viernes, 6 de enero de 2012

PERO PORQUÉ TIENE UN NIÑO QUE SABERLO TODO SOBRE EL SEXO SIN SABER NI QUIENES SON LOS REYES MAGOS?


Los que tengan hijos en cuarto de primaria, o los
hayan tenido, saben bien de lo que hablo: gracias a la asignatura que se da en
llamar “conocimiento del medio”, durante el primer trimestre del curso, no vaya
a ser que si lo dejan para más tarde se les pase, cuando algunos niños de la
clase apenas tienen nueve años y una buena parte de ellos ni siquiera, nuestros
hijos ya lo saben todo sobre el sexo.

¿Saben cuál fue la reacción de mi hija cuando se lo
explicó la maestra y llegó a casa?
- ¡¡¡Papá, sois unos guarros!!!
- ¿Pero por qué, hija mía? ¿Qué hemos hecho?
- ¡¡¡Por haberme “fecundado”!!!

Nosotros sólo tenemos una, por lo que la pobra cría
alimenta la esperanza de que “la guarrada” realizada por sus padres para
“fecundarla”, como ella misma dice, apenas la hayamos consumado una única vez,
la necesaria para engendrarla a ella. Pero pensando en otros amigos nuestros
que tienen hasta nueve, todavía se pregunta:
- Y Menganito y Zutanita… ¡¡¡¿han tenido que
“fecundar” nueve veces?!!!”.

Un amigo mío con el que comenté el hecho me contó que
cuando su hijo mayor se enteró del asunto, llegó a su casa arrebatado, convocó
a sus padres con un lacónico “tengo que hablar con vosotros”, los
condujo al dormitorio de ellos, cerró la puerta y abalanzándose contra ellos y
pegándoles, les espetaba: “¡Sois unos cerdos! ¡Sois unos cerdos!” sin ni
siquiera acertar a explicar por qué.

Volviendo a mi hija, que, - aprovecho para decir -, está
recibiendo una educación perfectamente acorde a sus tiempos, sin que haya
dejado de frecuentar nada de lo que frecuentan las niñas de su edad, aún cierra
los ojos y manifiesta el asco que le produce un simple beso de sus héroes de Disney Channel, unos personajes que,
por cierto, - aprovecho también para decir -, están todo el día haciéndose
amarrucos e insinuaciones. ¡Donde quedaron aquella Cenicienta, aquella Blancanieves,
aquel Pinocho o aquel delicioso
elefantito de las largas orejas de los que con tanta fruición disfruté yo hasta
que tuve diez y doce años!

¿Pero qué necesidad tenemos de robarles la infancia de
esta manera? me pregunto. ¿Qué necesidad tenemos? Es curioso que mientras para
mi hija ya no esconde el sexo secreto alguno más allá de los que ella misma
quiere ignorar, -trabajan más los niños por preservar su ingenuidad que lo que
lo hacemos sus padres - el otro día, en cambio, me preguntó:
- Papá, dice un niño en clase que los Reyes son los
padres, ¿a que no es verdad?
A lo que, naturalmente, como buen padre que soy,
amante de mi hija y de que disfrute prolongadamente de su infantil ingenuidad
le respondí:
- Pues claro que no hija mía. Si los Reyes fueran los
padres ¿Quiénes nos traerían los Reyes a nosotros?

Y me quedé pensando. ¡Qué curioso, tenemos más prisa
en enseñarles el sexo que en desvelarles quiénes son los Reyes Magos! ¡Vaya a ser, tal vez, que
por saberlo, deje de comportarse como el perfecto consumidor llamado a ser un
niño que aún cree en ellos!

No lo entiendo, la verdad, no lo entiendo. Enseñar a
los niños las cosas del sexo a los ocho años es inequívocamente precipitado. No
tiene sentido. Es, en palabras de mi propia hija, una verdadera “porquería”.
Sólo sirve para precipitar el final de la bendita ingenuidad infantil, un
estado que nadie puede perder más de una vez en la vida, en absoluto
recuperable, y que pone fin precipitadamente a la etapa más maravillosa de la
vida: la infancia.

Yo ya no sé si los adultos del s. XXI lo hacemos por
envidia, por venganza, por resentimiento, por prepotencia o por qué demonios.
Lo que sí tengo bien claro es que, curiosamente, los más acérrimos partidarios
de la aberración acostumbran a ser los mismos que tras haber atiborrado de sexo
a niños de ocho años, con mayor escándalo se rasgan las vestiduras porque un
señor “se lo haga” con una niña de dieciséis (no, en cambio, si lo que hace esa
misma niña es destrozar el fetito que porta en el vientre sin ni siquiera
decírselo a sus padres). Los mismos que, oculto el rostro tras la máscara del
progreso, defienden que una madre pueda eliminar a su hijo sin ni siquiera
haberle visto la carita, o un hijo a sus padres cuando con los años se ponen
“pesaditos” y se vuelven “poco” productivos … ¡¡¡Pues no hubo una ministra del
anterior Gobierno que aún le parecía tarde los ocho años y preconizaba
anticipar la educación sexual a los siete!!!

Por favor, responsables de la educación de nuestros
hijos, retrasen por lo menos dos años – y digo bien, dos por lo menos - la
enseñanza del sexo a los niños de primaria. No tienen ninguna necesidad de
conocer cosas que no les satisfacen, que hasta les producen repugnancia y cuyo
objeto no es otro, reconozcámoslo como es, que precipitar la pérdida de lo más
bendito que tiene un niños: su inocencia, y con ella su infancia. No por
casualidad lo dijo ya Aquel sabio:
“Es imposible que no haya escándalos;
pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una
piedra de molino y le arrojen al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños.
Andad, pues, con cuidado” (Lc. 17, 1-3).

Luis Antequera

1 comentario:

Marina dijo...

Hola, realmente estoy de acuerdo con usted.Tengo una sobrina de 8 años, después de estas clases sobre educación sexual, ha cambiado su conducta, inclusive a comenzado a explorar su cuerpo. Sin ni siquiera comprender lo que le sucede. Es un desastre. Mejor que enseñen valores, lo que significa el respeto y que enriquezcan el alma pura de los niños.
Para ir cambiando esta sociedad que cada vez es mas hostil y violenta. Cada cosa a su edad.