miércoles, 4 de enero de 2012

LA PIEDRA FILOSOFAL



Hay, efectivamente, dos realidades: una efímera y otra eterna,
superpuestas, yuxtapuestas.


Cuando alguien preguntó a Kazantzaki por qué amaba
tanto a San Francisco, respondió:
«Lo amo porque su alma, a fuerza de amor, ha vencido a la realidad - lo que los
hombres privados de alas llaman "la realidad": el hambre, el frío, la
enfermedad, el desprecio, la injusticia, la fealdad, y ha logrado transformarla
en un sueño alborozado, tangible, más verdadero que la misma verdad. San
Francisco había encontrado el secreto que los alquimistas de la Edad Media
buscaron en vano: el secreto para transformar el metal más vil en oro puro.


Para San Francisco, la "piedra filosofal" no era algo inaccesible,
fuera del alcance del hombre; para encontrarla no era necesario quebrantar las
leyes naturales: la piedra filosofal era su propio corazón. Así, por este
milagro de alquimia mística, es como él ha sometido la realidad, liberado al
hombre de la fatalidad y transformado en él toda carne en espíritu. San Francisco
es, a mi ver, el gran general que lleva las tropas humanas a la victoria más
absoluta».


Hay, efectivamente, dos realidades: una efímera y otra eterna, superpuestas,
yuxtapuestas. Y la mayor parte de los humanos sólo ven la más superficial.
Acercaos a un hospital. Entrad en una sala con cinco enfermos afectados de la
misma dolencia. Seguramente encontraréis a tres de ellos acorralados por su
propia enfermedad. A uno, resignado a ella. A otro, sereno y quizá radiante.
¿Cómo? A fuerza de alma.


O preguntaos por qué, con el mismo sueldo, dos oficinistas uno vive feliz y sin
apuros y al otro no le llega la respiración al cuello. Y es que, efectivamente,
la piedra filosofal existe. No es un sueño romántico. Y es de fabricación
casera. ¿Qué cómo se fabrica? Cada uno debe encontrar su propia receta. Pero
podrían servir algunos de estos consejos:
- El primero y más importante es tener algún gran ideal para cuya consecución
lleguen a importar bien poco los fracasos y las dificultades.
- Tener fe en el futuro y confianza en la vida. Asumir cada día los problemas
de hoy en lugar de ponerse a sufrir anticipadamente por los que podrían tal vez
llegarnos mañana.
- Tomar y vivir la decisión de pensar mucho más en lo positivo y bueno que
tenemos que en las zonas negras que tendremos que cruzar. Hablar del bien; no
revolver los residuos de los fracasos.
- Creer descaradamente en el prójimo y preferir ser engañado una vez por él a
pasamos toda la vida desconfiando de todos (con lo que seremos perpetuamente
engañados).
- Dedicarse más a los problemas del prójimo que a los propios. Así se curarán o
mitigarán los dos.
- Amar sin preguntarse si nos lo agradecerán. Estar seguros de que, a la larga,
incluso en este mundo, el amor acaba funcionando y también nos querrán más de
lo que merezcamos.
- Despertarse cada mañana como recién nacidos. Colgar cada noche en el perchero
las preocupaciones de ayer y dormir olvidándolas.
- Sonreír, aunque no se tengan ganas. Sonreír, sobre todo, si un día se debe
decir algo amargo.
- Aprender de los niños, aprender de los santos.
- Dar tiempo al tiempo, sabiendo que las frutas maduran lentamente.
- No ser demasiado ambiciosos. Querer pocas cosas, pero quererlas
apasionadamente.
- Recordar al menos cuatro o cinco veces al día que tenemos alma y alimentarla
tanto como al cuerpo por lo menos.
- Hacer, si se puede, un trabajo que amemos. O si no, al menos, amar lo que
tenemos que hacer.
- Descubrir que casi siempre los disgustos que nos llevamos son mayores que los
motivos que los causaron.
- Creer en algo muy en serio. Luchar por ello. Seguir luchando cuando nos
cansemos. Seguir de nuevo cuando nos cansemos de seguir.
- Recordar que, al fin de cuentas, todos los trucos son trucos y sólo sirven
para ir descubriendo que será la gracia de Dios la que nos hará felices, porque
ésa y no otra es la piedra filosofal.
Autor: José
Luis Martín Descalzo

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