jueves, 19 de enero de 2012

PER IPSUM ET IN IPSO ET CUM IPSO


¡Vaya! Acerté a la primera, veo que siete años de latín en el bachillerato, han dejado huella en mí, y no me he equivocado en una correcta escritura.
Pero bueno, vamos a lo que vamos. El latinajo que sirve de título a esta glosa, va referido a Cristo y traducido quiere decir: POR EL MISMO, CON EL MISMO Y EN EL MISMO. Pero la traducción
genérica del término ipso, equivale a decir simplemente él, por lo que se entiende, que se alude a Cristo y entonces la traducción sería: POR CRISTO, CON CRISTO Y EN CRISTO.

Antes de iniciarse en la Santa misa, el rito de la comunión, el sacerdote, toma en la mano izquierda la patena con las formas ya consagradas, es decir con el cuerpo de Cristo, y en la mano derecha, el cáliz con la sangre de Cristo, y elevando cuerpo y sangre del Señor, pronuncia las señaladas palabras. Es este un de los varios momentos, en los que si uno está atento, no puede por menos de emocionarse con el significado de los que sus ojos están contemplando. El cuerpo y la sangre del Señor, que se nos muestran como prenda de amor, nos incita a serles siempre fieles,
POR ÉL, CON ÉL, Y EN ÉL, para que por completo, totalmente, sin que nosotros hagamos ninguna reserva mental, reine en cada una de nuestras vidas, en cada momento, en todos nuestros pensamientos, palabras, acciones y deseos.

POR ÉL, hemos de luchar para llegar a alcanzarle. Él fue, primeramente el que luchó por nosotros. Luchó para nuestra salvación, luchó para sacarnos de las garras del maligno, que desde aquella desgraciada hora en que Adán y Eva, quebrantaron la Ley de Dios, perdieron su prístina pureza y nos legaron, lo que tenían, la concupiscencia, pues nadie da, lo que no tiene. Y Dios Padre nos envió a su propio Hijo, para que nos redimiese de nuestra esclava condición: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”. (Jn 3,16).

Y Cristo, se encarnó de María la Virgen, tomó carne humana y como humano sufrió y padeció tal como nosotros sufrimos y padecemos, enseñándonos el camino que habíamos de tomar para volver a la amistad con Dios Padre. Y exclusivamente, por puro amor a nosotros, voluntariamente aceptó el sacrificio de una muerte de cruz, para redimirnos. Por lo tanto, por Él y por amor a Él, hemos de corresponderle a su amor y generosidad para con nosotros, que tanto nos amó y nos ama, que nos regaló los canales para obtener las divinas gracias, necesarias para nuestra lucha ascética, que son los sacramentos. Y al final de su vida en este mundo, decidió quedarse con nosotros en la forma más sublime que ser humano se pueda imaginar, en el misterio de la Eucaristía.

CON ÉL, hemos de luchar para triunfar en esta prueba de amor, a la que aquí en este mundo, estamos convocados. Él nunca nos abandona, siempre está a nuestro lado. “Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo”. (Mt 28,20). Y esto son palabras de Dios. Él es el único amigo, completamente fiel que tenemos pues nunca nos abandonará. "Verdadera es la palabra: “Que si padecemos con El, también con El viviremos. Si sufrimos con El, con El reinaremos. Si le negamos, también Él nos negará. Si le fuéramos infieles, El permanecerá fiel, ya que no puede negarse a sí mismo”. (2Tm 2,11-13).

Vivir con él es estar siempre en el deseo de no perderlo, es buscar continuamente su presencia. Así en la salmodia se puede leer: “Cuando pienso en ti sobre mi lecho, en ti medito en mis vigilias, porque tú eres mi socorro, y yo exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra Ti, tu diestra me sostiene”. (Sal 63,7-9). Pero más importante es lo que Él mismo nos dejó dicho: “…, conviene orar perseverantemente y no desfallecer”. (Lc 18,1), en otro momento también nos dijo: “Vigilad y orar para que no caigáis en tentación”. (Mt 26,41). Y esta necesidad que debemos tener de estar constantemente buscando la presencia del Señor en la oración nos la recuerda también San Pablo cuando nos dice: "Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros”.

(1Ts 5,17-18). Y de esta forma conseguiremos que: “La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre”. (Col 3,16-17). Y así: "Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”. (1Co 10,31).

EN ÉL, hemos de vivir. Es lo que se nos señala en tercer lugar, que hemos de vivir en Él, porque Él, y solo Él, es nuestra vida, es nuestro amor, es nuestro todo, porque Él, es Cristo, es Dios unigénito, es el Todo lo creado visible ó invisible t de todo lo que se pueda crear. Y este Dios tan maravilloso, nos ama desesperadamente, está siempre ansioso de nuestro amor, sufre nuestras ofensas y en lugar de recordarlas, las olvida y las perdona, porque lo suyo es amor, lo suyo es amar, su esencia es el amor y por razón de amor es por lo que nos ha creado.

Si queremos vivir eternamente en la felicidad de su gloria, tenemos que vivir en Él. Y vivir en Él, vivir en Cristo, es tratar de imitarle. Es seguir su ejemplo, ese ejemplo de vida de amor, que cumplidamente Él nos dejó, cuando pasó por este mundo. San Pablo escribe y dice: “Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por
quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, y conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección
de entre los muertos. No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús”. (Flp 3,8-12).

Si de verdad le amamos, nuestra vida solo puede ser y ha de ser una vida: POR ÉL, por amor a Él; EN ÉL, en el amor a Él y solo a Él; y CON ÉL entregados plenamente al amor de Él.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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