los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están
perfectamente purificados van al cielo. Viven en Dios, lo ven tal cual es.
Están para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, gozan de su
felicidad, de su Bien, de la Verdad y de la Belleza de Dios.
Esta vida
perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella,
con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama el cielo.
Es Cristo quien, por su muerte y Resurrección, nos ha “abierto
el cielo”. Vivir en el cielo es «estar con Cristo» (cf. Jn 14, 3; Flp 1,
23; 1 Ts 4,17). Los que llegan al cielo viven «en
Él», aún más, encuentran allí su verdadera identidad. Catecismo de la
Iglesia católica, 1023-1026.
SAN JOSEMARÍA
Mienten
los hombres cuando dicen «para siempre» en cosas temporales. Sólo es verdad,
con una verdad total, el «para siempre» de
la eternidad. —Y así has de vivir tú, con una fe que te haga sentir sabores de
miel, dulzuras de cielo, al pensar en esa eternidad, ¡que
sí es para siempre! Forja, 999.
Piensa
qué grato es a Dios Nuestro Señor el incienso que en su honor se quema; piensa
también en lo poco que valen las cosas de la tierra, que apenas empiezan ya se
acaban… En cambio, un gran Amor te espera en el Cielo: sin traiciones, sin
engaños: ¡todo el amor, toda la belleza, toda la
grandeza, toda la ciencia…! Y sin empalago: te
saciará sin saciar. Forja, 995.
Si
transformamos los proyectos temporales en metas absolutas, cancelando del
horizonte la morada eterna y el fin para el que hemos sido creados —amar y
alabar al Señor, y poseerle después en el Cielo—, los más brillantes intentos
se tornan en traiciones, e incluso en vehículo para envilecer a las criaturas.
Recordad la sincera y famosa exclamación de San Agustín, que había
experimentado tantas amarguras mientras desconocía a Dios, y buscaba fuera de Él
la felicidad: ¡nos creaste, Señor, para ser tuyos,
y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti! Amigos de
Dios, 208
En la
vida espiritual, muchas veces hay que saber perder, cara a la tierra, para
ganar en el Cielo. —Así se gana siempre. Forja, 998.
- ¿QUÉ
ES EL PURGATORIO? ¿ES PARA SIEMPRE?
Los que
mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados,
aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una
purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría
del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los
elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados.
Esta
enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la
que ya habla la Escritura: «Por eso mandó [Judas
Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que
quedaran liberados del pecado» (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos,
la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su
favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez
purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también
recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de
los difuntos. Catecismo de la Iglesia católica, 1030-1032.
SAN JOSEMARÍA
El
purgatorio es una misericordia de Dios, para limpiar los defectos de los que
desean identificarse con El. Surco, 889
No
quieras hacer nada por ganar mérito, ni por miedo a las penas del purgatorio:
todo, hasta lo más pequeño, desde ahora y para siempre, empéñate en hacerlo por
dar gusto a Jesús. Forja, 1041.
«Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas». —Luego, ¿el hombre
pecador tiene su hora? —Sí…, ¡y Dios su
eternidad! Camino, 734.
- ¿EXISTE
EL INFIERNO?
Significa
permanecer separados de Él –de nuestro Creador y nuestro fin- para siempre por
nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la
comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra
infierno.
Morir en pecado mortal, sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios es elegir este fin para siempre.
Morir en pecado mortal, sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios es elegir este fin para siempre.
La
enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las
almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos
inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, «el fuego eterno». La pena principal del infierno
consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el
hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
Jesús habla con frecuencia de la gehenna y del fuego que nunca se apaga, reservado a los que, hasta el fin de su vida, rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo. La pena principal del infierno es «la separación eterna de Dios, en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
Jesús habla con frecuencia de la gehenna y del fuego que nunca se apaga, reservado a los que, hasta el fin de su vida, rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo. La pena principal del infierno es «la separación eterna de Dios, en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
Las
afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del
infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar
de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo
un llamamiento apremiante a la conversión: »Entrad
por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que
lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha
la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la
encuentran» (Mt 7, 13-14). Catecismo de la Iglesia católica, 1033-1036.
SAN JOSEMARÍA
No me
olvidéis que resulta más cómodo —pero es un descamino— evitar a toda costa el
sufrimiento, con la excusa de no disgustar al prójimo: frecuentemente,
en esa inhibición se esconde una vergonzosa huida del propio dolor, ya que de
ordinario no es agradable hacer una advertencia seria. Hijos míos,
acordaos de que el infierno está lleno de bocas cerradas. Amigos de Dios, 161.
Un
discípulo de Cristo nunca razonará así: «yo procuro ser bueno, y los demás, si
quieren…, que se vayan al infierno». Este comportamiento no es humano, ni es
conforme con el amor de Dios, ni con la caridad que debemos al prójimo. Forja,
952.
Sólo el infierno es castigo del pecado. La muerte y el juicio no son más que consecuencias, que no temen quienes viven en gracia de Dios. Surco, 890.
- ¿CUÁNDO SERÁ EL JUICIO FINAL? ¿EN QUÉ
CONSISTIRÁ?
La
resurrección de todos los muertos, «de los justos y
de los pecadores» (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será «la hora en que todos los que estén en los sepulcros
oirán su voz […] y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los
que hayan hecho el mal, para la condenación» (Jn 5, 28-29). Entonces,
Cristo vendrá «en su gloria acompañado de todos sus
ángeles […] Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a
los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá
las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda […] E irán éstos a un
castigo eterno, y los justos a una vida eterna.» (Mt 25, 31. 32.
El Juicio
final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la
hora en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces Él
pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda
la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la
creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos
admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin
último. El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las
injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la
muerte (cf. Ct 8, 6).
El
mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres
todavía «el tiempo favorable, el tiempo de salvación»
(2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia
del Reino de Dios. Anuncia la «bienaventurada
esperanza» (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que «vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que
hayan creído» (2 Ts 1, 10). Catecismo de la Iglesia católica, 1038-1041.
SAN JOSEMARÍA
Cuando
pienses en la muerte, a pesar de tus pecados, no tengas miedo… Porque Él ya
sabe que le amas…, y de qué pasta estás hecho. Si tú le buscas, te acogerá como
el padre al hijo pródigo: ¡pero has de buscarle! Surco,
880.
“Conozco a algunas y a algunos que no tienen fuerzas ni para pedir
socorro”, me dices
disgustado y apenado. —No pases de largo; tu voluntad de salvarte y de
salvarles puede ser el punto de partida de su conversión. Además, si
recapacitas, advertirás que también a ti te tendieron la mano. Surco, 778.
El mundo,
el demonio y la carne son unos aventureros que, aprovechándose de la debilidad
del salvaje que llevas dentro, quieren que, a cambio del pobre espejuelo de un
placer —que nada vale—, les entregues el oro fino y las perlas y los brillantes
y rubíes empapados en la sangre viva y redentora de tu Dios, que son el precio
y el tesoro de tu eternidad. Camino, 708.
Por
salvar al hombre, Señor, mueres en la Cruz; y, sin embargo, por un solo pecado
mortal, condenas al hombre a una eternidad infeliz de tormentos…: ¡cuánto te ofende el pecado, y cuánto lo debo odiar!
Forja, 1002.
- AL
FINAL DE LOS TIEMPOS DIOS HA PROMETIDO CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA ¿QUÉ
DEBEMOS ESPERAR?
La
Sagrada Escritura llama «cielos nuevos y tierra
nueva» a esta renovación misteriosa que transformará la humanidad y el
mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del
designio de Dios de «hacer que todo tenga a Cristo
por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra» (Ef 1,
10).
Para el
hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género
humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era
«como el sacramento» (LG1). Los que estén
unidos a Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de
Dios. Ya no será herida por el pecado, las manchas, el amor propio, que
destruyen o hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica de
Dios será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.
«Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará el universo.
Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa,
pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en
la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos los
deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres»(GS 39).
«No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más
bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo
de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo
nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno
del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en
que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al
Reino de Dios» (GS 39).
Catecismo de la Iglesia Católica, 1043-1049.
SAN JOSEMARÍA
Mientras vivimos aquí, el reino se asemeja a la levadura que cogió una mujer y la mezcló con tres celemines de harina, hasta que toda la masa quedó fermentada.
Quien entiende el reino que Cristo propone, advierte que vale la pena jugarse todo por conseguirlo: es la perla que el mercader adquiere a costa de vender lo que posee, es el tesoro hallado en el campo. El reino de los cielos es una conquista difícil: nadie está seguro de alcanzarlo, pero el clamor humilde del hombre arrepentido logra que se abran sus puertas de par en par. Es Cristo que pasa, 180.
Mientras vivimos aquí, el reino se asemeja a la levadura que cogió una mujer y la mezcló con tres celemines de harina, hasta que toda la masa quedó fermentada.
Quien entiende el reino que Cristo propone, advierte que vale la pena jugarse todo por conseguirlo: es la perla que el mercader adquiere a costa de vender lo que posee, es el tesoro hallado en el campo. El reino de los cielos es una conquista difícil: nadie está seguro de alcanzarlo, pero el clamor humilde del hombre arrepentido logra que se abran sus puertas de par en par. Es Cristo que pasa, 180.
En esta
tierra, la contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción de la
gracia en nuestras almas, el amor al prójimo como fruto sabroso del amor a Dios,
suponen ya un anticipo del Cielo, una incoación destinada a crecer día a día.
No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida,
sencilla y fuerte en la que se funden y compenetran todas nuestras acciones.
Cristo
nos espera. Vivamos ya como ciudadanos del cielo, siendo plenamente ciudadanos
de la tierra, en medio de dificultades, de injusticias, de incomprensiones,
pero también en medio de la alegría y de la serenidad que da el saberse hijo
amado de Dios. Es Cristo que pasa, 126.
El tiempo
es nuestro tesoro, el «dinero» para comprar
la eternidad. Surco, 882.
¿POR QUÉ REZAR POR LOS DIFUNTOS?
CATECISMO DE LA IGLESIA
CATÓLICA
En la
Iglesia Católica el mes de noviembre, está iluminado de modo particular por el
misterio de la comunión de los santos que se refiere a la unión y la ayuda
mutua que podemos prestarnos los cristianos: quienes
aún estamos en la tierra, los que ya seguros del cielo se purifican antes de
presentarse ante Dios de los vestigios de pecado en el purgatorio y quienes
interceden por nosotros delante de la Trinidad Santísima donde gozan ya para
siempre. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones
más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha (Catecismo de
la Iglesia Católica, 1024).
«Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y,
destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la
tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados,
contemplando `claramente a Dios mismo, uno y trino, tal cual es'».
Todos,
sin embargo, aunque en grado y modo diversos, participamos en el mismo amor a
Dios y al prójimo y cantamos en mismo himno de alabanza a nuestro Dios.
(Catecismo, punto 954).
La
Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo
místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con
gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones ‘pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos
para que se vean libres de sus pecados’ (Catecismo, punto 955).
Los que
mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados,
aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una
purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría
del cielo (Catecismo, punto 1030).
La
Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es
completamente distinta del castigo de los condenados (Catecismo, punto 1031).
Desde los
primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha
ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para
que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La
Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de
penitencia en favor de los difuntos.
SAN JOSEMARÍA, EN SURCO
“El purgatorio es una misericordia de Dios, para limpiar los defectos de
los que desean identificarse con El» (Punto
889).
“¡Qué contento se debe morir, cuando se han vivido heroicamente todos
los minutos de la vida! Te lo puedo asegurar porque he presenciado la alegría
de quienes, con serena impaciencia, durante muchos años, se han preparado para
ese encuentro» (Punto
893).
www.opusdei.es
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