viernes, 6 de enero de 2012

CÉLIBE NO EQUIVALE A SOLTERON


El celibato es una ofrenda que un
cristiano, laico, sacerdote o religioso, hace de su vida a Dios. Y no se abraza
el celibato porque no le llame la atención el sexo contrario y la vida
matrimonial. Es una vocación de servicio, de disponibilidad, al mundo y al
Pueblo de Dios. No es nada fácil, pero Dios ayuda. Y con la Gracia de Dios todo
es posible. Podría yo hablar en primera persona sobre mi experiencia de
celibato sacerdotal, pero prefiero que lo haga otra persona que sabe valorar la
entrega de una vida, y que lo ve desde su condición de mujer. Julieta Mújica Villegas explica en suartículo la visión teológica, espiritual y humana que ella tiene sobre el
celibato, y en concreto sobre el sacerdote.

La mayoría de las veces no vemos todos los sacrificios
humanos que se esconden detrás del apostolado de cada una de las personas
célibes y consagradas (sean laicos, sacerdotes o religiosos. Añado yo).

Fue hace tres años, a la salida de un cine ubicado en
el centro de una mega plaza comercial. Estábamos tomando un refresco cuando
pasó por ahí: era joven, de buen porte y, evidentemente, se trataba de un novel
sacerdote o de un seminarista. Cuando pasó cerca de nosotras una de mis amigas
dijo en voz alta: “¡qué desperdicio!”. Él se detuvo, viró con parsimonia, semblante
tranquilo, y con voz pausada, clara y masculina dijo: “Desperdicios como yo
somos llamados por Dios para tratar de salvar a desperdicios como tú”.

En los últimos meses han salido a la luz diversos
casos de sacerdotes, e incluso de algún obispo, que fallaron a su promesa o
voto de celibato. Más allá del morbo que suscitan todos estos sucesos y que
suelen ser objeto de venta por parte de algunos medios de comunicación, y de
consumo por parte de muchas personas, está una reflexión más profunda. Digo ya
desde ahora que no justifico en ningún caso las acciones, pero me queda claro
que tampoco puedo constituirme en juez de nadie, menos después de haber
reflexionado un poco más en algunos puntos que no pueden pasar desapercibidos.
El primer punto es relativo al qué hago yo cómo
católica por los ministros de Dios. Conozco a no pocas personas que atacan y
critican los casos que objetiva o falsamente van saliendo a la luz, incluso
siendo creyentes, pero ¿acaso rezamos y nos sacrificamos por ellos?

Es verdad que tanto sacerdotes como religiosas son o
deben ser conscientes de la radicalidad de su llamado y de las exigencias que
éste mismo implica, pero esta consciencia no nos exime de estar más pendientes
de qué necesitan nuestro sacerdotes y religiosos, no sólo materialmente, si
bien ya es buen comienzo.

Una palabra de aliento, estar disponibles para
escucharles, ayudarles, atenderles… en definitiva vivir la fe, que es también
un hondo sentido de familia, debería ser una constante. Su ministerio pastoral
es costoso y la mayoría de las veces no vemos todos los sacrificios humanos que
se esconden detrás del apostolado de cada una de las personas consagradas.

Otro punto es referente al trato. A veces me llama la
atención que las mujeres jóvenes deseen confesarse con los curas jóvenes como
si el perdón dependiese de la juventud del confesor. Quizá por prudencia y en
un afán de ayuda a través de su consejo, debería ser más habitual acudir a
sacerdotes experimentados al momento de tratar o pedir confesión en temas
tocantes al sexto y noveno mandamiento, especialmente.

También me impacta la manera como a veces podemos ir
vestidas las mujeres ya no sólo a ese Sacramento (escotes de pecho y falda,
pantalones entallados, etc.). En este contexto, las mujeres respecto a los
hombres consagrados, y los hombres respecto a las mujeres consagradas,
deberíamos saber presentarnos decentemente delante de ellos. Sí, son parte de
nuestra familia en la fe pero no hay que comportarse con familiaridad con
ellos: tocarles en todo momento, abrazarles a la primera ocasión, desvivirse en
halagos que, además de que pueden ser adulaciones falsas, salen sobrando… El
sentido de familia y la familiaridad son dos cosas diversas.

Durante las últimas semanas también me ha venido
insistentemente a la mente una pregunta: ¿en quién tengo puesta mi fe? Y está
claro: ante todo mi fe está puesta en Cristo. Por tanto, el fallo de un
sacerdote –o de millones de ellos, si se diera el caso no debe mermar mi fe en
Dios que no falla, y en su Iglesia, medio de salvación. Mi fe no está en el
ministro sino en Cristo mismo. Un sacerdote podrá fallar porque puede elegir
libremente el mal, pero Dios nunca falla. Me queda claro que a pesar del
ministro, Dios actúa. Y esto es una muestra más del milagro y del misterio de
la fe: Dios nos puede hacer llegar su gracia a través de cañerías sucias porque
nos ama.

No tengo reparo en decir que besaría las manos de
todos los sacerdotes del mundo, también de los indignos; no porque ellos lo
merezcan sino porque son las manos que han bajado a Dios a la tierra y un día
fueron ungidas con el óleo que los configuró sustancialmente con Cristo.
Vivimos en un tiempo donde la sexualidad ha sido
banalizada. Lo erótico se ha convertido en objeto de consumo y más se vende en
tanto cuanto esté menos cobijada le persona que exhibe.

La publicidad en la televisión, en las revistas, en
los periódicos, en los anuncios espectaculares al lado de las autopistas y
carreteras; las canciones, los programas y series de televisión, las películas…
todo parece querer llevar en una sola dirección. Y es obvio que un alma
consagrada no va con los ojos vendados por el mundo. También es víctima de ese
ambiente pero nosotros podemos ayudarlo. ¿Cómo? Cuántos correos electrónicos de
dudosa reputación podemos evitarles (o también los que sólo les pueden quitar
el tiempo); cuántos regalos verdaderamente útiles de acuerdo a su condición de
célibes; cuánta motivación de nuestra parte para espantarle “las moscas que
merodean la miel”; ¡hay que seguir suscitando el amor a nuestros sacerdotes y
monjitas! ¡Apoyemos la vocació;n de quienes Dios quiere llamar en nuestros
hogares! Este año sacerdotal que comenzaremos el próximo día 19 de junio, por
iniciativa del Papa Benedicto XVI, es un medio más para revalorar la figura
sacerdotal.

No creo que la abolición del celibato sea la medida
correcta ante los hechos que hemos ido conociendo y que, quizá en un futuro, se
seguirán sucediendo. Y no lo creo porque la fe suele ir contra corriente, la fe
no está para adaptarse a lo trivial y novedoso, la fe no es fruto de la
democracia. Me parece que la Iglesia ya está haciendo mucho al recordar
constantemente cuáles son las motivaciones que debe haber en el candidato al
sacerdocio, lo que muchas veces vale también para todas las almas consagradas.
No se me hace justo que precisamente los que hablen
contra la castidad consagrada sean precisamente los que han fallado en ese
compromiso que un día hicieron consciente y libremente esas personas. ¿Y los
testimonios de tantos otros que viven sus compromisos de amor con Dios, por qué
no salen a la luz con tanta insistencia como los de los absentistas? Sí, todo
podría ir a la deriva de lo facilón y lo más práctico. Pero si a facilidad y
practicidad nos sujetásemos, quizá la ascesis cristiana no tendría ningún sentido
así como las virtudes que se nos recomiendan vivir en este credo.

Cuando en el centro comercial aquel joven sacerdote
– ¿o seminarista? – respondió de esa manera a mi amiga, comprendí que ese hombre
amaba su vocación y tenía clara la misión que Dios le había confiado y él
aceptó realizar. Desde entonces he caído en la cuenta que mi misión como
católica es también la de apoyar esa misión que, en definitiva, también es la
todos los que creemos en Cristo.
Como sacerdote que soy no puedo menos que agradecer a
Julieta esta atinada defensa del celibato sacerdotal. Célibe no equivale a solterón.
El célibe también ha hecho un compromiso de amor con Dios y con los demás. Ha
donado su vida para ponerla a disposición de las exigencias de Reino de Dios.
Tendremos muchos defectos. Incluso podemos fallar alguna vez, pero la intención
es buena, y hay que cuidarla y defenderla. Nos jugamos en ello los mismos fines
de la Iglesia. Cuando veamos a un sacerdote joven lleno de ilusión, hay que
pedir a Dios que le conserve la esperanza de intentar con su entrega que el
mundo sea un poco mejor.

Juan García Inza

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