sábado, 28 de enero de 2012

DEL FAMOSO DEBATE SOBRE EL SEXO DE LOS ANGELES


La del sexo de los ángeles es la cuestión bizantina por excelencia, y nada tiene de particular que sea así, pues es precisamente en Bizancio donde se sitúa la leyenda según la cual, filósofos, teólogos, políticos y hasta el entero vulgo, se hallarían encelados en tan trivial cuestión mientras a las puertas de la ciudad los turcos hacían cola para comenzar a repartirse lo que quedaba de la otrora orgullosa capital del cristianismo universal, cosa que acontecía un malhadado 29 de mayo de 1453.
Una cuestión tan baladí que de hecho es muy posible que, contrariamente a lo que acostumbra a creerse, nunca mereciera excesivo interés por parte ni de la magistratura ni de la doctrina eclesiásticas, y que toda la historia se enmarque en el ámbito de lo puramente legendario.
Todo lo cual, sin embargo, no obsta para que en las páginas del Antiguo Testamento nos
encontremos a los ¿ángeles? enfrascados en algunas de las más humanas disquisiciones, como ocurre en el pasaje del Génesis que relata el pecado que terminó decidiendo a Dios a enviar al mundo el diluvio universal:
“Cuando la humanidad comenzó a multiplicarse sobre la faz de la tierra y les nacieron hijas, vieron los hijos de Dios [ojo a la expresión] que las hijas de los hombres les venían bien y
tomaron por mujeres a las que preferían de entre todas ellas” (Gn. 6, 1-2).

Y bien, ¿quiénes eran esos "hijos de Dios"? Se han propuesto múltiples interpretaciones: los hijos de Set, tercer hijo, a su vez, de Adán y Eva; unos gigantes no humanos… Lo cierto es que la propia Biblia, en otros pasajes, usa la expresión en lo que parece ser un sinónimo de ángeles, tal cual sucede, por ejemplo, cuando dice el Libro de Job:
“Un día en que los hijos de Dios fueron a presentarse ante Yahvé, apareció también entre ellos
el Satán” (Lob 1, 6)

El propio Judas Tadeo, en su única Carta canónica, parece referirse al episodio que dio lugar
al Diluvio cuando afirma:
“Y además que a los ángeles, que no mantuvieron su dignidad, sino que abandonaron su propia
morada, los tiene guardados con ligaduras eternas bajo tinieblas para el juicio del gran Día” (Jud. 1, 6).

Estrechamente asociados diluvio universal y pecado de los ángeles nos los volvemos a encontrar en las dos cartas de Pedro, y sobre todo en la segunda, en la que podemos leer:
“Pues si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitándolos en los abismos
tenebrosos del Tártaro, los entregó para ser custodiados hasta el Juicio; si no perdonó al antiguo mundo, aunque preservó a Noé, heraldo de la justicia, y a otros siete, cuando hizo venir el diluvio sobre un mundo de impíos” (2Pe 2, 4-5)

No es la única referencia al sexo de los ángeles en los textos bíblicos, pues ni más ni menos
que el mismísimo Jesús se refiere, siquiera de pasada, a la cuestión. Ocurre cuando preguntado por los saduceos, apenas unos días antes de ser crucificado, con quien estaría casada una mujer que en el mundo lo hubiera estado con siete hermanos, responde:
“En la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo” (Mt. 22, 30).

De donde no cabe otra interpretación que la de que, digan lo que digan los bizantinos, diga
lo que diga el autor del Génesis, los ángeles no están sometidos a apetito sexual de ningún tipo, por lo que no parece lógico que tengan sexo. Episodio que es, por cierto, en lo que consiste la famosa “trampa saducea” que popularizara en su día el político español de la Transición llamado Torcuato Fernández Miranda, que tantas veces mencionamos en el lenguaje cotidiano con la misma frecuencia y desconocimiento que nos referimos a las cuestiones bizantinas, sin saber, ni en un caso ni en otro, a qué nos referimos.

Helas pues aquí, las dos unidas, cuestiones bizantinas y trampas saduceas, y gracias las
dos… ¡¡¡al sexo de los ángeles!!!

Luis Antequera

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