miércoles, 4 de enero de 2012

«LOS REYES MAGOS SON MELCHOR, GASPAR Y BALTAZAR, VAYA PREGUNTA MAS TONTA»



Los
grandes expertos no dudan



Algún que otro personaje de infancia traumática
anuncia todos los años una lista de «hechos» para demostrar que los tres
Reyes Magos ni eran tres, ni eran reyes, ni eran magos. Sin embargo, hemos
decidido consultar a los mayores expertos en tal cuestión, los niños, que
confirman que los Reyes Magos son «Melchor, Gaspar y Baltasar, vaya pregunta
más tonta».


Esta noche ha habido murmullos de pisadas reales en
las terrazas, en las ventanas, en los pasillos, en los salones... Murmullos de
caravanas de pezuñas, pasos breves de los pajes; niños que jurarían, que juran,
haber oído, con la respiración contenida y abrazados a las sábanas, el roce de
los mantos de armiños, el crujido de los picaportes bajo los dedos enguantados
y cubiertos de alhajas, el rechinar mágico de las puertas, un escalón que cede,
el viento en un canalón, una voz diferente, un susurro real, un relincho
lejano...

Esta noche, millones de niños, ante la amenaza del carbón o del olvido, han
prometido no levantarse, guardar silencio, no asomarse, dormir, soñar... Antes
del alba, quizá hace unos minutos, se han despertado antes que siempre y han
sentido que la casa estaba más silenciosa que nunca, que olía diferente, a un
aroma secreto; que las puertas del pasillo estaban cerradas y que algo mágico
había detrás de aquel silencio. Han sido millones de niños los que se han
acercado aullando al cuarto de sus padres, arriba, arriba, que han venido los
Reyes y todos en pie, sin zapatillas, vamos, vamos, todos en fila india por el
pasillo precintado en penumbras hasta la puerta del salón. Y ahí, un año más,
el padre se ha detenido prolongando la emoción unos segundos más, sólo unos
segundos. Ha girado la manilla muy despacio, ha asomado la vista por apenas una
rendija, ha vuelto a cerrar la puerta, se ha girado hacia sus hijos y ha
soltado un admirado: «¡ooohhh!». Y los niños, con la boca abierta como peces,
temblor en las piernas y el corazón a ciento treinta pulsaciones, no han podido
más. Los padres han cedido el paso y los pequeños se han asomado a un salón que
para los demás sería oscuro, no para sus ojos de gatos curiosos.Y ahí, encima
de los sillones, en el suelo, al lado de los zapatos relucientes, junto al cubo
de patatas vacío (¡los camellos, mamá, los camellos!), bajo las copas de
champagne apuradas... han encontrado los focos de emisión de ese aroma mágico,
los regalos traídos desde lejanas tierras por Sus Majestades los Reyes Magos de
Oriente.

Ajenos, distantes, a este encuentro único, breve y romántico de la inocencia
con la magia, una legión de historiadores con ganas de... se empeña año tras
año en publicar libros en los que se remueve el limo en el que se confunden y
enriquecen historia, fe, leyenda, tradición y mito hasta «demostrar» que «la
Epifanía es un invento», «no eran tres», «no eran reyes», «no venían de
Oriente», «no siguieron una estrella» y que, ¡oh!, «no eran magos».
La historia verdadera, los hechos ocurridos hace dos mil años (par de años
arriba o abajo) en lo que la Iglesia llama la Epifanía («presentación»), son
vagos y no concluyentes, pero son. Sabemos por el evangelista San Mateo que
«unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el
que ha nacido, el rey de los judíos? Porque hemos visto su estrella en el
oriente y venimos a adorarle».

San Mateo no dice en ningún momento que fueran tres. El que primero lo concluye
así es el Papa San León, basándose en los regalos (estos sí, tres) que le
fueron ofrecidos a Jesús. Esta opinión fue compartida por muchos otros teólogos
cristianos de la Edad Media apoyándose en interpretaciones de textos bíblicos
como el Salmo 71,10 en el que se dice: «Los reyes de Tarsis y de las islas
ofrecerán presentes, los reyes de Arabia y Saba le traerán sus regalos, y todos
los reyes de la Tierra le adorarán». Tarsis, Arabia y Saba... tres.

En las representaciones artísticas de los primeros cristianos apenas se pueden
encontrar testimonios fiables, sobre todo considerando que las primeras
pinturas ornamentales en cementerios y lugares de culto cristianos no llegan
hasta más de trescientos años después del nacimiento de Cristo. Así, en la
representación de la Epifanía que se conserva en el cementerio romano de
Domitila, aparecen cuatro magos; en la conservada en el museo Laterano, tres; y
en una vasija recogida en el museo suizo de Kircher: ¡ocho! Aunque esto es
nada. Si nos basamos en textos asirios, la tradición añade nueve magos más,
hasta completar el número sagrado (y divisible por tres) de doce.

¿Cuál es la verdad sobre el número de magos que adoraron al Niño? Este
periódico ha consultado con un experto sobre la figura de los Reyes y que,
desde ahora y durante el resto de este reportaje, aclarará en exclusiva los
puntos más controvertidos de la Historia. Así, Ignacio Zubía, un donostiarra de
seis años, se muestra tajante sobre el número de magos que llegaron a Belén de
Judá: ¿Los reyes magos son cuatro, cinco, o doce, como dice la tradición
ortodoxa para sibolizar los doce días de la Navidad?
- Pues tres, claro.

Con esta declaración contundente, damos por concluido el espinoso asunto del
número y pasamos al de su categoría profesional. ¿Eran reyes y magos? No hay
dogmas en la Iglesia que obliguen a creer en que los hombres llegados de
Oriente eran de estirpe real, es más, es un asunto futil. Sin embargo,
Tertuliano (abogado cartaginés convertido al cristianismo en el 193 d.C.) así
lo cree, basándose en el mismo Salmo que hemos transcrito al tratar la materia
del número. Un detalle nimio, pero curioso, viene dado por el nombre hebreo
«Melchor», que se traduce como «rey de luz» o «rey blanco». Nada que objetar,
por tanto, a la interpretación de Tertuliano; como tampoco al asunto de si
eran, o no eran, magos. La palabra griega «magoi» es la referencia. No debería
traducirse directamente como «magos» en el sentido actual, sino como algo
parecido a un hombre sabio, capaz y dotado, perteneciente a una casta sagrada.

Jefe de los magos.

Probablemente ésta fuera la casta de los Medos, que mantenía sobre sus
territorios una influencia mucho más religiosa que política y que servían al
rey de Babilonia y todas las jerarquías persas como sacerdotes, incluso en
tiempos del nacimiento de Cristo (cuando el Imperio Parto dominaba el Oriente).
Hay una referencia explícita a un «mago» de estirpe real en la Biblia
(Jeremías, 39,3): «Todos los oficiales del rey de Babilonia entraron y
establecieron sus cuarteles en la puerta del medio: Nergal-Saresser, príncipe
de Samgar, oficial mayor...» Este «oficial mayor» es la intrepretación de la palabra
original «rabb-mag», que puede traducirse, directamente, como «mago en jefe» o
el primero de la casta de sacerdotes.
Zubía, por su parte, no tiene mayor problema en este asunto:
- ¿Son reyes y magos?
- Claro que son reyes, porque llevan coronas. Y magos, porque, porque... si no
fueran magos, ¿cómo iban a llevar los juguetes y el carbón a todos los niños? Y
lo saben todo.
- ¿Todo?
- Sí.
- ¿Les has visto alguna vez?
- Noooo... porque si estás despierto no vienen. ¡Ah, bueno, sí! Les vi una vez,
en el Palacio ese, eeeh... en el Palacio de San Sebastián. Hablé con el de la
barba marrón. ¿Con Gaspar? Sí. Y me dijo que sabía que era bueno y que sabía
que el nombre de uno de mis aitonas (abuelos) es José Miguel.
- ¿Y cómo lo sabía?
- Porque es mago.

Resuelta esta inquietud con éxito por nuestro experto donostiarra (inquietud
que ha derramado ríos de tinta en muchas editoriales, interesando a muy pocos).
La siguiente y difícil cuestión a plantear es su procedencia, el día de su
llegada y sus nombres. No hay duda de que venían de Oriente, tal y como ha
quedado escrito por San Mateo, pero, ¿de qué Oriente hablamos?

Oriente real

Antes hemos mencionado la «posibilidad» real de que los magos fueran hombres
sabios o sacerdotes medos al servicio del Imperio Parto, que se extendía por lo
que es ahora Irán y parte de Irak y Siria hasta Turkmenistán, y que disputaba
con Roma el control de Armenia. Con esta base, y para intentar establecer una
conjetura fiable sobre su procedencia exacta, hay que entender que los Reyes
(magos y tres) no llegaron a Belén hasta muchos meses (probablemente alrededor
de un año y medio) después del nacimiento de Jesús. Esto es lógico si tenemos
en cuenta que Herodes, asustado después de su encuentro con los magos al
comprender que se estaba cumpliendo la profecía de Jeremías: «Y tú, Belén,
tierra de Judá, de ningún modo eres la menor entre las principales ciudades de
Judá, porque de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel», y la
profecía de Balaam: «Una estrella brillará sobre Jacob y un cetro brotará de
Israel», ordena la matanza «de todos los niños de Belén y de todo su
territorio, de dos años para abajo, según el tiempo que había calculado por los
magos» (San Mateo, 2,16).

Con esta base, la del tiempo transcurrido entre que los magos advierten la
«estrella» (Navidad) y llegan a Jerusalén a presencia de Herodes, es lógico
pensar que su viaje de ida tuvo una duración cercana al año. Así, y según el
ritmo de la caravana de camellos (animal más empleado en la zona para las largas
peregrinaciones), se puede concluir que la distancia más probable es la de
entre mil quinientos y dos mil kilómetros de distancia, lo que coincide con las
fronteras orientales del Reino Parto, más allá de la región de los Medos, al
norte de Persia.

Felices adaptaciones

El hecho de que la Epifanía se celebre el seis de enero (sólo 12 días después
de la Navidad) no tiene que ser un problema a la hora de creer en la Historia.
Las fechas de las celebraciones cristianas nunca han sido fechas reales, sino
que son afortunadas adaptaciones de otras fiestas paganas (el 25 de diciembre
era la Fiesta del Sol en Roma, día celebradísimo por los ciudadanos del
Imperio). Es más, las Iglesias de Oriente celebran el 6 de enero, y todo a la
vez, la Navidad, la Epifanía y el bautismo de Cristo. A finales del siglo IV,
las Iglesias de Occidente (primero la de Antioquía), «inventan» la Navidad. Su
principal responsable: San Juan Crisóstomo.

Este personaje es importante en la Historia de los Reyes Magos. Entre sus
escritos, el santo incluye las narraciones de un relator de la región de Ariana
(de los confines del Imperio Parto, de las mismas tierras que los Magos y, por
tanto, fuente de gran calidad) en las que se asegura que los Reyes volvieron a
su patria y fueron bautizados, dedicándose durante el resto de su vida terrenal
a la enseñanza de la fe en Cristo. Esta última visión tiene mucho de
legendario, sin más.

Gaspar y Gushanasaph

También sin más son los nombres reales de los Magos. La tradición cristiana, y
el martirilogio, les atribuye los de «Melchor, Gaspar y Baltasar». Otras
tradiciones, si acaso más directas, como la siria, les bautiza como «Larvandad,
Hormisdas y Gushanasaph». Da igual cómo se llamen, la verdad es que desde
mediados del siglo pasado, Sus Majestades, rescatados del Paraíso de Oriente,
deben bajar a la Tierra cada seis de enero. Su cabeza adornada con coronas,
envueltos en mantos de armiño, las manos enguantadas...
Sus nombres, por supuesto, no son materia de discusión para Ignacio:
- Y se llaman Larvandad, Hormisdas y Gushanasaph, ¿no?
- Noooooo. Son Melchor, Gaspar y Baltasar.
- ¿Y te traen regalos si has sido bueno?
- Sí, porque se lo manda el Niño Jesús, que es su jefe. Bueno, a los más
pequeños, a los que no saben, siempre les traen regalos; pero cuando eres un
poco mayor, si te portas mal, te traen carbón.
- ¿Y tú has sido bueno?
- Sí. Me he portado bien, aunque un poco de carbón no me importa, me gusta.
- Y tú, ¿qué les dejas a ellos?
- Roscón de reyes; aunque sólo un poquito, porque está tan bueno... Pero como
son magos, no les importa.
- O sea, que son tres.
- Sí.
- Y son Reyes.
- Sííí...
- Y Magos.
- Que sííííííí...
Lo ha dicho un niño de seis años («recién cumplidos») que esta noche se dormirá
muy quieto, atado por los nervios («¡que no estoy nerviosooo!»), y que mañana
se despertará envuelto en magia. No hay más que decir.

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