El hábito del pecado es el peor enemigo del alma porque la duerme y le impide cumplir el mandato divino de velar. Salvador Dalí, 'Remordimiento' (1931, detalle).
I Domingo de Adviento,
Ciclo B
"Estad atentos, vigilad:
pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de
viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al
portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la
casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no
sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a
vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!" (Mc 13, 33-37).
Este modo de hablar de Jesús sobreentiende
una visión bien precisa del mundo: el tiempo presente es como una larga noche;
la vida que llevamos se parece a un sueño; la actividad frenética que en ella
desarrollamos es, en realidad, un soñar. Un escritor español del siglo
XVII, Calderón de la Barca, escribió un famoso
drama sobre el tema: La vida es sueño.
Del sueño nuestra vida refleja sobre todo la brevedad. El sueño
ocurre fuera del tiempo. En el sueño las cosas no duran como en la realidad.
Situaciones que requerirían días y semanas, en el sueño suceden en pocos
minutos. Es una imagen de nuestra vida: llegados a la vejez, se mira atrás y se
tiene la impresión de que todo no ha sido más que un soplo.
Otra característica del sueño es la irrealidad o
vanidad. Uno puede soñar que está en un banquete y come y
bebe hasta la saciedad; se despierta y se vuelve a tener hambre. Un pobre, una
noche, sueña que se ha hecho rico: exulta en el sueño, se pavonea, hasta
desprecia a su propio padre, fingiendo no reconocerle, pero se despierta y ¡se encuentra nuevamente pobre como era antes! Así
sucede también cuando se sale del sueño de esta vida. Uno ha sido aquí abajo
ricachón, pero he aquí que muere y se ve exactamente en la situación de aquel
pobre que se despierta tras haber soñado que era rico. ¿Qué
le queda de todas sus riquezas si no las ha empleado bien? Las
manos vacías.
Hay una característica del sueño que no se aplica a la vida, la ausencia de responsabilidad. Puedes
haber matado o robado en sueños; te despiertas y no hay rastro de culpa; tu
certificado de antecedentes penales está sin mancha. No así en la vida; bien lo
sabemos. Lo que uno hace en la vida deja huella, ¡y
qué huella! Está escrito de hecho que "Dios
dará a cada cual según sus obras" (Rom 2, 6).
En el plano físico hay sustancias que "inducen"
y ayudan a conciliar el sueño; se llaman somníferos y son bien conocidos
por una generación como la nuestra, enferma de insomnio. También en el plano moral existe un terrible somnífero. Se llama hábito. El hábito es como un vampiro. El vampiro -al
menos según cuanto se cree- ataca a las personas que duermen y, mientras les
chupa la sangre, a la vez les inyecta una sustancia soporífera que hace
experimentar aún más dulce el dormir, de modo que el desafortunado se hunde
cada vez más en el sueño y el vampiro le puede chupar toda la sangre que
quiera. También el hábito en el vicio adormece
la conciencia, por lo que uno ya no siente ni siquiera remordimiento;
cree estar muy bien y no se percata de que está muriendo espiritualmente.
La única salvación, cuando este "vampiro"
se te ha pegado encima, es que llegue algo de improviso para despertarte
del sueño. Esto es lo que se determina a hacer con nosotros la palabra de Dios
con esos gritos de despertar que nos hace oír tan frecuentemente en Adviento: "¡Velad!". Concluimos con una palabra de Jesús que nos abre
el corazón a la confianza y a la esperanza: "Dichosos
los siervos que el señor al venir encuentre despiertos; yo os
aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les
servirá" (Lc 12, 37).
Por: Raniero
Cantalamessa
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