viernes, 21 de junio de 2019

ENCIMA EL CULPABLE SERÉ YO


Ahora resulta que el problema es un servidor. Según algunos lectores y comentaristas, no sé si buenos, ingenuos o lo que sea, que mejor no entrar, todo es maravilloso en esta misericordiosa Iglesia nuestra del siglo XXI. Es verdad que puede haber cosas incorrectas, pero, en cualquier caso, mejor callar y hablar de cosas bonitas y positivas.
Comprendido. Te pisan el callo, te meten el dedo en el ojo y, encima, cuando te quejas y lo denuncias te salen que eso es echar leña al fuego y escandalizar, y que mejor digas que qué bonita es la amistad.
Entiendo que echar leña al fuego sea descubrir lo oculto, desvelar secretos, contar chismes y realizar juicios temerarios. No es el caso.
No creo que sea desvelar arcanos preguntarse qué fue de aquellas dubia, firmadas por cuatro cardenales, dos de ellos ya fallecidos, que llevan esperando respuesta casi tres años. Ni que sea motivo de escándalo afirmar que la plaza de San Pedro presenta cada vez mayores vacíos, o que es incomprensible que las interpretaciones de Amoris Laetitia sean contradictorias dependiendo de conferencias episcopales. Decir que la respuesta a los escándalos sexuales con niños y jovencitos no parece especialmente eficaz lo afirma todo el mundo, y lo de los acuerdos con China simplemente que nos gustaría conocerlos en aras de transparencia y espíritu sinodal. Esto, simplemente, por poner algunos ejemplos. Viganó, bien, gracias. 
Es lo de siempre. Alguien pega la patada al gato y la culpa es de quien lo cuenta. Elemental, querido Watson: no se haga y no se contará. Pero aquí queremos todo: hacer y callar, y hoy se hace imposible.
Ya saben mis lectores cómo pienso. Ya saben que la fuente que no falla en dogma, liturgia y moral es el catecismo, he machacado hasta resultar cansino lo de la importancia del culto al Santísimo Sacramento, la oración y la vida sacramental.
Mucho más bonito, mucho más lindo, hablar de los milagros de santa Pepita, animar a la novena de san Apapucio, virgen y mártir, gritar viva el papa y, sobre todo, proclamar un “ábranse fronteras” mientras animamos al orbe católico a conseguir que los consumibles para la eucaristía, pan y vino, sean de cultivos ecológicos.
La barca de Pedro no anda muy allá. Hay datos que remueven. Por ejemplo, constatar el cierre en España de un convento contemplativo por mes, y uno de vida activa cada día y medio, reconocer que la práctica religiosa en España se desploma, según reconocía hace poco el secretario portavoz de la conferencia episcopal española o enterarte, noticia de ayer mismo, de que en Cádiz, por ejemplo, las bodas por la iglesia apenas llegan a un 30 % del total.
Escribir de esto, según algunos bien pensantes, o mejor ingenuo pensantes o tal vez manipulo pensantes, es echar leña al fuego. Puede ser. A lo mejor es que nos estamos quedando muy fríos de fe y hace falta leña. Vaya usted a saber.
Esto es como si en naufragio del Titanic alguien se hubiese empeñado en decir que no se hable del naufragio porque eso es echar leña al fuego. Mejor comenten la calidad de la langosta, el virtuosismo de la orquesta y la comodidad de los camarotes. No pasa nada.
Cuando el avestruz esconde la cabeza bajo tierra, deja el trasero al aire. 
Jorge

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